En diálogo con el fuego
[…] Es cierto […] que en un tiempo entendí a Martí de distinto modo a como lo entiendo ahora. Creí, influido por su idealismo contagioso, que había redención para Cuba por el esfuerzo de todos los cubanos y que podía oponerse con éxito una quijotesca postura al avance del norte […] Ahora lo entiendo cabalmente en su significación céntrica y eterna, es decir, en aquel impulso hondo que no admite la realidad si no para transformarla. Los que aquí lo entienden de otro modo, nunca llegaron al alma última de aquel hombre grandioso. O han retrocedido al acercarse a su fuego esencial, temerosos de un peso superior a sus hombros. Martí nos hace más falta […] en su sinceridad central, en su fiera honestidad, en la sagacidad asombrosa de su pupila, en su fervor civil y en su sacrificio total.
Juan Marinello
La Habana, 1935
Carta política a Juan del Camino.
No se trata ahora de establecer comparaciones que el propio Marinello hubiera sido el primero en rechazar. Pero sí admitir que nadie ha comprendido mejor a Martí que aquellos que se sintieron convocados a proseguir su gigantesca tarea, y encontraron fuerzas suficientes para hacerlo. […] Su caso es el del fuego en diálogo con el fuego.
Roberto Fernández Retamar
La actitud ética del intelectual marxista no puede desligarse de su compromiso político. No hay dudas de que Juan Marinello es un intelectual de reconocido prestigio universal, cuya huella ha quedado en su trascendente obra literaria y ensayística, su labor periodística, su trabajo en el campo del Derecho y de la docencia universitaria, pero la huella más amplia y definitiva como genuino escritor y revolucionario es aquella que conduce su producción cultural por cauces de legítima autoctonía y profunda lealtad a los principios políticos que rigieron permanentemente su vida.
En Juan Marinello descuella siempre el artista creador junto al consecuente revolucionario y en ello, como en otros aspectos de la creación literaria, existe una marcada influencia martiana que le abre los caminos, desde la más temprana edad, hacia el empeño militante.
Inmerso en el torrente revolucionario de la primera mitad de la década del 30, Marinello plantea la necesidad de llevar a cabo no solo un estudio crítico de la obra poética de Martí, sino de todo su ideario político. Ya para entonces, Marinello comprende que en Martí el artista no es hombre distinto al político, y que la dificultad para la comprensión del Martí escritor radica precisamente en no ver esa unidad.
El ejemplo de Martí está presente siempre en Marinello, en el concepto del deber, de la abnegación y del sacrificio, así como en la constancia de la lucha por alcanzar la libertad y la justicia. Martí fue para él una de las revelaciones de la conciencia histórica nacional y fiel a su ideario ejerció su alta estatura intelectual y su fina sensibilidad artística, sinceramente ajeno a veleidades y reclamos, guiando su acción política y revolucionaria de acuerdo a los principios de la Revolución que contribuyó a levantar.
Como Rubén, Marinello llegó a la Revolución por las vías más difíciles de la conciencia, acercándose paso a paso, venciendo la impronta que el medio familiar y las escuelas religiosas dejaron en su espíritu, y profundizando en las raíces de los problemas sociales que aquejaban a la neocolonia cubana.
La obra de Marinello tiene una raigal inspiración en las valoraciones martianas, por ello resolvió de forma admirable la dicotomía entre la relación de cultura y la acción política, en oposición a corrientes de pensamiento reaccionario que pretendían separarlas o supeditarlas una a la otra. En 1932, había dicho desde la prisión de Isla de Pinos que “En las Antillas y Centroamérica lo político es lo vital. Y lo literario, o es parte de lo vital o solo existe para el literato, que es una manera de no existir”.
Tras la huella de Martí
Juan Marinello nace el 2 de noviembre de 1898, en Jicotea, provincia de Las Villas, en el seno de una familia acomodada de la burguesía azucarera, por lo que en sus primeros años —según confesión propia— se “sentía un poco como príncipe heredero”. Al poeta Jesús Orta Ruíz le relató con tristeza las escenas dramáticas de que había sido testigo cuando en los amaneceres del ingenio una campana sevillana ponía en pie la cuadrilla en el campo y veía partir una caravana de pobres macheteros, que salían casi con la noche y volvían extenuados cuando ya retornaban las estrellas.
En estos años fue cuando despertó su conciencia acerca de la injusticia, y supo trascender los condicionamientos de su origen social para dedicarse al servicio de las clases desposeídas del país. De este modo el poeta “quietista” —tal y como lo definió Mañach— se transformaría al cabo del tiempo en un dirigente revolucionario.
Como Rubén, Marinello llegó a la Revolución por las vías más difíciles de la conciencia, acercándose paso a paso, venciendo la impronta que el medio familiar y las escuelas religiosas dejaron en su espíritu, y profundizando en las raíces de los problemas sociales que aquejaban a la neocolonia cubana.
Fue a principios de la década del 20 que empezaron a crearse las condiciones propicias para lo que sería el estallido revolucionario posterior. La crisis económica de 1920-21 y su secuela de ruina golpearon con fuerza a diversos sectores sociales cuya situación empeoró sensiblemente.
La agitación social en lo que el propio Marinello llamó la década crítica (1920-30), se caracterizó por una vigorosa irrupción de las masas populares en la vida política y social del país y este fue el marco del primer intento por aprehender la doctrina martiana en su verdadera dimensión. La izquierda intelectual, de la cual Marinello fue un genuino exponente, no estuvo alejada de lo que tanto en Cuba como en otras partes del mundo se anunciaba como el movimiento de liberación nacional de los pueblos.
Al estudiar el pensamiento marxista a partir de la década del 30, se puede apreciar que el mismo tiene muchos más puntos de coincidencia con el pensamiento martiano que el de este y sus contemporáneos. Es incuestionable que en la actividad y proyección antimperialista de la generación de Mella, a la cual pertenece Marinello, influye notablemente José Martí. Las más altas figuras revolucionarias de principios de siglo comienzan su lucha antimperialista sin ser plenamente marxistas y leninistas, pero el estudio de las ideas de Martí y su consecuente lucha contra el imperialismo los acercan cada vez más a estas concepciones.
Poco antes de morir, en una entrevista concedida al periodista Luis Báez, Marinello revela que muchos extranjeros no acaban de entender cómo puede existir una revolución que sea al mismo tiempo martiana y marxista, porque desconocen, en toda su profundidad, el alcance de la visión política de Martí, en tanto este “es un relevo perfectamente articulado, obligado [de Carlos Marx]”.
Lo que distingue a Martí de otros grandes próceres y dirigentes políticos que le preceden o son sus contemporáneos, es que sabe advertir que la batalla de Cuba por su independencia es la primera fase de un esfuerzo estratégico de mayor alcance que no solo comprende a esta pequeña Isla y la de Puerto Rico, y así lo hace saber al General Máximo Gómez el 13 de septiembre de 1892, cuando le asegura que con la guerra, para la cual solicita su generosa contribución, los cubanos quieren “asegurar la independencia amenazada de las Antillas y el equilibrio y porvenir de la familia de nuestros pueblos en América”.
A finales del siglo XIX, han cuajado en Cuba nuevas realidades que desconocieron los iniciadores de nuestras gestas de independencia. De este modo, existe una preocupación constante en Martí por la estructura feudalizada de nuestra economía y el monocultivo, así como la supeditación económica a un solo país, el reconocimiento de la igualdad entre negros y blancos, la justicia para la mujer y la docencia roída por el clericalismo reaccionario. Martí avanza tanto en el análisis de los hechos económicos de lo que llama Nuestra América, que, según Marinello, aporta los elementos esenciales al martiano para aplicar sobre esos hechos los principios del marxismo.
Lo que distingue a Martí de otros grandes próceres y dirigentes políticos que le preceden o son sus contemporáneos, es que sabe advertir que la batalla de Cuba por su independencia es la primera fase de un esfuerzo estratégico de mayor alcance.
La prédica martiana no se dirige solamente a combatir las diversas manifestaciones del fenómeno imperialista, sino también lo hace contra el orden social vigente en América Latina. Él busca cauces de ordenamiento de la sociedad, así como vías y formas de organización de las colectividades de modo que estas puedan situarse en el escalón más alto de la dignidad humana. Para Martí la política es “el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta; de conciliar la fiera egoísta con el ángel generoso; de favorecer y armonizar para el bien general, y con miras a la virtud, los intereses”.
De este modo, para Martí los presupuestos éticos forman parte consustancial del buen funcionamiento de la sociedad, y sus nexos con la política en todos los niveles, debían asegurar el bienestar social. Tenía plena certeza de que un pueblo que cultiva las virtudes y los valores morales, pondría por encima del enriquecimiento, la moralidad ciudadana y la ética del amor.
Las transformaciones por las que aboga constantemente en su obra, son el resultado del objetivo que tiene la guerra de justicia y de deber. Son el medio por el cual se consolidará en la república en revolución el hombre que ha de construirla.
Las resoluciones tomadas en la emigración cubana de Tampa el 28 de noviembre de 1891, dan fe de los propósitos de una Revolución que se hacía por el “respeto y auxilio de las repúblicas del mundo, y por la creación de una república justa y abierta, una en el territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para bien de todos”.
Comprendió que el poder estatal y las instituciones sociales podían ser regidos por las clases económicamente dominantes, pero creía firmemente que con la instauración de un sistema de gobierno donde prevaleciera el justo equilibrio, la igualdad social y la democracia, esto podría ser superado.
Para Martí la política es “el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta; de conciliar la fiera egoísta con el ángel generoso; de favorecer y armonizar para el bien general, y con miras a la virtud, los intereses”.
Al respecto, el destacado intelectual Juan Marinello apuntaba que no podían ignorarse los propósitos centrales de la Revolución del 95, dirigidos a “lograr la igualdad de los cubanos a través del disfrute de bienes nacionales, y aunque este disfrute no se concibió fuera de los límites de la organización económica capitalista, de no haberse producido la interferencia yanqui, una homogeneidad robusta hubiera permitido la existencia de un estado popular y democráticamente nacionalista”.
La vigencia de Martí radica entre otros factores, en que este advierte la verdad política como algo cambiante. De tal modo, Carlos Baliño, de conocida filiación marxista, revela que de forma reiterada Martí dijo a los obreros emigrados que a ellos les correspondía la verdadera obra de transformación de la sociedad colonial que tendría lugar después de la independencia.
Esta concepción dialéctica de la verdad política reiterada en Martí, impone a sus continuadores ver lo político a partir de la experiencia directa y de las condiciones socio-históricas en que se desarrolla la lucha revolucionaria, tanto en Cuba como a nivel internacional.
Es precisamente la generación a la cual pertenece Marinello, surgida entre la intervención norteamericana y los primeros años de la república frustrada, la que hace el primer rescate de la obra de José Martí.
Hay dos factores esenciales que posibilitan este descubrimiento: la edición de las Obras de Martí realizada por Gonzalo de Quesada y Aróstegui, cercano colaborador del autor y, en segundo lugar, los esfuerzos de muchos intelectuales y patriotas de utilizar su ideario en el combate político de entonces.
De este modo, en aquella primera visión republicana de Martí, aún fragmentada y plena de hallazgos de corte anecdótico, se encuentra el libro precursor de Julio César Gandarilla, Contra el yanqui, obra de protesta contra la acción injerencista del imperialismo norteamericano y de defensa de lo más raigal del pensamiento de José Martí.
Es precisamente la generación a la cual pertenece Marinello, surgida entre la intervención norteamericana y los primeros años de la república frustrada, la que hace el primer rescate de la obra de José Martí.
En esta época, la labor de propaganda política de las primeras organizaciones socialistas, integradas en su mayoría por patriotas de la emigración, y los discursos mediadores de Manuel Sanguily y de Enrique José Varona, hombres de inmensa sensibilidad y pasión por la patria, constituyen trasmisores de su imagen viva a las nuevas generaciones, que buscaban las vías de transformar la realidad política y económica del país.
De esta manera, nuestro marxismo toma del substrato original de la doctrina martiana, el patriotismo, la búsqueda de la justicia y la eticidad revolucionaria, sin acudir a estériles polémicas filosóficas, en función de las necesidades de la nueva época histórica, dando lugar a lo que el doctor Cintio Vitier ha catalogado como “marxismo martiano”.
La primera obra escrita por Marinello no es como muchos han planteado la colección de poemas que publicó bajo el título de Liberación, sino un pequeño folleto que recoge el discurso pronunciado el 27 de noviembre de 1919, en homenaje a los ocho estudiantes de Medicina fusilados en 1871. Ello revela su preocupación temprana por conocer el pasado de la nación cubana con el objeto de comprender mejor los problemas y realidades de su presente histórico.
Después de graduado como alumno eminente de Derecho Civil en la Universidad de La Habana y de haber realizado estudios de ampliación en la Universidad Central de Madrid, Marinello se une a Julio Antonio Mella en el Movimiento de Reforma Universitaria de 1923, incorporándose así a una lucha que no tardaría en tener una repercusión trascendente en toda la sociedad cubana.
La primera obra escrita por Marinello no es como muchos han planteado, la colección de poemas que publicó bajo el título de Liberación, sino un pequeño folleto que recoge el discurso pronunciado el 27 de noviembre de 1919, en homenaje a los ocho estudiantes de Medicina fusilados en 1871.
En esa misma época acompaña a Rubén Martínez Villena en la Protesta de los Trece, a favor del adecentamiento de la gestión gubernamental. Esta acción no solo puede medirse por su repercusión inmediata como acción de condena ante los síntomas de corrupción presentes en la política cubana y como acto de rectitud moral de los jóvenes que la protagonizaron, sino por lo que significó en la revelación posterior de la profundas causas políticas, económicas y sociales que engendraron tal estado de latrocinio y desvergüenza en los gobiernos de la república neocolonial. Más adelante, el fracaso del Movimiento de Veteranos y Patriotas, en el que Juan figura junto a Rubén, determina su definitiva desconfianza en los derroteros de la política de entonces.
Junto a Mella y Martínez Villena, participa en la Universidad Popular José Martí, funda varias revistas y colabora en otras, en las que aparecen sus primeros trabajos dedicados al pensamiento martiano. En una carta dirigida a Jorge Mañach, publicada en El País, el 6 de noviembre de 1925, refiriéndose a la necesidad de conocer y divulgar la obra del Apóstol, plantea:
“Yo no se que en sus días existiera en América escritor más original y poderoso que Martí, y, sin embargo, mucho trabajo nos costará, si es que lo logramos, hacerlo conocer y admirar universalmente tanto como merece”.
Marinello estará inmerso durante este período en la vorágine social, y aunque ante todo es un escritor, su presencia en los tribunales como abogado defensor de Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, irán radicalizando su pensamiento. A la perspectiva del esteta, se añade la del revolucionario comprometido con la causa de su pueblo.
La nueva toma de conciencia antimperialista, surgida a nivel nacional en la que Marinello llamara “la década crítica”, de 1920 a 1930, con los primeros jóvenes marxistas cubanos desemboca en el primer rescate del pensamiento martiano.
Marinello, como director y uno de los principales conductores de la Revista de Avance, transitó junto a otras prominentes figuras que participaron en su realización, desde un explícito reconocimiento del papel cumplido por Martí, en el logro de la dignidad republicana y sobre la conciencia de la frustración de esa misma dignidad, a una meditación rigurosa acerca de la correspondencia entre la autenticidad artística de Martí y la limpieza de su espíritu, lo que se traduce en crear un arte de vanguardia basado esencialmente en la eticidad martiana.
Para Marinello, como para otros conductores de la revista, este sentido ético se enlazaba con la defensa de la independencia de Cuba, la lucha contra el imperialismo y contra las dictaduras, el mejoramiento del agricultor, el colono y el obrero y la solidaridad y unión latinoamericanas.
La nueva toma de conciencia antimperialista, surgida a nivel nacional en la que Marinello llamara “la década crítica”, de 1920 a 1930, con los primeros jóvenes marxistas cubanos —Rubén Martínez Villena, Julio Antonio Mella, Pablo de la Torriente Brau, Raúl Roa y el propio Marinello— desemboca en el primer rescate del pensamiento martiano, que tiene en la obra de Mella, Glosas al pensamiento de Martí (1927), la primera clarinada.
A partir de esta obra de Mella, de la cual es su prologuista en 1941, Marinello orienta aquilatar los acontecimientos históricos y el pensamiento de Martí “por las circunstancias que lo engendraron” y la medida y proyección del gran héroe “por la tarea revolucionaria que el tiempo exigía”. Esta circunstancia explica que Marinello supiera ubicar a Martí en sus justos términos, y fuera uno de los primeros en oponerse al culto hipócrita y sacar a la luz su pensamiento antimperialista, sin pretender otorgarle un ideario socialista que jamás sustentó.
En su ensayo “Sobre la inquietud cubana”, escrito en 1930, había propuesto una “cultura-actitud” que aportara las bases axiológicas para la acción creadora y liberadora. Consecuente con estos postulados, la jornada del 30 de septiembre de aquel año encuentra en Juan Marinello a un revolucionario comprometido con los intereses del pueblo.
Después de la derrota de la huelga de marzo de 1935, y a partir de las orientaciones emanadas del VII Congreso de la Internacional Comunista, el Partido Comunista de Cuba asume con decisión en su VI Pleno una revalorización del factor nacional, creando con ello los fundamentos para la defensa de la cultura como bien común a todos los cubanos y sin abandonar los principios del internacionalismo y la solidaridad con los pueblos en lucha contra el fascismo.
Durante las sesiones de la Asamblea Constituyente de 1940, Marinello está entre aquellos que más se destacaron por tener una activa participación y hacer con mayor frecuencia menciones o referencias a la figura y al pensamiento del Apóstol.
En los años de la guerra antifascista en España (1936-39), Juan Marinello se convierte en la figura central de las grandes movilizaciones populares que la solidaridad con el pueblo español genera en todo el país. En este contexto, asume la representación de Cuba y el resto de los países latinoamericanos que asisten al Congreso de Defensa de la Cultura, en la España agredida por el fascismo, y allí proclama que “[…] No se puede combatir al fascismo sin atacar a su hermano gemelo el imperialismo. Y no se puede estar con España y con Hispanoamérica sino con todo rendimiento útil del espíritu […]”.
En la editorial Páginas, que dirige desde su fundación en 1938 junto a Ángel Augier y Carlos Rafael Rodríguez, lleva a cabo una intensa campaña para ofrecer a las amplias masas la posibilidad de acceder a lo más importante del pensamiento cubano del siglo XIX y a las mejores obras de autores nacionales contemporáneos. De este modo, orienta la labor de edición en tres direcciones: Colección Universal de la Cultura Moderna, Biblioteca Cubana Contemporánea y Biblioteca Clásica Cubana. El primer libro salido de su imprenta es La España de Martí, de Emilio Roig de Leuchsenring, que más tarde el autor completa con el volumen Martí en España, lo que, tomando en consideración los dramáticos acontecimientos que tenían lugar en el país ibérico, pone de manifiesto los criterios de oportunidad y de justeza que predominan en la selección de las obras a editar. Algo que corrobora esta apreciación es el hecho de que poco después de publicada la obra de Roig de Leuchsenring, se publica La Revolución en España, primera versión al español de los artículos escritos por Marx y Engels sobre el movimiento revolucionario en ese país.
Durante las sesiones de la Asamblea Constituyente de 1940, a la que asiste como delegado por el Partido Unión Revolucionaria Comunista, está entre aquellos que más se destacaron por tener una activa participación y hacer con mayor frecuencia menciones o referencias a la figura y al pensamiento del Apóstol.
Sus evocaciones martianas tienen lugar desde la misma sesión inaugural, cuando rinde tributo a las concepciones martianas acerca de la democracia y la política. Marinello señala que nunca se había garantizado el respeto a la “dignidad plena del hombre” soñado por Martí, y al evocar las medidas sociales que debe garantizar la nueva constitución subraya la necesidad de recordar que para el Apóstol el trabajo debe ser el derecho primero de la república, y que es un crimen mantener en la ignorancia a las masas, que “son las que tienen de su parte la justicia”.
A pesar de haber sido acusados por la reacción de propiciar la desintegración social y de ser enemigos de la nacionalidad cubana, los comunistas cubanos eran tributarios de una tradición cubana progresista, culminante en Martí, cuyo sentido internacionalista tenía ocasión de realizarse en las nuevas condiciones que se desarrollaban a mediados del siglo XX.
La tribuna popular lo tiene como firme defensor de una “Escuela Cubana en Cuba Libre”, en respuesta a la consigna levantada por la alta jerarquía del clero católico “Por la patria y por la escuela”, aportando sólidas argumentaciones sobre los principios que deben sustentar la educación cubana: una enseñanza basada en la doctrina pedagógica de José Martí, libre de injerencias extrañas, espíritu sectario y dogmatismo; y plena en contenido formador del hombre, que la patria cubana reclamaba en aquel momento de despliegue de las hordas fascistas en Europa.
En consonancia con estos propósitos, presenta en el Senado de la República un Proyecto de Ley sobre Inspección y Reglamentación de la Enseñanza Privada a tenor de sus funciones en el seno del Consejo Nacional de Educación y Cultura. Esta Ley, conocida por el nombre de su promotor, abogaba por una docencia científica que estuviera en condiciones de asegurar una adecuada formación patriótica de la niñez y juventud cubanas, basada en el pensamiento axiológico y pedagógico de José Martí y en los grandes maestros de los siglos XIX y XX: desde Varela y Luz hasta Varona y Montori.
Este movimiento caló muy hondo en la conciencia popular debido, entre otros factores, al mantenimiento en el periódico Noticias de Hoy de dos secciones fijas: una dedicada a la tradición del pensamiento progresista cubano y otra, convertida en foro, donde maestros y pensadores cubanos de la época tuvieron la posibilidad de exponer sus puntos de vista en asuntos de tanta trascendencia como la necesidad de instaurar la enseñanza laica y proceder a su nacionalización.
Juan Marinello, principal gestor de esta batalla, escribió un conjunto de artículos bajo el título de “Un programa para la docencia privada” e impartió numerosas conferencias en centros docentes y de cultura, así como en la radio, las que por su valor histórico-filosófico, pedagógico y ético-jurídico no se ha dudado en plantear que hubiesen podido conformar un magnífico tratado sobre la docencia y su mejor orientación en Cuba y en otros países de Nuestra América.
Derrotado el fascismo, representa a Cuba en el primer Congreso Mundial de la Paz, en 1949, siendo electo miembro del Consejo Mundial desde esa fecha. En su lucha proverbial por la paz tiene más de un trabajo que destaca la convicción política y la previsión patriótica de Martí, en las que marchaban unidas el mandato de su conciencia de hombre y de su responsabilidad de artista.
En el Congreso martiano celebrado en 1953, con el que la dictadura pretendió legitimar su poder, se eludió el planteamiento acerca del pensamiento revolucionario de José Martí y fundamentalmente su antimperialismo, y se insistió en la tendencia a separar el Martí político del Martí literario.
El golpe de estado de Batista en 1952 puso de manifiesto la profunda crisis ética que habían generado el status de dependencia económica, la sumisión al imperialismo, la corrupción en las esferas gubernamentales y la violación de los derechos humanos. Marinello se opone desde el primer momento al golpe y critica en el homenaje organizado por el tirano a Martí en ocasión de su centenario.
En el Congreso martiano celebrado en 1953, con el que la dictadura pretendió legitimar su poder, se eludió el planteamiento acerca del pensamiento revolucionario de José Martí y fundamentalmente su antimperialismo, y se insistió en la tendencia a separar el Martí político del Martí literario.
En contraposición a este intento de separar en Martí dos facetas que están indisolublemente unidas, y al propósito de despejar de contenido revolucionario el pensamiento del Apóstol, se organiza en Santiago de Cuba un ciclo de conferencias cuyo lema rezaba “Pensamiento y Acción”, celebrado entre el 28 de enero y el 27 de mayo de 1953, en la Universidad de esa ciudad.
Juan Marinello dicta una conferencia, que ya había sido leída por primera vez el 27 de enero de 1953 en el acto organizado por la Federación Democrática de Mujeres Cubanas, en la cual llama a descubrir a un Martí entero y verdadero, en toda su hazaña política y artística, y a ofrecer al pueblo cubano “un Martí que vivió por Cuba y para Cuba, pero también su aporte de revolucionario y de artista, pleno de elementos fecundantes para nuestra liberación nacional y para la integración y el vuelo de la cultura de Cuba y de América. Un Martí, en suma, con toda la raíz y con toda el ala”.
En Martí, la literatura se vincula de forma permanente a la práctica política y es un medio comprometido a la causa revolucionaria y este es uno de los elementos que explican, según Marinello, la vigencia del legado martiano.
En aquel memorable evento, el exégeta martiano apuntaba que en el héroe la “soberanía de lo ético” se imponía a “lo razonable”, en tanto la conducta, relieve central y formativo del dirigente revolucionario, al engendrar la fe, puede primar hasta cierta medida sobre el entendimiento de la prédica. Por lo mismo consideraba la ejemplaridad martiana como la más auténtica y difícil entre la de todos los grandes escritores americanos, porque supo lograr “ese inusitado injerto de la preocupación moral en el clamor prosélito que tan permanente novedad le otorga”.
Estas ideas son desarrolladas más adelante cuando, en plena clandestinidad, escribe una de sus obras capitales: Martí, escritor americano (1958). En ella puntualiza el lugar de José Martí como creador e intelectual revolucionario y los vínculos que establece con el movimiento modernista.
Marinello sabe apreciar que en Martí era esencial conocer la realidad de nuestro continente para, en consecuencia, aportar una expresión artística o literaria propia. En Martí, la literatura se vincula de forma permanente a la práctica política y es un medio comprometido a la causa revolucionaria y este es uno de los elementos que explican, según Marinello, la vigencia del legado martiano. Por eso afirma que la literatura incorpora la política en un proceso de lucha por la liberación nacional y la democracia que conduciría a la unidad de los pueblos de Nuestra América.
En línea con estos presupuestos, Marinello lucha y se pronuncia por la liberación e integración de América Latina y conduce su obra literaria por el mismo cauce de apreciación martiana. Su orientación marxista y leninista jamás lo aparta del estudio de la cultura cubana; muy al contrario, el conocimiento de esta es, desde el comienzo de su vida política, una garantía para la eficacia de aquella orientación ideológica.
Haber asumido el marxismo y el leninismo desde una experiencia nacional, no pudo sostenerse y desarrollarse sino sobre la base de conocer profundamente los valores autóctonos, convencido de que el legado de Marx, Engels y Lenin, no se puede asumir si no existe un cabal conocimiento de la realidad que se aspira a transformar.