Entre dos aguas, la del río Sena y una pertinaz llovizna, tuvo lugar este viernes la inauguración de las Olimpiadas en París. Por el río hicieron su entrada las delegaciones de deportistas que se dieron cita en la Ciudad Luz. Al final del recorrido, toda iluminada, a la manera de una novia, aguardaba la Torre Eiffel, el monumento más visitado del mundo. Obra del ingeniero francés Gustavo Eiffel, su imponente estructura fue concebida para presidir la Exposición Internacional de París, en 1889, en ocasión del Centenario de la Revolución Francesa.
Pero, como sucede siempre con todo lo nuevo, muchos fueron los detractores del proyecto de Eiffel. El pueblo de París se opuso a su construcción por considerarla demasiado fea, alta… y de hierro; por lo que dio en llamarla Nuestra Señora del Chatarrero. También el compositor Carlos Gounod y el novelista Alejandro Dumas, hijo, dejaron constancia de su protesta por escrito. Y Guy de Mauppassant expresó su disgusto marchándose de París por el tiempo que duró su construcción. No obstante, nada ni nadie impidió que dos millones de visitantes ascendieran a ella en su primer año. Tampoco francés alguno pensó que un desterrado político cubano, del lado joven del Atlántico, fuera su mejor cronista y anfitrión.
“Vamos a la Exposición ―escribe José Martí en La Edad de Oro (Septiembre, 1889, No. 3)―, a esta visita que se están haciendo las razas humanas […] vamos a subir por encima de las catedrales más altas, a la cúpula de la torre de hierro […] ¡El mundo entero va ahora como moviéndose en el mar, con todos los pueblos humanos a bordo, y del barco del mundo, la torre es el mástil!”.[1]
“Vamos a la Olimpiada”, decimos hoy al visualizar las imágenes televisadas de la inauguración. De hecho, ante la compleja realidad del mundo actual, los organizadores del magno evento deportivo se propusieron centrar un mensaje de carácter universal: la diversidad en la unidad: fortalecer la unión entre los pueblos y sus culturas, y desterrar toda manifestación de odio y confrontación.
Al igual que la auténtica cultura, el deporte une; hace de sus exponentes más notables en sus respectivas disciplinas deportivas, verdaderos héroes de su pueblo y de toda la sociedad. Sus éxitos, más que nunca, nos convocan a visualizar el sueño mayor de nuestro Héroe Nacional: “Patria es humanidad”. El notable diseño de luces de la Torre Eiffel y el globo aerostático elevándose con la llama olímpica en la noche de París, también parecen ser imágenes augurales de ese sueño martiano. Mientras “Himno al amor”, la inmortal canción de Édith Piaf, interpretada en esta ocasión por la cantante canadiense Céline Dion, parece darle voz. En tanto, entre dos aguas, en lo más alto de la cúpula de la torre de hierro, “ha hecho su nido una golondrina”.[2]
Notas:
[1] José Martí: “La Exposición de París”, en La Edad de Oro, Obras Completas, t. 18, pp. 408 y 414.
[2] Ibídem, p. 414.