I
Lo conocí gracias a Emilio García Montiel. Un grupo de estudiantes de la especialidad de Historia del Arte hacía una presentación de sus investigaciones en la Casa de las Américas, y Emilio subió hasta la oficina que ocupaba la revista. Quería proponerme que publicara un ensayo de quien consideraba el estudiante más sobresaliente de su grupo. En algún receso de las sesiones de trabajo, regresó con Rufo, quien exponía un ensayo sobre el arte efímero puertorriqueño. El autor tenía todas las trazas de ser un Abelardito: gordito, de espejuelos, amable y educado. El texto, “Entre jugar a los dados y regir al mundo con leyes perfectas”, era informado, inteligente, metatrancoso, y apareció en el número 178, de enero-febrero de 1990, cuando él aún no había cumplido los 24 años. Puede haber sido lo primero que Rufo publicó.
II
Por alguna extraña perversión de mi inconsciente, siempre equivoqué su año de nacimiento. En la sección “Colaboradores” de ese número de Casa de las Américas se dice: “El crítico cubano Rufo Caballero Mora (1968) recientemente egresó de la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de La Habana”. Luego, en La Gaceta de Cuba, solíamos situar su nacimiento en el 64, y él, una vez y otra, nos corregía el error hasta que nos dejó por imposibles. Al presentar nuestro número 4 de 2003, con un magnífico texto que tituló “La Gaceta roja”, dijo: “En el desorden de las cosas que no se arreglarán jamás, que pertenecen al mundo de las decisiones inapelables, hace varios años que La Gaceta de Cuba decidió que yo nací en 1964, y como al respecto ya nada puede hacerse, estoy en el punto en que cambiaré todos mis papeles, porque si algo debe uno a La Gaceta, es consecuencia.”
III
En 1991 fui a dar al Centro Provincial de Cine de Ciudad de La Habana. Cargaba sobre mis espaldas una pesada sanción que me gané en la Casa de las Américas. Rufo, ya licenciado, era de los especialistas del Centro. Aunque no pertenecíamos al mismo departamento, él, que ya se había hecho respetar por funcionarios y secretarias, hizo cuanto estuvo a su alcance, al igual que Mayra Pastrana, para que mis días en aquel lugar desangelado fueran más pasaderos.
“A uno de los dos (seguramente a él) se le ocurrió que hiciéramos un boletín con críticas de cine”.
El período especial había mermado los estrenos de cine, reducido los periódicos, llevado al punto de la extinción las revistas especializadas, y nuestra labor consistía en divulgar lo que se exhibía en los cines de la ciudad. Rufo, que ya contaba con espacios en la radio, me abrió las puertas en alguna emisora para que yo pudiera justificar mi magro salario. A uno de los dos (seguramente a él) se le ocurrió que hiciéramos un boletín con críticas de cine. En mi departamento había algo de papel de carta y quedaban stencils y tinta. Aparecieron dos o tres números que, creo recordar, se entregaban gratuitamente en las taquillas de los cines más importantes. Acordamos llamarlo Provocaciones, porque eso queríamos que fueran las críticas que aparecieran allí. Aunque la propuesta en sí misma era inocua desde el punto de vista político (para comenzar, ¿de qué cine cubano hubiésemos podido escribir en 1992 o 1993?), a algún burócrata le llamó la atención el nombre. Y yo venía cargando culpas, sospechas. Afortunadamente, Rufo hizo las veces de muro de contención y evitó que las discusiones llegaran a mí y destaparan el compartimento donde suelo encerrar la paranoia. El boletín, obviamente, desapareció de inmediato.
IV
En La Gaceta de Cuba siempre era yo quien debía dialogar con Rufo. A veces él admitía suprimir párrafos enteros de un texto con una placidez y una sonrisa que me dejaban atónitos. En otras ocasiones, se engrifaba si queríamos tocarle un tiempo verbal, una conjugación, una coma. En esos casos, lograba sorprenderme por sus conocimientos de gramática. Yo, que logré aprobar con notas aceptables y hasta sobresalientes a la gran Ofelia García Cortiñas, hace tiempo enterré en el inconsciente denominaciones y categorías que confío protejan desde allí mi prosa. Rufo, en cambio, tenía siempre todo aquello despierto, en guardia, como si hubiera pasado la noche leyendo a Gili Gaya o a Manuel Seco.
“Una voz en la que no faltaban el humor y la cultura popular”.
Invariablemente, cuando la edición de un texto suyo era el tema de conversación, hacíamos algún comentario sobre las variaciones de su estilo. La cualidad de metatrancoso le había enquistado en las apreciaciones sobre su prosa, y eso lo molestaba. Era cierto que desde hacía tiempo había dejado atrás la indigestión teórica y demostrado que, al abandonar aquella prosa áspera y pedante, había en él un excelente comunicador. Se enorgullecía de haber podido librarse de un lastre propio de la juventud y la academia y de saber encontrarse a sí mismo, hacerse de una voz en la que no faltaban el humor y la cultura popular.
También conversamos alguna vez de que se le había quedado el san Benito de ser posmoderno a ultranza, cuando ya él sabía superada esa etapa de su pensamiento. Pero, como escribí al comentar su libro América clásica: un paisaje con otro sentido, Rufo fue de los pocos entre nosotros en proponer “que no solo es necesario, sino también posible, pensar la posmodernidad desde la izquierda, o elaborar un pensamiento de izquierda en la posmodernidad, para darle continuidad, en un mundo otro, a los proyectos emancipadores, a la descolonización”.
V
Luego de estrenarse Lista de espera, fue invitado a un panel de algún programa de televisión donde se debatiría la película. Poco antes de que el panel se grabara, nos encontramos en los jardines de la Uneac. Me advirtió que la película no le había gustado y me aseguró que no escribiría de ella por respeto a mí. En el programa, en efecto, aunque reduciendo a la mínima expresión la acidez con que podía criticar una obra, fue duro con Lista… Opinaba que era una película realista-socialista, juicio que nunca alcancé a comprender.
Para mi sorpresa, años después celebró Aunque estés lejos, filme que a casi nadie gustó. Al estrenarse El cuerno de la abundancia, me pidió escribir sobre ella en La Gaceta de Cuba. Creí conocer sus gustos y estaba seguro de que la película le resultaría pedestre, vulgar. Rufo me demostró lo difícil que resultaba anticipar sus reacciones: su comentario fue tan entusiasta, tan desmesurado, que terminé rechazándolo porque me parecía impropio que apareciera en la revista de la que soy jefe de redacción. Conservo varios correos a propósito de esa crítica suya; en uno de los primeros, me escribió: “Sí, en realidad lo que ha sido sorpresivo es que me guste a mí. Lo cual demuestra, dicho sea y no de paso, mi falta de prevenciones con los géneros: cuando hay una comedia inteligente, (…) pues adelante”.
VI
A fines de 2004 coincidimos en un pequeño festival organizado por la Fundación Grinzane-Cavour. Viajamos hasta Stressa, un precioso pueblo en las márgenes italianas del lago Maggiore. Senel Paz, Gerardo Chijona, Rufo y yo teníamos solo el compromiso de intervenir en una mesa dedicada al cine cubano, y en el festival no había mucho que ver o que comprender (las películas no estaban subtituladas). Lo mejor era la belleza del paisaje y del pueblo mismo, plagado de ancianos millonarios. Omaida —mi esposa— y yo, solíamos salir a caminar con Rufo, bajo la persistente llovizna, como personajes de Mann o de Visconti. Coincidimos allí con Charlotte Rampling, a quien Rufo reconoció de inmediato, y con Stefania Sandrelli, a quien Senel invitó a nuestra mesa durante la exquisita y aburrida cena final.
“Rufo nos demostró su jovialidad, aun en las circunstancias más ácidas”.
No hay como un viaje para conocer a las personas, y Rufo nos demostró su jovialidad, aun en las circunstancias más ácidas, y su disposición a disfrutar amablemente, sin sobresaltos ni angustias, las delicias que las circunstancias colocaban en nuestro camino.
VII
Hace algunas noches soñé con él. Había una calle muy concurrida, algo sucedía más allá del muro que limitaba un edificio. Subí a un banco de concreto para tratar de descubrir lo que atraía a tantos curiosos, y lo vi acercarse. Su camisa roja lo hacía destacarse, distinguirse entre la multitud agrisada. Me vio, subió él también al banco que yo usaba como mirador. Rufo estaba vivo pero yo tenía conciencia de que iba a morir. Él se veía alegre pero yo no podía disimular mi tristeza, mi horror. Yo miraba su vientre y me decía: “Allí se encierra aquello que lo vencerá”, pero en el sueño no tenía manera de advertirle.
Dos días después, trasmitieron por la televisión la excelente entrevista que hizo a Beatriz Maggi para la Videoteca Contracorriente. Al principio me costaba mirarlo, fijar la vista en él. Paulatinamente se fue imponiendo la normalidad. Rufo provocó a la Maggi con alguna pregunta sobre las adaptaciones de obras literarias. Polemizaron, ironizaron. Me sorprendí pensando en llamar a Rufo, en escribirle un correo para comentar alguna de sus ideas. Fueron solo fracciones de segundo, insostenibles.
VIII
A propósito de El cuerno… (el “Abuncuerno”, como le llamaba), identificó un bocadillo puesto en boca del personaje de Nadia, interpretado por Thaimí Alvariño, como una cita tomada de la correspondencia de Titón. Para Juan Carlos Tabío y para mí habrá sido, en todo caso, una cita inconsciente (y estoy seguro de que la línea de diálogo se debe a Juan Carlos). Pero ya sabemos las trampas que nos tiende el inconsciente.
La idea volvió a aparecer en el mensaje de felicitaciones que él y Mayra nos enviaron al terminar el año 2008: “A qué hablar de la prosperidad, si el cuerno de la abundancia es más una ilusión que un hallazgo (aunque la película sea, esa sí, toda una revelación de los artistas tembas). Pero, en lo que llega “de verdad” el cuerno de lo próspero, uno aprende que, como decía Alea, el sentido de la vida es vivirla.”
“Lo más importante es vivir”, dice nuestro personaje, y era algo que Rufo sabía sobradamente, hasta la obsesión. Lo confirma una obra desde la que enfrentó no pocos límites preestablecidos, como los que separan pensamiento, crítica y creación, y que siempre se propuso ser diversa, polémica, intensa.
Texto incluido en el dossier homenaje a Rufo Caballero, publicado en el número 179 de la revista Cine Cubano.