Para el filósofo Aristóteles, entelequia es el espacio de perfección hacia el cual tiende cada especie de ser. Sobre esta ilustre base filosófica se sustenta la exposición homónima del artista visual Duvier del Dago, en el propicio espacio de perfección de la Galería Villa Manuela de la Uneac.
A decir verdad, en mi opinión, Duvier no busca tanto intimidarnos como ayudarnos a intimar con aquellos artefactos y situaciones que hacen del ser humano no solo nuestro semejante, sino también la especie reinante —por el momento— en el planeta. En aras de realizar este propósito, basa su propuesta expositiva en un dibujo con apego a la ilustración, cuyo aparente didactismo deviene un hecho cognitivo en relación directa con temáticas de gran interés y actualidad, incluso, a veces, en contrapunto visual con el muy socorrido recurso lúdico de la representación de una imagen a partir de entrelazar líneas al dictado de un orden numérico.
Esta particular entelequia, se muestra orgánica, en razón de que apela a una concepción del dibujo basada en un trasiego radiográfico de la figura representada, sea esta la de un objeto de consumo o de placer. En consecuencia, las Entelequias de Duvier tienen en el dibujo la causa expresiva esencial de su imaginario. Un imaginario que se aviene con el desarrollo tecnológico acumulado por la sociedad durante siglos, pero que nuestro artista lo sintetiza y proclama desde su propio tiempo histórico, en tanto se autorrealiza en recrearlo y visualizarlo en su valor identitario y social más actual.
De ahí que sus dibujos sean una radiografía de los humanos, tanto como de los objetos creados por su ilimitada inteligencia. Y, de ahí también, que sus dibujos se manifiesten a partir de dos colores: el rojo y el negro —a veces pienso que algo tiene que ver con Stendhal… Pero, volvamos a lo nuestro.
“El ser humano sólo acumula experiencia tecnológica y científica; en cuanto a los sentimientos, sigue siendo el mismo, aunque aparente ser otro”.
El dibujo en rojo es el asidero de la forma; en negro, la propia forma. Este segundo color —en este caso, se trata como tal— define la realidad de lo creado, sea un automóvil, un ave o una mujer en pose para publicitar un traje playero; mientras que el rojo nos resitúa en su estructura más íntima, sea de hueso o metal, como para develarnos la génesis de su pasado más actual, sin que por ello se resienta lo propositivo del mensaje.
Podríamos concluir con Duvier, que el ser humano sólo acumula experiencia tecnológica y científica; en cuanto a los sentimientos, los buenos y los malos, sigue siendo el mismo, aunque al deslizar su mano sobre el cuerpo de una mujer o sobre la carrocería de un objeto de óptimo diseño, aparente ser otro.