El más terrenal de todos los hombres

Norberto Codina
24/4/2020

Así reconoció con la lucidez de la poesía a Vladimir Ilich uno de sus más célebres contemporáneos, su tocayo Vladimir Mayakovski, el gran cantor de la Revolución de Octubre. Al cumplirse 150 años del natalicio de Lenin el mundo, en su gran mayoría, parece ignorarlo. Ahora citarlo es algo que suena demodé, pese a que en nuestra vida cotidiana muchas de sus cavilaciones están siempre presentes —“rásguesele la piel al extremista y debajo encontrarás al oportunista”—. Y que la vida le da la razón en sucesos como la tragedia que hoy vivimos, recordándonos que la peor de las pandemias es la desigualdad económica.

Citar a Lenin es algo que suena demodé, pese a que en nuestra vida cotidiana muchas de sus cavilaciones están siempre presentes (…) la vida le da la razón en sucesos como la tragedia que hoy vivimos, recordándonos que la peor de las pandemias es la desigualdad económica. Foto: Internet
 

Para contribuir de forma muy personal al homenaje que merece, reproduzco dos textos que escribí hace varias décadas y aparecen en mis poemarios A este tiempo llamarán antiguo (Ediciones Unión, 1975) y Lugares comunes (Editorial Letras Cubanas, 1987). Al releerlos pienso que lo que allí esbocé sigue vigente. Y que más allá de las lecturas de cada época, de las diferencias y las discrepancias, de disensos y consensos naturales que siempre defendió (bastaría recordar ese ejercicio de democracia que son las actas donde se recogen las reuniones de la directiva bolchevique en 1917, fraguando la revolución), quedará su memoria fiel a esa imagen con que también lo definiera otro gran escritor, H. G. Wells, cuando lo llamó “el soñador del Kremlin”. Y como terrenal y soñador quiero recordarlo, y así lo tenemos entre nosotros, siglo y medio después.

Lenin

La voz prolongada en todos los hombres,
en el sueño salvaje de los vencidos
o en el metálico susurro de los muertos.

La lenta lluvia,
el sol morado de Rusia,
la limpia flora de innumerables rostros.
-Sólo soy una sombra de su tanta muerte
donde vida es más
que el leve viaje de la sangre.

(1973)

Lenin por las calles de Estocolmo

Lenin, con sombrero y paraguas,
camino de la estación de ferrocarril.
Apenas repara en las vidrieras,
conversa con el camarada de la izquierda,
se fija en aquel transeúnte
curioso por el animado grupo.

Esta foto está repetida en cuarteles,
en avenidas, en cuartos estudiantiles,
en el Parque Central de Nueva York.

Ahora, sin sombrero ni paraguas,
está junto a una pagoda de Rangún,
en los olivares de Castilla,
en las faenas de pesca de Nazaré,
entre la tinta de los viñedos de Burdeos.

Cambia de sombrero,
pero es el mismo paraguas y el mismo Lenin
y están las casas antiguas de Renania,
y aquellas horas sobre las armadías
finlandesas, con peluca y gorra.

Están las otras fotos:
en la explotación maderera,
los campos de tulipanes,
la estatua de Trafalgar,
la fortaleza de Pedro y Pablo.

En Caracas,
entre los papeles ocupados
a un obrero muerto,
está, y esto la policía no lo pudo
descifrar, una foto de Lenin
sin camisa, sonriendo
junto a los trabajadores
en las salinas de Araya.

(1984)