Ernesto Sábato: a más de medio siglo de Sobre héroes y tumbas
25/9/2018
Ernesto Sábato, Premio Cervantes de Literatura 1984, escribió, hace ya más de 50 años, esa vastísima, seductora y desconcertante obra que es Sobre héroes y tumbas. La dedicó a una mujer. A la suya, a Matilde: ella salvó la obra del fuego.
Cuando se habla de Sábato no puede obviarse un detalle que en mucho marca su vida y su obra. Aludo a la dicotomía Arte / Ciencia. Sábato obtuvo el Doctorado en Física Matemática en 1938. En 1943, apenas con 32 años, abandona esa especialidad para radicarse en Pantanillo, provincia de Córdoba: el rancho carecerá de agua y luz, pero Sábato se entregará, ya para siempre, a esa suerte de veleidosa luz y turbulenta agua que es la Literatura. Urge destacar que para esa fecha Sábato tiene ya bajo su cuidado a un hijo de 5 años. El pathos y el ethos de la profesión de fe, a priori, no deben obviarse en el argentino. No era Sábato un físico más: laboraba en el Instituto Curie, en París, la Meca de esa ciencia; más tarde en el muy famoso MTI, Instituto Tecnológico de Massachusetts. Dos años después, en 1945, publicará su primera obra ensayística, Uno y el universo, textos de corte filosófico que aluden a la engañosa neutralidad moral de la ciencia, a la deshumanización en las sociedades tecnológicas. En 1948 deambula con el manuscrito de su primera novela, la seductora El túnel, por varias editoriales bonaerenses. Rechazado por todas, la obra aparecerá, finalmente, en la revista Sur. Del núcleo del átomo a las letras, de Massachusetts a Pantanillo: Sábato lo ha logrado. Antes de hablar de literatura he preferido hablar del ethos. Ese ethos que marca toda la obra y toda la vida del argentino. El ethos —y el pathos— que marca toda obra —y toda vida— cabal.
A más de 50 años de la publicación por Seix Barral de Sobre héroes y tumbas, mucho se ha escrito sobre ella. La crítica la ha llamado “novela total”, y no ha faltado quien la haya juzgado la novela más importante escrita en la Argentina en el siglo XX. El propio Sábato, en repetidas entrevistas, admitió que resultaba su obra predilecta. Lo cierto es que toda la obra de Sábato está indisolublemente interconectada, ello puede constatarse desde los vasos comunicantes y el maderamen que, firmemente, entrelazan sus tres novelas, todo cuanto se articula entre —y desde— ellas, y las tesis de su profusa obra ensayística. He ahí un leitmotiv que signa todo el entramado. Se dice que todo autor gira una y otra vez alrededor de los mismos pozos y los mismos brocales, y aunque toda generalización nos lanza —de bruces— ante la sospecha de lo falaz, la obra de Sábato, como la de otros muchos autores, nos lleva a desdeñar lo falaz ante la evidencia de idénticos pozos y análogos brocales: El túnel (1948) , Sobre héroes y tumbas (1961) y Abbadon, el exterminador (1974) conforman una trilogía, “el abismo de la condición humana”, dejando al descubierto un vastísimo, complejo y no menos asombroso, sistema de códigos. Alguna vez Sábato, al referirse a estas novelas, sostuvo: "todas son formas de los mismos fantasmas".
Foto: Internet
En esa trilogía no solo destaca la segunda de las novelas, admirada desde su sobrecogedora magnificencia, sino deviene suerte de llave maestra para internarse en el muy vasto territorio sabatiano. Un turbión nos llevará a El Túnel para proyectarse hacia Abbadon, el exterminador. De alfa a omega. Y entre el trío se teje, en una y otra dirección, una pasmosa red de vasos comunicantes. La dicotomía Arte / Ciencia; el impacto del surrealismo; del psicoanálisis freudiano y del existencialismo —influencia que marca al autor desde el encuentro parisino con el movimiento surrealista en 1938 (El túnel recibió críticas entusiastas del mismo Albert Camus, quien la hizo traducir por Gallimard al francés)—; la insistencia en lo edípico; la obsesión con el suicidio; el incesto; todo ello aderezado con el enorme universo de simbologías sabatianas: la continua aparición en estas novelas de torres, escaleras, toda una cohorte de metamórfica y disímil zoología, reincidentes crepúsculos —crepúsculos de importancia capital en esas historias, podríamos sostener que esta novela es temporalmente crepuscular, si aludiéramos a Mijail Bajtin sostendríamos un cronotopo crepuscular, los personajes parecen refugiarse en atardeceres—, la aparición de seres no videntes, esa obsesión sabatiana con los ciegos, la no videncia como símbolo del Mal; la presencia en toda la obra (en realidad en todas sus obras) de ídolos femeninos (los personajes femeninos son siempre magnificados, siempre más notables y trascendentes que los masculinos —si Flaubert sostuvo: “Madame Bovary cest moi”, bien pudiera decirse en Sábato algo similar con respecto a Alejandra—, el mismo autor admitió se trataba del personaje que mejor lo representa); la enorme criptografía que desde estas obras alude a la Mater; la fatídica aparición de fuegos; del mundo subterráneo, laberintos; el valor de los encuentros (las tres novelas tienen por inicio encuentros, encuentros que, veladamente, devienen desencuentros —como casi todos, en la cotidianidad lo son—; el uso de no videntes como alter ego sabatianos; el regodeo en lo onírico, y todo ello ataviando los temas que obsesionaron al autor: el vacío existencial, la muerte, la soledad, la locura, el viacrucis del hombre, el caos, la crisis, todo un enmarañado calidoscopio bulle, se mueve, se agita en esta novela para la que —quizá— una primera lectura no baste.
Sobre héroes y tumbas, la segunda de las novelas de la trilogía, estaba destinada a la hoguera. El autor no creía en la posibilidad de publicarla. Sábato la inicia alrededor de 1950. Es una novela extensa, más de 500 páginas. Internamente parcelada en cuatro secciones: “El dragón y la princesa”, “Los rostros invisibles”, “Informe sobre ciegos” y “Un Dios desconocido”, se mueve en varios planos narrativos. El primero: la historia de una familia aristocrática argentina en decadencia, los Vidal Olmos, los hechos que llegan desde sus miembros por más de 150 años, todo ello hasta concluir en ese personaje —inolvidable— que es Alejandra, y ese otro, el padre, el tenebroso (y a un tiempo seductor) Fernando Vidal Olmos (buena parte de la trama de esta novela puede insertarse en la tradición del Bildungsroman, todo lector avisado recordará esas otras novelas de la novelística universal, e incluso, latinoamericana del siglo XX, focalizadas en la historia de familias, familias inmersas en el devenir temporal que las define y no pocas veces las destruye: ahí están las ficciones de García Márquez, Faulkner, Thomas Mann. El segundo de los planos narrativos: la muerte del General Juan Lavalle, el héroe de la Independencia, la trágica historia de los 170 seguidores del General que, derrotados, llevaron los restos de su jefe al norte, al exilio; esto entronca la historia personal, familiar, con las bases mismas de la historia argentina, con eso impreciso y mí(s)tico que resulta ser argentino. El tercer plano narrativo: el muy célebre “Informe sobre ciegos”, publicado en ocasiones como pieza per se, para muchos críticos el capítulo más profundo, oscuro y significativo de la novela, indudablemente el más famoso. En esa sección el autor, en busca de la más escalofriante autenticidad, migra de la 3ra. persona a la 1ra. La novela, en su mayor parte, está escrita en 3ra. persona, por momentos una 3ra. persona no muy convencional, incluso, puede advertirse la aparición de la 2da. persona en Las confesiones de Bruno. El libro se sostiene desde prolepsis y analepsis, mudas temporales que nos llevan en andas del presente al futuro, y de este, otra vez al pasado. Todo ello vigorizado desde una muy tortuosa relación amorosa entre Martín y la mítica Alejandra, relación que toma cuerpo en El dragón y la princesa, otra de las secciones de esta novela que fuera publicada por separado. He de advertir algo: los seres masculinos que no han leído la novela, una vez se enfrenten a ella, inexorablemente, quedarán enamorados de Alejandra.
El “Informe sobre ciegos” alude a un extraño complot demoníaco y milenario regido por una —supuesta— Secta Sagrada de los Ciegos, secta que rige los hilos que gobiernan el mundo. La pesquisa de Vidal Olmos parte de esa porción visible de Buenos Aires, visión de superficie, para hundirse en "escaleras", "laberintos", "pasadizos", "subterráneos", las cloacas mismas de la ciudad. De la luz a las sombras. Diversas fueron las interpretaciones de esta sección de la novela, lo onírico y lo alucinante baten alas desde lo existencial /metafísico para erigirse en alegoría de los temores más sobrecogedores del hombre. Recuérdese las palabras de Sábato: "Hay cierta belleza en el horror". Ante la pregunta de una periodista acerca del significado de esta sección de la novela el autor adujo: “Muchas veces me preguntan eso y otras tantas les respondo que esas páginas las escribí en un mes y no sé qué significan”. Lo cierto resulta que se trata de una de las más potentes incursiones del surrealismo en la novela latinoamericana, alegoría filosófica acerca del hombre, del aislamiento ante la muerte, el enigma de la existencia, la coexistencia del bien y del mal, el fatum en la condición de vencedor de este último. En El escritor y sus fantasmas, ensayo del autor, puede leerse: "La ceguera es una metáfora de las tinieblas, un descenso a los infiernos o un descenso al tenebroso mundo del inconsciente, es la vuelta a la madre o al útero, es la noche". He aquí el cúmulo de obsesiones sabatianas: la madre, el útero, las tinieblas, la ceguera, los descensos, el inconsciente. Los ciegos asoman como uno de los elementos más discutidos en la obra de Ernesto Sábato. Él mismo ha repetido: sus ciegos no aluden en modo alguno a ciegos reales, esos de carne y hueso, no, los ciegos funcionan en Sábato enmarcados como arquetipos, símbolos, representaciones del mal. "Mi conclusión es obvia: sigue gobernando el Príncipe de las Tinieblas. Y ese gobierno se hace mediante la Secta Sagrada de los Ciegos". El autor, incluso, recibió quejas por parte de diversas asociaciones de ciegos. Las últimas líneas del "Informe sobre ciegos" son impactantes: "Aquí termino, pues, mi Informe, que guardo en un lugar en que la Secta no pueda hallarlo". Por más de 50 años se ha hablado de ese final, heme aquí hoy debatiéndolo. Fernando Vidal Olmos, émulo de Homero, Virgilio y Dante, protagoniza un descenso a los infiernos. Descenso en el que, desde luego, quedamos implicados todos.
Lo onírico y lo alucinante baten alas desde lo existencial /metafísico para erigirse en alegoría de los temores más
sobrecogedores del hombre. Recuérdese las palabras de Sábato: "Hay cierta belleza en el horror". Foto: Internet
Sobre héroes y tumbas exhibe un comienzo apocalíptico: una muy breve crónica policial informa de los disparos que hace Alejandra a su padre y el incendio posterior en el que también ella encuentra la muerte. La obra culmina con la huida de Martín al sur (recuérdese las huestes de Lavalle transportando el cuerpo sin vida del militar al norte). El derrotado sin vida es trasladado al norte; Martín, en busca de vida, se va al sur. El sur como símbolo, vía, reinicio, atisbo de esperanza. Aludiendo a inicios y finales no puede obviarse que Sábato siente una muy particular predilección por trastocar esos términos, imbricar unos en otros, desvelar el final precisamente en los inicios, el autor desea que toda dilucidación arribe desde los postulados filosóficos, existenciales, humanos que arrastran a los personajes. Sobre héroes y tumbas puede ser tomada como una novela de tesis. En “Informe sobre ciegos” Vidal Olmos comienza lanzándonos a la cara: "¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato?". En Sobre héroes y tumbas se tiene esa crónica policial —Noticia preliminar, así la ha nombrado el autor—, en la que nos presenta la muerte de Alejandra, de su padre, el incendio. En la primera de las novelas de Sábato, El túnel, desde las primeras páginas, se nos presenta el asesinato de una mujer, leeremos la obra como la historia de ese crimen.
Entre los elementos distintivos de Sábato resulta imposible no citar la muy particular relación del narrador con el lector. El lector debe internarse en las profundidades del metatexto, el autor supone un lector conocedor de esa trilogía, ello tiene lugar, por ejemplo, cuando en Sobre héroes y tumbas el narrador expone teorías sobre hechos y personajes de El túnel. Los vasos comunicantes no solo suponen que las aguas de una novela lleven al autor a otra, ese turbión arrastra por fuerza al lector. Como planteara Mario Benedetti en Crítica cómplice, el autor exige la participación activa, cómplice, Sábato exige al lector su cuota de demiurgo, su cuota de coautor no solo en la decodificación de sus múltiples simbologías, sino en el llenado de ciertas áreas oscuras.
Sábato no deja de homenajear a Borges, en algún momento de la novela podemos leer: “Caminaban por la calle Perú; apretándole un brazo, Bruno le señaló a un hombre que caminaba delante de ellos, ayudado con un bastón. —Borges. Cuando estuvieron cerca, Bruno lo saludó. Martín se encontró con una mano pequeña, casi sin huesos ni energía. Su cara parecía haber sido dibujada y luego borrada a medias con una goma. Tartamudeaba. —Es amigo de Alejandra Vidal Olmos”. Y el padre Rinaldini nos dice: “Es un escritor ingenioso, seudificador. O, como dicen los ingleses, sofisticado”. Por cinco páginas se extienden los juicios sobre Borges, algunos duros, otros laudatorios.
El libro se sumerge en los tópicos más trascendentes de la idiosincrasia argentina: Borges, el fútbol, la política, los inmigrantes, qué es ser argentinos, se pregunta, la historia de la burguesía de esa nación, el tango, los bares de Buenos Aires.
Lo edípico y el incesto han sido elementos claves en la obra de Sábato. El incesto, que asoma inicialmente en El túnel, regresa, esta vez como cimiento mismo de Sobre héroes y tumbas. En Abaddón… re/asoman las relaciones incestuosas. Otro de los elementos de primer orden: la recurrencia del elemento maternal. Y, sin embargo, las relaciones que mantienen Martín y la madre, así como Alejandra y el padre, resultan destructivas.
Aludimos a la metamórfica zoología que se mueve en las páginas de este argentino genial: la fobia a las ratas (algo que comparte con el praguense Franz Kafka), fobia que se extiende a murciélagos, serpientes, sapos. En cada una de las novelas los protagonistas suelen "transformarse", onirismo mediante, en animales, en El Túnel uno de los personajes deviene pájaro; en Sobre héroes y tumbas Fernando Vidal Olmos se corporiza en pez; Sabato (sin acento, alter ego del autor en Abaddón el exterminador) se metamorfosea en murciélago (ojo: murciélago: animal ciego). Desde su viacrucis por el subsuelo bonaerense nos dice Fernando Vidal Olmos: "fui hombre y pez, fui batracio, fui un gran pájaro prehistórico… Entonces fui una serpiente… Después, pulpo… Fui entonces vampiro… Fui entonces sátiro gigante… Luego fui también pájaro de fuego, hombre-serpiente, rata fálica"
Los personajes de Sábato son los fantasmas que negaron sosiego al autor. Ahí están Alejandra, Bruno Bassán, Martín del Castillo, cada uno asediado por el bien y el mal, posiciones que los mueven (y nos mueven a nosotros, sus lectores) desde la aceptación más rotunda al rechazo más claro, a menudo todo ello en un mismo personaje, personajes unos destinados a hundirse en esas obsesiones, otros a luchar contra ellas, quién sabe si a emerger victoriosos. Nada está, no obstante, más a las antípodas en Sábato que el vulgar maniqueísmo: los personajes resultan en extremo complejos, polifacéticos. Fernando Vidal Olmos, en “Informe sobre ciegos”, nos dice: “Me considero un canalla y no tengo el menor respeto por mi persona”, para inmediatamente acotar: “Al menos me considero honesto”. Otro de los personajes, Bruno, dice a Martín: "En cambio yo… ¿qué soy yo? Una especie de contemplativo solitario, un inútil".
Existe un tercer grupo de personajes: los humildes, los pobres de grandeza infinita, personajes que si bien pueden ser secundarios (y cuidado: pueden resultar esenciales, puntos de fuga, eminencias grises), conforman casi una horda en Sábato.
Un cuarto grupo de personajes puede identificarse entre aquellos que representan los poderes del mal, el mundo de los Ciegos, la Secta, arquetipo de lo malvado.
Los personajes femeninos (y el pensamiento vuela —enamorado— a Alejandra Vidal), rebosantes de intensidad y profundidad, misteriosas, movientes y semovientes en el caos, conflictivas, atractivas hasta seducirnos, vigorosas, decididas, determinadas, animadas de una fuerza muy superior a la que sostiene a los personajes masculinos.
En uno de sus ensayos, Apologías y rechazos, nos dice Sábato: "Al incorporarse sobre las dos patas traseras, un extraño animal abandona para siempre la felicidad zoológica para inaugurar la infelicidad metafísica…". A más de medio siglo de la publicación de Sobre héroes y tumbas, esa novela, fastuosa y enorme, los fantasmas y obsesiones que asediaran al autor allá en Santos Lugres —lugar de mítico nombre para vivir un escritor— no solo deambulan por el mundo, sino que han acumulado un ectoplasma que amenaza con aniquilar la vida. Las crisis que agobiaran al autor bullen hoy con fuerza de hecatombe. Una secta de Ciegos domina hoy el Mundo y lo pretende llevar al Mal. La decisión del autor de enfrentarse al caos es la decisión que anima hoy a la mayoría de la humanidad.
La tesis sabatiana que reconoce el conocimiento como generador del Mal es solo una de las posibilidades. La peor. No necesariamente obligatoria. La novela concluye con ese viaje de Martín hacia el sur en busca de esperanza: Martín que solo entonces advierte esa paz purísima que por vez primera entraba en su alma atormentada. El conocimiento es el Bien, nos legó un día Sócrates. El Bien es la esperanza. O la asegura. Eso lo sabía Ernesto Sábato. Eso buscaba precisamente Martín. La esperanza. Quizá ese sea el fin primero y último de la Literatura. El fin primero y último del hombre.