El poema en mi propia voz

Nicolás Guillén
11/8/2016

Un día empezó la ola de rumores que el lector recordará, acerca de la presencia del Che en algún sitio de América del Sur. Cuando se produjo el desplome de aquel gigante, no tenía el público a su vez gran conocimiento acerca de la veracidad de la noticia, buena o mala, pues si la inteligencia llegaba a admitirla como verdadera, el corazón pedía que no pasara de un mero infundio. Durante varias noches consecutivas la radio de una emisora local viose invadida de revolucionarios, empezando por el propio Fidel, que esperaban la verdad. Esta vino al fin, no de un golpe, sino como la culminación informativa de una sospecha largamente diferida. Mientras tanto, me puse a trabajar en un poema al Che con tal ahínco que cuando una de aquellas noches Haydée Santamaría me sugirió que así lo hiciera, yo le dije: “Haydée, perdóname, pero ya está terminado, le faltará algún verso, alguna estrofa, pero el grueso de la composición solo necesita un poco de lima”. Al día siguiente fuimos, por sugestión de ella, a oír en mi voz una grabación provisional del poema.

Así las cosas, vino el día del acto de homenaje al Che en la Plaza de la Revolución, el 18 de octubre del 67. Por la tarde —el acto fue por la noche— me llamó Celia Sánchez y me dijo que Fidel quería hablar conmigo: “Un momento, Guillén, que Fidel está al teléfono”. Fidel me dijo entonces que yo debía decir el poema en mi propia voz. Naturalmente, le dije que sí. Sin embargo, esto no dejó de causarme una mezcla de orgullo y temor, ya que cualquier incidente, por débil que hubiera sido, podía frustrar o entorpecer una ceremonia que se quería tan pura como solemne. Creo que salí airoso de la prueba, aunque al llegar yo acezando a la tribuna traía un minuto de retraso. Raúl estaba seguramente inquieto por aquella tardanza, de manera que al llegar me dijo eso mismo, que habíamos perdido un minuto en mi espera. Algo más grave ocurrió enseguida, y fue que me vi de buenas a primeras frente al público con mi poema en la mano. Esto era para mí inusitado, pues faltó la presentación que se acostumbra, no hubo locutor, no hubo aplausos, el silencio sobrecogía por su religiosa densidad. Afortunadamente, no tuve el menor tropiezo, pero cuando terminé, el susto me desplomaba. Me parecía imposible que hubiera ocurrido así, de manera tan simple, un acontecimiento de tal naturaleza.

Alguien me pidió las cuartillas en que estaba escrito el poema, creo que la propia Haydée, y al día siguiente, desplegado en la primera página de Granma, el “Che Comandante” tomaba posesión de la calle.

Nota: Texto publicado en el libro Así es Fidel, de Luis Báez.