El que calla, otorga
11/2/2021
El silencio ante lo que sucede a tu alrededor puede ser molesto, puede convertirse en una patología crónica si no es tratado a tiempo. Callar cuando más se necesita tu voz, hacer mutis cuando el debate está en todas partes, no tomar partido mientras atacan sin piedad a la cultura cubana y sus instituciones, desconocer públicamente que algunos quieren convertir lo que muchas veces son erráticas y oportunistas verdades en la banda sonora nacional, incomoda mucho.
No es la primera vez que me refiero a este tema, porque desde hace rato vivimos momentos de inflexión en la vida nacional y cada uno de esos momentos ha estado acompañado de discusiones, debates, ofensas, manipulaciones, criterios oportunos y oportunistas. Los acaloramientos han ido en ascenso y el rol social del artista, de los creadores e intelectuales se mantiene en el centro de atención.
Hace un tiempo en este diario (2018), bajo el título de “Polémicas, silencios y continuidades”, llamaba la atención sobre la aparente despreocupación de algunos ante aquellos sucesos que envolvieron la llamada Bienal 00 y la Muestra de Cine Joven del Icaic. Mirando a través del tiempo, encuentras ahí los más claros antecedentes de lo que sucede hoy cuando se ataca a institucionalidad cultural, la figura del ministro de Cultura, se gastan cientos de miles de dólares en financiar una ruptura generacional desde los espacios artísticos. Vuelvo entonces a preguntar, ahora con los elementos que envuelven nuestros días y las constantes revelaciones de la mano nada oculta de los enemigos de la Revolución: ¿Se pueden ver estos sucesos o demandas como hechos aislados? ¿Casualidad? ¿Rebeldía juvenil? ¿Derecho asistido? Evidentemente, nada ocurre porque sí, no caben dudas.
“A no ser en los medios establecidos e institucionales, el silencio, la omisión, el no existir para un determinado sector de la intelectualidad y los artistas cubanos de lo que ocurre en la cultura nacional, incluso más allá de nuestras fronteras, parece entronizarse por momentos”, dije entonces y lo mantengo hoy. Sigo creyendo que no está ahí el peor de los silencios. Artistas, intelectuales, figuras de ascendencia pública callan en medio de las polémicas y discusiones. Enmudecen cuando deberían aportar, cierran la boca en momentos de dolor y alegría revolucionaria. Un recorrido por sus perfiles en redes sociales es suficiente para ver cuánto meme, gif, fotos de familia y celebraciones o imágenes de nostalgia por tiempos pasados son el epicentro de sus publicaciones.
Como dije hace tres años: no es un reproche. Cada quien tiene la libertad de expresarse libremente en estos sitios-comunidad. El detalle está en que algunos de los que callan y apuestan al silencio o ponen su mirada en el pasado o en otro lado, han disfrutado de las ventajas de una educación gratuita, de un sistema de enseñanza artística que es referente, se han beneficiado todo el tiempo de los enormes recursos que destina el presupuesto del Estado a la cultura, viven muchas veces de las subvenciones, como ocurre ahora mismo en tiempos de pandemia. Se trata de ser consecuentes, objetivos y responsables, aunque critiquen, cuestionen, digan lo que está mal, porque eso es genético en los artistas y ser complacientes no es una opción para ningún intelectual que viva, trabaje y se promueva en la Revolución.
En los últimos días, los principales actores de la vida cultural espirituana hemos debatido con ciencia el rumbo de nuestras metas. Imperfecto camino, es verdad; pero cuando hay razonamientos y criterios alejados del maniqueísmo ortodoxo, cuando hay resultados que mostrar, espacios para crear con libertad, es insultante aceptar cuestionamientos que apuntan más a oportunismos personales e insatisfacciones individuales, que bajo el pretexto de ser “problemas de la cultura” escudan una necesidad de protagonismo que casi siempre termina en las tarimas de los mercados. ¿Será que todavía algunos desconocen que para todo en esta vida existen límites?
No se trata de llenar con consignas los espacios, aunque sean necesarias esas verdades sintéticas. Los mejores espacios deben llenarse de trabajo, de seguir haciendo, creando en libertad, mostrar por todos los medios posibles la capacidad enorme de formación y promoción, coexistiendo más allá de las opiniones distintas. La cultura no se puede alimentar de una relación de amor y odio, su verdadera unidad está en hacer, enseñar el resultado, exaltar lo auténtico venga de donde venga; pero sin olvidar jamás quiénes somos como país, de dónde venimos, cuáles son las esencias de la nación que nunca han dado espacio a la fragmentación injerencista, al anexionismo ideológico ni a los silencios en espera de los posibles rumbos. Callar hoy, puede ser un acto de complicidad histórica o, como dice el refrán: el que calla, otorga.