Elena Socarrás de la Fuente: “Levantar talanqueras para estudiar la subjetividad de una nación”
Investigar sobre algo tan complejo, cambiante y polisémico como la cultura resulta altamente difícil. Articular, promover y liderar estas investigaciones requiere no solo habilidades y conocimientos, sino una voluntad y compromiso a toda prueba.
Elena Socarrás de la Fuente, actual directora del Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC) Juan Marinello, se graduó y realizó su maestría en Psicología. Comenzó a investigar en el Centro de Estudios sobre la Juventud, en el que se mantuvo más de veinte años, y luego ingresó en el sistema de Casas de Cultura, en el área del trabajo sociocultural: “Era una labor de funcionaria, sin embargo, aprendí mucho. De hecho, siempre defiendo la idea de que la base de la labor cultural de este país está ahí”. Más adelante la convocan a desempeñarse en “el Marinello” como responsable de las investigaciones, bajo la dirección de Pablo Pacheco, y termina acompañando a Fernando Martínez Heredia en la dirección del Instituto: “Cuando Rolando González Patricio sale, la política del Ministerio fue designar a Fernando Martínez Heredia, pero él mostró preocupación por asumir cierta área de la dirección. Se acuerda entonces crear la plaza de director general, que la ocupa él, y la plaza de director, que la desempeño yo. Hacíamos un ajuste en el que nos complementábamos muy bien, y así trabajamos hasta el último día. Yo aprendí mucho con Fernando, como aprendí mucho con Pacheco, pues había gran comprensión de esta otra parte que tiene que ver con recursos, trámites, procedimientos. Logramos muy buena comunicación”.
Desde entonces ha capitaneado esta nave en aguas calmadas y tormentosas, y junto al claustro de investigadores y el resto del personal del ICIC apuesta por mantener viva la investigación cultural en el país. En la presente entrevista nos acercaremos a sus experiencias e impresiones sobre el quehacer de la institución, su desarrollo en estos 25 años, además de los retos y debates para su futuro.
¿Cómo, en su opinión, han evolucionado las líneas de investigación del ICIC Juan Marinello en estos 25 años?
El Marinello evolucionó como institución ante los cambios y las circunstancias en el país, pero hay un elemento que lo signó: el desarrollo profesional de sus trabajadores. Varios de los que entraron como investigadores venían directamente de la práctica o la universidad, y en el tiempo que trabajaron aquí se formaron —más allá de ser sociólogos, psicólogos, historiadores, etc.— como investigadores de la cultura. Eso precisamente es lo que condicionó la evolución de los temas que caracterizan la actividad del Instituto, unido a las demandas o intereses de la organización.
Por ejemplo, el estudio de la cultura popular tradicional está mediado por el hecho de haber contado con los especialistas que trabajaron en el Atlas etnográfico de la cultura cubana. Sin embargo, ellos no se quedaron inmóviles; siguieron indagando en sus campos para desarrollarlos a partir de la propia información que el Atlas brindó, como los cambios de las fiestas populares, los temas de oralidad con una visión mucho más amplia, el juego y los juguetes tradicionales durante el período especial, entre otros temas.
“La investigación de las expresiones artísticas es muy necesaria y requiere una gran especialización”.
Eso también es evidente en el equipo de Consumo Cultural, que viene de los primeros tiempos, pero no se limitaron al procesamiento de encuestas, sino que abordaron el uso de técnicas y análisis cualitativos, además de la sistematización a partir de talleres y encuentros, no solo en La Habana, también en otras provincias. Ello, igualmente, permitía visualizar cómo en otros territorios se acercaban al tema y cómo lo hacíamos nosotros. Además de trabajar la participación, porque en muchos lugares fuera de la capital las personas formaban parte de una manera activa de esa programación cultural.
Al revisar la historia de la institución sobresalen dos grandes figuras: Pablo Pacheco y Fernando Martínez Heredia. ¿Qué le dejó cada uno al ICIC?
Pablo Pacheco nos aportó el concepto de promover la investigación en la cultura, pues él era un gran promotor cultural. Además, tenía el don de llevar a todos los investigadores a sentirse imprescindibles, a entregar resultados constantemente, no mediante la coerción, sino haciéndoles ver la importancia de introducir sistemáticamente dichos resultados en la sociedad. Eso también transformó la actividad del Instituto, porque se hicieron muchos libros, que además eran llevados al sistema de bibliotecas públicas. Además, implicaba varias labores más factuales, como hacer paquetes, ponerles la dirección y el sello, trasladarlos hacia la Oficina de Correos, etc. Él entusiasmaba a los trabajadores y ellos respondían, porque les contagiaba ese interés por llevar la investigación y la cultura a toda la Isla.
Fernando Martínez Heredia, por su parte, tuvo una relación muy dialogante con Pacheco, pues se respetaban mutuamente. Cada uno reconocía en el otro cualidades importantes. Pacheco tenía a su favor las habilidades de promoción, y Fernando, un articulado pensamiento teórico-social. Hicieron una simbiosis muy interesante, y cuando el último asume la dirección continúa el sistema ya creado y comienza a desarrollar varias de nuestras líneas temáticas.
Fernando fue un importante guía para todos, desde aquellos estudiosos que llevaban más tiempo hasta los más jóvenes. Nunca hizo distinciones, y retaba a todo el mundo a superarse constantemente. El legado más visible está en los investigadores de la Cátedra Antonio Gramsci y el desarrollo de una sólida línea que busca los nexos de la cultura con la Revolución Cubana.
El ICIC, en su agenda investigativa, ha abogado por un concepto de cultura que trasciende las bellas artes y la literatura para adentrarse en otras aristas a veces preteridas en el discurso más habitual. ¿Por qué cree significativo trabajar desde este enfoque integrador?
La investigación de las expresiones artísticas es muy necesaria y requiere una gran especialización. Si se va a estudiar la música desde el punto de vista formal, se necesita una formación en Musicología; algo parecido pasa con la plástica, la literatura, la danza, etc. y esto es sumamente válido. La cultura es más que una expresión artística: es la subjetividad de una nación. En ella entra la expresión artística, y además el pensar, el sentir, el valorar, el conocer; resulta imprescindible trabajarla en todo sentido.
Esto se hace más claro cuando hay un peligro de dominación extranjera y se trabaja con las subjetividades de las personas. Por eso se hace cada vez más necesario conocer cómo piensan los pueblos, no solo para prevenir, sino porque a partir de ahí podemos llegar a los sujetos y buscar consensos, incluso promover de manera más efectiva su acercamiento a las mejores expresiones artísticas.
Pongo como ejemplo el ballet clásico: se trata de una expresión del arte que no resulta tradicionalmente masiva, porque requiere un mínimo de preparación para poderla apreciar. Sin embargo, el Ballet Nacional de Cuba que creó Alicia Alonso lo primero que hizo fue irse a dar funciones por todo el país, no en teatros, sino en escenarios populares, y a la larga eso creó el público para este arte. Es un caso paradigmático, pero válido para otras expresiones.
“La cultura es más que una expresión artística: es la subjetividad de una nación”.
En nuestra historia cultural tenemos otras experiencias muy peculiares, como el Teatro Escambray. En las montañas no había un hábito creado para su consumo, pero ellos empezaron a expresar en las obras las inquietudes de esas personas, y les enseñaron a apreciar la manifestación. Para esto necesitaron estudiar bien el terreno, lo cual constituye una de nuestras funciones principales: facilitarle al Ministerio de Cultura una información que va más allá del gusto de la población por la danza o el cine, sino que permite saber cómo piensa, qué tiempo tiene, qué posibilidades, preocupaciones, hábitos, etc. También es imprescindible conocer la historia de la cultura, porque la sociedad cambia y evoluciona, y necesitamos situar las figuras en su contexto y humanizarlas.
¿Cuál cree que ha sido el principal aporte del ICIC Juan Marinello a la cultura cubana?
Hay un primer aporte en toda la información recogida en las diferentes investigaciones, junto con su divulgación; y un segundo aporte, no menos importante, en demostrar que desde la cultura se puede investigar acerca de casi cualquier tema, y, en vez de poner talanqueras al conocimiento, levantarlas a conciencia.
Esto es válido para cualquier abordaje. Un centro de investigación cultural a lo mejor no indaga sobre la historia de la guataca —como instrumento agrícola—, pero cómo esas prácticas han condicionado el desarrollo social y cultural de determinadas comunidades sí puede ser un tema por desempolvar. Porque no es lo mismo el veguero aislado que las comunidades cañeras, o los cultivadores del café o del cacao en la montaña. Sus prácticas culturales están signadas por su actividad agrícola, por tanto, las tienes que conocer, porque la cultura no es una expresión artística en sí, sino la forma de vida de esa población.
Otro elemento que caracteriza al ICIC es el intercambio entre disciplinas, con un claustro de investigadores integrado por psicólogos, sociólogos, historiadores, comunicadores sociales, entre otros, que trabajan de forma mancomunada en equipos inter y transdisciplinares. ¿Qué tanto ha aportado esa dinámica a las investigaciones?
Hubo una intencionalidad en los fundadores de contar con un rango de disciplinas diferentes, ya que encontramos en el desempeño de la investigación que el intercambio era valioso. Hay algo que no se puede perder de vista: hubo un tiempo en que la formación de psicólogos marcaba la manera en que se enfrentaba el estudio de los problemas sociales y culturales. Por lo tanto, uno de los elementos que logramos fue trabajar temas sociales de actualidad, pero teníamos que conocer la historia de ese fenómeno, entonces los historiadores comenzaron a incidir en esa parte. Al trabajar juntos el mismo tema, se estrechaban los vínculos y se enriquecían las miradas.
Esto se hace muy evidente en el equipo de Consumo Cultural, donde laboran mancomunadamente sociólogos y psicólogos, y la visión no es puramente de una ciencia ni de la otra, sino que el análisis contiene elementos sociológicos y psicológicos presentes en sus resultados. También está muy claro en la Cátedra Gramsci, cuyos integrantes tienen formación en Filosofía, Sociología, Historia, y los estudios de la cultura y la Revolución se abordan desde múltiples miradas. Lo mismo se aprecia en el tema de la identidad o en el estudio de las nuevas tecnologías.
El ICIC ha constituido un importante foco, no solo de investigación cultural, sino de socialización en el campo de la cultura, y muy pocas de sus investigaciones se quedan en la “literatura gris”, sino que trascienden a publicaciones en libros y revistas, y a eventos, talleres, cursos o simposios. ¿Qué le ha reportado esta filosofía al campo cultural cubano y al propio Instituto?
El trabajo en esta línea le ha generado al Instituto un público cautivo. Nosotros a veces no nos damos cuenta, pero cuando la pizarra de cristal que usa nuestra relacionista pública no está en el portal, te preguntan por qué. Algunos transeúntes se han habituado a ella y se enteran de lo más inmediato. También usamos las nuevas tecnologías, la prensa, y otros canales de comunicación, por supuesto. Tenemos un público creciente, pero hay un porciento constante que ha asistido a casi todas nuestras actividades a lo largo del tiempo.
Para nuestros fundadores estaba claro que los resultados de las ciencias sociales no tienen una introducción social igual a la de las otras ciencias. En las ciencias tecnológicas, por ejemplo, se inventa un equipo y este se concreta en la producción de una fábrica. En las ciencias sociales se termina una encuesta nacional de consumo cultural, y ¿cuál sería su introducción en la práctica? Pues llevar esos resultados a quienes puedan interesarles, porque están investigando o porque dirigen instituciones o gestionan políticas culturales.
Por eso nosotros no solo dedicamos esfuerzos a la publicación, que es importante por permitirnos llegar al espacio físico, sino que valoramos mucho la realización de encuentros, talleres y reuniones propicios al diálogo y el intercambio.
A veces un director de Cultura de un municipio no tiene ni el tiempo ni las condiciones para sentarse a leer un informe de investigación o un libro de ensayos, pero sí asiste a un taller, escucha y puede dar su criterio; ahí ya estamos haciendo una introducción de resultados, y a lo mejor es posible estimular en él la lectura o el estudio de estas temáticas.
Cuando hicimos la actividad por el aniversario 25 constaté la cantidad de funcionarios del Ministerio de Cultura y profesores del Centro de Superación para la Cultura que tienen relación con nosotros desde hace algunos años, y utilizan nuestros resultados para formar a dirigentes y trabajadores del sector. Al seminario que recientemente realizó la Cátedra Gramsci sobre los retos de la democracia socialista en Cuba no solo asistieron estudiantes, profesores e investigadores de las ciencias sociales, sino ingenieros y campesinos que estaban debatiendo un tema sociocultural.
“La crítica debe hacerse a partir de un análisis científico”.
Asimismo, ha sido muy valioso el intercambio con otras instituciones. Cuando empezó la preocupación sobre el rap y el reguetón, yo no tenía musicólogos para hacer un profundo análisis formal de estos géneros, y establecimos relaciones con el Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana. Nosotros les facilitamos algunos instrumentos sociales, y ellos completaron la mirada desde la Musicología. Hemos aprendido que no podemos abarcarlo todo, pero establecer este tipo de relaciones nos enriquece a todos, y al conocimiento de la cultura cubana, que es, en última instancia, nuestro objetivo final.
En estos 25 años “el Marinello” ha abordado zonas polémicas del pensamiento cultural cubano junto a otras temáticas que tienen una gran complejidad, porque se interrelacionan con aristas difíciles de la realidad. ¿Por qué considera útil abordar con rigor científico estos tópicos?
Te responderé con palabras de Fernando Martínez y de Pacheco: “No se puede negar la realidad”; y en la realidad tenemos desigualdades, identidades diferentes, diversos grados de conocimiento y preparación en las personas, etc. Por lo tanto, abordar esta variedad de situaciones en los fenómenos culturales es crucial; lo que no está bien es emitir juicios sin saber.
La crítica debe hacerse a partir de un análisis científico, y con conocimiento; es lo único que nosotros como Instituto exigimos. Como investigadores se trata de un problema ético y de formación moral: si aquí detectamos un problema que va más allá de la institución, que es un problema social y cultural, debemos demostrarlo con metodología científica e información verídica. No lo podemos negar, tenemos que confrontarlo con las instituciones, con el gobierno, con la dirección del país o del área donde estemos incidiendo. Llegamos hasta ahí, aunque podemos indagar en las múltiples explicaciones y proponer algunas soluciones.
No se trata de criticar por criticar: nuestro país no es perfecto, pero hemos demostrado por más de sesenta años que somos perfectibles, por eso debemos reconocer dónde tenemos deficiencias, y esa es una de las funciones de la investigación social y de la investigación cultural. Eso es lo que ha defendido “el Marinello”.
“Desde la cultura se puede investigar acerca de casi cualquier tema”.
Después de 25 años de investigación y debate, y en un contexto nacional cada vez más cambiante, con nuevas dinámicas sociales como la introducción de las nuevas tecnologías o el reciente ordenamiento monetario, que tienen y tendrán un impacto en la cultura, ¿cuáles pueden ser los principales desafíos para un instituto de investigación que aborda el campo cultural como un todo?
El primer reto es la sensibilidad ante la situación social y las subjetividades de las personas; el segundo, mantener el compromiso con ideales y principios que no son negociables; y el tercero, la preparación profesional desde todo punto de vista para poder abordar esta realidad, que es compleja —no creo que mucho más compleja que otras que hemos vivido— y que exige buscar conocimiento a partir del compromiso y la formación ética.
A ello se suma —y es otro tipo de reto—, en estas condiciones tan cambiantes y apremiantes, que podemos no ser escuchados desde la primera vez por decisores sumergidos en esta convulsa realidad. Ese es, igualmente, un desafío: entenderlos, y además, insistir en hacernos oír, con respeto, con compromiso, pero hacernos oír. El reciente seminario que antes mencionaba fue una forma de hacerlo, de aportar desde nuestros conocimientos a la comprensión de las problemáticas que tenemos. El taller metodológico para el estudio de la desigualdad también es una manera de persistir en hacernos oír. Ese es nuestro deber, y, sobre todo, un deber hacia nuestros cofundadores, que no nos perdonarían el silencio.