El señor de las aventuras

Reinaldo Cedeño Pineda
18/2/2016

¡Aga, sal, ya no eres dueño de cinco aldeas! Todavía aquel grito de Mehmed-Jorge Villazón a caballo, resuena en la memoria. El Halcón, te dirán inmediatamente, porque no había un niño, uno solo, que no estuviese sentado frente al televisor cuando comenzaban las Aventuras. Aquellas inolvidables aventuras de los 70, de los 80.

Si Cristina Obín desafiaba a sus enemigos como El Capitán Tormenta, si Carlos Estrada envolvía su corazón en la capa de El Zorro, si Carlos Gilí encabezaba los abordajes en un barco fabricado en los estudios y Severino Puente-Jano Momo disfrutaba de sus sentencias en El Corsario Negro… Si toda esa fantasía se convirtió en realidad, si saltó del papel a la pantalla, se debe a un artista infatigable llamado Amado Cabezas Sanz (Santiago de Cuba, 22 de agosto de 1937-Sevila, España, 10 de diciembre de 2015). Su hijo Leo, afirma que murió mientras miraba una de sus series favoritas. Sea esta semblanza, el abrazo, el homenaje de una generación.

Saltando épocas y países, a caballo entre un proyecto y otro, sin parar. A contrapelo de carencias o desmayos. Así vivió. Fue guionista de casi 40 series y dirigió varias de ellas. Su huella es un capítulo en la memoria de la televisión cubana.

Desde que tenía ocho años dibujaba historietas. Tomaba una caja de zapatos, les ponía dos rodillos, abría un hueco y las pasaba como si fueran películas. Le gustaba leer comics y libros de aventuras, así que el destino tocó a su puerta, cuando le regalaron una cámara de 16 milímetros.

Tele Rebelde, aquel canal fundado en Santiago de Cuba en 1968, es uno de las gestas más hermosas y tal vez más ignoradas de la cultura cubana en el último medio siglo. Un grupo de entusiastas se lanzó a conquistar la imagen y el espíritu del oriente del país, con unas pocas cámaras usadas y un solo estudio. La mística de la creación caló tan hondo que las personas tocaban a los artistas que asomaban a su pantalla… para ver si eran de verdad.

Amado Cabezas no pudo ignorar lo que se gestaba. Trabajaba en el Departamento de Divulgación de Cultura en la provincia, integraba la directiva de la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente cuando se le asignó la tarea de ayudar a encontrar personal artístico para la naciente tele-emisora. Lo primero que hizo fue la adaptación de un cuento propio hasta que escribió Sangre Mambisa, con los protagónicos de Félix Pérez y Miguel Sanabria. Luego vino El fronterizo, un western en la frontera México–Estados Unidos.

Para asumir un programa detrás del otro, durante esa época, “había que tener mucho coraje, por no decir otra cosa”, me dijo una vez. Y pronto, desde Santiago de Cuba, donde era ya uno de sus puntales; comenzó a escribir también para el Canal 6 en la capital cubana. 

Su encuentro con Erich Kaupp fue singular. Uno era el consagrado, y el otro, el atrevido escritor. “Las cosas que me pasan a mí, el lunes comienzo una aventura que no tiene los capítulos todavía, y para más remate, la escribe un tal Cabezas”, comentó Erich, a quien apodaban “el alemán”.  Sin embargo, pronto se disiparon los temores y formaron un binomio inolvidable para la pantalla chica que arrojó varias series; a saber: Veinte años después, El vizconde Bragelonne, Los insurgentes, Los incapturables, y por supuesto El Capitán Tormenta y El León de Damasco.

“Cuando escribí El Capitán Tormenta, vi la oportunidad de poner la única obra de Emilio Salgari que nunca se había llevado a la TV. La actriz para la que comencé a escribir no pudo asumir el personaje, y entonces buscamos a Cristina Obín. Ella era muy temperamental y cumplió con éxito su cometido.

“La aventura tuvo un éxito extraordinario. Se transmitió dos veces, primero en 1974, y luego en los 80 bajo el título El león de Damasco. Hice las dos  adaptaciones, y las dirigió Erich Kaupp casi con el mismo equipo de actores y técnicos. Logramos una relación de mucho respeto, como de padre a hijo.

“Revisé la historia de Chipre, de los turcos, venecianos y organicé la serie en orden cronológico. Salgari se había tomado varias licencias. Se hizo en estudio, aunque se filmaron escenas en diferentes lugares de La Habana como el Castillo del Morro, La Punta y La Cabaña, y también en unas canteras que hay entre La Habana y Matanzas, las mismas que se usarían luego para El Halcón.

“La serie duró al aire 120 días: seis meses de lucha y de locuras. Una de las famosas batallas navales, la hicimos en el estudio 11, el más pequeño de la TV. Estaba todo lleno de actores y extras. Cada barco tenía dos metros de largo. Puedes imaginar como fue aquello, ¡en vivo! Al otro día todos los que decían que estábamos locos ―y lo estábamos— nos felicitaron”. [1]

Todavía me parece escuchar el tema musical de la serie, escrito nada menos que por el maestro Adolfo Guzmán. Puedo cantarla de arriba a abajo: El capitán Tormenta /al enemigo enfrenta / es libre como el viento / veloz como una liebre / fiel a sus amigos / a su ideal, a su amor. / El capitán Tormenta / al enemigo enfrenta / maneja con destreza /su espada justiciera…

El corsario negro (1978-1979), con Severino Puente en la dirección y guión de Amado tuvo éxito; pero este se desbordó con El Halcón (1981). Cabezas, como era su costumbre, hizo un estudio de la época, del lugar, de los personajes de la novela y de los reales. La aventura la dirigió esta vez Miguel Sanabria. Y arrasó. 

La periodista Ilse Bulit apuntaría: “El Halcón era ejemplo de una adaptación, que respetuosa con la idiosincrasia del autor (Yachar Kemal) supo llevarse a nuestras concepciones de la vida y los cambios producidos no dañaron sino enriquecieron […] la leyenda del rebelde Mehmed”. [2]

El guionista y director santiaguero, pasó de la transmisión en vivo al video tape, del blanco y negro al color.  Vivió la etapa de escasez de televisores, de equipos que se ponían en los parques, y allí mismo escuchaba “de incógnito” lo que decían de las series, en una especie de survey instantáneo.

Su imaginación era siempre el antídoto. Un hombre de verdad de Boris Polevoi le presentó desafíos, con sucesos y locaciones difíciles de graficar.

Se trataba de la historia de un piloto que se sobrepone a la caída en medio de un bosque invernal, el ataque de un oso y la mutilación de sus piernas.

“Utilicé tomas cerradas de la cabina de un avión de combate expuesto en el Palacio de Pioneros. El bosque fue el pasillo lateral de Tele Turquino. ¿La nieve? Había que usar algo barato que la simulara y encontré aserrín. Como era en blanco y negro, eso ayudaba. El ataque del oso lo resolví insertando convenientemente un pequeño fragmento de la película de Pavel Kadochnikov…” [3]

Su método esencial era contagiar con su pasión a todo el equipo, después de haber hecho una rigurosa selección. Así lo hizo dirigiendo lo mismo aventuras infantiles (Iván, el explorador de Bogomolov) que obras cubanas como La conjura de la ciénaga, drama rural de Luis Felipe Rodríguez,  o Wampampiro Timbereta (1984), episodios basados en el título homónimo de Samuel Feijóo.

Alguna vez me confesó que hubiese querido ser como El Zorro, uno de los personajes que más adaptó a la televisión. Tenía su impronta. Siguió editando de manera digital, en lo últimos años de su vida. Y desde España, me entregó una tarde aquella confesión que vale un potosí:

“La realidad de la vida te golpea, te puede golpear. Cuando tienes que buscar el pan para tus hijos, tienes que trabajar de sol a sol; pero el niño está ahí. Cuando mis dedos van en busca de un sueño, siempre aparece”.

Notas

1.- Reinaldo Cedeño. Entrevista a Amado Cabezas Sanz, en A capa y espada: la aventura de la pantalla, Fundación Caguayo-Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2011, p. 54.
2.- Ilse Bulit: “El Halcón”, en Bohemia, Año 73, N, 25, junio 19 de 1981, p.21.
3.- Reinaldo Cedeño: Op. cit., p. 81.

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