Esperemos al poeta completo: curva, velocidad, control. Y algún soneto (I)
Esperar, esperemos / al poeta completo. / Buen brazo, buenas / tardes y curvas, / buenas y curvas tardes, / velocidad, control. / Y / algún soneto.
Nicolás Guillén
En Oficio de Isla, puesta en escena de Osvaldo Doimeadiós basada en la obra de teatro Tengo una hija en Harvard, del cineasta y escritor Arturo Sotto, pieza estrenada hace cinco años, en el otoño de 2019, y que recrea el tejido del parteaguas de los siglos XIX y XX (1898-1902), aparecen varias referencias a lo que llamamos en buen cubano “la pelota”; que se ejemplifica en varios parlamentos, ya sea a tenor de convertirse en moda (“¿te acuerdas de Pedrito Carvajal, el más chiquito de los Urquijo? Se fue a Virginia a hacer unos cursos de gestión de empresas, y a su regreso no solo deja a la novia en el altar, tampoco quiere acompañarme al club de esgrimas, a cruzar espadas. Ahora dice que prefiere practicar beisbol, cosa que me parece el juego más aburrido del mundo”); la creciente influencia norteamericana (“hay que ver que los americanos tienen su arte para conseguir lo que quieren. Ya se chuparon los recuerdos de la guerra, ahora se llevan a los maestros, cualquier día querrán llevarse hasta a los peloteros […] ¡Ah, no, si se llevan al primera base del Almendares me levanto en armas!”); o la noticia de una situación indefendible, y que como otros términos del juego se van incorporando desde entonces hasta el presente a nuestro vocabulario (“Mamá no tiene la culpa, esto es como out mal cantado en segunda”).
Así tanto autor como director intercalan determinados pasajes beisboleros ─como cuando Mr. Power le regala a uno de los protagonistas un guante de beisbol en gesto de congraciarse─, referentes todos para ilustrar una época paradójica donde el país se reencuentra.
La historia de Cuba y su cultura puede escribirse a partir de procesos, supuestamente en los márgenes como el deporte, desde esos costados también se evidencian sus iluminaciones, sus límites, sus angustias y tensiones como nación. Porque nuestros peloteros, sus jugadas y su historia, forman parte de lo universal cubano que reivindica nuestra identidad, como razón orgánica desde la razón cultural e integradora de su historia, campeonatos, protagonistas, récords, curiosidades y sus estudiosos. En la tradición cubana, está por saldar parte de la gran deuda que existe en reflejar el rico tejido que imbrican el beisbol y la cultura de la Isla, que desde sus orígenes se ha expresado como rasgo del “ser cubano”, o atributo de la condición nacional que es para muchos la pasión beisbolera, y que fue expresado certeramente por el veterano y reconocido periodista deportivo Elio Menéndez: “La pelota en Cuba es una síntesis de talento natural y ganas de brindar un espectáculo. No puede decirse que es solo un deporte, es la prolongación cultural de un país, es lo que no perdonaría la gente que no tuviéramos”.[1]
“La historia de Cuba y su cultura puede escribirse a partir de procesos, supuestamente en los márgenes como el deporte, desde esos costados también se evidencian sus iluminaciones, sus límites, sus angustias y tensiones como nación”.
El genial escritor que fue Mark Twain, revolucionario por naturaleza, reconocía en el beisbol “el símbolo, la expresión exterior y visible del empuje y la lucha del siglo XIX en su furia, su desgarramiento y su estampida”. Desde los primeros años del beisbol, de su difusión y sedimentación en la Isla, los cubanos de la segunda mitad del siglo XIX reflejan esa pasión por el deporte emergente asociada a su agitación independentista. Su trasfondo cultural, espiritual, como cartografía y tradición del país ha llegado hasta nuestros días, y revitalizarlo y preservarlo, reconociéndolo como patrimonio inmaterial de la nacionalidad es un cometido que nos recuerda de forma tajante la deuda contraída hace más de siglo y medio con los precursores de esta tradición, y las generaciones que les sucedieron.
Como ejemplo de lo antes dicho, traigo a colación a tres poetas del canon insular y latinoamericano, representantes de estéticas y generaciones diferentes, pero unidos en la conciencia de reconocer ─y reconocerse en─, el beisbol como expresión de la epifanía espiritual de la nación.
Casal y “el complicado juego de pelota”
La amistad de Julián del Casal con Ramón Meza, su gran camarada y primer biógrafo ─pese a que el humor de uno distaba mucho del otro─, es todo un símbolo, porque ellos son sin dudas (caso aparte y excepcional es José Martí), no los últimos escritores cubanos del XIX, sino los primeros del XX, adelantados de esa modernidad que en la Acera del Louvre y el juego de beisbol tuvo su resonancia social como caldo de cultivo de nuestra independencia. Otros amigos comunes como el doctor Benigno Souza ─biógrafo y médico de Máximo Gómez─, el entrañable Eduardo Rosell, el ilustre pedagogo Enrique José Varona, o su querido Bonifacio Byrne, compartían por igual la pasión por el pasatiempo que devendría en el deporte preferido de una identidad en plena gestación. Similar de cercano a él es el poeta y periodista Enrique Hernández Miyares, director de La Habana Elegante, quien en carta a la hermana de Casal[2] donde le comenta de los esfuerzos en la publicación y distribución post-mortem de Bustos y rimas, menciona su viaje a Nueva York con el consocio y dramaturgo Ignacio Sarachaga, los tres cofrades muy próximos en la revista donde trabajó el poeta hasta sus últimos días, y vinculados como tantos otros de su generación a los orígenes de lo que sería el deporte nacional. Sarachaga dio a conocer en 1887 su obra Habana y Almendares, o los efectos del base ball, muy popular en la época como expresión del teatro bufo.
El Fígaro, publicación que aparece en La Habana en el año 1885, con el subtítulo de “Semanario de sports y de literatura. Órgano oficial del Baseball”, tuvo entre sus colaboradores justamente a Casal y a Hernández Miyares. Este último fue secretario del Club Bacardí Ron, versión del Almendares en los llamados Torneos de Verano, donde se mezclaban peloteros de los campeonatos de invierno con otros menos conocidos o emergentes. Sarachaga a su vez era tesorero del mismo.
Otro testimonio de cómo la pelota y las ideas separatistas nucleaban a estos amigos es que Carlos Maciá ─jugador sobresaliente en aquellos primeros años de auge beisbolero, líder natural de los jóvenes rebeldes de la Acera del Louvre y que participará en la guerra del 95, donde por su notables méritos en campaña terminó con los grados de coronel─, organizó justo en aquel memorable noviembre del 89 un almuerzo con Casal, Hernández Miyares, el tenor Ricardo Pastor y otros intelectuales.[3]
La potencia temprana de esta disciplina en la Isla la reconoce otro letrado coetáneo y amigo de Julián del Casal, Justo de Lara: “Ya hoy los jugadores de base ball cubanos pueden competir con los mejores de Estados Unidos. No olvidemos, pues, el aplauso que merecen los instructores e iniciadores del atractivo sport que desarrolla la fuerza y la destreza del cuerpo y acostumbra el carácter a la disciplina.[4] El tráfico de marinos y emigrantes provenientes del norte a los puertos cubanos, sobre todo los de La Habana y Matanzas, era tan intenso, que en fecha temprana del siglo XIX el cuadro estadístico de 1829 reporta que dos años antes entraron al puerto habanero 1 053 buques. De ellos, solo 57 eran españoles y 785 estadounidenses.[5] Esto, claro está, sería directamente proporcional a la divulgación del joven deporte por parte de estudiantes criollos y marinos norteños, en sitios que ya hemos mencionado.
“Desde los primeros años del beisbol, de su difusión y sedimentación en la Isla, los cubanos de la segunda mitad del siglo XIX reflejan esa pasión por el deporte emergente asociada a su agitación independentista”.
El dedicado investigador Urbano Martínez Carmenate, estudioso como pocos de figuras y eventos asociados a la cultura matancera, al detenerse en la influencia de origen norteamericano y cómo sus aportes contribuyeron en el siglo XIX al “espectro cultural más amplio” de esa provincia y de la Isla, incluye la relación con la pelota. “Los vínculos nunca dejaron de ensancharse. El 27 de diciembre de 1874 se juega en el Palmar de Junco el primer partido de beisbol del que se tiene completa documentación en Cuba. La práctica de ese deporte ─hoy declarado “pasatiempo nacional” en la nación─ la aprendieron los jóvenes de aquí en provechoso intercambio recreativo con los jóvenes de allá”.[6] Vale la pena destacar que Martínez Carmenate con buen juicio define ese encuentro como “el primer partido de beisbol del que se tiene completa documentación en Cuba”, y nunca como el primer juego oficial, y mucho menos como el primero de pelota reconocido en la Isla, lo cual sería un contrasentido.
Entre otros espacios de la prensa finisecular Casal colabora en La Habana Elegante, diario donde también tuvo visibilidad el deporte emergente, y en La Discusión, donde publica el 28 de noviembre de 1889 ─hace justo ciento treinta y cinco años─ su crónica sobre el libro fundacional de Wenceslao Gálvez y Delmonte, El base ball en Cuba. Historia del base ball en la Isla de Cuba, sin retratos de los principales jugadores y personas más caracterizadas en el juego citado, ni de ninguna otra (Imprenta Mercantil de los Herederos de Santiago S. Spencer, La Habana, 1889). El volumen reseñado por el poeta llevaba prólogo del médico Benjamín de Céspedes, quien “pone de manifiesto las bondades del beisbol para cultivar el cuerpo y el alma y critica los sedentarios movimientos físicos españoles”.[7] Como me recordó el buen amigo y estudioso del tema, el historiador Félix Julio Alfonso López, De Céspedes publicó en 1888, un año antes del título mencionado, La prostitución masculina en La Habana, estudio que como es de imaginar provocó un gran revuelo y del que fueron cómplices el prólogo de Casal y los comentarios de Wen Gálvez.
El texto del autor de Nieve aparece recién publicado el título de Gálvez ─autor que a su vez es celebrado en su momento por Rubén Darío─. Wen, quien era muy amigo de Casal, escribió igual sobre el poeta en vida de este, y después de su muerte. Su testimonio se encuentra recogido en un folleto con título harto debatible y provocador, Julián del Casal o un falsario de la rima (1893), de Ciriaco Sos y Gautreau, publicado justo en el año del fallecimiento del célebre escritor. El volumen está rubricado con el seudónimo César de Guanabacoa, y contiene una compilación de opiniones para comentarlas y presumiblemente desacreditarlas a tenor del mencionado título, y que incluye junto a la de Gálvez, la de otros ilustres intelectuales criollos como Enrique José Varona, Justo de Lara y Fray Candil que, al igual que el escritor y pelotero, y a diferencia del compilador, tenían en alta estima al bardo habanero.
Más allá del modernismo, está la modernidad a la que por momentos parecía negarse Casal, por “el cultivo de una melancolía innata”, aun cuando fue un hombre visceralmente citadino, que rechazó toda paz bucólica: “Tengo el impuro amor de las ciudades, / Y a este sol que ilumina las edades / Prefiero yo del gas las claridades”. Sobre esos conflictos del periodista con vocación de escritor frente a la dinámica de un público ávido de información y de un diarismo acorde con la rapidez de la vida, “[…] las palabras de Julián del Casal encierran el dilema de una modernidad que parece identificarse con la despersonalización”.[8] Por eso apuesta por el alumbrado de gas y el beisbol, y celebra el deporte muy de moda entre la juventud criolla, como en la mencionada crónica:
[…] el espíritu del lector se inicia en los secretos del complicado juego de pelota, conoce su origen, su desarrollo y sus consecuencias, comprende las causas de su popularidad, y se promete asistir al primer desafío.
El entusiasmo de los jóvenes que se escapan de las aulas para ir a la práctica; las figuras de los jugadores, ya sean del bando azul, ya del bando rojo; las desavenencias entre los partidarios de distinto club; el efecto que produce la concurrencia que asiste al espectáculo; las mil peripecias del juego; los gestos y chillidos de las turbas apiñadas en los escaños; los comentarios que hacen al terminar la fiesta, en las calles y los cafés (…).[9]
Con justicia, el autor imprescindible de nuestra literatura que es Julián del Casal está incluido en la Enciclopedia biográfica del beisbol cubano ─”un juego que lo apasionó, uniendo así su sensibilidad artístico-deportiva, a la que dedicaría tiempo y espacio en su obra”.[10]
* Conferencia en el evento “160 años de beisbol en Cuba: Origen, cultura y vínculos internacionales” (Biblioteca Nacional José Martí, 13 de diciembre de 2024). Publicada en tres partes.
Notas:
[1] Norberto Codina. Cuando el beisbol se parece al cine (Ediciones ICAIC, 2021), p. 24.
[2] Julián del Casal: Epistolario (Transcripción, compilación y notas de Leonardo Sarría. Editorial UH, La Habana, 2018), p. 250.
[3] Félix Julio Alfonso López. El juego galante. (Editorial Letras Cubanas, La Habana), 2016, pp. 266-267.
[4] Félix Julio Alfonso López. Beisbol y nación en Cuba. (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana), 2015, p. 37.
[5] Norberto Codina. Cuando el beisbol se parece al cine. Ob. Cit. p. 296.
[6] Urbano Martínez Carmenate. La ciudad ilustrada. Matanzas 1899-1902. Identidad y resistencia (Ediciones Matanzas, 2018), p. 15.
[7] Juan a. Martínez Osaba, Félix Julio Alfonso López y Yasel Porto. Enciclopedia biográfica del beisbol cubano. (Editorial José Martí, La Habana, 2015), pp. 204-205.
[8] Wilfredo Cancio Isla. Crónicas de la impaciencia. El periodismo de Alejo Carpentier. Editorial Colibrí, 2010, p. 35.
[9] Julián del Casal. Diario La Discusión, La Habana, 28 de noviembre de 1889.
[10] Juan a. Martínez Osaba, Félix Julio Alfonso López y Yasel Porto. Enciclopedia biográfica del beisbol cubano. Ob. Cit. pp. 206-207.