El proyecto Delta en la era de la Trump Tower
Hay acontecimientos relevantes que pasan inadvertidos en nuestra vertiginosa contemporaneidad. La buena noticia es que siempre llega la oportunidad de hacerles justicia, porque su impacto dentro de las artes visuales cubanas no ha perdido vigencia. El proyecto Delta arribó a Cuba después de una gira por prestigiosas instituciones como el Stedelijk Museum, de Amsterdam, Lugar a dudas, en Cali, y Flora, en Bogotá. Y llegó el momento de su gran presentación en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana el 6 de octubre de 2018.
El proyecto Delta consiste en la presentación de un libro-exposición dedicado al más preciado e imprescindible elemento natural de nuestro planeta: el agua. No entraré en disquisiciones filosóficas sobre lo que significa el agua para los habitantes del planeta Tierra, nos basta con decir que agua es sinónimo de vida. Este es el principio germinal de la maravillosa aventura emprendida por las curadoras Stephanie Noach y Beatriz Gago y el diseñador Arnulfo Espinosa durante tres años, al presentarnos un libro contenedor de una exposición que, por su carácter e intensidad, posee la virtud de cobrar vida propia según el transcurrir de cada página.
Recalco una idea esencial: no se trata de un libro ni de una exposición. Es mucho más que eso, y no es posible medir su alcance en términos de contextos geográficos, sociales, políticos o económicos. Concebida por sus curadoras para un público alternativo, la muestra se ha enfocado en una concepción sui generis que no aspira a la seducción de un público masivo de una exhibición convencional. De hecho, rompe con la tradición de tales eventos para orientarse hacia un modo nuevo y distinto de exponer. Tal concepción ha sido hilvanada de manera eficaz por sus curadoras, y ha sido ceñida a este libro por su propia voluntad, proponiendo, a través de una selección rigurosa de artistas holandeses y cubanos fundamentalmente —a la cual se han incorporado creadores de otros países latinoamericanos y europeos—, un aporte sustancial a la toma de conciencia de la necesidad de salvar nuestro planeta de su principal y más peligroso depredador: el propio hombre.
La lucidez intelectual de las curadoras de Delta pone en acción ideas verdaderamente creativas y rebeldes. Para comprender mejor sus propósitos propongo acudir al Diccionario de la Real Academia Española, que define alternativo como el adjetivo que describe “actividades de cualquier género, especialmente culturales, que se contraponen a los modelos oficiales comúnmente aceptados”. Los planteamientos alternativos de Delta cobran una importancia de primer orden, pues contravienen los esquemas culturales de la sociedad contemporánea en la cual vivimos.
Una exposición con tal sentido de actualidad e independencia presumiblemente surge como respuesta y desafío a las aplastantes megaexposiciones que hoy desconciertan al espíritu del espectador en todo el mundo, buscando, de todas las maneras posibles —entre el bombardeo constante de los mass media y la publicidad—, ser el “último grito” en el concepto contemporáneo de curaduría. Así, de una manera radical, ambas curadoras han articulado sus intenciones a través de un cruce de mensajes interoceánicos entre Amsterdam, La Habana, Medellín y Madrid, con reflexiones que conducen a una sagaz afirmación de ideas.
Entusiasmo en el proyecto, mutuo respeto, intuición e inteligencia se han unido en una misma dirección y han cohesionado una empresa cultural de profundo humanismo, cuyo alcance es tan universal como las reflexiones que le han dado origen. A este esfuerzo se ha unido desde el principio Arnulfo Espinosa, quien ha tenido la sensibidad notable para actuar como diseñador-museógrafo de este libro-exposición. El despliegue de cada artista a través de sus páginas fue adquiriendo coherencia y sutileza en un trabajo conjunto entre curadoras y diseñador. En tal sentido sobresale la eficacia visual en el diseño tipográfico. El resultado obtenido ha sido una publicación que, con sobriedad y buen gusto, es esencia y poesía a la vez.
En las reflexiones íntimas de Stephanie Noach y Beatriz Gago —aquellas que usualmente nunca llegan a ver la luz del público— encontramos ríos inéditos de fluyente lirismo. Algunos ejemplos de este intercambio de ideas pueden ser iluminadores. En correo de Stephanie a Betty Gago nos sorprende su aliento poético cuando señala cómo “el agua atraviesa los lienzos y las hojas de artistas como Elizabet Cerviño, Yornel Martínez e Inving Vera, y cómo es ella, en vez de la mano del artista, la que acaba haciendo la obra”. Más adelante señala una idea de radical importancia: “Nosotras les asignamos a los visitantes, a los lectores, la responsabilidad de crear nuestra exposición en sus propias mentes”. Así, somos cómplices de este ejercicio curatorial al sorprendernos con la originalidad de cada obra. La experiencia aleccionadora de todas ellas conducen a un mismo objetivo: nutrirnos de esta experiencia vital extraordinaria que es recorrer esta exposición e ir descubriendo las creaciones de nuestra preferencia, aquellas que marcan nuestro camino, y ubicarlas en el espacio privilegiado y siempre libre de nuestras mentes.
Por su parte, Betty Gago, en respuesta a Stephanie, señala cómo el sentido investigativo es la piedra angular de la cual parten todas las ideas: “Esta era —como la concebíamos inicialmente— una investigación ligada a la pintura y al dibujo. (…) La obra final era definida por los sedimentos que el agua arrastró en su camino a través de un soporte. Y este soporte demostraba poseer, no una materialidad inerte y utilitaria, sino repleta de cualidad plástica en sí misma: una existencia activa, insospechada”.
En otro correo Beatriz Gago nos lleva a meditar: “Los grandes ríos que conocemos aparecen como arterias que nutren la historia humana, pero también la drenan de impurezas las cloacas subterráneas, otros ríos usualmente ocultos a nuestros ojos. Se hace evidente que desde [la diosa] Isis hasta la contemporaneidad, no solo la obra material de los hombres, sino su espiritualidad y también sus desechos, y hasta la propia muerte, son procesos amalgamados con flujos de agua”. Creo que hay un profundo pensamiento filosófico en las anteriores palabras de Betty Gago. Descubrimos que el agua ha estado presente no solo como elemento primario de vida, sino también como parte esencial de la historia cultural de la humanidad.
Todo curador, cualquiera que sea su nacionalidad, ha tenido la misma inquietud que refleja Stephanie con palabras serenas y sabias: “Eso me llama la atención: detenernos en ese estado en que las obras solo existen en palabras, bocetos e imaginaciones. ¿No crees que es justamente Delta el lugar ideal para dedicarle un espacio a esa fase como larval por la que pasan todas las obras? Y me pregunto: ¿No es la obra larval incluso más honesta, libre —de concesiones y negociaciones económicas, espaciales, conceptuales— y hasta real que las obras que llegaron a su fin?”. Stephanie está reivindicando la idea primaria del artista, aquella que en ocasiones asoma en un tímido apunte o modesto boceto cuya frescura y autenticidad resulta de una sensibilidad más creíble que la llamada obra definitiva, cualquiera que sea su soporte.
“El agua ha estado presente no solo como elemento primario de vida, sino también como parte esencial de la historia cultural de la humanidad”.
La experiencia curatorial de Delta desafía las clasificaciones consagradas y crea un nuevo pensamiento más audaz sobre la exhibición de la obra de arte. De esta manera, se nos propone una curaduría que permite una multiplicidad de interpretaciones. Las lecturas posibles serán infinitas, porque jamás lectura alguna alcanzará una definición exacta en la inmensa potencialidad de la mente humana.
Un proyecto de este tipo, en el cual se cruzan rápidos y perceptibles mensajes entre continentes, hubiera sido imposible hace 50 años. La tecnología de nuestros tiempos ha viabilizado la relación entre las curadoras y los artistas. Betty Gago lo apunta sagazmente: “Y pensar que estos mensajes que nos escribimos por correo electrónico van por los cables transatlánticos que se estiran sobre el lecho del mar, bajo el peso de la masa acuática, y viajan por debajo del oceáno enfrentando mordidas de tiburones. (…) Pienso ahora que escribiéndonos estos mensajes nosotras atravesamos el agua, pero con texto y no visualidad de imagen”. Y precisamente estos textos han dado lugar a esta sorprendente y espléndida intervención curatorial.
Al cruce de mensajes de las curadoras habría que añadir la experiencia con los artistas, el entusiasmo de colaborar en el proyecto Delta y la acotaciones sobre sus propias vivencias en la concepción de las obras. En tal sentido llama poderosamente la atención el caso de la pieza Horizonte de sucesos, de José Eduardo Yaque. La curadora Beatriz Gago quedó fascinada ante esta obra y la incorporó a la exposición. Ella nos narra:
Cerca de la Universidad de las Artes corre el río Quibú, el cual representa, para todos los que vivimos en las cercanías, la imagen de la contaminación y el maltrato a los recursos naturales de la ciudad. Cerca del río existe un asentamiento bastante pobre que vierte sus desechos al agua, a falta de un sistema apropiado de alcantarillado. Decir Quibú es decir suciedad, contaminación, fetidez. Entonces Yaque realizó una acción insólita: tamizó las aguas del río y expuso los resultados como environment en la galería de la Facultad. Lo que para todos era inmundo él lo convirtió en sedimentos culturales y los expuso como obra de valor.
Respecto a esta obra José Eduardo Yaque da su propia visión en un mensaje dirigido a las curadoras, del cual extraigo una frase lacónica: “Creo que no hice la obra pensando que nadie entendiera nada, la hice porque la tenía que hacer en aquel momento. Luego concluí que algún día alguien que tenga que hacerlo, comprenderá”. Al reflexionar sobre las ideas que lo llevaron a realizarla, indicó: “La obra, entre otros propósitos conceptuales, devela una analogía entre el comportamiento del hombre y el comportamiento del agua como fluido vital, en esta oportunidad haciendo énfasis en un aspecto de este fluir del agua, el borde”. José Eduardo, gracias a Stephanie Noach y Beatriz Gago, el momento de la plena comprensión de tu obra ya ha llegado.
En el contexto de nuestra Isla, esta exposición es pionera, y corre un único riesgo: que su éxito —que doy por garantizado— la haga circular en algún momento dentro de las corrientes convencionales del arte, algo que en su caso particular no veo como un final dramático, sino como un brillante colofón a su notoriedad.
Llegados a este punto nos asalta la duda: ¿Puede ser un proyecto de esta relevancia, de alcance universal, alternativo? ¿Es que acaso la humanidad ha llegado a tal grado de desinterés e indolencia en la actual era de la arrogancia y banalidad de la Trump Tower, que un asunto tan trascendental como el agua puede ser asumido como una especulación underground? Me resisto a creerlo. Estoy seguro de que ustedes, al igual que yo, deseamos disfrutar de Delta, imaginarla y recrearla en nuestras mentes, recorrerla una y otra vez, admirarla y meditar sus propuestas, y compartir junto a las curaduras este homenaje tan necesario “a todas las instituciones y personalidades que luchan en la actualidad por el cuidado medioambiental y por una justa distribución de los recursos hidrológicos”.
“Delta marca un momento crucial: el arte vuelve a ser el protagonista esencial de su tiempo”.
El proyecto Delta tiene la asombrosa capacidad de explorar las condiciones bajo las cuales experimentamos y entendemos el mundo a partir de ese recurso imprescindible para la vida del planeta que es el agua. En nuestra opinión, Delta marca un momento crucial: el arte vuelve a ser el protagonista esencial de su tiempo.