El mal humor está de mal humor
25/6/2018
E
n el humor hay siempre que ir con pies de plomo, nunca mejor usado el algoritmo de que nada más serio que hacer reír. Recuerdo, hace unos años durante la universidad, que una amiga de congregación cristiana buscaba chistes que no fuesen ofensivos y conseguía pocos resultados. Uno de mis grupos favoritos, el inglés The Monty Python, basa su obra en un constante sarcasmo acerca de las falencias de la sociedad tanto actual como del pasado, así que alguna que otra vez se les va la mano.
Por tanto la comicidad, como el drama, es un hecho sicológico de gran envergadura y Aristóteles así lo estudió en ese libro perdido de la Poética dedicado a diseccionar las partes del arte de la risa. Ahora bien, en una realidad como la cubana, ¿cuáles serían los cánones a seguir? Los recientes Premios Nacionales otorgados a Octavio Armando Rodríguez Fernández (Churrisco) y Pedro Méndez demuestran que, desde la criollidad, se puede llegar a la comedia sin pasar por lo vulgar.
En una Cuba donde abundan esos cabarets con humores de medio quilo vendidos a precios exorbitantes, estos dos premiados apuestan por la inteligencia, el recato y el pensar en serio; formas estas que resultan extemporáneas a no pocos jóvenes. No hay más que montarse en una guagua de La Habana para escuchar de qué se está riendo la masa del cubano, y así darnos cuenta de que nuestro humor sufre la caída de los gustos. Tiene mucho peso en ello el consumo y sus vertientes, ya instaladas en el seno social.
Ni Méndez ni Churrisco se han enriquecido a costa de la comedia, viven austeramente como casi todos, no hacen alardes de viajes ni de intercambios con seudocómicos que a nadie hacen reír, ellos no necesitan grabar las risas, siguen cánones bien estudiados. No por gusto existen tratados sobre cómo hacer reír, obras que son olímpicamente dejadas de lado por esos que se dedican a la eterna burla del homosexual, el gordo, la flaca, la fea o el bobo. O por los que, a través de la música trap, vulgarizan las mentes de niños y jóvenes con los más absurdos dislates.
Así que bienvenida la decisión de premiar a dos exponentes de la tradición criolla del humor, a unos herederos dignos del mejor teatro y la caricatura aguda, de esos que no hacen concesiones y saben estarse, como dijera Lezama, sonriendo en la sombra. Ahora no debe quedar todo en la cesión de los premios: Méndez vive en provincia y, como todo artista que debió hacerse desde un sitio apartado, requiere promoción; otro tanto Churrisco, quien no tiene un programa en la TV ni la radio.
La difusión de las obras de los mejores está en peligro en este mundo post-todo, donde lo fácil y lo digerible son las fórmulas del éxito, lo vulgar, aquello que en medio de una borrachera resulta de fácil acceso por tonto y simplón. No mencionaré nombres porque me asiste una virilidad del espíritu que ata mi ética, pero todos conocemos de humoristas salidos de no se sabe dónde que cobran las entradas a su cabaret a precio de oro, también de otros que han tenido espacios mediáticos inmerecidos.
Durante los intercambios con otros humoristas de la diáspora abunda ese choteo de mal gusto que, o roza bases ideológicas sensibles o se vende al mercado a cambio del simple traslado geográfico. El cronotopo del viaje resulta alucinante para algunos humoristas cubanos, tanto que llega a condicionar sus posicionamientos. Luego vemos cómo, los que están entre nosotros, con un humor de altura, apenas si salen en un sketch.
En medio de este panorama poco sonriente podemos preguntarnos dónde está el humor, porque lo que nos acompaña se queda en esa risa cervecera y burlona del cabaret que mañana nadie recordará. Una resaca y un fuerte dolor de cabeza son los resultados de burlarse del gordo, etc. También una falencia más en el bolsillo ya de por sí flaco, pero no debemos detenernos en lo fenoménico, sino ver las entrañas del asunto, adentrarnos en el intríngulis de ese mal teatro.
Al final del túnel está, como casi siempre, el dinero y no las ansias por hacer un arte serio; figuras como Méndez y Churrisco renunciaron al mercado y pagan el precio. Ahora bien, la institucionalidad, aparte de premiar, debiera acertar en los derechos de autor, en la protección de la inteligencia, en el cerco a la mediocridad, en la elección de los espacios; porque no se concibe que el único cómico sea el que vemos en los cabarets.
El mal humor debe estar de mal humor, valga la redundancia. No lo premiaron, pero sostiene aún en sus manos muchos hilos, tendencias, influyentes potencias del dinero, corrientes del consumo cultural que terminarán matándonos el placer de reír. A ese mal cervecero y cabaretero se enfrenta la decisión de premiar con justicia.
No podemos, no obstante, seguirnos dando el lujo de que nuestros mejores humoristas se pierdan en espacios de baja visibilidad o se queden en sus casas. La alternativa es válida, pero habla, muchas veces, de valiosos artistas que se consagraron al humor y no tienen dónde verter todo ese talento, pues los medios cada vez quieren parecerse más a Sábado Gigante o a Univisión.
El mal humor de mal humor, ¡felicidades a los premiados! y que la cosa, como solemos decir los cubanos, no quede ahí.
Bravo por Mauricio: todo una Escuela en el ejercicio de la crítica.