Hay un artista de la plástica cubana que merece ser recordado en el 135 aniversario de su natalicio, cumplido el pasado 3 de septiembre, ante el reconocimiento público internacional. Natural de Santa Clara, sus padres tuvieron que emigrar hacia la capital del país en plena guerra de independencia de 1895 al ser acusados por el gobierno español de colaborar con los mambises. Años después, logra matricular en la Escuela de San Alejandro con notables calificaciones en la especialidad de pintura. Luego de obtener el primer premio en un salón de pintura celebrado en la Quinta de los Molinos de La Habana en 1911, embarca hacia Europa y fija residencia en Madrid. Ingresa en el Círculo de Bellas Artes de esa ciudad, donde asiste a las clases de pintura española contemporánea. A partir de 1912 alterna los estudios en el Museo del Prado copiando a los grandes maestros, entre ellos al Greco; tiempo después se le consideraría el mejor copista del pintor cretense radicado en Toledo. En 1913 ingresa en la Academia de San Fernando de Madrid, graduándose con altas calificaciones y premios que le permiten viajar a Italia, Alemania y Francia. Posteriormente participa como pintor profesional en exposiciones personales por Europa que registra la prensa de la época con encomio.
Tal trayectoria artística se le debe a Esteban Domenech y Fernández (1886-1960), quien obtuvo numerosos reconocimientos por la calidad de su obra. En el Diccionario enciclopédico latinoamericano de 1942 se afirma que participó y fue premiado en exposiciones nacionales e internacionales, figurando sus obras en los museos más importantes de Europa y América, distinguiéndose universalmente como continuador, más que el copista, de la obra del Greco. En la Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, de la Editorial Espasa de 1934, se expone que Domenech es uno de los pintores americanos que con más entusiasmo se dedicó a los temas españoles apartándose con decisión de los motivos de gusto francés, que se habían enseñoreado del arte hispanoamericano. Sospecho que el aserto anterior fue suficiente para cuando regresara de España a Cuba, acusado por su postura antifalangista, fuera ignorado por los forjadores del arte moderno, en su gran mayoría seguidores de las vanguardias artísticas europeas, fundamentalmente las dimanadas de París. Volvió a su patria en una época de rebelión antiacademicista de quienes forjaron un arte nuevo cubano. A ello habría que añadir la desatención económica de los gobiernos de turno ante quien fue cónsul honorario de Cuba en la ciudad de Toledo durante catorce años.
En carta abierta escrita por Domenech e incluida en el catálogo de su muestra personal Esteban Domenech. Motivos coloniales de la ciudad de Sancti Spíritus,fechada el 22 de noviembre de 1941, expresa su dolor ante la indiferencia del Estado sobre su persona:
Por medio de estas líneas, quiero aclarar ciertos equívocos de personas que han pensado más de una vez que el Gobierno de mi país, me dispensa alguna protección. También mis amigos, los intelectuales de todos los países, creerán que al llegar a mi patria, después de mi larga labor rendida en el extranjero, se me ofrecerían medios económicos y de estímulos para poder continuar trabajando en mi Arte. No ha sido así, pues durante los años que he pasado en Cuba y luego a mi regreso en el año 1937, no he tenido más que la más cruel indiferencia.
Más adelante dice:
La guerra me destrozó el hogar. Perdí mi casa hecha con mis ahorros y privaciones, y al salir de Toledo para Madrid pasé vicisitudes y calamidades, compartiéndolas con mi compañera y mi hijita. Más tarde tuve que abandonar a España, llegando a París, donde tuve días de hambre, miseria y frío. Desde Toledo y Madrid me dirigí a la Secretaría de Estado, suplicándole que, en mi situación de dolor y de angustias, me enviaran los pasajes para poder regresar a Cuba, mi Patria. Y en la respuesta que tengo en mi poder, no se me hacía referencia a lo que solicitaba, siendo, por consiguiente, en sentido negativo a mis ruegos.
Y concluye diciendo: “Todo cuanto hago de exposiciones y labor de cultura por el interior de la República, lo realizo con mis medios económicos, tratando patrióticamente de formar la conciencia artística de mi pueblo. La realidad es que Cuba para un artista no tiene ambiente para poder vivir a no ser que el Estado le ofrezca los medios para ello”.
Con certeza, Domenech llegó en un momento en que se desarrollaba en Cuba el ascenso de las fuerzas más reaccionarias, encabezadas por los grupos profascistas, tal como lo expresa el historiador Julio Le Riverend en su obra La república. Su activismo político a favor de los movimientos revolucionarios y la intelectualidad de izquierda en defensa de la República Española, según afirma el escritor Ángel Augier, podría haber sido otro componente de rechazo ideológico dentro de la sociedad burguesa, que —amén de no ser generalmente culta— buscaba adquirir obras originales europeas para decorar sus viviendas.
“No le faltaron a Domenech los comentarios favorables a su producción artística, apenas registrada en los anales de la historia del arte cubano. Pero lo más inquietante se observa en la ausencia de un espacio galerístico que perpetúe su legado”.
En palabras escritas por Nicolás Guillén con motivo de una de sus exposiciones personales, se aprecia el valor que le infiere a su obra cuando afirma: “Estoy de acuerdo con lo que la pintura de Domenech expresa, no solo cuando es definida por su hija, sino cuando nos toca como mensaje de una circunstancia histórica. Es una pintura que une los valores artísticos españoles con los nuestros (…)”. Y finaliza el comentario cuando expresa: “Quiero decir por último que fui amigo de Domenech, y su recuerdo se liga en mi vida con los más puros y creadores instantes de ella”. Su hija Matilde, en ocasión de una muestra personal organizada por la CTC nacional en 1977, diría que fue “cultivador por excelencia del paisaje urbano, de las plazuelas coloniales y de los rincones típicos”.
Numerosas fueron las opiniones laudatorias vertidas por especialistas, críticos y galeristas de la época. Baste citar algunas de ellas: José M. Gamoneda (director español de galería): “Días de fiesta para todos cuantos amen a los pueblos hispanos es este que señala el triunfo en España de un artista Hispanoamericano”; José Francés (secretario de la Academia de Bellas Artes de Madrid): “Estoy en la obligación de declarar que la reproducción de estos cuadros ha de traer, en el día de mañana, una complicación tan grande entre los técnicos y expertos de pintura, que estos no sabrán cuáles son los apóstoles que pintara El Greco y cuáles los del pintor cubano”; Méndez Casal (crítico de arte, ABC, Madrid): “Estas obras representan la enorme y magnífica labor del maestro Domenech por museos europeos y americanos”; Melchissédec (director Paris, Sud et Centre Amérique): Esteban Domenech n’est pas seulement genial de Toléde, il en est le poéte, le chantre et l’amant”; Luis de Soto y Sagarra (profesor universitario de Historia del Arte): “Las pinturas de Domenech (…) tienen no solo un rango estético, sino un alto valor de ejemplaridad y una notable eficacia docente”.
Con motivo de su exposición en el Aula Magna de la Universidad de La Habana en la década de 1940, la doctora Rosario Novoa, profesora de Historia del Arte, comentó:
La otra vertiente del gran artista está dedicada a la conservación de la arquitectura colonial cubana, obra de innegable valor documental además de estético. En la abundante colección de su obra sobre La Habana, Trinidad o Sancti Spíritus hay el rigor de un arqueólogo y el amor de un artista empeñado en una tarea entonces nada calorizada por los que oficialmente debían cuidar el patrimonio cultural. Gracias a sus pinturas, se conservan hoy aspectos desaparecidos irremediablemente de ese pasado que forma parte de nuestra historia.
Como se puede apreciar, no le faltaron a Domenech los comentarios favorables a su producción artística, apenas registrada en los anales de la historia del arte cubano. Pero lo más inquietante se observa en la ausencia de un espacio galerístico que perpetúe su legado. ¿Dónde se encuentran las más de cuarenta obras restauradas por la hija? El Museo Nacional de Bellas Artes debe conservar la única copia valiosa que le hiciera a la obra original del Greco, “El entierro del conde de Orgaz”,pintada entre 1586 y 1588 con las dimensiones de 480×360 centímetros. Cuando la escritora Renée Méndez Capote apreció su producción artística y, en particular, la copia fiel que logró de la obra del cretense, llegó a proponer que se hiciese un museo para perpetuar su memoria. En visita que le hiciera a su hija Matilde en el año 2002 cuando redactaba la tesis de Maestría del Arte sobre la pintura paisajística en Cuba, tuve testimonios directos de ella sobre el padre y aprecié más de una veintena de obras restauradas que conservaba celosamente en un pasillo de la casa. ¿Se conservarán aún? Es un enigma que merece ser investigado en los tiempos actuales.
Por su hija supe que formó parte de la directiva de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UEAC), fundada en 1939 y presidida por Juan Marinello con un Consejo Directivo Central integrado por Nicolás Guillén, Carlos Montenegro, Emilio Ballagas, Enrique Labrador Ruiz y Elías Entralgo. Se incluía en la directiva a Rita Longa, Eduardo Abela, Jorge Arche, Amelia Peláez y René Portocarrero. Tal composición demostraba los primeros intentos de aglutinar lo más representativo de la intelectualidad cubana de la época, aunque quizás no lograse tener una vida orgánica práctica.
A su activismo político y social se sumaba la voluntad permanente de mantenerse como pintor del paisajismo urbano, como se demuestra en las exposiciones personales que hiciera sobre temas relacionados con La Habana, Trinidad y Sancti Spíritus. En esta última recibió el título de Presidente de Honor del Círculo de Bellas Artes fundado en 1941 y la de Hijo Ilustre de la Ciudad, con gran despliegue periodístico. Por desventura no se saben las familias que pudieran poseer obras del artista. Tantos elogios recibidos se debieron al perfeccionamiento técnico y dominio de los rasgos que definen la pintura academicista, tales como la ponderación equilibrada de la línea y el color, el balance compositivo, el buen uso del claroscuro y la perspectiva en esfumato, haciendo recurrentes los temas del retrato y el paisaje, dos vertientes que tanto cultivaron los academicistas en detrimento de la mayor libertad de creación. A esos rasgos se une el conocimiento técnico adquirido en sus estudios sobre el estilo del Greco, quien fusionó en su obra el diseño manierista y el color veneciano. Guy Pérez Cisneros,al referirse a Domenech en su libro de ensayo Pintura y escultura de 1943,lo ubica dentro del grupo de creadores cubanos influido por el impresionismo cuando dice: “se han dirigido de nuevo al paisaje y han utilizado colores puros, con muy pocos grises. Han captado y fijado numerosos paisajes famosos de Cuba”.
Si definiera esa orfandad de estudios acerca de uno de los pintores académicos cubanos más célebres internacionalmente, podría afirmar que se debió a causas que pesaron negativamente en aquellos que tienen la responsabilidad de abordar sin prejuicios artísticos ni ideológicos una de las voces propias de la tradición hispanista que perduró más allá de cualquier condición estética en tierras de Latinoamérica a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX. Es una época fecunda en el desarrollo de las Academias de Bellas Artes originarias en París a fines del siglo XVIII, lugar donde surgirían después las primeras vanguardias artísticas antiacadémicas europeas.