Siempre le dije Pancho López, y cuando se lo decía me cantaba la estrofa de la ranchera así titulada: “Pancho López / Pancho López, / Pancho López: / chiquito, pero matón”. Tejíamos así una complicidad muy especial, de melómanos septuagenarios con referencias parecidas. Fui casi tan beatlemaniaco como él, y él tan bolerista como yo; solo que más memorioso que yo, tan generoso como el que más, y más enamorado que cualquiera.

Sus dotes de improvisador relámpago le permitieron siempre salir de situaciones difíciles en las que se enredaba. Ahora recuerdo una, de 2001. Era él presidente de la Asociación de Escritores y estábamos en la premiación del concurso Uneac donde yo había alcanzado el galardón en Testimonio; Sacha hacía de maestro de ceremonias y cuando fue a llamar a Emilio Comas, presidente del jurado, para que leyera el acta, se confundió y llamó a Emilio de Armas. Le corrigieron la plana y replicó enseguida: “Perdón, yo dije Emilio (coma) de armas tomar”, y la carcajada lo premió.

“Sus textos narrativos nos regalaron una visión muy cierta, profunda y desenfada de nuestro entorno, nuestros días, nuestras carencias y luces”.

Ni chiquito ni matón. Grande y pródigo, de vida real y de vida utópica y posible. Con él siempre fue fácil rescatar del abrazo de la rabia, de las manos del dolor, de las de la derrota. Sus textos narrativos nos regalaron una visión muy cierta, profunda y desenfada de nuestro entorno, nuestros días, nuestras carencias y luces. Su obra: cerrada y rotunda habla por él. No digo que era un maestro porque reiteraría. Lo que sí tengo claro es que su magisterio lo ejercía hasta durmiendo.

“Tejíamos así una complicidad muy especial, de melómanos septuagenarios con referencias parecidas”.

Se van de la mano el amigo, el cuentista, el promotor, el jefe del ejército de escritores en el cual todos teníamos grados (a mí me hizo general) y todos combatíamos a gusto, subordinados a su magia y su manera de entender los sueños.

¡Ay, hermano! en el año 2024 tuve la dicha de acompañarte en dos ferias internacionales: la de Asunción, Paraguay, en febrero, en la cual compartiste habitación con Eduardo Sosa. Debían declarar la habitación de ese hotel patrimonio de la humanidad. La otra feria fue la de Belgrado, Serbia, apenas en noviembre pasado. Ahí compartimos habitación, y los momentos de mayor goce eran cuando te emperifollabas y me decías: “¿Verdad que parezco un mulato millonario de la Martinica?”

En la Feria del Libro de Asunción, Paraguay, 2024.

Y cómo olvidar los relatos de cuando les contabas a los nietos historias de un lugar mágico llamado Tumbalaburra porque ese nombre lo leíste en la novela Vida completa del poeta Wampampiro Timbereta, de Samuel Feijóo y te lo apropiaste por su sonoridad. Nos tomamos fotos, hicimos compras en una tienda de chinos y compartimos mesa en todas las sesiones del yantar. Belgrado fue una fiesta. Las ocho horas de espera en el aeropuerto de París, no.

No sé cómo hablarle a la muerte. Ella tampoco sabe cómo oírme, pero le digo: te llevas algo de lo mejor de cada uno de nosotros, a un hombre al que le sobraba corazón para inventar milagros; trata de entenderme entonces si al despedirlo, aunque llore, recuerde sobre todo las cosas bellas que compartimos.

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