En enero el tiempo resucita. No importan los malos augurios convocados por los difíciles días que dejamos atrás. Por muy extenuados que estemos, renacer con el año que despunta es actitud común. No hay sitio para el pesimismo siempre que nos animen la decisión y los empeños por crecer.
En uno de sus poemas más conocidos, fechado el 1 de enero de 1959, Roberto Fernández Retamar pregunta: “Nosotros, los sobrevivientes, ¿a quiénes debemos la sobrevida?” Transcurridos 65 años de formulada la interrogante quizás podamos responder, desde un contexto nuevo: “de alguna forma también nos la debemos a nosotros”.
Hemos sobrevivido, ya no a la lucha armada contra una sangrienta dictadura (durísima tarea de la generación precedente), sino al hostigamiento imperial, a nuestros propios entusiasmos ingenuos, a los desastres naturales, a los errores tácticos, a la incomprensión y posterior validación de nuestras críticas, al desmontaje de todo un bloque político al amparo del cual crecimos como nunca antes en nuestra historia. Todo lo hicimos pensando en el nosotros de mañana: una manera altruista de sobrevivir.
“A los amaneceres de año nuevo los suponemos siempre luminosos y promisorios. A nuestra sensibilidad acuden cielos más amplios, montañas más adormecidas por boscajes cantores y aves danzantes, mares más espumosos y solemnes; sentimos deseos de empezarlo todo como estuvo en los inicios del mundo”.
Este nuevo enero convoca también a reestrenar la sobrevivencia: la crisis arreció, la agresividad del enemigo y las carencias aumentaron de modo exponencial. Pero seguimos en la labor, no solo para beneficios personales, sino pensando todos (o casi todos) para todos. Y es que el proyecto de redención que nos mueve tiene como meta la conquista de un humanismo que disiente del doble rasero con que los poderosos se apropian de esas nobles esencias y las mueven y capitalizan como si fueran dólares.
A los amaneceres de año nuevo los suponemos siempre luminosos y promisorios. A nuestra sensibilidad acuden cielos más amplios, montañas más adormecidas por boscajes cantores y aves danzantes, mares más espumosos y solemnes; sentimos deseos de empezarlo todo como estuvo en los inicios del mundo. Octavio Paz, en la primera estrofa de su poema “Primero de enero” nos invita a la celebración pensante:
Las puertas del año se abren,
como las del lenguaje,
hacia lo desconocido.
Anoche me dijiste:
mañana
habrá que trazar unos signos,
dibujar un paisaje, tejer una trama
sobre la doble página
del papel y del día.
Mañana habrá que inventar,
de nuevo,
la realidad de este mundo.[1]
Puede que en nuestro país algunos piensen que no hay motivos para la reactivación de la esperanza. Los últimos tres años han sido de dolorosos retrocesos en nuestro nivel de vida: la ya citada escasez, pandemia, fenómenos naturales, sumados a reformas en lo económico-social cuya efectividad aún no vemos, han hecho crecer indeseados lagos de escepticismo en sectores de la población. El escepticismo de los hostiles nos toca por plantilla, pero el de los afines nos llega por costados dolorosos.
Se necesita un sólido sentido de la historia para superar la impresión de que no retrocedemos hacia un estado de cosas superadas por los programas de la Revolución: el nuevo dibujo de los estratos sociales (ricos y pobres) derivado del arribo de un pujante —y hasta ahora no muy comprometido— sector privado, a lo que se le añade la imposibilidad del presupuesto estatal para sostener, con todas sus excelencias, el amplísimo repertorio de beneficios sociales (salud, cultura y educación los más sensibles) pueden desatar grandes fuerzas desmovilizadoras del ideario justiciero que nos es inherente si nos acuartelamos en la mirada inmediata.
“Se necesita un sólido sentido de la historia para superar la impresión de que no retrocedemos hacia un estado de cosas superadas por los programas de la Revolución”.
Una atmósfera de fracaso es lo que necesitan quienes aspiran a someternos. Y algo han logrado, atendiendo al recrudecimiento del cerco económico que nos imponen y a lo radical de los giros que imponen los nuevos conceptos con que tratamos de hacer andar nuestro proyecto descolonizador. Al sector pensante intentan inocularle la creencia de que andamos por los caminos de un neoliberalismo culposo que, pese a los esfuerzos por conjurarlo, acabará imponiendo su holograma en el horizonte.
Se equivocan los que suponen que un regreso al pasado es posible, como mismo lo es un desplome hacia el neoliberalismo pujante. Terminamos 2023 con muchas insatisfacciones, incluso con predicciones de decrecimiento económico como saldo del año. La constante revisión de lo que hacemos es garantía de lucha y renovaciones potenciales. El que iniciamos será un año de nuevos replanteos, de nuevos proyectos que llaman a filas a muchas productividades perdidas para conjurar con ello la ineficacia y rescatar, en todo su esplendor, las más bellas esencias de una sociedad donde el bienestar crezca constantemente. Cambiar todo lo que deba ser cambiado (la ineficiencia, pero también la incompetencia que contribuye a la falta de resultados) sigue siendo la máxima a seguir.
Somos a la vez acreedores y deudores. La descolonización no es un fenómeno espontáneo: su abultado costo lo venimos pagando con sangre y privaciones desde que el primer colonizador puso un pie sobre estas y otras tierras. Nuestra deuda es con la historia, con la multitud de desposeídos que nos ven como ejemplo de la utopía posible. Nuestras ganancias: la soberanía, las altas cotas de igualdad conseguidas, el crecimiento espiritual y el prestigio, que nos hacen crecer sobre los obstáculos. El año que iniciaremos seguramente nos traerá nuevas luces y nuevos o viejos obstáculos a rebasar.
“El que iniciamos será un año de nuevos replanteos, de nuevos proyectos que llaman a filas a muchas productividades perdidas para conjurar con ello la ineficacia y rescatar, en todo su esplendor, las más bellas esencias de una sociedad donde el bienestar crezca constantemente”.
Seguro las recetas para doblegarnos serán de la misma naturaleza. Difícil para el enemigo sorprendernos. Nosotros mismos sí podríamos andar a ciegas si no aguzamos el paneo sobre todos los horizontes posibles.
Aquí está enero. No es un mes cualquiera para nosotros. Nos toca celebrar. Empiezo a hacerlo con Walt Whitman:
La tierra, eso es suficiente,
No quiero que se acerquen las constelaciones,
Sé que están muy bien donde están,
Sé que bastan a quien les pertenece.[2]
Y termino con Roque Dalton:
Yo, como tú,
amo el amor, la vida, el dulce encanto
de las cosas, el paisaje
celeste de los días de enero.
También mi sangre bulle
y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.
Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan, de todos.
Y que mis venas no terminan en mí
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.[3]
Notas:
[1] Octavio Paz: “Primero de enero”, Tercera Vía. Mx, 01/01/2017 [en línea, disponible en: https://terceravia.mx/2017/01/primero-enero-poema-octavio-paz-abrir-las-puertas-los-desconocido/], [fecha de consulta, 19/12/023].
[2] Walt Whitman: “Canción del camino abierto”, en Magia Bruta, septiembre 17 de 2013, [en línea, disponible en https://magiabruta.wordpress.com/2013/09/17/cancion-del-camino-abierto/], [fecha de consulta, 19/12/2023].
[3] Roque Dalton: “Como tú”: Poesi.as [en línea, disponible en https://www.poesi.as › rdg15], [fecha de consulta, 19/12/2023].