Enredes sociales
15/2/2021
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Todos hablan.
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Todos hablan. Escuchar ya es otra cosa.
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Es un modo nuevo de hablar, inesperado, con el cual nos hemos dado de bruces. En un inicio parecía que era sencillo, noble y sano. Todos conectados a micrófonos abiertos, sin horarios ni fronteras.
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Se dijo que era imprescindible que cada ser humano participara de esta fiesta democratizadora donde por fin nadie carecía del derecho a decir lo suyo. La libertad era hablar.
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Por The social dilemma sabemos con más certeza que la relación con las redes sociales puede ser adictiva, y que hay una intención —más o menos perversa, pero definitivamente consciente e interesada— de mantener al usuario enredado. Que quiera siempre, que abra el teléfono. Gente muy capaz y talentosa cobra mucho dinero por crear anzuelos digitales que debemos morder para que otra gente muy sagaz y ambiciosa gane descomunales cantidades de dinero.
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y que hay una intención —más o menos perversa, pero definitivamente consciente e interesada—
de mantener al usuario enredado”. Ilustración: Brady Izquierdo
Yo sé de esto tanto como tú, soy un usuario simple. No soy muy social en el mundo real y poco social en las redes. Debuté con Facebook en 2009 y tengo solo 373 amigos. Entré a Instagram un ratico y no me quedé mucho. Tantas imágenes me aturden. “Eres un viejo”, dice mi hijo de 14 años. Estoy por cumplir 55. Él no tiene Facebook ni Instagram, pero ha jugado a ser youtuber y una parte sustancial de su cosmovisión la ha construido interactuando con internet en su celular.
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Tuve un malentendido con un amigo real por el uso del término amigo en el mundo virtual. Cuando dijo amigo, mi amigo se estaba refiriendo a otra cosa. En el fondo es solo una palabra, qué más da. Los creadores de Facebook pudieron haber elegido otra. Enlace, por ejemplo. O vínculo.
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¿Cuántos vínculos tienes en Facebook? Suena raro, pero pudo haber sido.
En el mundo real, un amigo es algo importante. Sobre todo es algo medianamente exclusivo. Excepto Roberto Carlos, no es común que alguien tenga o aspire a tener un millón de amigos. Yo no tengo 373 amigos reales.
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Las redes sociales demandan atención y respuesta permanentes. Nuestra conducta se engancha pegajosamente a eso. Los amigos esperan nuestra reacción a sus posts con algo, aunque sea un like. No reaccionar está mal visto, se entiende como indiferencia. Y los likes se cuentan y nuestro estado de ánimo puede llegar a depender de los likes que recibimos, de las visitas que tenemos. Se enreda uno.
Estoy diciendo lo obvio. No merezco ni un like.
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Tantas imágenes me aturden. Cosa rara que un diseñador diga eso. Perdón, debí decir que me dedico al diseño gráfico. En las redes sociales uno “ve pasar” una cantidad de imágenes que resulta abrumadora. Al retornar en búsqueda de una que vimos apenas unos segundos atrás, deslizamos la pantalla con el dedo… fue ahorita mismo… debe estar cerca. No. No tanto: entre aquella y la más reciente hemos visto pasar muchas más de las que somos capaces de recordar. ¿Para qué tanto? ¿Qué hacemos con eso? ¿Qué nos hace eso?
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Me he descubierto posteando en Facebook como quien habla para la historia. Qué sensación tan rara. Uno tiene su verdad y quiere compartirla no con alguien en particular —que para eso haría una llamada, o tocaría un hombro o una puerta— sino con el universo y con la historia. Creo que las redes nos vuelven presumidos. Hablamos y nos sentimos hablar. Estos megáfonos virtuales no son propicios para la modestia.
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El muro de Facebook, que es lo que yo conozco, es la promiscuidad misma. El que postea exhibe, el que pasa mira. Y pasa mucha gente. Un amigo reaccionó molesto a un comentario que creyó inadecuado señalando que el otro andaba “merodeando por su muro”. Algo así como ¿por qué te metes?
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En la esquina caliente beisbolera del Parque Central nadie puede ser señalado como intruso. Los del centro hablan, pero no siempre escuchan; a su alrededor los que escuchan, alientan y solo puntualmente aportan algo. Los del centro gritan su punto de vista y lo defienden como mejor les parece, con pasión desenfrenada y poca disciplina argumentativa. Esas son sus reglas. Uno entra si quiere, sale cuando quiere, o solo escucha. Es un foro abierto con un único tema.
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A veces las redes se calientan también.
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“Elegir tu verdad y enarbolarla”. Me parece recordar que así decía una parte del lema de La Voz de América, emisora que yo escuchaba en secreto siendo estudiante de secundaria. Elegir y enarbolar, no dialogar.
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Es complicado dialogar en las redes. La ausencia de información visual, en específico del rostro de los interlocutores, es caldo de cultivo para malentendidos. Las palabras pueden ser muy ambiguas y son los códigos no verbales los que asientan el sentido de lo dicho. La entonación, en primer lugar. Los gestos, la mirada, la postura corporal. Es complicado remplazar eso con signos supratipográficos, con emoticones, o con stickers o gifs animados. Sigo diciendo lo obvio pero terminaré la frase: las redes parecen la arena ideal para el debate, pero son demasiado movedizas.
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La verdad se ha vuelto movediza también. Nunca fue fácil enmarcarla; sin embargo, ahora es más sencillo que nunca esquivar las preguntas y sostener castillos de naipes. En el reguero de voces los argumentos se diluyen.
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En 2010, antes de que todos tuviéramos acceso estable a internet, propuse a un grupo de amigos una modalidad de intercambio basada en el correo electrónico. A partir de un pie forzado y escribiendo siempre con copia a todos, hicimos varias rondas de comentarios, crítica o franca burla sobre lo que nos apasionaba, el arte del cartel. Cada ronda tenía un tema y los participantes nos tomábamos el tiempo para responder por escrito y muchas veces con imágenes. Lo llamé Paredón. La intención era practicar la reflexión y ejercer la crítica sobre nuestra propia obra, a camisa quitada y gatillo ligero.
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Destaco un elemento clave: el tiempo. Lo rudimentario del procedimiento propiciaba una lectura tranquila y la preparación (muchas veces elaborada) de la intervención propia. No era un entorno proclive a salidas tipo jajajajajaja.
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En la redes sociales todo es efímero. Ya fue.
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No me inclino por legislar, sino por educar. Parece inevitable que el mundo vaya en su totalidad hacia lo virtual. Pronto las redes serán otra cosa, sin clic ni enter; estarán todo el tiempo delante nuestro, o dentro tal vez. Desde la educación debería ser posible “configurar” de otra manera a los hablantes para que mejoremos nuestra interacción, con todo lo provechoso que tienen las redes y preservando el valor del silencio. Porque la vida (de momento) sigue estando en otra parte.
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Dice el cantor: Hay tantas luces en la sala, tanta gente que nos llama, que no se oye nada. Parece que es definitivo. Se rompe todo y todo vuelve a comenzar.
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