“Tengo la convicción de que Villa, como artista, ha vivido en dos mundos creativos que disfruta enormemente. Uno y otro le han otorgado un sitio indiscutible dentro de la historia de la escultura cubana…”
Llilian Llanes
La reciente noticia de la colocación de una estatua en bronce del insigne investigador cubano Carlos Juan Finlay, en el Instituto de elaboración de vacunas que lleva su nombre (IFV), en homenaje al Día de la Medicina Latinoamericana, volvió a poner sobre la agenda informativa el nombre del escultor José Villa Soberón.
Interesado en conocer el taller donde se fraguan estas obras figurativas y las de naturaleza geométrica, menos conocidas, visité su estudio. Situado en la esquina de las calles Cuba y Teniente Rey, en la Habana Vieja, el estudio-taller ocupa la planta baja de un viejo edifico en proceso de restauración (ahora interrumpido). Allí labora Villa ayudado por el joven y también escultor Gabriel Cisneros, así como por otro puñado de jóvenes operarios. Siempre he pensado que el taller en que trabaja un artista es un lugar que tiene mucho de mágico. Es ahí donde la imaginación del creador, sea pintor, escultor o dibujante, se desata y consigue la consumación de sus proyectos. Viene siendo como la extensión del taller principal, su mente. Son locales muy personalizados.
“(…) el taller en que trabaja un artista es un lugar que tiene mucho de mágico (…)”.
Como se sabe, Villa es identificado por el gran público como el autor de estatuas a John Lenon, El Caballero de París, Eusebio Leal, Ernest Hemingway, Teresa de Calcuta, entre otras, esparcidas por distintos lugares de la ciudad y del país, y de otras como la de José Martí, de un gran parecido al Maestro, que ocupa un espacio en la Embajada cubana en Washington, Estados Unidos. Son piezas escultóricas que interactúan diariamente con miles de personas, una ventaja de este tipo de obra de arte.
Sin embargo, hay una línea en la producción artística de Villa que es la menos divulgada, a la vez que la que mejor lo define como el notable artista de las formas y los volúmenes que es, que goza de mucho reconocimiento internacional y que también ha contribuido a que haya recibido casi todos los reconocimientos estatales que existen para un artista cubano, desde el Premio Nacional de Artes Plásticas (2008), hasta órdenes y medallas muy significativas. Se trata de un plural y vasto repertorio de piezas, de todos los formatos, que se erigen sobre un dominio cabal de lo geométrico y de la espacialidad. Se trata, además, de una obra en la que el aliento de la poesía está nimbando sobre cada creación.
Los más enjundiosos estudios panorámicos sobre la obra de Villa Soberón, a cargo de María de los Ángeles Pereira, Facundo Tomás (España) y Llilian Llanes, entre otros, apuntan a reconocer el movimiento pendular de su obra entre lo abstracto y conceptual (lo geométrico esencialmente) y la figuración (no menos conceptual, a su modo). Todos reconocen el impactante efecto de sus piezas en el espectador, ya sean de una naturaleza o de otra, una impresión que se mueve entre la admiración y el gusto más simple o entre la satisfacción por el buen arte y la comprensión de los códigos ocultos de las piezas, según sea el nivel de información del degustador.
Por otra parte, se trata de un escultor total en cuanto a los materiales con los que crea, ya sea el metal, el mármol, el vaciado en bronce, la piedra; en todos, Villa sobresale por su talento e imaginación.
Su formación académica en Cuba y en la antigua República de Checoslovaquia, facilitó la conformación de una mirada culta y avisada y la adquisición del oficio que lo caracterizan, fue una formación con todo rigor. De tal forma, se gestó un artista en el que se mezclan lo romántico, la abstracción más compleja y una concepción geométrica que lo convirtieron en un traductor de espacios, es decir, alguien que interpreta la espacialidad para luego reformularla. Dicho de otro modo, Villa es un reformulador de espacios en el sentido de que sus piezas dialogan con los entornos en los que se han colocado, y para los que fueron creadas, en una conversación armoniosa y funcional; es lo que su gran amigo y reconocido arquitecto, José Choy, llama la “vocación ambientalista” de Villa.
“(…) Villa es un reformulador de espacios en el sentido de que sus piezas dialogan con los entornos en los que se han colocado (…)”.
Como ha sido expresado antes por los autores mencionados, la primea experiencia de arte público de Villa fue, también, su primera oportunidad de romper esquemas. Con la pieza “Che comandante, amigo”, colocada en el Palacio de los Pioneros del Parque Lenin, Villa detonó la tradición de la monumentaria conmemorativa en el país (de larga data en la república burguesa), al gestar una imagen donde se combinaron lo figurativo y lo abstracto en dosis iguales. A partir de ese momento, comenzó a crecer su obra pública, que, más tarde, se alimentó de estatuas en bronce de grandes personalidades y de animados conjuntos escultóricos. Su trabajo en estos últimos se vio beneficiado por la colaboración con arquitectos y otros especialistas.
No me detengo en la labor magisterial de nuestro artista porque no es el objetivo de este texto, pero Villa es un gran maestro de muchas generaciones de creadores que lo reconocen como tal. De igual manera, no abundaré en otros rasgos de su persona por cuestiones elementales de espacio, pero sí no debo dejar de decir que él es uno de los artistas visuales más reflexivos y de percepción más completa sobre el panorama estético del país.
Vuelvo a la estatua del Dr. Carlos. J. Finlay recién inaugurada, me parece una pieza de una elaboración sofisticada y de un enorme parecido con el gran investigador científico que la inspiró. Le dije a Villa, en mi visita a su taller, que resultaba, en mi modesto juicio, de lo mejor hecho entre las obras de esta naturaleza.
Por último, coincido con la Dra. Llilian Llanes en que es iluso y erróneo creer en una oposición entre las piezas abstractas-geométricas con las figurativas en la obra de Villa, ambas son el contrapeso de la otra y entre las dos nutren una imaginación que no tiene comparación hoy día en el universo de la escultura cubana. Creo que cuando se piense en los grandes escultores que ha dado el país, después del inigualable Agustín Cárdenas (que hizo casi toda su obra en Europa), habrá que mirar a este joven artista de setenta y dos años, que no para de ofrecernos piezas extraordinarias.
El legado de la obra de Villa Soberón es ya impresionante.