En el centro del movimiento intelectual de su tiempo

Nancy Morejón
16/11/2017

El prestigio de Mirta Aguirre como una de las cervantistas más significativas de la segunda mitad del siglo XX en Cuba se enriqueció con su entregado ejercicio de la docencia en la Universidad de La Habana, desde el 14 de febrero de 1962 hasta su muerte. Habiendo cultivado como pocos la poesía, la polémica y el periodismo, Mirta estuvo en el centro de un movimiento intelectual forjado en la Isla anteponiendo, la mayoría de las veces, sus deberes civiles al disfrute de la creación literaria. Fue faro, fue luz, fue semilla para nosotros sus alumnos, aquel día de febrero cuando nos fue dado empezar a disfrutar de una Reforma Universitaria anhelada desde el nacimiento de una república manca y conquistada por las más puras tradiciones revolucionarias ya para entonces a la vanguardia de nuestra vida toda… A su memoria, van estos versos escritos en el umbral del siglo XXI:

 

Casa emboscada

 

Mirta Aguirre habita esa casa emboscada

en lo alto de una colina medieval.

Tocar a su puerta

—bordada por hojas silvestres

y una humareda blanca

que trajo Don Quijote

desde la Vía Láctea—

es una dicha necesaria.

Al alba,

cuando el viajero descubre su rostro

y decide reposar frente a esa puerta,

Mirta se apresta a darle abrigo.

Los pobres de la tierra

podrán encontrar siempre,

en medio de la sala pequeña,

una lección aprovechable de sabiduría

humana, fija en cualquier página de un libro

que Mirta ha colocado

junto al fuego ascendente

e invencible que nos da lumbre

y reconforta el corazón.

Los que atraviesen los umbrales

de esta casa emboscada

verán también,

fuera del tiempo,

las aguas transparentes inundándolo todo

hasta llegar a la buhardilla en donde

Mirta toma asiento para escuchar la voz de Juan Cristóbal

(clamando en el desierto)

y las fugas de Bach.

Los que atraviesen sus columnas de madera tangible

y alcancen la luz que resplandece hacia el final,

van a ser sorprendidos por un huerto

en cuyo fondo retador

Mirta logró sembrar un cactus grande,

de verde tan intenso

como el de los prados que escoltaron a Sancho.

Y en la punta de tanta espina,

una asombrosa y suave flor dormida

que todos ya vamos contemplando

en su pleamar de estrella.

 

(Poema incluido en La quinta de los molinos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2000)