En algún sitio siempre se encuentra el son
Durante años, mediante conversaciones informales y en los lugares más inimaginados, tuve la suerte y el placer de que Adalberto Álvarez me dispensara parte de su tiempo. Esta historia que hoy queda inconclusa se fue fomentando a lo largo de unos casi 30 años y tuvo su comienzo cuando éramos vecinos de la calle 17 y 32 en Playa, allá por la hoy lejana década de los noventa del pasado siglo. Ese día era el cumpleaños de su madre Rosa Zayas y el jolgorio había comenzado cerca de la media tarde; tuve la suerte de ser uno de sus invitados, gracias a los buenos oficios del que en ese entonces era su representante, el uruguayo AlíKo.
La primera de estas charlas, grabadas en una casetera de esas que llamaban “de espías”, duró hasta casi el amanecer y tuvo como testigo a su amigo Frank Fernández. Horas antes había disfrutado de eso que llamaban “reuniones de trova y son”, de cuya existencia sabía por los trabajos de Odilio Urfé y Alberto Muguercia — dos importantes nombres para entender el mundo de la trova tradicional cubana y los orígenes del son—, y de las que muchos teníamos referencias por leyendas o las anécdotas contadas por muchos de sus participantes.
A pesar de las horas transcurridas, del ron bebido y los invitados, Adalberto se mostró presto a conversar “…más tarde, mulato, ahora disfruta…”.
Así nacieron estos diálogos, que he conservado siempre presto a un día convertirlos en una gran entrevista y que por más de una década Norberto Codina y Arturo Arango me pidieron entregara a La Gaceta de Cuba, de la Uneac, y que por pereza nunca transcribí.
Hay confesiones y palabras logradas en un estudio de grabación; otras, tras un largo concierto en el desaparecido Palacio de la Salsa; las hay que tienen su origen en el largo viaje al oriente del país o a Matanzas primero a una presentación y después durante el concierto del Team Cuba de la timba. Hay las que son fruto de la sobremesa tras la presentación de un disco; ese espacio de tiempo en que muchos músicos me han permitido el placer de ser parte de esa intimidad en la que se cuentan historias que nunca se deberán repetir o se confiesan secretos profesionales y se trazan sueños.
Hoy, ante la imposibilidad de continuar esa informalidad en la conversación, o el saber que no responderá el teléfono cuando le solicite, me permito hacer públicas algunas de ellas.
Gracias a Adalberto por la paciencia y la confianza.
¿Me permite entrevistarlo…?
En honor a la verdad, más que una entrevista me gustan las conversaciones entre amigos, francas y donde lo más importante sea la honestidad de criterios. Mejor conversamos cada vez que se pueda. Además, tú siempre estás con la oreja pegada a lo que uno dice y preguntando y preguntando… Te doy ese privilegio, pero sin que abuses.
La trova
Es una de las cosas que más me ha conmovido. Soy una mezcla de estilos trovadorescos; pero fue Rosa Zayas, mi madre, quien me enseñó su valor cantándome desde antes de abrir los ojos esas canciones que me hubiera gustado componer… muchos caminos de la trova llevan al son.
La voz de un sonero
Para nada. Me gusta hacer la segunda voz, que es la más difícil y creo que la vida me dotó con esa cualidad. El sonero para mí no tiene una voz muy específica, como digamos un cantante lírico. El buen y gran sonero es espontáneo. Tú sabes cuántos soneros hay ocultos por la calle y que uno nunca llega a conocer. Están los privilegiados: Miguelito Cuní, Raúl Planas, que fue quien primero cantó mis temas con Rumbavana; Tiburón Morales, que primero fue pelotero pero era sonero desde la cuna, y el Benny; hay otros nombres, pero la próxima vez que nos veamos me repites la pregunta.
“Hay circunstancias que determinan que un cantante logre poner a disposición del público su potencial. Todo está en la música que se haga para él, que respete su estilo y que funcione en el bailador y en el público en general”.
Recuerdos de la infancia
El más recurrente es parado ante un público con apenas cinco años, elegantemente vestido y teniendo como fondo el conjunto que dirigía mi padre, Avance Juvenil, con un par de maracas en la mano; conjunto que en los años 70 dirigí y del que me fui a Santiago para fundar Son 14. El mejor debut de la historia musical que conozco; después se ha convertido en una tradición, muchos de mis hijos han debutado a esa edad con mi orquesta.
También está el cantar a dos voces con mi madre, pero eso más que un recuerdo de la infancia, es una necesidad.
Alguna inconformidad no confesada…
No haber sabido entender en un momento el modo de pensar de mi padre Nene Álvarez, cuando quise revolucionar el Conjunto Avance Juvenil. No logramos entendernos en lo musical. Mirando en retrospectiva entiendo su posición en ese momento; pero una familia sin diferencias, sin alguna ruptura transitoria, no es lo común.
La causa fue la música. Él era tradicionalista por excelencia y yo tenía muchas influencias e ideas que quería realizar, y algunas de ellas las probé por un tiempo con su consentimiento, pero en el fondo yo quería dejar el nido.
¿Cómo resolví el problema? Sencillo… Nunca dejé de pedirle consejos ni de escuchar sus criterios. Pipo (así siempre le dijimos todos sus hijos) tenía la sabiduría de los años, de la música; eso que llaman escuela de la vida.
Mencionaste las influencias.
Si te soy sincero, hubo un momento de mi vida profesional en que quería encontrar mi modo de hacer la música. Por mis venas corría la música de Arsenio, de Chappottín, de La Aragón, más lo que había aprendido en la ENA el tiempo que estuve ahí. Después vendría el descubrimiento de la salsa y la música de Puerto Rico, Colombia y Venezuela por la radio. Todo eso estaba en mi cabeza y debía realizarlo. Todos los días me inventaba una melodía, una frase musical y la única forma de conservarla era tarareándola hasta el cansancio. Esas ideas que yo tenía estaban en la misma cuerda de lo que estaban haciendo ellos.
¿Te hubiera gustado haberte llamado Arsenio?
No. Ese privilegio es exclusivo de Papo Lucca, su nombre es Arsenio y lo tiene bien puesto. Adalberto es el mejor nombre de la tierra, solo que cuando me dicen Cecilio me acuerdo de los regaños de mi madre ante alguna travesura. Lo que sí me hubiera gustado haber conocido a Arsenio Rodríguez, saber qué hubiera pensado de la música que he hecho estos años. De todas formas conocí a Miguelito Cuní, a Félix Chappottín, a Lilí Martínez y a muchos músicos que tocaron con él.
Papo Lucca es el tipo de pianista de son que me hubiera gustado ser, o tener en mi orquesta; pero lo he compensado con mi hija Dorgeris, que es una pianista con un sabor del carajo. Aunque te confieso que a veces estoy en una encrucijada: tengo cinco pianistas en la familia, mis hijos, olvídate del instrumento que estudiaron en la escuela; y cada uno con su propio estilo… solo que Dorgeris es la que más tiempo lleva conmigo en la orquesta.
Hablemos de los cantantes que has tenido en tus dos orquestas, Son 14 y El son de Adalberto…
He tenido más que suerte. Lo primero que tiene que hacer un cantante de son es impresionarte con su voz; el timbre y la musicalidad son importantes. Tiburón Morales tiene un timbre muy particular y un estilo de decir único, irrepetible. Recuerdo que la primera vez que tocamos en un baile en Santa Úrsula y dijo aquello de “…yo quiero ir a Bayamo…” sentí que había estremecido a los bailadores, esa magia la ha mantenido. Está el caso de Félix Baloy, que es una voz muy propia de sonero clásico, el de los años 40 y 50 —voz de vitrola—, que te acaricia. Tuve también a Valentín, que tenía voz de tenor; a Rojitas con voz de falsete e imagen de cantante de rock, una mezcla explosiva que no se ha repetido en la música cubana; Aramís Galindo… y los cantantes que tengo ahora, que son los mejores cantantes de la tierra, porque son los que mejor hacen mi música en estos tiempos.
Si escuchas los discos que he grabado con las dos orquestas, verás que hay una línea vocal que no tiene muchas rupturas. No solo se trata del cantante, también está la música hecha para él, que es a fin de cuentas lo que determina. Eso ha permitido que los cantantes que han pasado por mi orquesta hayan mantenido su estilo en función de la orquesta y del bailador.
Hay buenos y malos soneros.
Ni lo uno ni lo otro… Hay circunstancias que determinan que un cantante logre poner a disposición del público su potencial. Todo está en la música que se haga para él, que respete su estilo y que funcione en el bailador y en el público en general.
La religión…
Nunca he negado que sea religioso, que practico la santería, soy sacerdote de Ifá. Te voy a confesar algo muy íntimo. Cuando salí de Ifá, tenía una paz interior que pocas veces había sentido; pero también me sentí más sabio para entender la vida, a las personas y mi profesión.
Para mí la religión es una cuestión muy personal que involucra a mi familia. Ser religioso, santero practicante, no ha sido determinante en mi carrera; ella depende más de mi trabajo que de ofrendas, que no te voy a negar que ayudan… Y tú tienes hecho santo…
No, pero creo a mi manera.
Todo lo que soy como creyente, como babalawo, lo puse a disposición del bailador cuando escribí “Qué tú quieres que te den”. Ese tema es un acto de fe no solo de Adalberto Álvarez, es un acto de fe del pueblo de Cuba y de aquellos practicantes de la santería y el resto de los cultos de origen o raíz africana.
¿Qué es el son para Adalberto?
Es difícil y fácil de explicar. El son es lo más importante que he hecho en mi vida, además de mi familia. Es la motivación espiritual y creativa que me hace cada día mejor persona. Eso es lo fácil.
Lo difícil es saber dónde está o hay un buen son. Puede estar en el lugar menos imaginable. De lo que sí estoy convencido es de que existe un lugar donde hallar el son que buscamos y queremos hacer, un sitio donde siempre se encuentra el son y ese lugar a veces está frente a ti y no siempre lo ves.
Cada vez que me preguntan sobre el tema del son recuerdo una frase de Formell que decía que lo más difícil para nosotros, y creo que para los que nos antecedieron, era hacer un buen son. Yo espero algún día poder hacerlo. Con lo que he hecho hasta ahora estoy contento.
“El son es lo más importante que he hecho en mi vida, además de mi familia. Es la motivación espiritual y creativa que me hace cada día mejor persona”.
Estas son algunas confesiones arrancadas al vuelo a lo largo de muchos años. Son parte de ese patrimonio que como amante y hombre de la música cubana he vivido y del cual me siento orgulloso. Adalberto lo sabía, tal vez por esa razón me permitió la deferencia.
Aun así me quedó siempre una pregunta inconclusa: “Maestro… ¿qué vendrá ahora para poder bailar con su orquesta? La respuesta espero encontrarla algún día.