El tío Roberto

Josefina de Diego García Marruz
8/6/2020

Lo sé porque ellos nos lo contaron. “Estaban los dos todavía en la clínica, en la cuna”, nos aseguraron en varias ocasiones Roberto y Adelaida, a mi hermano Lichi y a mí, “esa fue la primera vez que los vimos”. Por lo que puedo afirmar, con absoluta certeza, que conocí a Roberto y a Adelaida (pues es imposible hablar de él sin mencionarla a ella) a los pocos días de arribar a este mundo. Mi hermano Lichi y yo somos jimaguas, y nacimos hace muchos años, en septiembre de 1951.

Tengo fotos de Roberto jugando con mis dos hermanos, muy chiquitos. También muchas con mis padres, con Cintio y Fina, con el Grupo Orígenes. Roberto y Adelaida visitaban nuestra casa de Villa Berta los domingos, en Arroyo Naranjo, con sus dos hijas pequeñas, y llegaron a formar parte de la muy ilustre y querida constelación de “tíos”, junto a Agustín Pi y Octavio Smith, con igual derecho y cariño que los tíos Cintio y Fina. Muchos años después, Laidi sería nuestra verdadera “médico de la familia” y, en más de una ocasión, les salvó la vida a mis padres y estuvo a mi lado durante las enfermedades de mis hermanos, como doctora y, sobre todo, como amiga. Y es hoy una hermana “que me agranda el tiempo”, como dijo mi padre del suyo, en su prólogo a Por los extraños pueblos.

Roberto y Adelaida (…) llegaron a formar parte de la muy ilustre y querida constelación de “tíos”. Fotos: Cortesía de Laidi Fernández de Juan

Roberto fue uno de los primeros en destacar la solidez de la poesía de mi padre, y fue un “admirador confeso” de toda su obra. En La poesía contemporánea en Cuba 1927-1953 (Ediciones Orígenes, La Habana, 1954), libro que publicó cuando apenas contaba con 24 años, afirmó sobre En la Calzada de Jesús del Monte:

Lo que caracteriza su poesía es el sorprender la realidad como un hecho fabuloso, un poco, a veces, al modo de los cuentistas de lo maravilloso —Andersen, Grimm, Dunsany— que nutren también su obra en prosa […]. La extraña maestría de este libro, el reino perfectamente conquistado que nos entrega, nos hacen suponer que será considerado uno de los libros capitales de nuestra poesía.

Y en la dedicatoria escribió:

Para Eliseo, que siendo uno de mis poetas preferidos, es, para mi sorpresa y alegría, amigo mío; y para Bella, verdadera e increíble; con el afecto y la gratitud de Roberto, 21-IV-54.

Fue Roberto quien, prácticamente, derribó a golpes la puerta de nuestro apartamento —como nos contó después, divertidísimo— porque había recibido una llamada de un amigo de Guadalajara, México, quien le encargaba la misión de preguntarle a mi padre si aceptaba el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. Para dar a conocer la noticia, los miembros del jurado debían contar con la aprobación de mi padre, pero esa mañana estábamos todos en casa de los tíos Cintio y Fina. Sé que el otorgamiento de ese premio alegró a muchos, pero no tengo la más mínima duda de que Roberto fue uno de los que más lo disfrutó.

Así lo recordaré siempre, como el eternamente joven, apuesto y gentil “tío Roberto”.

Son muchos los recuerdos que tengo de él y de su familia, todos entrañables, pero no puedo extenderme demasiado porque esta evocación debe ser breve. Nunca olvidaré su conversación erudita, su fino y delicado sentido del humor, la relación juguetona pero a la vez culta e ingeniosa que tuvieron él y Adelaida con mis padres y, también, con mis dos hermanos y conmigo. Y entre mis recuerdos más queridos, siempre estará el de aquella tarde de domingo en Villa Berta, en la que en vez del saludo formal y familiar acostumbrado del beso en la mejilla, me besara la mano, siendo yo apenas una niña de seis o siete años, con esa delicada galantería tan propia de él. Así lo recuerdo y así lo recordaré siempre, como el eternamente joven, apuesto y gentil “tío Roberto”.