Tuve la dicha generacional de poder disfrutar del estreno de varias series de la Televisión Cubana que, indudablemente, mantienen hoy una impresionante factura. Una de ellas se está retransmitiendo en estos momentos cada sábado en la noche, titulada En silencio ha tenido que ser. Era muy común para los niños de aquella época que jugáramos a ser David o Reinier, y que las escenas de acción todos quisiéramos repetirlas en esos juegos de barrio.

Luego el círculo de personajes se agrandaba cuando llegaron a nuestras pantallas dos entregas más: Julito el Pescador y Para empezar a vivir, las cuales fueron concebidas como parte del homenaje al XX Aniversario del triunfo de la Revolución y que paralelamente a la proyección televisiva, también salieron a la venta en forma de historietas, pero con las fotos y personajes reales como en la TV.

Yo estudiaba música cuando el estreno de En silencio… y la moda —sobre todo para nosotros los guitarristas— era tocar el tema principal, al igual que incorporar otras canciones de la Nueva Trova y así, sin saberlo, éramos parte indirecta de toda la efervescencia sonora de aquella época, a la vez que sin saberlo estábamos tocando un clásico de la música cubana.

Luego el tiempo pasó, y ya no jugábamos en el barrio con una pistola de madera (de aquellas que vendían en las afueras del otrora Hospital Infantil Pedro Borrás en El Vedado) sino que vendrían otros seriales y aventuras que también llamarían mi atención desde varias aristas, siendo las bandas sonoras la principal.

Pero resulta que un día y muchos años después, en el Instituto Preuniversitario del Vedado “Saúl Delgado” (en el cual solo cursé el 10mo. grado por razones diversas), conocí a un joven de mi edad llamado David Sirgado, al que le decían Davicito, y que componía canciones con su voz rajada y se pasaba horas trovando en el parque frente al Saúl junto a otros más que íbamos y veníamos, unos de público y otros cantando junto a él, faltando muchas veces a clases, obviamente.

Eran tiempos hermosos, tengo que reconocerlo. Al principio una especie de burla rodeaba el hecho de conocer a Davicito, por su apellido inusual y que se prestaba a que se lo “cambiáramos” para dar pie a la mofa —normal, inmadura— de nuestra edad. Todos teníamos 15 años.

Su apellido era raro, a veces impronunciable, pero en alguna parte de mi cabeza me sonaba familiar, porque conocía de nombre a un músico con el mismo apellido, aunque en mi mundo adolescente no entendía el parentesco. Un día Josué, uno de los más bromistas del piquete me dijo que David le debía su nombre al personaje de En silencio…, y por supuesto que me reí en su cara.

Pero la curiosidad ha matado ya a muchos gatos, y entre canciones, cigarros, disfonías y aguaceros en el parque de 23 y C, un día le pregunté a Davicito si aquello era verdad además de otra pregunta que estaba dando vueltas en mi interior sobre su apellido y que le hice sin vacilar. A las dos me dijo que si: sobre su papá y el origen de su nombre, y sobre su hermano mayor, artista al que yo no conocía personalmente pero que era muy mencionado en mi escuela de música por ser bajista y guitarrista.

Luego de mi experiencia del preuniversitario, David y yo cogimos diferentes caminos en lo referente a escuelas, aunque continuamos la música, y de vez en vez nos veíamos en actividades, conciertos y cantatas donde su presencia se iba acrecentando como trovador.

“Aún lo imagino con su guitarra, su gorrita multicolor sin visera y su pelo semi largo, fumando y riéndose”.

Y llegó un día de principios de la década de 1990 donde David fue mi vecino, y entonces las trovadas, el roncito de las veladas, la presencia de apagones en el barrio y en lugares donde íbamos a verlo cantar —gracias al Período Especial— nos volvieron a unir, además de su buen carácter y su risa constante.

Fueron nuevamente tiempos hermosos, como amigos y vecinos.

Recuerdo la gala por el 4 de abril de 1990 en el parque Maceo cuando después de acabada la misma, Fidel (el primero en llegar y el último en irse) se reunió con todos los participantes en el concierto, y donde yo había participado como parte de un coro de estudiantes de la Escuela Nacional de Arte. Allí estaba Davicito también, pues había sido invitado a cantar gracias a Amaury Pérez, director artístico del concierto. Cómo éramos vecinos y socios, nos habíamos ido juntos para allá desde tempranito, y luego durante los ensayos me dijo: no te vayas, espérame para que conozcas al “Caballo” porque después vamos los artistas a hablar con él, ya está cuadrado con Amaury para que entres conmigo.

Yo, conociendo las bromas de mi socio, no le hice mucho caso, pero apenas se acabó el concierto y se regó la voz de que Fidel iba para la parte de atrás de la tarima donde actuamos, me fui colando hasta que la seguridad del Comandante no me dejó continuar. En eso, dentro del mar de artistas que iban pasando, del torrente de empujones una mano sale y me dice: “dale métete aquí conmigo”.

Era David, que venía con Sara, Pepe Ordás y Amaury y les explica a los compañeros encargados de la seguridad que yo iba con ellos, que era del coro y que debía pasar también. Así pude entrar, no a un protocolo con alfombra roja ni bebidas caras, sino a una improvisada reunión donde por supuesto solo estuve mirando mientras Fidel conversaba animadamente con cada uno de los artistas que habían actuado. Así era David, bromista pero serio, y buen socio.

Poco tiempo después, el barrio y la música conoceríamos la dolorosa noticia de su muerte en un accidente automovilístico fuera del país, estando de gira en 1996. Aún lo imagino con su guitarra, su gorrita multicolor sin visera y su pelo semi largo, fumando y riéndose.

Un tiempo después, se mudaría al apartamento donde había vivido Davicito un hombre de mirada profunda y de mediana estatura, canoso y ya con unos 60 años aproximadamente, o al menos eso aparentaba. La noticia no se hizo esperar, era el papá de David. Su nombre, Nicolás Sirgado.

Nicolás Alberto Sirgado Ros quien, bajo el pseudónimo de Nerón para esos órganos, se mantuvo durante más de 10 años penetrando y burlando a la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Imagen: Tomada de Cubadebate

Apenas tuve la oportunidad y la confianza, le hice la misma pregunta que le hicieron miles de veces durante toda su vida: ¿Usted fue el verdadero David de En silencio ha tenido que ser? Nicolás, mas bromista que nadie, siempre con su cigarro y su mirada seria, se reía y me decía que no, que en realidad había sido uno de los tantos agentes de la Seguridad del Estado en los cuales se había inspirado la serie, por su servicio, pero que David era la sumatoria de varias historias. Entonces yo le hacía la otra interrogante que todos le hacían: ¿entonces por qué le pusiste David a uno de tus hijos?

Siempre se reía, y sus ojos brillaban por momentos, a pesar del dolor.

“…nunca se adjudicó mérito histórico ni personal alguno más allá de haber sido uno de los tantos que enfrentó al enemigo, uno de los tantos que sacrificó su identidad en el más y muchas veces indeseado anonimato”.

Y así, de vecinos —yo de la edad de su fallecido hijo David y él con su buen humor— hablábamos todos los días, de muchas cosas. Pero fundamentalmente de la serie, del guion de Nilda Rodríguez y Abelardo Vidal (apodado “el Cojo Vidal”), de la asesoría de Félix Pita Rodríguez, de Jesús “Chucho” Cabrera, el director y mi decano del Instituto Superior de Arte.

Me hablaba de cómo se manejaban algunas misiones de aquellos años, cómo era cierto que se transmitían mensajes cifrados en aparatos de radio de onda corta, de cómo Fabián Escalante fue pieza fundamental en el nacimiento de los tres seriales y de la vinculación de hechos reales junto a elementos de ficción, propios de una puesta televisiva, además de conocerle en su época al frente del DSE y haber sido atendido directamente por él.

Pero nunca se adjudicó mérito histórico ni personal alguno más allá de haber sido uno de los tantos que enfrentó al enemigo, uno de los tantos que sacrificó su identidad en el más y muchas veces indeseado anonimato. Siempre recordaba con mucha austeridad el día que fue develado su rol como agente de la Seguridad del Estado, realizada por Fidel en un acto público.

“Hoy nuestra TV trasmite nuevamente una de las series más recordadas y que narra la vida de Fernando, el agente David del G-2 cubano”.

También me hablaba mucho de la música, de la participación de su hijo Nicolacito (así también le decíamos) en el grupo de José María Vitier durante varios años, sobre todo porque este fue quien grabó la guitarra que inicia el tema, y luego el bajo eléctrico, así como de otras historias. Pero siempre, o casi siempre terminábamos hablando de música, increíblemente.

Un día en el barrio supimos que estaba enfermo, y comenzamos a ver el deterioro físico causado por una enfermedad irreversible. Su hijo menor Noel, así como Nicolás, el estelar artista que yo conocía de nombre desde que era un estudiante de música, además de su familia, le acompañaron siempre hasta su lamentable fallecimiento en el 2013.

Hoy nuestra TV trasmite nuevamente una de las series más recordadas y que narra la vida de Fernando, el agente David del G-2 cubano. Hoy recordamos a una generación de los mejores actores de la radio, el teatro, el cine y la televisión en Cuba (Sergio Corrieri, Mario Balmaseda, Juan Carlos Romero, René de la Cruz, Enrique Almirante, Diana Rosa Suárez, Reynaldo Miravalles, Manuel Porto y más).

Hoy me recuerdo frente a mi televisor Krim blanco y negro, y luego jugando a ser David o Reinier con mi pistola de madera. Hoy recuerdo tocar En silencio… en mi guitarra a los nueve años. Hoy recuerdo a Davicito, a Nicolás y a otros en mi familia que también han vivido en absoluto anonimato.

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