El poeta y la muerte. Homenaje a Santi Feliú
9/2/2017
¿Hace tres años ya? ¡Qué rápido! Fue lo primero que saltó a mi mente cuando desde La Jiribilla me pidieron un texto-homenaje en recuerdo de Santiago Feliú, el eterno Santi. Y recordé su muerte sorpresiva, el desconsuelo de todos (amigos, parientes, admiradores), la cantata póstuma en La Habana, mis décimas improvisadas in situ, el texto que escribí al año siguiente para recordarlo… Entonces supe que sería difícil escribir (o improvisar) otra vez algo que estuviera a la altura, que no desmereciera a Santi. Pero tampoco el silencio me gusta como ofrenda. Me pregunté entonces, a nivel ontológico, filosófico casi, por qué nos había afectado tanto la muerte de Santi (más allá de su edad, más allá de la amistad, más allá del momento familiar tan especial para partir: cuando esperaba a un hijo). Y lo supe de golpe: lo que estremece y desconcierta es la muerte del poeta. En una época tan insípida, tan ríspida, el poeta hace falta. El poeta verdadero, sin afeites, sin poses, defendiéndose de la muerte (esa mancha en el muro tan eliseodiegana) con tres únicas armas: la voz, la guitarra, la palabra.
El poeta verdadero, sin afeites, sin poses, defendiéndose de la muerte (esa mancha en el muro tan eliseodiegana) con tres únicas armas: la voz, la guitarra, la palabra.
Fue lo que hizo Santi en toda su vida de juglar, de poeta desmesuradamente auténtico. Y me dije: mi regalo este año para Santi van a ser algunos de los poemas que he escrito sobre las relaciones de amor-odio entre el poeta y la muerte. Tres poemas inéditos. Uno en verso libre (un directo homenaje a los colegas de Santi que partieron antes que él, jóvenes), uno en sonetos (un homenaje a los colegas y maestros de Santi que siguen, guitarra en ristre, haciéndonos pensar en la incestuosa relación entre Cronos y Tánatos, sobreviviéndola) y uno en décimas (un ejercicio de exorcismo poético, personal, pero transferible; unos versos que, de estar entre nosotros, me hubiera encantado que les pusiera música el poeta zurdo que adiestraba cuerdas).
Foto: Kike
El poeta y la muerte
La muerte es una vida vivida,
la vida es una muerte que viene.
Jorge Luis Borges
¿Por qué siempre son jóvenes
los poetas muertos?
En plena adolescencia murió Borges
y en plena adolescencia
acaba de morir César Vallejo.
Jovencísimos
ambos cadáveres
posaron para la prensa
disfrazados de tiempo
permitieron esquelas y reseñas
más o menos hipócritas
consintieron incluso tener viudas.
Desfilamos ante sus féretros
el resto de poetas vivos
viejísimos todos
algunos quemando un poema
como un cirio
otros leyendo un cirio
como si fuera el último epigrama
de los dos cadáveres.
Nadie sabe explicar por qué mueren
tan jóvenes los buenos poetas.
Es un misterio —dicen.
Es una maldición
un castigo divino
la única forma de equilibrar el universo.
2. Trovadorescas
Cuando hace veinte años que tengo veinte años,
qué me queda de aquel que se dormía
escuchando a Serrat, y al otro día
su Yo y él se miraban como extraños.
Cuando hace veinte años que tengo veinte años,
tarareo recuerdos, melodía
monótona quizá, quizá vacía,
pero reparadora de otros daños.
Y tenía proyectos que abarcaban
la siguiente veintena de años, estos
que este año, por suerte, ya se acaban.
¿Y en los próximos años qué haré? ¿Gestos
de hipócrita ilusión? ¿Gestos que agravan
estos recuerdos, de por sí, molestos?
II
Con diez años de menos, qué no haría,
además de escuchar a Silvio tanto,
imitar sus metáforas, su canto,
su tan descamisada poesía.
Con diez años de menos, mataría,
pero no por amor —no llego a tanto—,
mataría por ver si todavía
con diez años de más, diez más aguanto.
Con diez años de menos ni pensaba
en el tiempo, ese eterno desafío.
Creía en todo el que me saludaba.
Creía en nada es tuyo y nada es mío.
Creía que lo malo le pasaba
siempre al otro, a los otros. Y hoy me río.
III
El tiempo, el implacable, el que pasó,
pasó como si nada, sin saberlo.
Qué iluso el que intentaba detenerlo
o ganarle la apuesta, como yo.
El tiempo, el implacable, el que pasó,
es el mismo que pasa y va pasando
y pasará, sin pausa ni hasta cuándo,
y seguirá cuando nosotros no.
El tiempo es intangible, pero cierto,
dueño absoluto de cuanto vivimos.
Por eso es raro hablar de “tiempo muerto”.
El tiempo vive y nosotros morimos.
No hay relojes de arena sin desierto.
Vaya oasis de vida compartimos.
IV
Si lo que quieres es vivir cien años
no escuches a Sabina, te lo ruego.
Sabina es el bastón y se hace el ciego,
habla de sí para sus aledaños.
Si lo que quieres es vivir cien años,
no pienses demasiado en los cuarenta,
que la calculadora, a fin de cuenta,
es más fría que un diálogo entre extraños.
Aunque, pensado bien, lo peligroso
es que quieras vivir tantos diciembres
y febreros y agostos y noviembres.
¿No te parece sádico y chistoso?
Si el hombre es, cuando pasa los noventa
otro feto, y el tiempo la placenta.
V
He envejecido de escuchar canciones
con las que envejecieron Silvio, Pablo,
Serrat, Sabina, y otros. Cuando hablo
del tiempo imito ajenas reflexiones.
Pero son tantas las imitaciones
y es tan auténtico cada vocablo,
que se clava mi voz, como un venablo,
al fondo de sus propias expresiones.
Y en el fondo ninguno está tan viejo
como yo, que junté sus juventudes.
Todos siguen con Mozart y Vallejo
entre libros, botellas y laúdes.
El tiempo es, en el fondo, un doble espejo
oculto entre pañales y ataúdes.
3. Obituario del poeta
A qué le teme el poeta
sino a su muerte temprana,
a faltar una mañana,
a ser rostro sin silueta.
Siempre es igual. Dios lo reta
y el poeta, un inocente
e inexperto delincuente
acepta el reto y se ata.
Pero Dios es Dios y mata
a un poeta diariamente.
A diario muere un poeta
(siete a la semana, al mes
treinta, o treinta y uno) y es
mi estadística discreta.
Si la queremos completa,
cualquier cómputo hace daño:
contando al febrero “extraño”
y redondeando la cuenta
más de trescientos sesenta
poetas mueren al año.
Pero a nadie le interesa
tener a un poeta en casa.
Al poeta se le pasa
el hambre cuando ve mesa.
Al que es poeta le pesa
su herencia de vaguedad.
Un poeta de verdad
reniega de sí, se ofende
cuando un lector compra o vende
su gratuita intimidad.
Todo poeta es suicida
porque cada vez que escribe
cambia el silencio en que vive
por la palabra sin vida.
Y también es homicida,
porque cada vez que trata
de ser él mismo retrata
a sus futuros lectores,
y a muchos con sus dolores
metafóricos los mata.
Yo quería ser poeta
y ahora quiero ser plomero
o albañil o carpintero
o maestro en bicicleta.
Yo quería ser poeta
(Lorca, Neruda, Vallejo…)
y soy tan solo el reflejo
de que sobrevivo mal:
soy el resumen mensual
de un adolescente viejo.
El Santi, alguien que siempre nos hará una falta imposible de reparar. Gracias!!
Bello homenaje de un bardo a otro, que sólo coquetea con la muerte, pero se niega a morir, o más bien se lo negamos a la muerte. Abrazos y gracias
Alexis es una locura de paroxismo lírico…