Sin duda, la ratificación del Tratado Hay-Quesada en el Senado de Estados Unidos, ocurrida el 13 de marzo de 1925, resulta una fecha de relevancia no solo para el pueblo pinero, sino también para toda la nación, en tanto constituyó una victoria política y diplomática del pueblo cubano, resultado de las acciones que desde la diplomacia desempeñaron en Washington figuras como Cosme de la Torriente ─antes lo había hecho Gonzalo de Quesada─, así como el movimiento cívico, popular y patriótico que se extendió por todo el país, desde los distintos espectros ideológicos, ya fuera desde las posiciones anti injerencistas de un nacionalismo moderado que, defendía la soberanía territorial, pero sin romper desde su raíz la dependencia neocolonial o el antiimperialismo que brotaba de un nacionalismo radical como el que encarnaba Julio Antonio Mella.
Lo cierto es que el Movimiento de Veteranos y Patriotas, los intelectuales, obreros, estudiantes y pueblo en general se unieron en defensa de la soberanía de Isla de Pinos. Las batallas emprendidas en ese camino y la victoria alcanzada, contribuyeron a reverdecer la conciencia e identidad cubana en esa década del veinte, caracterizada también por la injerencia yanqui más descarnada, a través del representante diplomático de Estados Unidos, Enoch Crowder. Es por eso que ahora que conmemoramos el Centenario de aquel acontecimiento, insistimos en que no solo se trata de destacar la ratificación del tratado en el Senado de Estados Unidos en la fecha señalada, sino que celebramos el proceso de luchas del pueblo cubano por su soberanía que alcanzó un momento cumbre con aquel triunfo, aunque aún habría que bregar mucho hasta la total independencia y autodeterminación del país, alcanzada el 1ro de enero de 1959.
“El origen de esta disputa venía arrastrándose desde inicios de siglo, cuando en el artículo 6 de la Enmienda Platt se planteaba que Isla de Pinos sería omitida de los límites de Cuba propuestos por la Constitución”.
La presión popular, la hábil gestión diplomática del embajador Cosme de la Torriente, las fricciones que generaba este tema entre el gobierno cubano y el estadounidense, los intereses de mejorar la imagen de la política exterior de la administración Calvin Coolige hacia América Latina y el Caribe y la necesidad de definir de una vez el status de Isla de Pinos para evitar conflictos violentos entre los cubanos y la colonia norteamericana asentada en la Isla de Pinos, fueron algunos de los elementos principales que contribuyeron a que, luego de transcurridas dos décadas el gobierno estadounidense prestara atención al asunto y se sometiera a debate y votación la ratificación del tratado Hay-Quesada en el legislativo estadounidense.
El origen de esta disputa venía arrastrándose desde inicios de siglo, cuando en el artículo 6 de la Enmienda Platt se planteaba que Isla de Pinos sería omitida de los límites de Cuba propuestos por la Constitución, dejándose para un futuro arreglo la propiedad de la misma. En varios mapas de la época elaborados por la administración de William McKinley aparecía Isla de Pinos como parte del territorio estadounidense y desde Washington se convirtió en un negocio lucrativo la venta de las tierras de esa ínsula a colonos estadounidenses, parte de los cuales encabezaron luego diversas intentonas anexionistas. Una historia muy similar a lo ocurrido con otras adquisiciones territoriales de Estados Unidos en su lógica expansionista e imperialista en el mundo.
El propio senador Orville H. Platt reveló su intención anexionista al incluir la cláusula 6 en la Enmienda impuesta bajo coacción y como apéndice a la constitución cubana de 1901: “cuando redacté la enmienda a la Ley del Ejército que ha llegado a ser conocida como la Enmienda Platt, inserté una cláusula a fin de que el título de dominio quedara sujeto a negociaciones para un tratado. Tengo la opinión que es de la mayor importancia que la isla (Isla de Pinos) sea nuestra. Nos proporcionaría el punto más ventajoso para defender la entrada del canal de istmo. Pensé, cuando inserté la disposición de que debía ser objeto de negociaciones para un tratado, que a menos que no lográramos satisfacer al gobierno cubano de que la isla pasara a ser territorio de los Estados Unidos por cesión en el tratado de paz, llegaría a ser nuestra por compra, y éste es todavía mi pensamiento”. [1]
“Resulta muy interesante cien años después, un acercamiento al debate acontecido el 13 de marzo de 1925 en el legislativo estadounidense. Los argumentos esgrimidos a favor y en contra por algunos congresistas, dan una idea de los intereses y móviles que se estaban moviendo en torno al espinoso asunto”.
El 2 de julio de 1903, se firmó un tratado sobre la jurisdicción de Isla de Pinos, por el Secretario de Estado interino de Cuba, José María García Montes, y el primer enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Estados Unidos en Cuba, Hebert G. Squiers, que por una falta de visión diplomática del lado cubano incluyó una cláusula de caducidad en siete meses si no era ratificado por el Senado, como de hecho ocurrió. Esta situación obligó a la firma de un nuevo tratado, el 2 de marzo de 1904, por el secretario de Estado de Estados Unidos, John Hay y Gonzalo de Quesada, conocido entonces como Tratado Hay-Quesada, esta vez sin la cláusula de caducidad. En el artículo II de este tratado, Estados Unidos renunciaba a favor de Cuba de toda reclamación acerca del derecho a la Isla de Pinos, en consideración a las concesiones de estaciones carboneras y navales, Asimismo, se puntualizaba en el artículo III que los ciudadanos estadounidenses que residían o tenían propiedades en Isla de Pinos, no sufrirían menoscabo alguno en los derechos y privilegios que habían adquirido con anterioridad a la fecha del canje de ratificaciones del tratado. Sin embargo, el lobby contrario a la ratificación del tratado hizo de las suyas y logró retardar el debate y la votación en el Senado por 21 años.
Resulta muy interesante cien años después, un acercamiento al debate acontecido el 13 de marzo de 1925 en el legislativo estadounidense. Los argumentos esgrimidos a favor y en contra por algunos congresistas, dan una idea de los intereses y móviles que se estaban moviendo en torno al espinoso asunto.
A esas alturas, era visible que el ejecutivo estadounidense estaba a favor de la ratificación y había movido los hilos de su influencia con algunos congresistas, al igual que lo había hecho Cosme de la Torriente, como parte de su misión diplomática.
“(…) el presidente McKinley consideró a la Isla de Pinos como nuestro territorio y tenía la intención de retener esa isla. Los mapas de los Estados Unidos luego de la guerra con España hasta su muerte mantuvieron a esta isla como territorio perteneciente a los Estados Unidos”.
Según señala Rolando Álvarez Estévez, la aprobación para que se discutiera por el senado el Tratado fue lograda cuando el senador George Wharton Pepper, republicano por Pennsylvania, quien para las discusiones presidió la Comisión de Relaciones Exteriores en sustitución de Borah, principal enemigo de la ratificación, propuso al Senado procediera en una sesión ejecutiva a considerar el Tratado sobre Isla de Pinos. Pepper fue apoyado por otros senadores. El senador Coppeland, demócrata por Nueva York y uno de los principales detractores del Tratado, propuso posponer la votación hasta el 1ro de diciembre, siendo denegada la misma por los líderes del Senado. [2]

Los debates tuvieron lugar los días 12 y 13 de marzo, pero fue el día 13 en el que se procedió a la votación final. El día 12 el senador Coppeland se empeñó en las discusiones en tratar de demostrar que Isla de Pinos era posesión de Estados Unidos, las discusiones se extendieron hasta que se acordó reanudar el debate al día siguiente.
El día 13 comenzó la sesión con la lectura por la presidencia de un comunicado que recogía una resolución adoptada por el consejo de la Sociedad Pan Americana de los Estados Unidos en favor de la ratificación del tratado.
El senador Kenneth McKellar, demócrata por Tennesse, fue uno de los más activos oponentes a la ratificación del tratado, bajo el argumento de que el elemento principal a tomar en cuenta eran los derechos de los ciudadanos estadounidenses establecidos en Isla de Pinos, a quienes se les había «invitado» a ir a Isla de Pinos y crear sus hogares allí. También hizo gala de su racismo y menosprecio hacia los cubanos:
«Lo que estamos haciendo ─señaló─, si ratificamos el tratado, es poner a esos 900 ciudadanos americanos bajo dominio y control de una población ignorante y mestiza ahí en esa isla. Me opongo a ello. No estoy dispuesto a apoyar tal propuesta con mi voto”. [3]
“El día 13 comenzó la sesión con la lectura por la presidencia de un comunicado que recogía una resolución adoptada por el consejo de la Sociedad Pan Americana de los Estados Unidos en favor de la ratificación del tratado”.
El también demócrata, pero por el estado de Arkansas, Thaddeus H. Caraway, replicó este argumento al señalar que no se debía hacer pagar a Cuba por el actuar incorrecto del gobierno estadounidense. A lo que Mckellar contrarreplicó en varias intervenciones expresando que no había duda de que Estados Unidos gozaba de la titularidad de la Isla y que por lo tanto se estaba entregando a Cuba esa titularidad sin una consideración o reserva de protección a los ciudadanos estadounidenses en la Isla.
Senadores demócratas como Claude A Swanson de Virginia, Joseph T. Robinson, de Arkansas y Duncan U. Fletcher, de Florida, expresaron su posición contraria a los argumentos de McKellar.
William Cabell Bruce, de Maryland, aunque desde el mito construido de que Cuba debía su independencia a Estados Unidos, hizo una larga exposición en favor de la ratificación del tratado. Al final de su intervención señaló:
Por años la conciliación del respeto y la buena voluntad de toda América Latina ha sido uno de los objetivos cardinales de la política americana. ¿Debemos abandonar este objetivo e involucrarnos en el amargo resentimiento de todo país en América Latina, incluyendo Cuba?
(…) no creo que el pueblo americano aprobara el rechazo de este organismo a ratificar el tratado de la Isla de Pinos; y ahora que grandes hombres tan celosos del honor nacional como Theodore Roosevelt, John Hay, Elihu Root y Charles Hughes y la Corte Suprema de Estados Unidos les han dicho que no tenemos titularidad sobre la Isla de Pinos, creo debemos aceptar esta conclusión y rápidamente llevarla a efecto. [4]
Otro senador que hizo trinchera contra la aprobación del tratado, desde un pensamiento expansionista e imperialista, fue James Thomas Heflin, demócrata de Alabama:
No tengo la menor duda que el presidente McKinley consideró a la Isla de Pinos como nuestro territorio y tenía la intención de retener esa isla. Los mapas de los Estados Unidos luego de la guerra con España hasta su muerte mantuvieron a esta isla como territorio perteneciente a los Estados Unidos, y no fue hasta que murió que este territorio desapareció de los mapas de Estados Unidos.
(…)
Necesitamos esa isla como una base militar, por su proximidad al Canal de Panamá; y algunos senadores aquí son excesivamente generosos de una manera extraña cuando expresan su voluntad de cederle a Cuba territorio que nos pertenece y está habitado por algunos de los mejores y más patrióticos ciudadanos de Estados Unidos. [5]
Caraway intervino nuevamente a favor del tratado, haciendo énfasis en que Cuba no podía verse perjudicada por declaraciones que se les hicieron a los ciudadanos estadounidenses sin confirmar y que en todo caso era el gobierno estadounidense el responsable de responder ante ese error y compensar económicamente a los afectados.
Por su parte, el senador demócrata por el estado de Montana, Thomas James Walsh, se basó en el hecho de que ya la Corte Suprema de Estados Unidos en 1907 había concluido ante causa presentada que la soberanía de la Isla de Pinos pertenecía a Cuba. Se refería al conocido como pleito Pearcy contra Stranahan, cuando el estadounidense Edward J. Pearcy había tratado de introducir cierta cantidad de mercancías procedentes de Isla de Pinos por el puerto de Nueva York y al negarse a pagar aranceles ─sosteniendo que provenían de un territorio que era parte de Estados Unidos─ habían sido confiscadas en el acto, lo que produjo la demanda ante los tribunales contra el administrador de aduanas del puerto de esa ciudad, N. Stranhan, la cual llegó hasta el Tribunal Supremo. Este órgano, al emitir su decisión, señaló que Estados Unidos no tenía ningún derecho sobre Isla de Pinos y que esta de jure pertenecía a Cuba.
“Desde la visión de la prepotencia imperial intervino el senador demócrata por Missouri, Reed, al señalar que Cuba no tenía derecho a queja o reclamación pues le debía la independencia y prosperidad a Estados Unidos”.
Frank B. Willis, senador republicano por el estado de Ohio, se refirió a la necesidad de establecer enmiendas al tratado que protegieron los derechos constitucionales de los ciudadanos estadounidenses en Isla de Pinos y la seguridad de que el resto del articulado de la Enmienda Platt y el tratado permanente se hicieran extensivos a ese territorio. Sobre este último punto insistió también el senador William Borah, republicano por Idaho: «Que todas las provisiones existentes y futuros tratados, incluyendo el tratado permanente proclamado el 2 de julio de 1904 entre Estados Unidos de América y la República de Cuba, será aplicado al territorio y los habitantes de la Isla de Pinos». [6]
Desde la visión de la prepotencia imperial intervino el senador demócrata por Missouri, Reed, al señalar que Cuba no tenía derecho a queja o reclamación pues le debía la independencia y prosperidad a Estados Unidos. Vale la pena citar en extenso para entender los criterios geopolíticos imperiales que se estaban moviendo en ese contexto:
Refiriéndome nuevamente al tema de la defensa nacional, quisiera llamar la atención del Senado hacia unos mapas que elaboré aquí hace algunos años. Aquel que se fije en esos mapas observará que, comenzando no muy lejos al sur de Nueva York, Inglaterra posee las Bermudas. Desde las Bermudas podrían ser enviados aviones para atacar la ciudad de Nueva York y otras ciudades del Continente Americano y podrían regresar a sus bases sin mucho peligro de ataques de nosotros a menos que tuviésemos una flota de aviones inmediatamente a mano. Siguiendo toda la costa hacia abajo llegamos a la parte sur de la Florida ahí encontramos en el mapa marcado en rojo, lo que muchos senadores pueden ver con sus propios ojos desde donde se sientan, un grupo de islas extendiéndose desde la Florida por el norte de Cuba hacia Haití. Inmediatamente al sur de Cuba nos encontramos a la isla de Jamaica, que es la llave al Canal de Panamá sin duda alguna, y está marcada en rojo británico.
Encontramos en adición a eso la Honduras Británica, localizada de manera que también comanda uno de los mayores caminos hacia el Canal de Panamá y abraza una bahía en la cual toda una flota de una gran nación extranjera podría descansar en un puerto. Bajando hacia la costa sudamericana nos encontramos otra cadena de islas, una parte de ellas británicas, otra parte francesa, pero todas juntas comandando todos los canales del mar desde esa dirección y todas ellas inclinándose al fin sobre la Guyana Británica, otra gran posesión británica.
Digo que debería ser la política fija y establecida de los Estados Unidos el adquirir todas estas islas. Se encuentran en un semicírculo abrazando el extremo oriental o norteño del Canal de Panamá. Podemos examinar los mapas y podemos encontrar que no hay un solo canal del mar, una sola ruta comercial conduciendo a estas aguas que no esté bajo el comando de territorio extranjero que en cualquier momento pueden ser equipadas con armas extranjeras. Esta situación nuestras autoridades navales han buscado abarcar con el establecimiento de una base naval en Cuba, pero eso es solo un punto desde donde podríamos lanzar un ataque. Tenemos a Puerto Rico y ahí prácticamente termina nuestro dominio, mientras que el resto de ese territorio se encuentra bajo bandera extranjera y puede ser fortificado en cualquier momento sin nuestro consentimiento.
(…)
Una examinación del mapa les mostrará a los senadores que la Isla de Pinos yace a unas 50 millas del paso principal de navíos moviéndose desde el golfo al canal. En esa isla una base de aviones puede ser establecida, y de ella uno o dos aviones pueden proceder a destruir todos los barcos pasando por ese canal. Podrían proceder desde esa isla para atacar para atacar nuestra fortaleza en la isla de Cuba. Podrían salir de esa isla para atacar la porción sur de la Florida.
En lugar de ceder nuestras tierras en las Indias Occidentales deberíamos estar asegurando tierras. Estaría dispuesto a cancelar una parte de la deuda francesa para asegurar las posesiones francesas en las Indias Occidentales. Estaría dispuesto a hacer grandes concesiones a Gran Bretaña en un aspecto financiero para así asegurar esas islas que ella controla y que cierran las aguas del Golfo de México y del Canal de Panamá. El día puede llegar, no en nuestros tiempos ─puede llegar en período más remoto, puede nunca llegar, pero puede llegar─ cuando debamos concentrar la flota del Atlántico y la flota del Pacífico en uno u otro de esos océanos, y hacerlo en apenas unas horas, cuando un único avión procedente de una de estas islas al dejar caer una sola bomba en los cierres del Canal de Panamá podría bloquear esas aguas e impedir la concentración de nuestra flota e involucrarnos en algún gran desastre naval. Inglaterra mira hacia el futuro. Francia mira hacia el futuro. Todos los demás países miran hacia el futuro. Solo nosotros procedemos de manera desordenada, sin consideración por el futuro, considerándonos en todo momento como perfectamente seguros.
Le pido al Senado de los Estados Unidos que me digan ¿por qué estos países se aferran a estas islas de las Indias Occidentales? No son de ningún beneficio financiero para ellos hoy en día. El tiempo fue cuando los habitantes esclavizados de esas islas, produciendo azúcar y otros productos tropicales, eran una fuente de ingresos para sus amos europeos. Esa condición ya no existe. No hay ganancias para estas naciones desde estas islas, y aun así se aferran a ellas. Si quieren saber el motivo, es porque son lo suficientemente sabios para mirar al futuro, al momento cuando pueda haber conflicto, y cuando esas islas constituirán para ellos tantos puntos desde donde atacar a los Estados Unidos. Hay, para usar la expresión de otro, tantos cañones apuntados hacia el corazón de los Estados Unidos de América. Sin embargo, proponemos votar la cesión de un territorio por el cual al menos tenemos una buena reclamación equitativa. [7]
A continuación, se produjo la réplica del senador demócrata por Nevada, Key Pittman:
Señor presidente, no hay duda que el argumento que acaba de ser presentado por el Senador de Missouri es atractivo. Creo que todos deben estar de acuerdo en que debemos tener una buena consideración por la protección del Canal de Panamá y de nuestras costas, pero es más importante, en mi opinión, que actuemos de manera honorable, manteniendo la autoestima de nuestra propia gente y la confianza de las naciones del mundo que poseer cualquier isla en el Mar Caribe. No es una cuestión de lo que queremos ni de lo que obtendremos. La cuestión es cómo podemos obtenerlo honorablemente.
Si fuéramos a comprar la Isla de Pinos de Cuba, comprémosla después de haberle cedido cualquier reclamo de nuestra titularidad sobre ella, y no antes, a un precio fijado por nosotros como condición de renuncia. Creo que la importancia estratégica de la Isla de Pinos en este argumento está sobrestimada grandemente. [8]
Pittman también ratificó cual había sido uno de los argumentos para defender el artículo 6 de la Enmienda Platt:
Estaba en los poderes de los Estados Unidos el obtener de Cuba la Isla de Pinos como una estación carbonera y una base naval si fuera apropiado, pero no quería la Isla de Pinos. La Isla de Pinos no está adaptada para una base naval. Lo que quería el gobierno de los Estados Unidos eran bases en la isla de Cuba, donde tienen uno de los mejores puertos del mundo, y esa es la única razón de por qué no admitiría el reclamo de Cuba sobre la Isla de Pinos. No hay duda sobre eso. La Isla de Pinos se retuvo como seguridad, para que cuando existiese un gobierno formado en Cuba que pudiese realizar los acuerdos informales que se habían realizado entre nuestros oficiales del ejército y los líderes del ejército revolucionario de Cuba, habría medios para forzar al gobierno constitucional de Cuba a concedernos las bases navales que nosotros realmente queríamos y que más tarde recibimos.
(…)
¿Cómo pueden los senadores oponerse a este tratado cuando nuestra propia Corte Suprema, luego de plena deliberación, bajo la instigación de americanos que la solicitaron, tomó tal decisión como la referida? Deberían estar dispuestos a aceptar la opinión cuando la invocaron.
Hay algo más que eso, aunque no todo eso fuese cierto. Veamos en qué actitud estaría América si se rechazara este tratado. El 2 de julio de 1903, los comisionados representando al gobierno de Cuba y los comisionados de los Estados Unidos se reunieron para darle fuerza y efecto a dos artículos en la Enmienda Platt, uno dándole una base naval a Estados Unidos y otro estableciendo por tratado el título de propiedad sobre la Isla de Pinos. Escuchen, senadores. En ese mismo día, por esas mismas personas, como parte de la misma transacción, y así reconocido en este tratado, los comisionados cubanos aceptaron darnos Guantánamo, la mayor base naval en todo el Mar Caribe, para perfeccionar por lo cual hemos gastado 9 mil millones de dólares, y en consideración de Cuba por darnos Guantánamo entramos en un acuerdo renunciando a cualquier reclamo que teníamos por la Isla de Pinos.
Bajo la Enmienda Platt el tratado concediéndonos a Guantánamo solo debía ser ratificado por los presidentes de las dos repúblicas. El presidente de los Estados Unidos y el presidente de Cuba inmediatamente ratificaron el tratado por separado concerniente a Guantánamo, y Guantánamo pasó a ser posesión de Estados Unidos. Es la más grande base naval en el hemisferio occidental.
Este tratado, que debió ser ratificado por el Senado, fue presentado ante el Senado para su ratificación el 2 de julio de 1903, y por 21 años el Senado se ha rehusado a ratificar el tratado renunciando a nuestra titularidad sobre la Isla de Pinos, y durante todo ese tiempo hemos tenido a Guantánamo.
¿Acaso esto es un accionar justo? Tomamos Guantánamo, pero nos rehusamos a renunciar a la titularidad sobre la Isla de Pinos, cuando eso está suplementado con la decisión de nuestra Corte Suprema, a mi parecer, con justicia, con honor, no debería haber vacilación en nuestra ratificación de este tratado. Si no estamos dispuestos a ratificar este tratado, con honor, y toda justica, deberíamos devolverle Guantánamo a Cuba, que fue declarado como una consideración para la ejecución del tratado. [9]
Nuevamente intervino Swanson en el debate para reforzar y ampliar el argumento de la decisión de la Corte Suprema de justicia cuando había decidido que de jure Isla de Pinos pertenecía a Cuba, y que el secretario de estado Day, uno de los comisionados que negociaron el Tratado de Paris de 1898 había sido uno de los jueces de la Corte Suprema en ese momento y ratificado que el término usado «otras islas bajo la soberanía española en las Indias Occidentales», no incluía a Isla de Pinos. [10]
El senador Robinson, de Arkansas, agregó en favor de la ratificación:
No tengo duda de que este tratado debe ser ratificado. Debió haber sido ratificado hace años. En mi modesta opinión, los Estados Unidos nunca han tenido reclamo sustancial sobre Isla de Pinos. Por cientos de años la isla constituyó una parte de Cuba. Los Estados Unidos en la resolución adoptada el 20 de abril de 1898, declaro su propósito de asegurar la independencia y libertad para el pueblo de Cuba, y nunca nos alejamos de ese propósito. No estaría de acuerdo con los principios a los que esta adherido los Estados Unidos en sus tratos con gobiernos extranjeros, el hacer la guerra por la independencia de un pueblo solo para requerir de ellos el someterse a la jurisdicción y soberanía de Estados Unidos. Debemos mantener la confianza en Cuba. Para lograr esto no debemos dejar más en duda el título de propiedad sobre Isla de Pinos. [11]
Cerró el debate sustancial del tema con una intervención del senador republicano por Pennsylvania, George Wharton Pepper, advirtiendo que el rechazo del tratado por el Senado no resolvería nada, al contrario, generaría esperanzas inciertas en los residentes americanos en la isla de que algún día Isla de Pinos se convertiría en territorio estadounidense.
Su ratificación lograría, por el contrario, tres resultados definitivos: terminaría el periodo de intolerable suspense que la demora ha provocado en los colonos estadounidenses, les permitiría darse cuenta que a lo que aspiran es imposible y se volverían hacia Estados Unidos para reclamar algún tipo de indemnización, la devolución al beneficiario ─Cuba─ de la tutela nacional establecida y una evidencia clara para todos los vecinos que los Estados Unidos tienen la intención de tratar justamente con los débiles al igual que con los fuertes.
Finalmente se produjo la votación siendo aprobada la ratificación del tratado con dos enmiendas. El resultado fue 63 votos a favor, 14 en contra y 19 abstenciones. La primera enmienda establecía que todos los tratados existentes y futuros, incluyendo el tratado permanente proclamado el 2 de julio de 1904, entre los Estados Unidos de América y la República de Cuba se aplicarán al territorio y a los habitantes de la Isla de Pinos y la segunda que la expresión “otros extranjeros” que figura al final del articulo III se entenderá como los extranjeros que reciban el tratamiento más favorable bajo el gobierno de Cuba».
“Es evidente que el gobierno de Estados Unidos tomó en consideración que no se trataba solo de un asunto concerniente a la política hacia Cuba, sino también hacia toda América Latina y el Caribe”.
Al día siguiente, no para celebrar un acto de justicia histórica, sino cumpliendo uno de los objetivos que perseguía para su provecho el ejecutivo estadounidense, de limpieza de imagen hacia el resto de la región, la Oficina de Prensa del secretario de Estado, Kellog, emitió la siguiente declaración acerca de la ratificación del Tratado Hay-Quesada:
El Secretario de Estado opina que ese es un paso que afirmará la simpatía de Estados Unidos hacia América Latina, y viceversa, considerándolo como un hecho “extremadamente satisfactorio”.
Asimismo, que el secretario de Estado consideraba “que tanto Centro como Suramérica deben ver en ese laudable hecho que los Estados Unidos cumplen su palabra caballerosamente cuando se trata de dar la razón, y que las nacionalidades débiles deben perder todo temor a un imperialismo más remoto que la constelación de Alpha. [12]
Las reservas que hizo el Senado de Estados Unidos al Tratado fueron aprobadas por el senado cubano el 16 de marzo de 1925, las ratificaciones fueron canjeadas el 23 de marzo y publicadas en la Gaceta Oficial el 9 de mayo. El legislativo cubano declaró en una resolución, que Isla de Pinos era definitivamente cubana.
Por su parte, el presidente Coolige hizo pública una proclama por la que Estados Unidos reconocía el tratado firmado en 1904. Es evidente que el gobierno de Estados Unidos tomó en consideración que no se trataba solo de un asunto concerniente a la política hacia Cuba, sino también hacia toda América Latina y el Caribe, donde las resistencia y luchas antiimperialistas habían ido en aumento, a partir de la propia injerencia y explotación yanqui y el sostén a dictaduras sanguinarias. Tres años después, tendría lugar en La Habana, bajo el amparo de la dictadura de Gerardo Machado, la VI Conferencia Panamericana.
La manera en que se recibió la noticia de la ratificación del Tratado Hay-Quesada en Cuba, también es un reflejo de la polarización ideológica existente en aquel año 1925. Por un lado, el gobierno de Zayas, acordó en sesión del Consejo de Ministros realizar un acto que comprendía un recorrido por varios puntos de la ciudad y desfile ante la representación diplomática de Estados Unidos para expresar aprecio y gratitud al poder Ejecutivo y Legislativo de ese país por la ratificación del Tratado, por otro, los sectores más revolucionarios del movimiento obrero y estudiantil, si bien consideraban una victoria lo alcanzado, no había nada que agradecer y mucho menos realizar pleitesías al imperialismo estadounidense, pues Isla de Pinos siempre había sido cubana, lo que había ocurrido era un intento de despojo y el 13 de marzo de 1925 el acto jurídico que confirmaba el reclamo del pueblo cubano en defensa de su soberanía.

El 18 de marzo Mella hizo circular una declaración “A los estudiantes y hombres libres”, en el que exhortaba a los cubanos a no asistir al bochornoso acto de servilismo, pues darle a Cuba Isla de Pinos era un acto natural, ya que siempre había sido cubana. Isla de Pinos era de Cuba, pero Cuba no era libre, señalaba la declaración. Los capitalistas yanquis con sus dineros poseían la tierra, las industrias, esclavizando al pueblo, y el gobierno de Washington con la Enmienda Platt y con el abuso de su fuerza, tenía convertida la isla en una colonia. El manifiesto terminaba “Estudiantes, gritemos: ¡Abajo el imperialismo yanqui! ¡Viva nuestra dignidad de hombres libres!”. [13]
Estudiantes y obreros de la Confederación de Estudiantes de Cuba, la Agrupación Comunista de La Habana, la Federación Obrera de La Habana, rompieron la manifestación preparada por el gobierno en varios puntos. Aquella contramarcha, en la que tuvieron especial protagonismo Mella y Alfredo López, en defensa del honor patrio, fue el preludio de una larga lucha que vendría luego para enfrentar la dictadura de Gerardo Machado. Todavía costaría mucho sacrificio y sangre al pueblo cubano, para que Isla de Pinos y toda Cuba, fueran enteramente cubanas.
Notas:
[1] Citado por Rolando Álvarez Estévez en: Isla de Pinos y el Tratado Hay-Quesada, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p.105
[2] Ibídem, pp.87-89.
[3] Congresional Record-Senate, March 13, veáse en: https://www.congress.gov/bound-congressional-record/1925/03/13/senate-section.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem.
[12] Rolando Álvarez Estévez en: Isla de Pinos y el Tratado Hay-Quesada, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, pp.90-91.
[13] Rolando Rodríguez García, República Rigurosamente Vigilada. De Menocal a Zayas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2012, tomo II, pp.468-469.