La inauguración el 20 de mayo de 1928 de la estatua de Emilia de Córdoba en el parque que lleva su nombre en la barriada de La Víbora, municipio 10 de Octubre en La Habana —donde vivió y murió la patriota—, marcó un hito: fue esta la primera estatua erigida en Cuba a una mujer. Hoy día, la personalidad y obra de doña Emilia se nos pierde entre el polvo, el olvido y el desconocimiento.

Pero sorprende comprobar cuán múltiple es la presencia de Emilia de Córdoba en la vida cubana, tanto durante el período de las luchas independentistas como después.

Colaboró con el Generalísimo Máximo Gómez, quien en su correspondencia con el general Francisco Carillo escribe entusiasmado: “(…) últimamente María Escobar, la estrella de Cubanacán y la Córdoba que desde La Habana han venido a traernos consuelo y mucho cariño. Ellas ¡ah! las mujeres siempre al lado de los hombres…”.

Tanto ir y venir de Emilia al servicio del mambisado se hace sospechoso a las autoridades coloniales, que ordenan su deportación. Emilia se instala en Cayo Hueso y abre una casa de huéspedes para dar asilo a los cubanos, auspicia juegos de béisbol entre los emigrados para recaudar fondos y, a través de José Dolores Poyo, periodista y amigo de José Martí, contacta con la Junta Revolucionaria de Nueva York. Emilia de Córdoba, desde el exilio, y con las dificultades que en su condición de mujer pueden presentársele, continúa su fervoroso apoyo a la independencia.  

“Nacida en mayo de 1853 en la finca San José, municipio de San Nicolás de Bari, en La Habana, Emilia descendía de una familia de ideales patrióticos, que se desarrollaron a la par de sus ideales humanitarios”.

Vive sus postrimerías la guerra independentista en la isla y las bajas de uno y otro bando —mambises y soldados de la metrópoli— por concepto de acciones de guerra y enfermedades tropicales ocasionaban una cifra considerable de víctimas. Emilia, enrolada en la Cruz Roja Americana, junto a la norteamericana Clara Barton, desempeña una loable labor humanitaria en la atención a los enfermos. El coronel Teodoro Roosevelt, al mando de la compañía de los roughs riders interventores durante aquella fase final que fue la Guerra Hispano Cubano Norteamericana, felicita a nuestra compatriota por sus servicios.

Sin embargo, doña Emilia no es mujer de ver el tiempo pasar. Llega la paz y ronda ella los 50 años cuando decide aprender mecanografía en la academia anexa al Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. El oficio es parte de la lucha de la mujer por incorporarse a la esfera laboral e independizarse, y consigue empleo como oficinista pública, convirtiéndose en la primera mujer que ocupa una plaza de mecanógrafa, durante el gobierno interventor del general Brooke.

“Doña Emilia fue una mujer de carácter indoblegable, muy valerosa, útil y leal a la independencia”. Foto: Tomada de Cubadebate

Nacida en mayo de 1853 en la finca San José, municipio de San Nicolás de Bari, en La Habana, Emilia descendía de una familia de ideales patrióticos, que se desarrollaron a la par de sus ideales humanitarios. Se afirma que, en reto a la voluntad colonial, durante el gobierno del sádico general Valeriano Weyler, asistía al Foso de los Laureles de la Fortaleza de La Cabaña para ofrecer consuelo a los patriotas condenados a muerte.

Convencida de cuánto podía hacer la mujer afirmó: “(…) aún no hemos llegado a la meta; mucho nos dista, pero en esa senda estamos y no desmayaremos, aunque lenta y penosa sea la marcha”.

Doña Emilia fue una mujer de carácter indoblegable, muy valerosa, útil y leal a la independencia. Falleció el 13 de enero de 1920 y la noticia enlutó a la sociedad capitalina. Era por aquellos tiempos una cubana con muchos arrestos y admirada. Ojalá ahora cuando transite por el barrio de La Víbora haga un tiempito y deposite una flor ante su estatua.