Eliseo Subiela: “Hago un cine poético”

Helen Hernández Hormilla
26/12/2016

La entrevista comienza muy parecida a otras, de manera convencional. La periodista persigue al cineasta hasta que logra encontrarlo, aprovecha la amiga común para acercársele, concuerdan la cita, prepara el cuestionario intentando no repetir demasiado lo que ya se sabe, pero tampoco perderse los rastros que considera imprescindibles para definirlo. Llega al espacio poco después de la hora acordada, mas eso no ha perturbado a su interlocutor. Lo convida a uno de los ricones apartados del jardín del hotel, enciende la grabadora y se propone asumir su rol increpante. El diálogo fluye, no porque el entrevistado sea un conversador prolífico sino porque le obliga todo el tiempo a cambiar el guion prefijado. Muchas veces es la carcajada casi la única respuesta. ¿Por qué habrá el artista de revelar todas sus verdades? Cuando terminan las preguntas es entonces que comienza la entrevista real, aquella que no llegará a publicarse, que nadie transcribirá y ordenará con esmerada delicadeza para luego describir las emociones surgidas del diálogo. Es ella ahora la obligada a apagar la curiosidad del artista, aunque no sea famosa y su vida y percepción del mundo parezcan no interesar a todo público, él insiste en descubrir opiniones, historias de vida, expectativas, pasado. Un tema sobre todo prevalece y es Cuba: el país, el destino, la gente.

cineasta argentino Eliseo Subiela
Fotos: Abel Sánchez

Ha regresado a La Habana luego de siete años y Eliseo Subiela la quiere abarcar todo lo posible. Ya lo había anunciado un mes atrás a La Jiribilla: “Mi mayor expectativa es rencontrarme con un público único en el mundo. Un público culto pero que no mira las películas con frialdad intelectual, que vive las proyecciones como si estuviera en elliving de su casa, que exterioriza sus emociones con absoluta libertad. No hay público que crea tanto en la magia del cine como el público cubano. Extraño eso”.

Casi como profecía cumplida, la proyección especial de Paisajes Devorados, el filme más reciente del autor de Hombre mirando al sudeste y El lado oscuro del corazón, durante el 34Festival del Nuevo Cine Latinoamericano logró cautivar al auditorio de la Sala Chaplin que en buena parte lloró, se sobrecogió, estalló en aplausos. Se trata de un falso documental que narra el encuentro entre tres estudiantes de cine y un paciente de un reclusorio mental, quien parece ser un gran cineasta que desapareció en los años 60. La película, protagonizada por el mito del cine latinoamericano Fernando Birri, resulta expresión del credo de Subiela, de su devoción por el séptimo arte, al punto de que a algunos pudiera llegar a parecerle un rasgo de locura. Ha sido realizado con un mínimo de recursos y cámaras semiprofesionales, en muestra de que lo más importante en el cine sigue siendo tener algo que decir. Subiela fue de los primeros en acudir a las nuevas tecnologías para continuar filmando, y junto con los jóvenes de su escuela de cine, va apropiándose de estos nuevos recursos para desplegar el mismo lenguaje.

Imagen: La Jiribilla
Paisajes Devorados

 

Sobre la película y su relación con Fernando Birri conversamos por vía electrónica hace un mes, de modo que esta vez, frente a frente, la indagación pudo tomar cauces menos factuales. No parece el gran director de cine cuando una se le acerca, sino más bien un principiante, más preocupado en lo que queda por hacer que en lo que lo ha consagrado, convencido de que la próxima película puede estar en cualquier parte y dejarla pasar sería el único de acto de demencia posible.

¿Cuándo fue por primera vez al cine?

Pues no me acuerdo. Hay quien sí, como Birri, que lo recuerda. Pero bueno, habrá sido en alguna sala de mi barrio, a ver una película de aventuras. En aquella época los programas en los barrios eran de dos o tres películas: una de vaqueros, una de guerra y otra de monstruos. Me acuerdo de algunas proyecciones especiales a las que fui con mis padres, pero no más.

¿Y le sedujo?

Sí, era casi un ritual una vez al mes ir al cine con mis padres. Era una época en que la clase media veía mucho cine, sobre todo argentino. El programa por lo general era almorzar, ir al cine en el centro y luego me compraban alguna peliculita de 16 milímetros que ponía en un proyector. Armé en la casa una especie de cine, con una sábana sobre la que ponía las películas y hasta cobraba la entrada. Así que mis comienzos en la industria fueron como exhibidor, no como director.

¿Cómo fue pasando de esos encuentros a preferir el cine como oficio?

La situación cambia con mi crecimiento, cuando desemboqué en un cine legendario que había en Buenos Aires llamado Lorel, que era una especie de catedral del cine culto. Ahí descubrí la Nueva Ola, el cine polaco y me enamoré del cine.

¿Desde qué referentes se inició?

En esa época, la influencia más fuerte que tenía era la Nueva Ola francesa y sobre todo Jean-Luc Godard, en especial la película Vivir su vida. Mis primeros cortos formalmente están muy influenciados por él.

Pero Ud. construyó un tipo de cine muy personal, surrealista.

Sí, algunas de mis películas tienen algún toque surrealista, sobre todo porque no me gusta el realismo.

¿Por qué?

Me parece que para realismo ya está la vida y la televisión. De cualquier manera, es un tema de talento y no de estilo, porque hay directores que hacen un cine realista que me gusta mucho, sobre todo los ingleses como Ken Loach y Mike Leigh. Lo que importa es si lo haces bien o no, pero prefiero otro tipo de cine. No sé si surrealista, pero sí poético, no en términos literarios sino puramente cinematográficos.

¿Cómo se dan en su obra los lazos entre la poesía y el cine?

Me gusta mucho escribir, le doy valor al texto y la palabra, pero creo que el cine es un lenguaje poético de por sí, sin necesidad del aporte literario. Hago un cine poético más allá de que haya textos de Benedetti o de Girondo en mis películas.

Sin embargo, el cine latinoamericano ha sido muy realista.

Hoy ya me parece que no es tan así, porque el cine latinoamericano ha ganado en variedad. Pero cuando empecé a hacer películas era un bicho raro.

¿Bicho raro? Sus filmes tuvieron mucho éxito.

Justamente por eso, porque llamaron la atención al no ser el estilo habitual del cine argentino. Cuando aparece Hombre mirando al sudeste también desconcierta, porque difería del cine de esos años. Mi camino siempre ha sido buscar, arriesgar.

¿Cuál es el gran tema de sus películas? ¿Será el amor?

¿Existe otro tema? Sería absurdo pensarlo. No hay otro tema que el amor. Todo está concatenado y de ahí se deriva lo demás. Los que piensen que hablar del amor es cursi son unos pobres de espíritu y unos estúpidos. Yo fui siempre muy impúdico, no tengo prejuicios, pero igual el amor es un tema muy amplio y complejo más allá del enamoramiento o la pasión. Yo apenas si lo he rozado. Seguiremos indagando sobre eso. La diferencia entre vida y muerte es amar o no amar.

¿Por qué la cercanía con Oliverio Girondo?

Cuando leí el poema “Se busca una mujer que sea capaz de volar” pensé que en esa idea había una película. Me fascinó siempre como poeta.

¿Y Ud. ha buscado a esa mujer?

Es simbólico. Después de hacer El lado oscuro del corazón no estuve muy de acuerdo con la idea y por eso realicé la segunda parte, para completar la noción de que no vuela uno, vuelan dos. No hay mujeres que vuelen si no hay hombres que las ayuden a volar. Es un pensamiento más realista que poético sobre el tema. Me alejé un poco de Girondo para completar mi concepto del amor, que es otra cosa. Uno busca siempre el hombre o la mujer que sea capaz de volar, pero esas son idealizaciones. O volamos juntos o no hacemos nada, porque no hay una mujer que te agarre y te lleve por los aires.

En los últimos años se ha venido acercando a las nuevas tecnologías digitales para hacer cine. ¿Límites y beneficios de estas herramientas?

No limitan para nada. El avance es tan vertiginoso y favorable en términos estéticos que ahora puedes usar ópticas cinematográficas con las cámaras de HD que cada vez se acercan más al resultado del celuloide. Los exquisitos, fanáticos y nostálgicos se aferran al pasado, pero realmente no se va a dar marcha atrás, de la misma manera que no puedes usar una Olivetti para escribir, pero hay quien lo hace.

El celuloide murió y es irreversible. Si lo analizas, es razonable porque otras herramientas habían avanzado muchísimo como el sonido, y el cine había quedó en el mismo lugar. Desde 1887 hasta aquí fueron pocos los cambios. El soporte seguía siendo el mismo, el arrastre de la película se había quedado en el mismo lugar. Ahora ha sido un vendaval de adelantos y ya la cámara con que filmé Paisajes devorados es vieja. Pero no siento ninguna limitación con esto. Por el contrario, me parece que ofrece unas posibilidades fantásticas.

Ud. fundó hace años una escuela de cine. ¿Cuál ha sido el recorrido de este proyecto?

La escuela tiene ya 18 años. La creé porque me empujaron, como la mayoría de los proyectos buenos que he hecho en la vida, que han sido porque alguien me lanzó al escenario. Si fuera por mí no salía. Un colega me propuso asociarnos y emprendimos el recorrido. A mí no me gusta ser profesor, por eso estaba escéptico, no me gusta sentirme poseedor de conocimiento. Pero por suerte ocurrió y ahora me hace muy feliz, aprendo mucho con la escuela y, de hecho, estoy formando equipos integrados por estudiantes y egresados para filmar.

Ofrecemos una carrera terciaria, con título oficial de tres años como realizadores audiovisuales. También realizamos talleres de cuatro meses de guion, actuación, fotografía. Tenemos un alto porcentaje de estudiantes de toda América Latina, muchos colombianos, ecuatorianos, venezolanos, brasileños…

¿Qué tipo de cine es el que se preconiza allí?

El buen cine. Obviamente, no se contagia ni se promueve ningún estilo, y menos el mío. Se llama Escuela Profesional de Cine y el título no es inocente, porque la idea era enseñar un oficio, el de narrar historias y hacerlo bien desde todo punto de vista, desde el guion, la luz y todos los aspectos que componen la realización de una película. Pero sacar buenos artesanos en principio, buenos fabricantes de mesas y de sillas en términos artísticos.

¿Qué no le podría falta a una buena historia?

Básicamente un buen guion. Con un buen guion un director puede hacer una mala película pero con un mal guion ningún buen director puede hacer nada. La falla de la mayoría de las películas que veo está allí.

¿Cómo trabaja Ud. los guiones?

He ido cambiando porque escribo todo el tiempo, aunque no sepa todavía para qué, pero se me ocurren escenas o diálogos y cuando llega el momento de escribir ya tengo la idea de la historia y meto todo eso en una estructura técnica bastante rigurosa. Trabajo con tarjetas y soy admirador de la ortodoxia del relato norteamericano, de la escuela de Hollywood que viene de Aristóteles y de las cuestiones elementales para contar un cuento. Soy muy respetuoso de ese “había una vez”, porque el oficio consiste en saber contar. Hay mucho desprecio por eso en el cine actual y de ahí su fallo. Me llama la atención que cine hecho por gente egresada de escuelas prestigiosas tenga historias mal contadas, como si no supieran; y sospecho que, obviamente, les han enseñado a narrar, pero hay una actitud rebelde y no lo quieren hacer.

Si le gustaba tanto escribir, ¿no pensó dedicarse a la literatura?

Sí, es un oficio más aliviado.Pero lo que más me gustaría haber sido es músico, porque me parece que la música es el arte por excelencia, la libertad total que apunta directamente a la emoción, al corazón. Si hubiera podido tocar el saxo tenor no haría cine. No sé qué me pasó, intenté aprender pero no pude. Escribir es algo que no descarto; de hecho escribo mucho y tengo algo avanzado en un libro que se va a llamarTodo gracias al cine, mi testimonio de agradecimiento a este medio, a todo lo que me ha dado.

¿Cuál sería la línea argumental de ese libro?

Todo lo que he aprendido y vivido, todo lo que tengo gracias al cine. Un capítulo importante de ese libro lo va a ocupar Cuba y está publicado en mi blog, donde cuento mis primeras experiencias en el viaje iniciático del año 68. Cuento mi vida, porque mi vida es el cine.

Después de siete años sin venir a Cuba, ¿qué sensaciones le produjo el regreso?

Una parte no te la voy a decir y la que te diré, referida al Festival específicamente, es que me sigue pareciendo único. Hay algo que parece muy demagógico pero te juro que es cierto: lo mejor de Cuba es la gente. Y en el Festival también lo mejor es la gente, es la posibilidad de encuentro con cineastas no solo de América Latina sino de otras partes del mundo, que en otros eventos no se da. Es un Festival que apunta al encuentro humano. Lo que más me gusta es eso, y que se ve muy buen cine.

Su película recibió una buena acogida del público.

Soñaba con venir porque cuando termino una película es inevitable que piense lo que pasará acá, lo que dirán en La Habana. Es un público único. Por suerte, no me tocó que no les gustara la película. Cuando se logra esa comunicación que tengo con el público cubano es único, es una caricia para el alma. Sentí mucho miedo porque traía muy idealizada la idea, pero sigue siendo lo mismo, y recibí mucho amor de la gente. Aunque parezca demagógico seguiría filmando aunque solo fuera para poder proyectar mis películas en Cuba.

Imagen: La Jiribilla
Paisajes Devorados

 

Paisajes devorados pudiera considerarse un manifiesto cinematográfico.

Birri dice que es mi credo sobre el cine. Una señora salió anoche de la sala y me dijo: “Óigame, Rémoro es usted, no lo niegue”. Es obvio que soy yo y es Birri también. Es un homenaje al cine y, de alguna manera, una declaración de principios. Deberíamos filmar descalzos. Es un espacio tan sublime y sagrado que no debería profanarse. Creo en muchas de las cosas que dice el personaje. Bueno, en todas. Soy el autor.

Ud. filma casi todos los años…

Si puedo sí. Y eso es algo que me interesa trasmitirle a los más jóvenes. Hay que filmar como sea, y si uno no puede de una manera hay que inventarse otra, y la tecnología nos está dando la mano. Esta película, por ejemplo, se hizo casi sin dinero.

¿Y no tiene miedo a que todas no tengan la misma suerte que sus obras exitosas?

Sí, pero no hay ninguna receta. De cualquier manera, lo que el público que me interesa va a valorar siempre es la honestidad, con mejor o peor suerte. Lo dice Rémoro: “No engañen a su alma, no engañen a sus ojos”. Seguiré siendo honesto y coherente.

¿Con qué sueña, surrealistamente?

Con seguir filmando, con hacer la mayor cantidad de películas posibles. Con vivir lúcido la mayor cantidad de tiempo para hacer cosas. Con seguir vivo.

¿Proyectos?

Siempre, pero no tienen forma. Estoy escribiendo un guion pero no diré nada todavía.

También ha venido realizando teatro…

Hice la puesta teatral de Hombre mirando al sudeste en Buenos Aires y fue genial porque era un lenguaje nuevo, relativamente. Lo primero que había escrito había sido una obrita teatral a los 15 años, pero escribiendo ahora esta pieza me di cuenta de por qué había elegido el cine.

¿Y por qué lo eligió?

Porque el cine es mentira. El teatro es verdad y el cine te permite escaparte mucho más de la realidad que el teatro. Por eso lo elegí, porque en mis comienzos la realidad me resultaba insoportable y el cine era el vehículo para escaparme de ella.