El triunfo del liberalismo capitalista, tras un largo proceso de lucha de clases a nivel internacional en el siglo pasado, ha traído de nuevo una profunda crisis económica con sus consecuencias de paro obrero, descenso en el nivel de vida y carestía de los productos básicos, retroceso en las condiciones laborales, desprecio por los problemas medioambientales, explotación de la condición femenina, etc.
Esas dificultades económicas conllevan también importantes problemas políticos que se han traducido en el desarrollo de diversos conflictos bélicos, acompañados del ascenso de la extrema derecha al poder en numerosos estados del mundo. El fascismo es una consecuencia de la crisis capitalista, y cuanto más profunda se haga la crisis, más frágiles serán los mecanismos para sostener el actual orden social. Como consecuencia, la respuesta de las clases dominantes se hará más radical, mientras tengan recursos para forzar la marcha de la historia. La respuesta de las oligarquías dominantes a la debilidad del sistema consiste en incrementar la violencia de su dominación.
El fascismo es consecuencia de la debilidad del imperialismo. El triunfo de la extrema derecha en numerosos países de Europa es un síntoma de la profundidad de la crisis de la dominación liberal, tanto en sus aspectos económicos como políticos. Si la señora Meloni ha triunfado en las elecciones italianas es porque se prevé un duro ajuste de las condiciones económicas en los próximos meses, derivado de la escasez de energía y la depresión de la producción. El sistema social, dominado por el capital financiero, favorece la creación de movimientos fascistas, en previsión de las revueltas populares que pueden estallar ante las dificultades presentes.
El fascismo es un recurso extremo para sostener el sistema mediante la violencia contra las clases trabajadoras. Se alimenta de la guerra, de la corrupción de las clases dominantes y la desmoralización de los trabajadores ante la derrota política. En primer lugar, la guerra introduce la violencia en las relaciones sociales, favoreciendo la dominación de los más fuertes. Segundo, la corrupción destruye los bienes públicos empobreciendo a los trabajadores. Tercero, la derrota de la clase obrera ha sido causada por la represión de los movimientos sociales, por la cultura individualista en la sociedad de consumo y por la insuficiencia de las instituciones obreras para contrarrestar esa deriva hacia la extrema derecha.
“El fascismo no puede triunfar porque es inconsistente por su propia esencia”.
El fascismo se desarrolla porque el imperialismo no ha podido derrotar al bloque asiático que se ha consolidado en la última década ante las agresiones de la OTAN. Se trata de una falsa moralización de las sociedades desarrolladas para fomentar el desprecio a los diferentes —extranjeros, mujeres, transgénero, inmigrantes, minusválidos, etc.—, de modo que la violencia en contra de ellos sea aceptable socialmente. Se basa en la mentira programada y alimenta los conflictos dentro y fuera del estado para sostenerse. Favorece el desarrollo de actitudes criminales en contra de los derechos humanos universales.
El fascismo no puede triunfar porque es inconsistente por su propia esencia. Está en contra de la naturaleza humana, racional y solidaria. Su triunfo significaría la destrucción de la civilización y hasta de la propia humanidad en las próximas décadas. Combatir el fascismo es el primer deber de toda persona consciente de la grave coyuntura política que estamos viviendo.
El próximo 30 de octubre celebraremos un Encuentro Antifascista en Mollina, comarca de Antequera (Málaga). Esta asamblea quiere constituirse como un llamamiento para formar un amplio movimiento social que pueda contrarrestar las inercias políticas de la sociedad imperialista que conducen al triunfo de la irracionalidad y la insolidaridad.
¡Viva el movimiento antifascista internacional!
¡Viva la lucha de la clase obrera!
¡Viva el Congreso por la memoria histórica!