La poesía, solo la poesía, es lo que hoy nos convoca en este parque de La Habana. Tal vez el espacio urbano que más nombres ha recibido en toda la historia de la capital —parque de Suárez, parque de 15, de 8, de 6, de 17, de la glorieta, del Comité Militar, del Punto de Concentración, del Saturno y del Submarino Amarillo—, unidos ahora al atractivo y turístico nombre que más lo identifica en la actualidad: John Lennon. De ahí que entonces, si de nombres se trata, pudiéramos agregarle uno más: el parque de los dos amigos. Dicho esto, nada mejor que citar a José Martí:
Tiene el leopardo un abrigo
en su monte seco y pardo,
yo tengo más que el leopardo
porque tengo un buen amigo.
Las luces de una redondilla martiana de perfecta estructura clásica, donde resuena el octosílabo yo tengo más que el leopardo; una realidad que nos lleva de la mano a recordar, celebrar y aplaudir dos natalicios: los 120 años de Nicolás Guillén y los 100 del Indio Naborí. Tal vez un maravilloso pretexto para, por esa vía, dígase una paloma de vuelo popular, darle sentido a un diálogo sobre poetas y poemas, sobre poemas y poetas, tan necesarios en una época donde lo que resuena en nuestros oídos es una suerte de cólera o patrioterismo seudoidiomático.
Fue precisamente la Fundación Nicolás Guillén la que propuso que nos encontráramos aquí. Es decir, que nos encontráramos al aire libre, poniéndose a tono con la vida y obra de dos intelectuales de cubanidad raigal. Ángel Augier analizó el tema desde un mirador profundo y sobre ellosexpresó lo siguiente:
Guillén y Naborí, desde ese origen popular de sus ritmos y motivos, de sus tonadas y clamores, forjaron su poesía cubana, americana y universal, que abarca los más diversos recursos poéticos y los rasgos y temas disímiles, pero que jamás abandona sus raíces nutricias del espíritu nacional cubano. Ambos han logrado la difícil hazaña, ya señalada alguna vez por algún crítico, de complacer y hasta entusiasmar, por su genio poético, a todos los niveles del espectro cultural, desde los más populares hasta los más elitistas, desde el barrio hasta los salones, desde el guateque jubiloso hasta el ambiente severo y solemne de las academias.
¿Cómo y dónde se conocieron estos dos cubanísimos cubanos? Corría 1939. El Indio Naborí tenía 17 años de edad, y fue invitado a un acto del Partido Unión Revolucionaria que tendría lugar en la Sociedad de Torcedores de La Habana, ubicada por aquellos días en San Miguel número 662, entre Marqués González y Lucena, en la barriada de Cayo Hueso. La misión artística del joven Jesús era la de improvisar algunas décimas al son del laúd y la guitarra. Pero dejemos que sea el propio Indio Naborí quien nos cuente lo que allí sucedió:
Yo había sido invitado a la Sociedad de Torcedores por Mirta Aguirre. Sabía que era para participar en un evento de apoyo al Partido, pero no tenía ni la menor idea de las otras personas que estaban invitadas. En un inicio me sentí aliviado, porque entre los asistentes pude identificar a Juan Marinello, quien ya en ese momento había leído o escuchado por la radio algunas cosas mías. Sin embargo, ese alivio inicial se hizo trizas cuando me percaté de que allí también estaba Nicolás Guillén. Para mí, un poeta enorme, un maestro en toda la extensión de la palabra. Como es de suponer, ni me le acerqué. Luego vino mi actuación. El laúd sonaba como nunca, y miento si no digo que mis décimas improvisadas causaron un gran impacto entre los asistentes. La ovación que recibí fue unánime, y una buena parte de los presentes comenzaron a felicitarme. Se acercó Mirta, se acercó Juan y finalmente recibí la felicitación de Nicolás, quien sin dejar de sonreír me dijo con voz pausada: “En ti despunta un poeta, no lo dejes escapar, pero no te limites solo a la décima, explora toda la gama de la poesía española”.
El Indio Naborí tenía delante a uno de los poetas más importantes de la historia patria, a uno de los hombres cuya poesía él estudiaba con singular entusiasmo. Nicolás era un hombre de 37 años. Ya estaban publicados Motivos de son y Sóngoro cosongo, entre otros cuadernos de alta poesía.
“El Indio Naborí tenía delante a uno de los poetas más importantes de la historia patria”.
Algo importante: el Indio Naborí jamás ocultó el nombre de sus preferidos: José María Heredia, José Martí, Julián del Casal, Nápoles Fajardo, Agustín Acosta, Eugenio Florit, Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Juan Marinello, Mirta Aguirre, Manuel Bisbé, Rodolfo Díaz Moya, Regino E. Boti, Regino Pedroso, Raúl Roa y Manuel Navarro Luna. Esos fueron los maestros directos del Indio Naborí. Maestros en la poesía, y algunos, como el caso de Nicolás, maestro de igual forma en su sostenido e irrevocable compromiso político. Por eso no es de extrañar que años más tarde Naborí le rindiera honores a Guillén dedicándole este poema:
Te quejas, Nicolás, de haber perdido
tu remoto, legítimo apellido
y de llevar el nombre de Guillén,
heredado en la noche colonial
de tú no sabes quién.
Eso está mal.
Pero está bien…
Ya tu abuelo lejano es vencedor.
Baila y canta en tu ritmo triunfador.
Sonríe desde el cielo de tu historia.
Con tu risa enjuga el viejo llanto.
El vencido esclavista solo tiene una gloria:
¡haberle puesto título a un gran canto!
Aunque fueron amigos, la relación entre ellos estuvo marcada por dos palabras clave: admiración y respeto, algo parecido a lo que al Indio le ocurría con Manuel Navarro Luna. Y hablando de este último quiero hacer una anécdota. Vivía la Isla aquellos días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre. Se reúnen en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba tres nombres imprescindibles de la poesía social cubana: Guillén, Navarro y Naborí. Concluido el encuentro, que para suerte de muchos quedó registrado en una foto, un periodista se le acerca a Navarro y le pregunta: “¿Tiene algo que decirnos sobre los resultados de la reunión?”. El célebre poeta de Manzanillo se quedó unos segundos en silencio y después respondió: “De mí, no tengo nada que decirte, pero de ellos dos te puedo decir lo siguiente: cuando están juntos se siente palpitar la entraña cultural de Cuba”.
Llega el año 1980. Naborí trabaja con Guillén en la Unión de Escritores. El Poeta Nacional publica “El libro de las décimas”, y es así, desde las páginas de la revista Bohemia, que el discípulo vuelve a rendirle honores a su maestro, publicando un ensayo titulado “El libro de las décimas: sus raíces populares y humor útil”. Allí nos dice:
Las décimas de Guillén son una certificación del carácter nacional de su poesía toda, quien además expresa un dominio pleno de la cultura clásica española. (…) No es nada extraño su hábil manejo de la espinela, tan frecuente en el repertorio estrófico de Lope, Góngora, Quevedo, Calderón y otros notables ingenios del Siglo de Oro. (…) Sin embargo, la décima guilleniana pone a lo clásico un sello distintivo con la incorporación de elementos populares cubanos y latinoamericanos y con el contenido revolucionario de los nuevos tiempos, sin renunciar a la temática de amor y de dolor que caracterizó a la espinela en sus tiempos iniciales.
“Cuando están juntos se siente palpitar la entraña cultural de Cuba”.
Ahora levanto la vista y veo la calle 15. Por ahí, por ahí mismo, en años diferentes, los dos poetas hicieron el viaje hasta su última morada. Tiempo antes, y sentado en uno de estos bancos, el Indio Naborí escribió:
Por la calle del parque
donde los niños juegan
y saltan los gorriones,
pasa por la mañana y por la tarde
el carro fúnebre.
A veces he querido protestar.
Los muertos no deben entristecer
a los niños.
Pero me he detenido.
Los niños deben
alegrar a los muertos.
En este parque del Vedado, perdón, en este parque de los dos amigos, yo podría seguir aportando elementos sobre ambas personalidades, e incluso podría seguir contando anécdotas que demostraran la unidad de acción poética, política, familiar y de amistad que se dio entre estos hombres-poetas durante décadas enteras. Pero pienso que no hace falta agregar ningún otro elemento. ¡Venga la alegría! ¡Venga el canto! He aquí una fiesta de cumpleaños donde no pueden faltar la risa y la voz de los más jóvenes. Celebremos la suerte de haberlos tenido entre nosotros. Guillén y Naborí continúan siendo necesarios. Mencionar sus nombres o simplemente recordar algunos de sus poemas es hacer un viaje a las semillas virginales de nuestra identidad. Porque en ellos, como nos anunciara Manuel Navarro Luna en 1962, palpitará para siempre la entraña cultural de Cuba.
Palabras pronunciadas en el homenaje de la Fundación Nicolás Guillén al centenario del Indio Naborí, en el parque de 15 entre 6 y 8, Vedado, La Habana, el 20 de septiembre de 2022.