El mito es la nada que es todo
Pessoa

Toda obra de arte, si es verdadera, muestra y oculta. Es mitad piedra de Rosetta, mitad código Voynich. A quien lo dude lo invito a pararse delante del monumental cuadro “Contrapunteo cubano con el Guernica”, obra del artista Nelson Villalobos que corona su exposición El misterio del eco, inaugurada recientemente en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam.

La curaduría de Nelson Herrera Ysla —asistida por Pablo, hijo del artista— es el hilo de Ariadna en un laberinto creativo que ha surgido, como el de Creta, no de una vez, sino por sucesivas acumulaciones. Y no nos aguarda allí el toro de Minos ni la implacable serpiente que suponía Mika Waltari, sino sencillamente, como soñaba Cortázar, el poeta. El misterio del eco es eso: el laberinto de un poeta.

“Homenaje a la oda marítima de Fernando Pessoa” (2014). Fotos: Leonor Menes Corona

Cinco salones repletos de grabados y dibujos, de pinturas y esculturas, de libros y documentos, dan fe de un espíritu jiribilloso que bebe en cuanta fuente de sabiduría encuentra a su paso. Villalobos, sin proponérselo, ha aprendido a ser universal siendo cubano, y nos enseña a ser cubanos siendo universal. Se monta en los clásicos del arte y los desmonta en función de un discurso hipertélico. No pinta horizontes; es el horizonte. Su diálogo con la cultura española, ibérica, mediterránea, es como el vinoso mar de Homero. Es el ojo cubano que viaja por esos lares y nos devuelve la mirada llena de mundo. Gracias a él, Cuba es más universal y el universo es un poco más cubano.

“El juicio de Paris” (2000).

A vuelo de halcón, me atrevo a rememorar, además de la cabeza de Lam que Villalobos esculpió en vida del autor de “La jungla”, piezas soberbias como el “Homenaje a la oda marítima de Fernando Pessoa”, donde no sé si la metafísica se convierte en poesía o viceversa; “El juicio de Paris”, que dibuja a línea limpia la extrema complejidad del ser humano; y “El jardín de mamá”, en el que todo es luz y rige la ley del caleidoscopio.

“El jardín de mamá” (2019).

Nada impacta más al espectador inquieto, que busca en cada salón un reto nuevo, que el “Contrapunteo cubano con el Guernica”, reservado por el curador, como quien guarda la joya de la corona, para el final. Su formato, su abanico de posibilidades interpretativas y sus silencios son sobrecogedores.

En un lienzo de unos dos metros de altura por diez de largo, el autor coloca su visión del “Guernica”, al centro; un retrato de Picasso vestido de arlequín, a la izquierda; y su autorretrato, a la derecha. Dicta el “Guernica” en voz pasiva: el pintor es pintado. Como en el Tao, el malagueño contiene al cienfueguero lo mismo que este lo lleva en el pecho, del lado del corazón, y dialogan en remolino. Personificando la tesis y la antítesis, respectivamente, ambos pintores se reúnen en torno a la síntesis del cuadro original con elementos que identifican a la cultura afrocubana: la Virgen del Cobre, un elegguá, una cabeza de carnero, un hacha doble…

“Contrapunteo cubano con el Guernica” (1999).

Por medio de esta metamorfosis sutil, que solo se resiente por la ausencia del elemento asiático, la destrucción de una aldea se va traduciendo, poco a poco, en la construcción de una nación. Gracias a los múltiples planos coexistentes, el universo guernicano se transforma en cubano multiverso. Cada figura del “Guernica” —sea el toro o el caballo, la mujer con el niño muerto o la doncella que alumbra la escena con su lámpara— lleva adentro una imagen autorreferencial del boceto que le dio origen, o viceversa. Cita dentro de cita, el cuadro se autocontiene.

Villalobos pone al “Guernica” entre paréntesis y somete, dulcemente, un asunto tan convulso como la guerra a la serenidad del arte. En su pieza, el verbo crear triunfa sobre el verbo destruir, cerrando así el ciclo abierto por Picasso.

Muestra de uno de los salones de la exposición de Villalobos.

Por si fuera poco, visto en el contexto de nuestras artes visuales, “El contrapunteo cubano con el Guernica” simboliza el tránsito de la profusión barroca a la fusión posmoderna. Puede que existan ejemplos anteriores, no lo niego, pero mi juicio apunta a otra cosa: los hijos de la cantidad hechizada son hoy los padres de un hechizo cantado. Villalobos injerta en nuestro tronco el mundo, sin que el tronco pierda su identidad. Consagrándonos se consagra y dibujándose nos dibuja. Funda otro mito u otro timo, quién sabe. Pues, ¿qué los diferencia?

“Gracias a él, Cuba es más universal y el universo es un poco más cubano”.

Según la leyenda griega, Jasón y los argonautas salieron en busca del vellocino de oro, que era custodiado, allá en la Cólquida del rey Aetes, por un dragón. Unos 3300 años después, en 1985, el explorador irlandés Timothy Severin, quien ya había desandado otras sagas marítimas, reeditó el viaje de los argonautas. Con un Argos construido a imagen y semejanza del original, llegó a las costas de la actual Georgia, atravesando el Mar Negro. Allí supo que, desde hace tiempo, la gente acostumbra a sumergir las pieles de las ovejas en los ríos que bajan de la montaña y las ponen al sol, y descubre, por el brillo, las pepitas de oro. Sea cierta o falsa, es probable que en esa anécdota tan simple se haya fundado la maravillosa narración del vellocino de oro.

Cantaba Pessoa sobre la presunta fundación de Lisboa por el homérico Ulises: “Este que aquí tocó puerto/ fue por no estar existiendo./ Sin existir nos bastó./ Por no venir fue viniendo/ y nos creó.// Así la leyenda fluye/ entrando en la realidad/ y al suceder, la fecunda”.

El mito poetiza el timo. Sembramos leyendas para que nos den sombra y alimenten con sus frutos. Soñamos, gracias a hombres como Villalobos, para seguir viviendo.

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