1. Si afirmamos que hemos realizado absolutamente el proyecto de la República martiana, no solo no diríamos la verdad sino que estaríamos cerrando insensatamente las puertas del futuro. Lo que Cuba revolucionaria ha hecho en el campo de la justicia social, siempre en desfavorables circunstancias y más aún en los últimos años, es enorme; lo que le falta por hacer, afortunadamente, resulta inmedible. La creciente realización de los principios martianos, que no depende solo de nuestra voluntad sino también de los condicionamientos del mundo que nos rodea y especialmente de la política norteamericana, significa nada menos que nuestro horizonte histórico.
     
  2. Hacia el horizonte se avanza, pero ¿se puede poseer? La función del horizonte es que avancemos hacia él. Incluso cuando retrocedemos, la seguridad de que existe el horizonte nos permite creer en la posibilidad de seguir avanzando. Lo que Martí nos propone, no solo en este o aquel texto, sino en la integralidad de su vida y de su obra, ¿es totalmente realizable? No creo que sean estas interrogantes lo que él preferiría en nosotros. Lo que él nos pide es que avancemos cada día. Este es el sentido martiano de la vida, en el que están incluidas las fuerzas negativas, no como razones para el desánimo, sino como acicates.
     
  3. En un discurso fundador, «Con todos, y para el bien de todos», Martí de entrada alerta sobre «el peligro grave de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, los que se valen del anhelo de ella para desviarla en beneficio propio» y ensalza a «los cubanos que ponen su opinión franca y libre sobre todas las cosas». A eso es lo que llama «la dignidad plena del hombre», concepto que en la tajante disyuntiva («O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos […], o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos») se equilibra con otros dos factores indispensables: «el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio». No se trata de la libertad que puede utilizarse para fines indignos de ella (que es lo que tanto vemos hoy en los medios masivos internacionales), ni de la que, negándose también, se pone al servicio de ideas sin rostro (a lo que fue proclive cierto socialismo, y a veces lo es nuestra prensa). Hay, además, un coto a la libertad, al «ejercicio íntegro de sí», que es «el respeto, como honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás». Porque «ejercicio íntegro de sí» no es egoísmo, no es individualismo amoral, no es capricho ni anarquía, mucho menos abuso de unos sobre otros. Es, precisamente, lo contrario: persona original que debe servir a la justicia colectiva: «la pasión, en fin, por el decoro del hombre».
     
  4. Tales son los principios, tal el desideratum. Pero si algo fue Martí, a la vez que hombre del espíritu, fue hombre de la historia, y si algo supo y no olvidó nunca, es que «no se hacen repúblicas en un día», que la justicia y la libertad no son regalos de nadie y que hay que conquistarlas, más allá de la liberación política, según las circunstancias objetivas, paso a paso. Prueba de ello es que, pocos meses después de las formulaciones anteriores, que ya se iban estableciendo como horizonte, en el primer número de Patria y adelantándose a la praxis del Partido Revolucionario Cubano, declara:

Una es la prensa, y mayor su libertad, cuando en la república segura se contiende, sin más escudo que ella, por defender las libertades de los que las invocan para violarlas, de los que hacen de ellas mercancías, y de los que las persiguen como enemigas de sus privilegios y de su autoridad. Pero la prensa es otra cuando se tiene frente al enemigo. Entonces, en voz baja, se pasa la señal. Lo que el enemigo ha de oír, no es más que la voz de ataque.

Alguien afirmó que al hacer esta cita yo intentaba presentar a Martí como defensor de la censura. Difícil sería esto tratándose de un hombre que dijo de sus propias manos: « ¡Muérdanmelas los mismos a quienes anhelase yo levantar más, y —no miento—, amaré la mordida, porque me viene de la furia de mi propia tierra, y porque por ella veré bravo y rebelde a un corazón cubano!» Pero hay un hecho inmutable: ni en Patria ni en el Partido Revolucionario dirigido por Martí, tuvieron cabida las ideas reformistas ni muchos menos las anexionistas.

Mi comentario, por lo demás, a la cita, era y es el siguiente: «Lo que nosotros oímos, en esta especial coyuntura histórica, es que la resistencia popular frente al enemigo, sin pretender que la trinchera se torne parlamento, pide la tensa libertad de la bandera: la libertad ondeante y sujeta. Ondeante como el viento que la agita; sujeta por los principios al asta clavada en la necesidad. Mientras mayores son nuestras dificultades, mayor tiene que ser nuestra libertad para sufrirlas y resolverlas».

José Martí, Pintura de Ernesto Rancaño.  Foto: Internet
 

Volviendo a «Con todos, y para el bien de todos», llama la atención que en el discurso así conocido Martí objete y reproche enérgicamente nada menos que a siete grupos de compatriotas, de los cuales y a los cuales dice que «mienten». Estos grupos, indudablemente significativos en cuanto merecían tanto espacio en el discurso, eran: 1) los escépticos; 2) los que temían «a los hábitos de autoridad contraídos en la guerra»; 3) los que temían «a las tribulaciones de la guerra»; 4) los que temían al llamado «peligro negro»; 5) los que temían al español como ciudadano de Cuba; 6) los que, por temor al Norte y desconfianza de sí, se inclinaban hacia el anexionismo; 7) los «lindoros» (aristócratas), los «olimpos» (oportunistas) y los «alzacolas» (intrigantes). Algo en común tenían los siete grupos: la desconfianza en la capacidad del cubano «para vivir de sí en la tierra creada por su valor», que era precisamente el eje de la tendencia anexionista. Y es este el grupo que, con el de los escépticos de varia condición, puede decirse que, de un modo u otro, sigue hoy en pie frente al empeño revolucionario.

  1. El «todos» de Martí, por lo tanto, no es meramente cuantitativo, parte de un abrazo de amor pero también de un rechazo crítico, rechazo que no es inapelable pero que solo puede convertir en abrazo si los que engañan, yerran o «mienten», aceptan la tesis central del discurso, que es la viabilidad histórica de una Cuba independiente y justa. Por eso desde el principio declara: «Yo abrazo a todos los que saben amar». El abrazo no es a los que no saben amar, aunque también a estos, a la larga, beneficie, y en este sentido puede hablarse, como del horizonte a que nos referimos al principio de estas líneas, de la «fórmula del amor triunfante». Pero en lo inmediato de la lucha por la independencia, que no ha terminado todavía, queda en pie que hay grupos que yerran o «mienten», que no forman parte del «todos» martiano en cuanto realmente no quieren «el bien de todos», expresión en la que, no obstante el equilibrio de las clases sociales a que aspiraba Martí, el mayor énfasis va sin duda hacia los más desamparados.
     
  2. «Con todos, y para el bien de todos», pues, magistral formulación del proyecto martiano de República, no por ser un discurso de amor deja de ser un discurso combativo. Para nuestro combate de hoy nos dice dos cosas fundamentales. La primera es que no podemos admitir «la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro». La segunda es que esa «esencia y realidad» nos obligan a darle un sentido creciente y original a la libertad que debemos hacer coincidir con la justicia «para el bien de todos». Y siempre sin olvidar que «es necesario contar con lo que no se puede suprimir», que «los pueblos, en el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina», que «todo tiene la entraña fea y sangrienta» y que «eso mismo que hemos de combatir, eso mismo nos es necesario». Más profunda dialéctica moral y política, no la hallaremos.
     
  3. El camino hacia la Cuba de Martí ya lo estamos recorriendo y, por lo demás, solo puede estar en él mismo tal como nos habla hoy, ante los problemas concretos de hoy. Por eso hemos propuesto un sistema libre de enseñanza martiana que dé fundamento inconmovible a nuestra resistencia y perspectivas reales al desarrollo de nuestra libertad; que sea capaz de actualizar desde adentro, desde el alma de cada niño, adolescente, joven, de cada ciudadano, cualquiera que sea su ocupación y edad, la apetencia de una Cuba donde la vida misma, íntima y pública, sea inseparable de los valores éticos y estéticos en que se funda nuestra cultura.
     
  4. Aquí se pone de manifiesto la profunda relación de los problemas económicos con los problemas morales, y ello debe llevarnos a ver en estos momentos a nuestros economistas trabajando hombro con hombro con nuestros educadores. Sin duda la solución de los problemas materiales, siempre que se mantenga fiel a los principios fundadores de la Revolución, resulta indispensable para los fines que nos proponemos. No será nunca esa solución, sin embargo, el único factor necesario y, por otra parte, mientras esa solución, inevitablemente compleja y lenta, se abre paso y despeja el camino, ciertamente no podemos descuidar una tarea educativa en la que tienen que unir sus esfuerzos todos los agentes civiles, organismos e instituciones de nuestra sociedad.
     
  5. Cuando hablamos de principios fundadores y fines axiológicos debemos remontarnos a una eticidad y una pedagogía que comienzan para nosotros (asumiendo un legado humanista y cristiano de  siglos) en las aulas del Seminario de San Carlos con el padre Félix Varela, continúa en las del Salvador con José de la Luz, prosigue en las del San Pablo con Rafael María de Mendive y culmina en el pensamiento revolucionario de José Martí, Maestro del primer grupo de jóvenes marxistas cubanos en los años 20 y de la que así misma se llamó Generación del Centenario Martiano en 1953. Es esa continuidad, siempre amenazada por adversarios autóctonos y foráneos, la columna vertebral de nuestra historia, y solo nuestra historia, que mereció parir hombres como Céspedes, Agramonte, Gómez y Maceo, pero también un pueblo capaz de inspirarlos y seguirlos; solo nuestra historia, decimos, puede enseñarnos quiénes somos, cuáles son nuestras tendencias negativas y positivas, nuestras lacras y virtudes características, nuestros enemigos internos y externos. No se trata de aferrarnos a un ontologismo histórico. Se trata de reconocer que tenemos modos propios de reaccionar ante las más diversas circunstancias, como las tiene todo conglomerado humano convertido en nación, y más si ha partido de un statuscolonial que lo ha obligado a conquistar, con las armas de la cultura y las inevitables de la guerra, un lugar en la historia: es decir, de su propia historia, en el ámbito de la historia universal.
José Martí, pintura de Mariano Rodríguez, 1978. Foto: Internet
 
  1. Ha de ser, pues, nuestra historia, ya que no constituye un pasado inmóvil sino que seguimos haciéndola cada día, un agente cada vez más vivo y real en la formación de las nuevas generaciones. Y cuando decimos historia no queremos decir solo fechas, nombres y sucesos. Queremos decir búsqueda de un sentido, que es precisamente lo que hoy se intenta negar a la historia, cuando no se intenta clausurar sus puertas para que nadie siga haciéndola. Y es por eso que hoy más que nunca tenemos que dirigir los ojos hacia ese horizonte llamado José Martí, hacia el hombre que más de cerca y más de lejos nos acompaña, y propiciar su encuentro, su diálogo con nuestros niños, adolescentes y jóvenes dentro de un estilo pedagógico como el que él elogió y practicó: libre, conversacional, gustoso. No creemos que ahí esté la panacea milagrosa para todos nuestros males, a los que por otros caminos concurrentes hay que acudir, pero sí el antídoto contra muchos venenos, la fuerza para resistir adversidades, la capacidad de generar nuevos espacios de creación y libertad, el gusto por la limpieza de la vida, y sobre todo, la convicción de que la historia, que en sus momentos de extravío puede ser tan ciega como la naturaleza desbordada, obedece a un último imperativo de «mejoramiento humano». Y cuando no es así, es nuestro deber —porque tal aspiración es la que nos hace hombres y mujeres— luchar porque así sea.
     
  2. La Cuba de Martí no es una aspiración sin antecedentes: de hecho, estos pueden hallarse, visibles y secretos, en la seudorrepública.

Mucho menos postulamos una creación desde la nada. Las bases martianas de esa Cuba están presentes en tres contenidos de nuestra realidad revolucionaria: la posesión de la soberanía nacional, la toma de partido «con los pobres de la tierra» (no solo de la tierra cubana) y la proeza fundadora de la alfabetización, que echó a andar nuestras potencialidades científicas y culturales en general. Bien mirados esos logros, únicos en América Latina y el Caribe, únicos en el Tercer Mundo, llevan en sí una gran carga ética, de una eticidad que pudiéramos llamar objetiva. Lo que falta a veces, sobre todo en las generaciones más jóvenes, las que no han vivido las primeras décadas de la epicidad revolucionaria, sino las fases de la «institucionalización» y del «período especial», es la interiorización de esa eticidad objetiva en la vida individual. Para ello es preciso que la vida individual, incluso la intimidad de cada persona, obtenga nuevos espacios dentro del espacio colectivo, ya que este ha de seguir siendo el regulador último de nuestra convivencia. Al surgir esos espacios como necesidad espiritual, y desde luego, política y económica, según empezamos a verlos, desde la base del pueblo, el llamado «proceso de democratización participativa» —solo posible a partir de los logros aludidos, en sí mismos de esencia democrática— tendrá un desenvolvimiento, por así decirlo, biológico. Cuando hablamos de perfeccionamiento, por eso, debemos concebirlo, no como retoques desde arriba a un cuadro que se considera esencialmente terminado, lo que sería absurdo en una coyuntura sujeta a alternativas económicas tan riesgosas, sino como crecimiento en el desafío, en la confrontación, en la diferencia, y como progresiva maduración de un organismo vivo, con todos los peligros que ello implica.

  1. En la medida en que seamos capaces de asumirlas desde los problemas concretos de hoy y del futuro previsible, hay en la obra y la persona de Martí una epicidad interminable que tenemos que acercar a nuestro pueblo, y especialmente a nuestros jóvenes, como un manantial en perenne nacimiento. Él dijo: «La epopeya está en el mundo, y no saldrá jamás de él; la epopeya renace con cada alma libre: quien ve en sí es la epopeya. […] Epopeya es país».

Inmenso es el trabajo espiritual, el trabajo político, el trabajo poético que espera por nosotros. Pero digo mal: no espera. Ya lo estamos haciendo.

18 de mayo de 1995

(Publicado en el Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 18/ 1995-1996)
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