Esperemos al poeta completo: curva, velocidad, control. Y algún soneto (III)
Lezama Lima, “el pelotero bizantino”
En cuanto al autor de Paradiso, pese a sus lecturas enciclopédicas, el asma galopante y su inmensa humanidad, era igual que su corresponsal, un seguidor convencido de la pelota. Varios ejemplos en su escritura lo atestiguan, como esa sabrosa imagen, tan criolla y lezamiana, de “pelotero bizantino”. O en uno de los pasajes de Tratados de La Habana, donde su desbordada imaginación nos entrega lo que pudiera considerarse la narración y dramaturgia posmoderna de un partido de pelota:
Los nueve hombres en acecho, después de saborear una droga de Coculcán, unirán sus destinos a la caída y ruptura de la esfera simbólica. Un hombre provisto de un gran bastón intenta golpear la esfera, pero con la enemiga de los nueve caballeros, vigilantes de la suerte y navegación de la bolilla. Jueces severísimos se reúnen, dictaminan, y se ve después silencioso a uno de aquellos caballeros defensores, abandonar el jardín de los combates. La esfera de cristal en manos de uno de aquellos guerreros, tiene fuerza suma para si se toca con ella el ajeno cuerpo, cincuenta mil hombres de asistencia prorrumpen en gruñidos de alegría o rechazo.
Solo una persona entendida en las reglas y claves del juego, que lo haya visto y practicado a plena conciencia, puede lograr una descripción que, no obstante el barroquismo del lenguaje y las audaces metáforas, puede trasmitir la dinámica, como una gran coreografía, del partido y sus protagonistas, de manera alucinada y al mismo tiempo orgánica. El muy leído periodista Ciro Bianchi Ross, que lleva en su nombre la impronta de persas, italianos y judíos, como bromeaba una recordada amiga, ha dado razón en varios libros y artículos de las distintas facetas de Lezama, y por lo singular de su evocación cito tal cual esta anécdota del adolescente en traje de pelotero:
[…] el joven Lezama gustaba también de los deportes, sobre todo del béisbol y era un buen field de la novena del barrio hasta el día en que sus compañeros lo buscaron para un partido contra el equipo de la barriada vecina. “No, hoy no salgo, me voy a quedar leyendo”, les dijo. Había comenzado a leer El banquete, de Platón, para hacer de la lectura a partir de ahí —tenía quince años— su ejercicio, su fanatismo más importante.
La versión de esa anécdota la dio el propio Lezama en una entrevista que le hizo Rosa Ileana Boudet, y que apareció originalmente en la revista estudiantil Alma Mater en septiembre de 1970:
Yo tuve un momento en mi vida que lo considero significativo, esos momentos que se pueden considerar como una revelación. Yo recuerdo cuando yo tenía quince años, los compañeros míos de barrio me vinieron a buscar para jugar a la pelota, entonces yo les dije: “Hoy no me esperen que no voy” […] ese día […] me di cuenta que me alejaba ya del mundo de los deportes.
En las páginas de su diario, Lezama narra cómo era su vida escolar, la de aquel niño al que sus familiares, incluso de adulto, llamaron Joseíto. Un alumno “temporalmente clásico”, con una permanencia en el mismo colegio durante varios años, lo que según el escritor le brindó una niñez alejada de cualquier anarquía “mental” o “en la reminiscencia”. Ámbito armónico donde se desarrollaron sus juegos y deportes preferidos, y sobre todo su preferencia por la pelota. No debe asombrar, por tanto, que Lezama Lima se ocupe del beisbol, ni que incluya referencias a ese deporte en otros textos. En una entrevista[1] confesó su pasión beisbolera:
De todos los deportes, mi favorito para jugarlo y verlo jugar era la pelota. Recuerdo que una vez fui a ver un juego entre los equipos Habana y Almendares que se prolongó durante tanto tiempo que la gente se quedó dormida en los asientos. Duró veintitrés entradas y creo que fue uno de los juegos más largos que se han celebrado en Cuba.
Y agrega: “Mi juventud fue muy deportiva. Jugué mucha pelota y llegué a ser un buen field de una novena organizada por los muchachos de Prado y Consulado”. En otra encuesta,[2] al celebrar los placeres de la lectura, asociados al pecado de la gula, los sintetiza con una imagen beisbolera, común en el habla coloquial criolla: “Soy como se dice, cuarto bate en la lectura y cuarto bate para los asuntos de sentarme a la mesa a deglutir con pasión, sobre todo si es cordero, sobre todo si es el sencillo mendrugo”.
Al acucioso investigador y editor Carlos Espinosa Domínguez —ya fallecido pero siempre recordado—, debemos que, en el año del centenario natal de Lezama, sorprenda a los “lectores con un libro casi inédito, un libro que hasta ahora no existía como tal”,[3] continuación de Tratados en La Habana (1958):
Lezama Lima fue un colaborador asiduo en la página de opinión del Diario de la Marina. […] la singular experiencia de escribir las columnas de “La Habana” le planteó el desafío de dirigirse a un interlocutor mucho más masivo. Esa presencia invisible, pero real, influyó de manera decisiva en el estilo y en los mecanismos creativos que pasó a incorporar: «se siente gravitar sobre su prosa, haciéndola más ligera y fácil; en el acercamiento didáctico a los temas; y en la propia elección de los mismos, que podrían calificarse de “populares”».[4]
La crónica, solo aparecida con anterioridad en el Diario de la Marina,con el número XVIII y fechada en octubre del 49, está dedicada a la pelota. Resulta un texto casi inédito, y me permito citarlo en extenso:
Sí, señor. El béisbol es uno de los grandes amores de La Habana. Un dinámico fanatismo en el que la Capital no concede alternativa a ninguna otra localidad cubana. La emoción del campeonato que se está jugando ahora es tan intensa como en los años recientes; pero mucho más compleja y bastante alarmada.
La Habana vivió con dolor la gravísima crisis del beisbol profesional cubano y suspiró de alivio, cuando muchas proezas del patriotismo, que todavía están por revelar, lograron la reivindicación o el indulto para aquellos de nuestros peloteros que fueron excomulgados por las Grandes Ligas de los Estados Unidos […] Pero el supremo beisbol profesional de allá, que acabó por ser tan diferente a las demandas del nuestro, está negando ahora permiso a sus grandes ases para jugar en el actual campeonato cubano […] La Habana, fantástica, ama demasiado su beisbol, para resignarse a sufrir en silencio los vacíos que en los clubes actualmente se contemplan, si de nosotros depende el superarlos.
Otra de las “Sucesivas…”, la número XXII, comienza con una mención al popular jonronero camagüeyano cuya carrera deportiva se reflejó en la película de Ramón Peón[5] estrenada a principios de los cincuenta, comentario a propósito de cierto desinterés ciudadano:
La nuestra es una ciudad que se emociona más con un jonrón de Roberto Ortiz, con la perspectiva de recibir a “María Bonita” o con una “múcura” bien sonada que con el empréstito de los doscientos mil millones, el tanto de sus intereses y la administración de ese torrente de “kilos”.
Y agrega más adelante, sobre “esta alergia de los habaneros para los problemas públicos”:
Pero tal vez de un momento a otro llegue el Mesías tan largamente esperado. No es pan y circo lo que exige nuestra ciudad para guardarse de estorbar a sus rectores: el pan le abunda y el ring trepita con frecuencia. Pide “su” campeonato nacional de beisbol y lo tiene. […] Roberto Ortiz debutó con un jonrón. Toda la atención habanera está hipotecada por el acontecimiento. Así bate su propio barro para que lo modelen sus políticos, sin arenillas polémicas, sin comisiones de glosa, con plena burla para manejar la ciudad con la bendita diligencia de unos buenos padres de familia.
“Soy como se dice, cuarto bate en la lectura y cuarto bate para los asuntos de sentarme a la mesa a deglutir con pasión, sobre todo si es cordero, sobre todo si es el sencillo mendrugo”.
Coda
Quiero concluir retomando el comentario inicial sobre que “la historia de Cuba y su cultura pueden escribirse a partir de procesos, supuestamente en los márgenes como el deporte”. Razón orgánica en ese mare nostrum que llamamos Caribe. El referente académico sobre estos contextos que es Antonio Benítez Rojo, define con claridad meridiana como una gran olla sincrética a los patios de los solares caribeños, donde reconoce la otra realidad “de una abigarrada célula social, un denso melting-pot de culturas en el cual se cocinan religiones y creencias, nuevas palabras y pasos de baile, imprevistos platos y músicas… se cocina y celebran bodas y aniversarios, se interpretan sueños de acuerdo con los códigos africanos o con el de la charada china, y se entrenan futuras estrellas del bolero o del reggae, al igual que futuros boxeadores y jugadores de pelota, de fútbol o de cricket; allí se nace y se muere, se recitan versos y se discute, se escucha la radio y se juega a la baraja y al dominó”.[6]
Empecé con el teatro, seguí con la poesía y quiero terminar con la música. Lázaro Dagoberto González —músico y profesor que fuera durante más de treinta años como su padre violinista de “la charanga eterna”, la Orquesta Aragón—, así recuerda cómo la familia descubrió desde muy temprano la vocación heredada de su progenitor. Tendría apenas cinco o seis años, cuando como todo niño cubano tuvo entre sus primeros regalos un bate y una pelota. Una mañana su mamá preocupada por el silencio en la casa, siempre sospechoso cuando se trata de la convivencia con un crío, se asomó al cuarto donde lo había dejado, y allí sorprendió al pequeño frente al espejo, quien había roto un perchero del padre para convertir un palito en arco, y con el mínimo bate sobre el hombro a modo de violín, imitaba los movimientos que tantas veces había visto en su entorno familiar. Al reconstruir la anécdota al cabo de medio siglo, Lázaro Dagoberto la resumió con humor, como “mi bate Stradivarius”, todo un símbolo de sus tempranas pasiones por la pelota y la música.
Notas:
[1] Ciro Bianchi Ross. “Asedio a Lezama Lima”. (Quimera, No. 30, abril 1983), p. 32.
[2] Conversaciones con el escritor y periodista Félix Guerra: “Lezama Lima: amo al coro cuando canta” (La Gaceta de Cuba, No. 2, mayo-abril de 1993), pp. 20-22.
[3] “De este último bloque he escogido, a solicitud de Norberto Codina, tres [crónicas] y las entrego a los lectores de La Gaceta. Es un adelanto de Sucesiva o las Coordenadas Habaneras, el libro que Ediciones Unión publicará este año”. (La Gaceta de Cuba, No. 5, septiembre-octubre, 2010, pp. 3-5).
[4] Abel E. Prieto: “Sucesiva o Coordenadas habaneras: apuntes para el proyecto utópico de Lezama”, (Casa de las Américas, No. 152, septiembre-octubre, 1985), p. 15.
[5] Honor y gloria o La vida de Roberto Ortiz (1951), cinta de Ramón Peón basada en la vida del famoso jonronero cubano, y en la cual intervino el propio jugador.
[6] Antonio Benítez Rojo La isla que se repite. (Edición definitiva. Editorial Casiopea, 1998), pp. 198-199.