El teatro, ese “país”
El pretexto, pudiera parecer, fue el Día; la razón, en cambio, la dio el teatro. Y así, la Sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) devino escenario de homenajes en la tarde de este miércoles, 27 de marzo, para que artistas escénicos de varias generaciones celebraran el Día Mundial del Teatro.
El joven y destacado actor Denys Ramos, Premio Caricato en Televisión y delegado al Congreso de la UNEAC, dio lectura al mensaje internacional por la fecha, el cual escribiera, este año por primera vez, un cubano: el destacado dramaturgo, director de escena y profesor Carlos Celdrán, quien viajó a Roma para leerlo oficialmente, a petición del Instituto Internacional de Teatro (ITI) de la Organización Mundial para las Artes Escénicas.
redactado por el maestro Carlos Celdrán. Fotos de la autora
“Antes de mi despertar en el teatro, mis maestros ya estaban allí. Habían construido sus casas y sus poéticas sobre los restos de sus propias vidas. (….) Cuando entendí que mi oficio y mi destino personal sería seguir sus pasos, entendí también que heredaba de ellos esa tradición desgarradora y única de vivir el presente sin otra expectativa que alcanzar la transparencia de un momento irrepetible. Un momento de encuentro con el otro en la oscuridad de un teatro, sin más protección que la verdad de un gesto, de una palabra reveladora”, asegura Celdrán en el texto.
“Mi país teatral —confiesa— son esos momentos de encuentro con los espectadores que llegan noche a noche a nuestra sala, desde los rincones más disímiles de mi ciudad, para acompañarnos y compartir unas horas, unos minutos. Con esos momentos únicos construyo mi vida, dejo de ser yo, de sufrir por mí mismo y renazco y entiendo el significado del oficio de hacer teatro: vivir instantes de pura verdad efímera, donde sabemos que lo que decimos y hacemos, allí, bajo la luz de la escena, es cierto y refleja lo más profundo y lo más personal de nosotros. Mi país teatral, el mío y el de mis actores, es un país tejido por esos momentos donde dejamos atrás las máscaras, la retórica, el miedo a ser quienes somos, y nos damos las manos en la oscuridad”.
Lo escribe, lo siente, alguien que sabe que “la tradición del teatro es horizontal”. Alguien que desconoce ombligos o centros del mundo para este arte; para circunscribirlo a una ciudad X o a un “edificio privilegiado”. Para él, tal cual lo ha recibido, heredado, “se extiende por una geografía invisible que mezcla las vidas de quienes lo hacen y la artesanía teatral en un mismo gesto unificador”.
Vivir la vida —y dejarla— en una escena es la fuerza que recorre las venas de este mensaje, expresado desde una voz individual que al mismo tiempo se sabe colectiva.
Dice el educador teatral: “Cuando entendí que el teatro era un país en sí mismo, un gran territorio que abarca el mundo entero, nació en mí una decisión que también es una libertad: no tienes que alejarte ni moverte de donde te encuentras, no tienes que correr ni desplazarte. Allí donde existes está el público. Allí están los compañeros que necesitas a tu lado. Allá, fuera de tu casa, tienes toda la realidad diaria, opaca e impenetrable. Trabajas entonces desde esa inmovilidad aparente para construir el mayor de los viajes, para repetir la Odisea, el viaje de los argonautas: eres un viajero inmóvil que no para de acelerar la densidad y la rigidez de tu mundo real”.
Y cierra Celdrán sus palabras destejiendo el viaje: “Tu viaje es hacia el instante, hacia el momento, hacia el encuentro irrepetible frente a tus semejantes. Tu viaje es hacia ellos, hacia su corazón, hacia su subjetividad. Viajas por dentro de ellos, de sus emociones, de sus recuerdos que despiertas y movilizas. Tu viaje es vertiginoso y nadie puede medirlo ni callarlo. Tampoco nadie lo podrá reconocer en su justa medida, es un viaje a través del imaginario de tu gente, una semilla que se siembra en la más remota de las tierras: la conciencia cívica, ética y humana de tus espectadores. Por ello no me muevo, continúo en mi casa, entre mis allegados, en aparente quietud, trabajando día y noche, porque tengo el secreto de la velocidad”.
Premios… de la gran escena
En un emotivo espacio de homenaje y recordación, los presentes en la sala Villena conocieron los ganadores de la actual edición del Premio Omar Valdés.
El presidente de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC, Francisco González López, significó que se trata de un reconocimiento que premia la obra destacada de actrices y actores cubanos, y acto seguido anunció a los tres galardonados en esta ocasión: Alfredo Ávila, Nieves Riovalles y Amada Morado.
Con el lauro no solo se reconoce una trayectoria artística de grandes méritos, sino la valía humana y la impronta personal de cada uno de ellos dentro de un sueño esbozado a muchas manos y defendido por similar número de voces.
Para celebrar el Día Mundial del Teatro con la razón/pasión que los mueve a todos cada día —el propio teatro—, Mayra Mazorra regaló al público una excelente actuación que por momentos divierte y por momentos desgarra. Lo hizo mediante el monólogo que recorrió las luces y olvidos de Celeste Mendoza, contó sus emociones, la sumergió en los recuerdos y desató las frustraciones y las glorias… Confesó su rabia y su amor. Cantó y bailó instantes de su vida. Una interpretación que, más allá de los premios o reconocimientos que le haya valido a Mayra, habla de la fuerza y la calidad de una actriz de innegable cubanía.