En ningún lugar como en casa: de utopías y realidades
7/12/2020
La más amplia exposición personal de Alexis Leyva Machado (Kcho) se exhibe en estos momentos en el edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Como sabemos, Kcho es un fenómeno dentro del panorama artístico nacional y, me atrevería a decir, internacional. Para constatar lo anterior, basta con mencionar algunos hechos de su relevante carrera. Con solo 22 años el joven artista fue seleccionado para exponer en el MNBA; un par de años después su obra llegó al prestigioso Museo Reina Sofía de Madrid, España, y luego fue incluida en la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA, por sus siglas en inglés). En 1995 obtuvo el gran premio en la Bienal de Kwangju y el premio Unesco por la Promoción de las Artes, en París. Una ojeada a su hoja curricular nos conduce por un itinerario de lujo, con muestras personales en la Casa de las Américas de La Habana, el Museo de Arte Contemporáneo de los Ángeles, el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, entre otros.
Su más reciente muestra, En ningún lugar como en casa, debió inaugurarse el 19 de abril de este año, pero la pandemia de la COVID-19 lo impidió. Originalmente la expo iba a extenderse a la sala transitoria de la tercera planta y mostraría parte del trabajo comunitario realizado en el Museo Orgánico Romerillo, creado por el artista. Más de siete meses después, la exhibición debió ser reajustada en lo concerniente a la distribución de espacios. Antes de acceder al Museo se aprecian esculturas realizadas en metal. Una vez dentro, observamos que gran parte del anchuroso patio está ocupado por una impactante cantidad de obras. A lo anterior se suma la presencia de paneles con textos y videos explicativos —subtitulados en inglés y explicados con lenguaje de señas, pues dar a conocer su obra entre la comunidad sorda siempre fue un sueño para el artista.
Si bien se extraña cierta amplitud, necesaria para que “respiren” algunas obras multidimensionales, esta densa exposición nos revela una imagen afín a la personalidad intensa de Kcho y a su incesante práctica creativa; refleja su ímpetu como estilo de vida y su visión épica acerca de álgidos temas actuales, los cuales, considero, van más allá de los límites del archipiélago donde nació y se insertan en preocupaciones sobre la identidad y las tragedias de un mundo globalizado. Se trata de una creación que habla de la verdad histórica y sociocultural, sin caer en la grandilocuencia ni en la trivialidad.
Una de las ventajas de esta exhibición consiste en la posibilidad de apreciar tres décadas de trabajo, lo cual ha sido una insistencia de Kcho en las entrevistas que le realizara antes de la inauguración. Según él, casi todos en Cuba creen conocer su obra, sin embargo, una parte significativa de esta ha sido expuesta fuera del país y, agregaría yo, solo es conocida por los especialistas a través de catálogos internacionales. En ningún lugar como en casa permite, por tanto, asistir presencialmente a una convergencia de obras que han marcado hito en su quehacer artístico durante treinta años. Así, pasamos por “Cómo el garabato se parece a Cuba” (1992) y “Regata” (1993), hasta las instalaciones más recientes.
La mirada de Kcho detecta en las formas simples de la naturaleza la poesía viva capaz de evocar complejas verdades sociales, culturales e históricas. Sin embargo, no se trata de una visión simplista, sino de una perspectiva que se ha nutrido de sus constantes viajes por el mundo y sus visitas a los museos más famosos.
Resulta interesante cómo, a pesar de recurrir a reiteradas formas u objetos, es imposible hallar estereotipos primitivistas que el artista haya podido tomar como fácil pretexto. Su obra parece transida de un sedimento solemne que a veces se ve engrandecido por el formato o, sencillamente, por el estremecedor impacto que se genera entre el peso del tema visual sugerido y la cruda humildad del recurso empleado.
Una travesía con Kcho va más allá de reconocer su empleo de los materiales pobres del entorno (arte povera o arte pobre); implica apreciar el concepto de viaje como metáfora de la realidad insular que nos devuelve en sus propulsores oxidados, sus precarias balsas o el solitario muelle titulado “El camino de la nostalgia”, donde una vez más es recurrente la emigración del sur hacia el norte. También se encuentran en esta exposición creaciones ya conocidas, como las espirales de marabú que homenajean la obra de Tatlin (“Monumento a la III Internacional”) y la de Lam (por su título, “La jungla”), así como obras muy recientes como “Desde el convulso año de mi nacimiento” (2020), considerada por el artista como una suerte de autorretrato instalativo. Asimismo, volvemos a detenernos ante sus muebles domésticos encaramados sobre altos remos, correspondientes a la muestra personal Núcleos del tiempo (Galería Villa Manuela de la UNEAC, 2004).
Este itinerario implica algo más que el encuentro con viejas y nuevas obras; es realmente un convite para examinar su creación. Kcho habla alto sobre la precariedad, al tiempo que la inserta como estrategia lúcida para realizar un arte muy contemporáneo llevado a escala colosal (“El pensador”). Sus tácticas nos devuelven los relatos que otros grandes artistas construyeron para la historia del arte —el land art (arte tierra), el arte povera, el arte de participación social, el arte procesual—, pero con una connotación propia, personal, marcada de igual modo por su afiliación geográfica, rodeada de mar, ya que nació en la Isla de la Juventud.
La curadora de En ningún lugar como en casa, Corina Matamoros, imprescindible de citar aquí por ser una de las expertas en su obra, ha referido en otra ocasión: “Kcho ha aprendido a ver la vida con los ojos de la escultura. (…) La escultura se ha convertido en el mecanismo de su pensamiento, en el encuadre visual de las lentes de sus ojos y en la fórmula personal de su emotividad”.
Otra de las lecturas hechas a esta exposición antológica nos lleva hacia una versatilidad que, para quienes conocemos el quehacer del artista, es siempre gratificante. Hay muchísimos dibujos en la presente muestra. La gráfica es una perenne línea de interés para el artista, lo cual es demostrado por el taller de grabado que sostuvo Kcho desde abril hasta la fecha, donde otros artistas participan mientras es visitado por los espectadores.
Por otra parte, la línea de inserción social, pensada desde un concepto de democratización del arte, ha sido una constante en la actuación de Kcho y no podría separarse del continuum de su obra toda. De hecho, se me hace indispensable mencionarla, ya que se observa como un deseo que el artista lleva a la vida con la fundación de la Brigada Artística Marta Machado —que tuvo su origen en la Isla de la Juventud después de la afectación vivida por los huracanes de 2008, y que ha llevado a cabo acciones tanto en el país, como fuera de este, recuérdese Haití. A la labor de atención social — desmarcada de cualquier elitismo y evidenciada a través del apoyo a construcciones de viviendas y escuelas, y la ejecución de espectáculos, exposiciones, obras teatro y proyecciones de películas en zonas afectadas socialmente, se suman el ya conocido Museo Orgánico Romerillo y el Proyecto de Utilidad Social (2014).
En el diálogo que sostuvimos, Kcho me comentó que ha preferido conservar sus obras, a lo largo de todos estos años, con una perspectiva pública. Podría argumentarse mucho más sobre este artista cubano. Las miradas sobre su obra no han sido siempre elogiosas. Le conocemos como una personalidad polémica e impetuosa; un creador visual cuyo concepto del arte como práctica social se ha vinculado intrínsecamente a nociones de utopía que ha cumplido en la vida real y que ha sostenido con voluntad férrea en un mundo que allá afuera, a ratos, parece derrumbarse.
“El arte es un gesto”, me dijo de repente. Hace solo unos días, mientras le entrevistaba en Bellas Artes, donde los trabajadores de Kcho Estudio Romerillo montaban la gran exposición inaugurada el pasado 3 de diciembre, vislumbré una exhibición ineludible aquí en su “casa”, donde los cubanos tenemos la posibilidad de aquilatar su obra.