Un breve fragmento de esta entrevista apareció por primera vez y como adelanto en La Jiribilla, el 3 de marzo de 2020, a unas horas de conocerse la noticia del fallecimiento del poeta. Su transcripción completa sería publicada unas semanas después en la revista Casa de las Américas, en su número 299, correspondiente a abril-junio de 2020. Este 20 de enero se cumplen cien años del natalicio de Ernesto Cardenal en la colonial, con medio milenio de fundada, ciudad nicaragüense de Granada. Con ese motivo publicamos una versión reducida de la misma —que no incluye, amén de otros fragmentos, su prédica en Malmö—, como merecido tributo a su memoria, recordando las palabras de su amigo, editor y lector, Roberto Fernández Retamar, al hablar de cómo su vida de intelectual y ciudadano, “se trenzó cada vez más con la revolución, en especial de su pueblo, pero también del resto del planeta”, y citando al propio Cardenal, “pidamos a Dios que se haga su revolución en la tierra como en el cielo”. [1]

 “La Tierra está en el Cielo”. Ernesto Cardenal tiene la palabra (fragmentos)

…arderé pero eso no es otra cosa que un hecho,
ya seguiremos discutiendo en la eternidad…

Miguel Servet, teólogo y científico español

En mayo de 1990 —hace la friolera de treinta años—, durante los espléndidos días del Festival Internacional de Poesía de Malmö, entrevisté a Ernesto Cardenal, conversación que hasta hoy ha permanecido inédita. El encuentro para el diálogo tuvo lugar en la casa de Federico Ferrando II, intelectual uruguayo que por entonces dirigía la Revista del Sur, publicación de arte y literatura del exilio latinoamericano en Suecia, donde alguna vez, como otros autores cubanos, colaboré. Igual estuvieron presentes el también uruguayo, artista plástico y amigo de años, Pepe Viñoles, la poeta nicaragüense Daisy Zamora, y otro viejo amigo, el escritor de Caibarién Emilio Comas Paret. Pepe, que sigue viviendo en el Malmö de sus amores, rememora –aun hoy, después de tanto tiempo– las circunstancias de aquella conversación sobre poesía que “le arrancaste a Cardenal entre el humo de un asado en el balcón, que Federico no acababa nunca de servir y que recuerdo motivó la queja de un enojado vecino vikingo”.

Roberto Fernández Retamar: “(…) se trenzó cada vez más con la revolución, en especial de su pueblo, pero también del resto del planeta”. Foto: Archivo Casa de las Américas

La grabación, en las dos caras de un viejo casete de sesenta minutos, donde el mal audio, la humedad y el tiempo hicieron lo suyo, devino mucho después en una transcripción irregular, donde se perdieron algunas palabras, pero que en esencia recoge el espíritu de aquella, para mí, memorable tertulia.

Ahora doy a conocer la entrevista completa —hasta donde pude rescatarla, incluyendo entre corchetes palabras perdidas o comentarios míos—, como justo homenaje al gran latinoamericano fallecido a los 95 años el domingo primero de marzo, respetando en lo posible la versión original, incluyendo reiteraciones y giros lingüísticos, que reproducen el decir particular del poeta de Solentiname, lo cual me corroboraron mi yerno, Tiago Genoveze, quien lo trató cuando durante año y medio impartió un taller de fotografía en el archipiélago; o una amiga común de toda una vida y una de sus primeras editoras, la escritora norteamericana Margarte Randall.

“Como escribiera su entrañable Cintio Vitier, el recordado poeta nicaragüense se propuso ‘expresar el mundo circundante y ayudar a transformarlo o mejorarlo, a partir del lenguaje mismo de la realidad’”.

Con la encuesta dialoga y se religa de forma orgánica la prédica que impartiera en esos días en una ceremonia ecuménica en la Iglesia Caroli, de la misma ciudad —ceremonia a la que asistí con Pepe y Emilio—, y cuya copia transcrita en el programa de mano he conservado […] Tanto nuestra conversación como sus palabras en aquel emotivo servicio que ofreció en una sencilla iglesia sueca —Caroli es el nombre que se le puso en honor del rey Karl XI, quien autorizó en 1683 a una congregación protestante alemana su construcción—, estaban signadas por los sucesos que ocupaban a su patria a menos de un mes de haber tomado el poder la oposición aupada por el gobierno de los Estados Unidos.

Debo agradecer, no importa el amplio período transcurrido, a los organizadores del festival en las personas del poeta Lasse Söderberg —gestor y animador principal—, y de nuestro compatriota y otro hijo de Caibarién, residente en Suecia, el escritor René Vázquez Díaz, sus atenciones, y en particular la dedicación generosa a Cardenal, tomando en cuenta los difíciles días que estaba viviendo la causa sandinista.

Como escribiera su entrañable Cintio Vitier, el recordado poeta nicaragüense se propuso “expresar el mundo circundante y ayudar a transformarlo o mejorarlo, a partir del lenguaje mismo de la realidad”.

 Ernesto Cardenal tiene la palabra:

[A un determinado tipo de poesía podríamos] llamarle hermética, también surrealista, en el sentido de que está fuera de la realidad, de toda realidad, y la otra es una poesía que trata de comunicar, que trata de ser concreta y no abstracta. Entonces en Nicaragua, como la poesía es una cosa que nos motiva mucho y motiva polémicas, son temas que se debaten […] Bueno, yo creo que el tema no tiene importancia, porque se puede escribir, digamos, un poema sobre el Che, sobre el amor, y el poema es malo; se puede escribir sobre algo en apariencia no literario y el poema es bueno. Entonces no es el tema. A nosotros algunas veces nos han calumniado de que el tema y de que la poesía debe ser política, y es mentira, nunca hemos dicho eso. En primer lugar, no lo practicamos nosotros y si nosotros no lo hacemos ¿cómo vamos a estar diciéndole a los poetas jóvenes que la poesía tiene que ser política? Lo que yo digo es que la poesía debe comunicar, cualquier cosa que sea: puede comunicar una experiencia política, social, económica, porque yo creo que también la economía puede inspirar también: la deuda externa, lo que sea ¿no?, y tiene claves que fácilmente se pueden considerar poesía, componerlos un poco y quedan textos poéticos, pero podría también escribir una poesía que no comunique nada. Yo creo que el poeta tiene libertad de escribir cualquier cosa, y de escribir si quiere para que nadie lo entienda, perfectamente, tiene libertad, pero que no se queje después de que no lo leen o que no lo entienden, porque hay algunos que se quejan. En Nicaragua tenemos poetas jóvenes que nos atacan a los poetas que tenemos una celebridad inmerecida, dicen ellos, y cosas así, y que muchas ediciones, mucha traducción falsamente célebre. Y es porque ellos sienten que nadie los conoce, nadie los traduce, nadie los lee, pero es que tampoco están escribiendo una cosa que comunique nada. Tienen todo el derecho de escribir algo que no comunique, pero no tienen por qué quejarse después si no se les entiende.

“Yo creo que el poeta tiene libertad de escribir cualquier cosa, y de escribir si quiere para que nadie lo entienda, perfectamente, tiene libertad, pero que no se queje después de que no lo leen o que no lo entienden, porque hay algunos que se quejan”.

Distintas gentes escriben para otra generación: Carlos Martínez Rivas, por ejemplo, y muchas veces no nos estamos entendiendo, él está escribiendo no para nosotros sino para el siglo futuro. Escriben para el pueblo, pero para otro, los que van a nacer. Están escribiendo de una forma muy difícil de entender, aunque tal vez después sea una obra muy clara, como cuando Einstein hizo su teoría de la relatividad… que solo una persona en el mundo la entendía: Einstein. Ya después la entendieron una docena de personas o como quinientos, y después ya la entendió todo el mundo. Bueno, todo el mundo no, porque, por ejemplo, yo no la he entendido. Y lo mismo ha pasado con la poesía ¿no? Un poeta como Carlos Martínez, un poeta que muchas veces es hermético, y algunas veces no, pero todos decimos ¿para qué escribe esto? Nosotros no lo entendemos, pero él puede estar escribiendo para otra generación. La cuestión es si se debe de escribir para alguien o si no, no quejarse de que a uno no le den el premio Nobel o que no lo publiquen ni siquiera en provincias, o que lo publiquen por intrigas y amistades o amiguismo, y se quede la edición.

[…] en Nicaragua la primera influencia que uno tiene es Rubén Darío. Mi primer poema fue a los siete años o seis, creo que todavía no escribía, pero lo decía de memoria, para Darío, y es porque oía a mi papá leer. Pero eso no se puede llamar ni influencia ni nada. Después García Lorca y Neruda, para nosotros, digamos a los 16 años, eran referente, pero también lo era Alberti. Para Carlos Martínez y para mí, que éramos como gemelos, de la misma edad, y con las mismas lecturas, Alberti y Lorca eran iguales de grandes, y Neruda. Un poquito después conocimos a Vallejo, que hasta me pareció muy joven todavía, después uno va teniendo toda clase de influencia, que fue una cosa que yo adoré muchísimo. Así uno se va llenando… Aleixandre me influyó mucho. Hubo una época muy surrealista en mi juventud… esta cosa misteriosa. Después hacemos lecturas que a uno ya no le significan nada.

La poesía norteamericana, la poesía yanqui que José Coronel Urtecho traducía en voz alta, leyéndola él en español, nos fascinaba. Él estaba preparando una antología de poesía norteamericana, y eso me impactó tanto que resolví estudiar literatura y aprender inglés para conocer la literatura yanqui, y eso fue lo que me empezó a influir y a cambiar la dirección de mi poesía, después de unos años como de crisis que tuve, en que casi no escribía. […] hasta que comencé a escribir los primeros poemas, que ya fueron los que me dieron a conocer.

Hicimos una antología muy grande [2], que ahora Retamar quiere publicar de nuevo en Cuba, la que hicimos en Aguilar de poesía norteamericana, y ojalá la publique porque ninguna editorial quiere hacerla, ni en España, ni en ninguna parte. Pero es un libro muy grande, como de quinientas páginas, de traducción de norteamericanos, desde los indios pieles rojas hasta los de la generación beat, que eran los últimos que había en esa época.

[En cuanto a si existe influencia generacional en su estilo poético expresa:] No. ¿Por qué? Ya yo llegué viejo, a estos años, con un estilo, digamos, ya orientado por la poesía norteamericana. La poesía de mi generación más bien era un poco dada a la abstracción. Hay una reciente biografía [del monje, ensayista y poeta estadunidense Thomas Merton] donde el autor, con muchas notas al pie, y con testimonios y papeles de Merton, cartas suyas, sostiene que Merton fue influido por mí en su poesía, que su poesía cambió después de nuestro contacto, sobre todo cuando empezó a escribir poesía política y social, y a abordar temas que yo había abordado en cuanto a la política latinoamericana… Eso sostiene el autor, y es posible, lo que sucede es que Merton me influyó a mí inmensamente ¿no?, en lo religioso y en todo lo demás, no en la poesía, fue como un florecimiento para mí. [3]  Sí, porque me hizo cambiar mi esquema religioso. Me dio una formación religiosa, pero esa formación que él me dio fue desbaratarme todos los esquemas, porque yo lo que tenía era un catolicismo convencional, que podríamos llamar ahora “retrógrado”. Cada vez iba descubriendo cosas nuevas, y llegaba un momento en que me desconcertaba, cuando él decía que toda esta vida en el monasterio era una payasada, un circo. Y a mí, que llegaba con todo el entusiasmo del recién convertido, del novicio deslumbrado por todo eso nuevo, me rompía todos los esquemas; y que dijera que tuvieras que hacer payasadas, cuando toda tu vida la has volcado hacia eso ¿no? Él lo hacía un poco exprofeso, tal vez para sacudirme ¿no?

“Ya yo llegué viejo, a estos años, con un estilo, digamos, ya orientado por la poesía norteamericana. La poesía de mi generación más bien era un poco dada a la abstracción”.

O si no, teníamos la dirección espiritual para hablar de las cosas místicas, contemplativas, y él entonces empezaba a preguntarme qué sabía de Nicaragua, de Somoza, de la caída del dictador tal, y de otras cosas, y contaba sus anécdotas de la vida del país, y hablábamos una serie de cosas, así hasta que se acababa el tiempo. Yo decía: bueno, estoy conversando con este gran místico, este gran maestro y guía espiritual, admirado en el mundo entero de la mística, y solo tengo un momento determinado con él, y he desperdiciado todo este tiempo y hemos hablado de París, hemos hablado de Somoza, de Pérez Jiménez. Entonces, se acababa el tiempo, y era media hora, una hora al principio, después, media hora, entonces decía, bueno, se acabó. ¿Hay alguna pregunta, algún problema? Y yo encontraba que no tenía ninguno. De repente me di cuenta de que lo que me está enseñando es que la vida espiritual, la vida mística, la vida contemplativa, es la vida, es todo, que no hay que hacer una separación y, además, que no tengo problemas. Una vez le dije que resulta que no tengo ningún problema, y me dice: “Pues hay que alegrarse”. Otros probablemente llegaban muy cargados de problemas y todo, y la formación que fue dándome fue esa, y haciéndose ver que yo tenía que ser el mismo que había sido antes, con los mismos intereses, la misma lectura, los mismos involucramientos en política, etcétera.

“A mí me gusta mucho y ahora estoy repitiendo, sobre todo en mis poemas, que la Tierra está en el cielo, ya desde Copérnico”.

[…] Merton murió sin haber llegado a ser marxista, pero lo hubiera llegado a ser. La última conferencia que él dio, pocas horas antes de su muerte, fue sobre cristianismo y marxismo; dio su conferencia, fueron a almorzar, después del almuerzo y de la siesta iban a hacer preguntas y lo encontraron muerto […] un escritor norteamericano que no me conoce a mí, que no ha estado en Nicaragua, considera a Merton como precursor de la Revolución de Nicaragua, diciendo que a través de su influencia en mí, él influyó en Nicaragua para que en Nicaragua hubiera todo un ambiente entre los cristianos progresistas de integración a la revolución, que hay mucho de Merton en eso y en la influencia que él hizo de esa forma indirecta en la Revolución de Nicaragua.

[A propósito de un comentario mío sobre sus simpatías con la Teología de la Liberación, expresa:] Me gusta mucho decir como decía Jesucristo: el Reino de los cielos, porque no decía Reino de Dios, sino Reino de los cielos, por lo menos en San Mateo, porque la palabra de Dios para los judíos era una palabra que no se debía pronunciar por respeto ¿no?, entonces como eufemismo decían: el Reino de los cielos. A mí me gusta mucho y ahora estoy repitiendo, sobre todo en mis poemas, que la Tierra está en el cielo, ya desde Copérnico. Jesús reconoce que la tierra está en el cielo, y que el Reino de los cielos es el reino de la Tierra y que hay una comunidad de millones o trillones de planetas habitados con la misma evolución y hacia la misma revolución que nosotros […]

Coda

Después de publicada esta entrevista, retomé de entre mis libreros el ejemplar de Cántico cósmico (Editorial Nueva Nicaragua, 1989), libro que el poeta me regaló durante este encuentro, y cuya dedicatoria, con su trazo escolar y el estilo lacónico que siempre le caracterizó, sintetiza el espíritu de la para mi memorable conversación que sostuvimos: “Para Norberto Codina, con todo lo que nos ha unido. Ernesto Cardenal”.

Malmö, Suecia, mayo de 1990 –El Vedado, Cuba, marzo de 2020 y enero de 2025.


Notas:

[1] Madeleine Sautié. Ernesto Cardenal, con los pobres y las revoluciones (Sitio digital de Granma, 2 de marzo de 2020).

[2] A propósito de ella, Cardenal ha contado: “Algún tiempo después [Coronel Urtecho] me propuso que hiciéramos una nueva antología entre los dos, más grande y más completa. Trabajamos varios años en ella, y el resultado de esa colaboración fue una antología de quinientas páginas que fue publicada por la editorial Aguilar de Madrid, en 1963”.

[3] En otro sitio he citado algo que quiero repetir aquí. Cuenta Pablo Armando Fernández que el 22 de agosto de 1954, Emilio Ballagas le recomendaba en una carta, veinte días antes de morir, y en una época en que el joven Cardenal estaba enrolado en la conspiración de abril contra la dictadura somocista, lejano el tiempo en que él mismo seguiría por su cuenta esa experiencia: “Acaso puedas ir un día a hacer un retiro al monasterio de Getshemani en Kentucky. Es un lugar donde se trabaja duro y se ora mucho. Los padres de allí pueden darle a un joven la mejor orientación para vivir en un mundo como el de hoy. (Véase mi “Ballagas familiar”, en Luces de situación. Ediciones Loynaz 2018, p. 52).