Cuentan los historiadores que la mujer ocupaba un sitio distinguido entre las tribus taínas del Caribe. Ellas gozaban del derecho de reunirse por separado, y a la llegada de los españoles parlamentaban junto con los hombres de igual a igual. Esta mujer, además, desplegaba un papel relevante en las ceremonias religiosas. Agregan que las taínas asumían el puesto del líder, lo que establece la más antigua preeminencia cultural de la mujer en la historia de nuestras artes.[1]
Abordar las esencias de la mujer cubana contemporánea requiere una obligada relación con nuestras predecesoras, pues resulta paradójico el lugar que ocupaban las hembras aborígenes y el de las nuestras, siglos después, sometidas a una discriminación que no les permitía llevar a cabo actividades en las que pudieran desarrollarse culturalmente ni prestar servicios útiles a la sociedad. Sin embargo, esta propia mujer era portadora de un espíritu que la hizo romper moldes convencionales para ser una auxiliar eficaz de los patriotas en la manigua, demostrar su coraje en las luchas insurreccionales a todo lo largo de nuestra historia y empoderarse hoy de la forma en que lo ha logrado. Esas esencias que la definen de alguna manera se manifiestan en el teatro cubano del siglo XXI, en correspondencia con las transformaciones sociales.
Cuando hablo de mujer y de teatro cubanos, no centro esta manifestación en personajes y actrices —que han sido por mucho tiempo la médula de la actividad teatral para las mujeres—, sino que lo extiendo a todo el diapasón que las involucra. Es indiscutible el comportamiento diferente de las féminas cubanas desde la década del 60 del pasado siglo, a partir de las oportunidades propiciadas por la sociedad, y posteriormente, por la convicción que ha ido adquiriendo sobre sus derechos, las acciones precisas dirigidas a su desarrollo, las opciones profesionales, así como las dinámicas en el intercambio y la promoción global sobre contiendas por su emancipación y conquista de un espacio digno al lado del hombre.
Todo lo expresado se verifica en el teatro, entre otros aspectos, por el abordaje de temas concernientes a conflictos sociales agudos, la posición de subalternidad de la mujer, la comprensión de su rol en la familia cubana y la contradicción al estar condicionada por los prejuicios y el machismo imperante. No podemos desvincular los años 60 de los acontecimientos sociales, políticos y culturales, ni de su repercusión en la vida nacional con contradicciones a nivel del individuo y de toda la sociedad, a raíz de las nuevas perspectivas frente a la cotidianidad y la creación artística, como sustrato básico para el proceso de renovación social. Esa impronta ha proporcionado el impulso necesario, iniciado en épocas pasadas por los movimientos feministas como corriente movilizadora de ideas de emancipación femenina, los actos protagonizados por heroínas sobresalientes de nuestras gestas independentistas, y acciones impulsadas por la Federación de Mujeres Cubanas desde su creación, con el fin de situar a la mujer en un espacio de igualdad y emprender la lucha por sus derechos.
Vale reseñar en este empeño la nueva mirada temprana a la condición femenina de equipos de investigación desde instituciones como Casa de las Américas, la Facultad de Letras de la Universidad de la Habana y, posteriormente, la creación de los Centros Nacionales de Educación Sexual y de Estudios de la Mujer, con investigaciones y tareas dirigidas al reconocimiento plural de as identidades y al enfrentamiento a la violencia física y psicológica sobre la mujer.
Con respecto al teatro, históricamente las actrices brillaban por la excelencia y creatividad. Sin embargo, a pesar de los cambios propuestos, muy pocas estaban comprometidas con otros menesteres relativos a la dirección escénica, dramaturgia, diseño y especializaciones como la producción, dirección administrativa a gran escala, aspectos tecnológicos y labores consideradas entonces más propias de los hombres. Los convencionalismos primaban aún a nivel de conciencia social, que, con el paso del tiempo y otros emprendimientos, fue transformando el panorama relativo a la emancipación de la mujer, la toma de conciencia y las demandas individuales y colectivas, en concordancia con los procesos socioculturales, formativos, y el intercambio más abierto entre países. Ello influyó favorablemente en temas, personajes, recursos de estilo, evolución del pensamiento, destierro de ataduras, liberación y pluralidad profesional en el teatro desde las últimas décadas del siglo XX cubano hasta hoy.
“El personaje femenino interactúa con los procesos sociales”
Citar nombres de grandes actrices, directoras, dramaturgas, investigadoras, diseñadoras, maestras y especialistas del teatro cubano, así como piezas memorables con personajes paradigmáticos de nuestra historiografía teatral y mujeres que han asumido roles de dirección administrativa con éxito, productoras, maquillistas y técnicas en general, engrosarían una lista que amerita mención particularizada sobre sus desempeños. Estas breves páginas no superan la pretensión de reseñar a grandes rasgos la manera en que se ha redimensionado la presencia femenina en el teatro, acoplada al interés de la mujer cubana por incorporarse a otras tareas sociales y alcanzar niveles superiores de instrucción. Ellas penetran la vida cultural desde la originalidad y una postura crítica y transformadora, con ideas y aspiraciones acordes a lo que nuestro sistema social propone, de la misma forma en que el personaje femenino interactúa con los procesos sociales.
La pluralidad de colectivos propiciada en la década de los 90 fertiliza el ejercicio teatral de las mujeres, quienes se arriesgan para poner a prueba sus potencialidades. La formación académica en las escuelas de arte ha sido definitoria en el ejercido teatral contemporáneo. Los escenarios cubanos se han nutrido con el protagonismo femenino, y las dramaturgas centran sus propuestas en enfoques novedosos sobre los conflictos existenciales. Afloran nuevos rostros al espacio público con talento y capacidad para explorar otros caminos creativos a partir de las herramientas adquiridas, del conocimiento sobre su entorno y sus raíces, amparadas en las esencias de esas heroínas de la vida y el teatro que las han precedido, en cuyo brío se asienta la mujer de la escena teatral contemporánea.
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