Leer Idas[1] de Alpidio Alonso me hizo recordar el aserto de Char que reafirma que, siendo el designio de la poesía volvernos soberanos haciéndonos impersonales, tocamos, gracias al poema, la plenitud de aquello que no estaba sino bosquejado o deformado por las jactancias del individuo. Los poemas son puntas de existencia incorruptibles que arrojamos a las fauces repugnantes de la muerte, pero con suficiente altura como para que, rebotando sobre ellas, caigan en el mundo nominador de la unidad.[2]

“Encontramos aquí idas que son venidas, cantos, resurrecciones, flujos dialécticos diminutos que se reconcilian con el carácter transitorio de la existencia y la desnudez emblemática y señera de la naturaleza”. Imagen: Tomada de Pixabay

Los poemas allí agrupados nos confiesan que el mundo cambia y es uno, y que si el poeta tiene conexión con algo es con la naturaleza. Transidos de su ritmo vital, todo se erige en un canto, en un tributo, en una parte imantada de ella:

8
La siembra que
en la segada rama
permanece.

36
Ramas tejen una escala de luz,
se elevan a su propio contrapunto.

O acaso es la leyenda de venir del árbol y ser el árbol.

7
Árboles de copa llena,
algo menos otros,
en la vara viva los hay.
Orgullosos de sí.

24
Cada puerta es un árbol por donde acude el cielo;
cada escalón el tálamo de dos que se desnudan.

De la importancia del símbolo del árbol hablé hace muchos años con su autor. Más bien él fue quien me hizo reparar en tal metáfora y lo crucial que era para su poética, prestigiosa y antiquísima, de enorme densidad acumulada por siglos de poesía y convivencia con el ser humano. El árbol es siempre continuidad y crecimiento. Estos poemas, que contienen el aire del haiku, son raptos cosmovisivos que colocan en festón reforzado a la naturaleza; un estado yendo al otro que llega a conformar la armazón espléndida del universo:

9
Árbol: raíz del humo.
Humo: pregón del fuego.

10
La flor del humo
abriendo su corola
entre rescoldos.[3]

“El árbol es siempre continuidad y crecimiento”.

Es la flor materia del fuego, y el fuego, materia de la flor; es la poesía ornándose en la naturaleza. Y el poeta nos recuerda que en sus trances de despojo es bella la naturaleza, lo que nos lleva sin transiciones a esa estrofa emblemática de Martí de los Versos sencillos:

Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.

Porque el mundo es cambio y es uno, y el bien está dentro del mal, y hay belleza en casi todos los gestos de la naturaleza, mostrándose como una verdad indeleble el enlace, el carácter dialéctico del mundo, y el transitorio y finito de la existencia. Así, en los gestos, se va el mundo, con los gestos se va el mundo. Pasa lejos de lo perfecto un tramo de impureza donde se clavan las imágenes que hablan, escuetas, cosmovisivas. Y puede lo impredecible de la naturaleza encarnar y dar “ritmo” a todas las cosas, porque se establece un eje vertical del mundo donde el cielo y el árbol son contiguos. Y en los accidentes la naturaleza se suplanta con la naturaleza:

35
Bajo el eco de las hojas, una voz que nos llega.
Otra voz. Y el eco de esa voz.

42
Ocurre el pedernal,
y se insinúa
el ala en el incendio
y la intemperie.

Es la danza inusitada de los opuestos donde la naturaleza sustituye a la naturaleza, donde nos gana su decursar dialéctico. Donde el vuelo resignifica al pájaro, y lo suplanta:

39
Pirámides del vuelo
tú padeces
la penumbra del pájaro.

Y así vagamos por la calma, ritmo, contemplación y tránsito que envuelve a la naturaleza en condescendencia con lo ascensional. Varios de estos hermosos textos breves tienen la cualidad de ars poetica donde se crean mundos en los que la posible dificultad o dolor para edificarlos forma parte de esa belleza, o en los que el autor ya es su obra inevitablemente y sin regreso, con una nada que es el todo de la verdad creándose.[4] Muchos de estos textos juntan de súbito epopeya y leyenda, y son diurnos algunos, mientras que otros son textos enjaezados con la noche. Wittgenstein decía que Kleist escribió alguna vez que el poeta preferiría trasmitir los pensamientos sin utilizar palabras: qué extraña confesión. Algo de eso sugieren estos poemas, “donde se tratará de descubrir —no importa si directa o indirectamente— una realidad simbólica”.[5] Encontramos aquí idas que son venidas, cantos, resurrecciones, flujos dialécticos diminutos que se reconcilian con el carácter transitorio de la existencia y la desnudez emblemática y señera de la naturaleza.


Notas:

[1] Alpidio Alonso Grau: Idas. Ediciones Unión, La Habana, 2012. El cuaderno tiene prólogo de Roberto Manzano y numerosas y aladas ilustraciones de Eduardo Guerra que pudieran leerse como una poesía paralela.

[2] René Char: “El mundo en ramas”, La Letra del Escriba, no. 151, La Habana, p. 7.

[3] Esta podría ser una variante del mismo poema:

Nacen las ruinas
como un indeseable
alumbramiento.

[4] 3
Escribir: echar nadas a la redoma.

4
Cautivo de sus propias palabras.
Preso dentro del círculo de sombra
del poema.

14
Roer
tu propia
soledad,
sorber el jugo
podrido
de la nada.

[5] Cesare Pavese: El oficio de vivir. El oficio de poeta. Editorial Bruguera, Barcelona, 1979, p. 32.

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