El león en el invierno
15/7/2016
Jerry Brooks, el manager del hotel, había llamado a George Raft a su mansión de Beverly Hills para ofrecerle trabajar como “director de entretenimiento” de un nuevo casino, inaugurado en La Habana en noviembre de 1957. Un empleo que ya había desempeñado dos años antes para Gus Greenbaum, el manager de la sala de juego del hotel Flamingo, en Las Vegas, ese complejo cuya dilación constructiva y escandalosos gastos le habían costado la vida a Bugsy Siegel, quien terminó con el ojo fuera de la cuenca a fuerza de puros plomazos.
Entonces lo había hecho bien, al llevar al show a estrellas como Dean Martin, Frank Sinatra y Pearl Bailey. El dinero seguía fluyendo después de que Greenbaum —brutalmente asesinado por la mafia en su casa de Phoenix, Arizona—, levantara el negocio, según se esperaba. Y nuestro hombre había contribuido al éxito de la empresa aportando sus contactos con el jet set de Hollywood. Brooks lo sabía muy bien, y por eso lo llamó. La competencia con otros casinos, como el del Sans Souci y el Internacional, más el del Habana Hilton, abierto en marzo de 1958, aconsejaba tener un buen gancho para turistas adinerados, celebridades y mafiosos.
George Raft en el casino del Capri. Diciembre de 1958. Foto:Coretesía del autor
George Raft (1895-1980) llegó al hotel Capri, de La Habana, en el verano de 1958, en pleno declive de una carrera iniciada a fines de los años 20 y coronada por el éxito en Scarface (1932), The Glass Key (1935) y en otros títulos tenidos por clásicos del cine negro norteamericano. También incursionó en el musical a partir de su condición de bailarín en Broadway, haciendo lo que sabía hacer en filmes como Bolero (1934) y Rumba (1935), ambos con Carole Lombard, su compañera sentimental durante un tiempo. En este último —una producción tras los exitosos pasos de Flying Down to Rio (1933), con Fred Astaire, Ginger Rogers y Dolores del Río—, interpreta a un bailarín cubano, pero despojado de toda su corporiedad y sandunga al bailar la “rumba” con impecables movimientos sexualmente correctos, aptos sin embargo para los descendientes del Mayflower, los amos del mainstream. Un nuevo Ruddy Valentino, pero de orígenes alemanes en vez de mediterráneos: lo trajeron al mundo como George Ranft en un barrio de Nueva York bautizado con un nombre programático: Hell´s Kitchen (la Cocina del Infierno), en la calle 41 entre la 9na. y 10ma. avenidas, por donde mataperreó con Siegel, Luciano y Lansky [1]. La “n” desapareció en su camino hacia el tope de la montaña. Así funcionaba el melting pot, y más en asuntos de luces y cámaras.
Pero su plano inclinado había comenzado, de hecho, después de la Segunda Guerra Mundial. Su desempeño en Rogue Cop (1954), con Robert Taylor y Janet Leigh, hizo pensar a algunos críticos que se trataba de un relanzamiento de su carrera. Sin embargo, con todo, no fue lo que se dice un éxito con mayúsculas. Ese mismo año también actuó en The Miami Story, un filme sobre el bajo mundo de la Florida mucho más interesante en lo sociológico que en lo estrictamente artístico. Al año siguiente, dos productores de Hollywood concibieron la idea de unirlo otra vez con Edward G. Robinson en A Bullet for Joey, un policiaco en el que el inspector Raol Leduc (Robinson) descubre un plan de los comunistas para secuestrar a un físico nuclear en Montreal. Raft interpreta allí el papel de Joe Victor, un mafioso que acaba haciendo lo correcto matando a un maldito rojo, aunque se le va la vida en el empeño. Fue su contribución a la Guerra Fría y al macartismo, pero no lo que se dice un suceso taquillero.
Como escribe uno de sus biógrafos, la explosiva combinación de su vida privada y de sus filmes viró al público en su contra [2]. Pero también estaba la emergencia de una nueva generación de norteamericanos, más interesada en Elvis Presley, Marlon Brando, Doris Day, Marilyn Monroe y James Dean que en aquellas películas de violencia gansteril bastante pasadas de moda. Entonces Raft se dedicó, entre otras cosas, a lo que se hace muchas veces en el Reino de este Mundo: aceptar papeles en producciones fuera de los Estados Unidos, siguiendo la línea de The Man from Cairo (1953), filmada en Italia. Y también a actuar con la brocha gorda, como en Around the World in 80 Days (1956), donde figura junto a Buster Keaton, Marlene Dietrich, Charles Boyer, César Romero, Peter Lorre y Frank Sinatra, entre otros.
Era la imagen viva del gangster, junto a James Cagney y Edward G. Robinson; tanto, que frecuentemente muchos no sabían a ciencia cierta dónde empezaba la ficción y dónde terminaba a partir de su relaciones con Owney Maden, Al y John Capone, Vito Genovesse, Bugsy Siegel, Lucky Luciano, Meyer Lansky y otras figuras del crimen organizado. Y no se trataba solo de fans y acólitos. En 1955 la Comisión de Impuestos de Nevada le había negado su solicitud de convertirse en accionista del casino del Flamingo precisamente por eso, aunque después lo reconsideraran [3]. El ojo que ves, sentenció un poeta, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve [4].
La de La Habana era una propuesta difícil de rechazar, primero porque se trataba, sobre todo, de un ejercicio de imagen pública que no le venía nada mal. Solo tenía que interpretarse a sí mismo, dar la bienvenida a los clientes a la entrada —monedita al aire incluida, de ser necesario, como el Gino Rinaldo de Scarface—, y socializar allá adentro un poco con ellos. Buena paga. Glamour. Trajes de altura. Y una suite exclusiva en el piso 19, muy cerca de la piscina.
La propuesta de trabajar en Some Like It Hot (Algunos prefieren quemarse) le vino como anillo al dedo. Buena movida, buen tino: una comedia con un poderoso guion, un seguro éxito de taquilla que, en definitiva, recibiría seis nominaciones al Oscar en 1959. Dirigidos por Billy Wilder, sus tres actores principales —Tony Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe—, estaban entonces en el punto más brillante de su estrellato. Para Raft se trataba de otro papel secundario, pero sumamente atractivo, congruente con su proverbial imagen de hampón al interpretar a “Spats” Colombo, un gangster al frente de la famosa matanza del día de San Valentín en el Chicago de 1929.
Había salido de La Habana hacia Los Ángeles después de pedir una licencia a sus jefes del Capri durante la temporada baja del turismo norteamericano. Y ciertamente con un buen aval, como en Las Vegas. Gracias a su gestión —según asegura Lewis Yablonsky— [5], se habían presentado en el cabaret artistas como Tony Martin, José Greco y Pedro Vargas. Pero la filmación en los Estudios Universal, en La Jolla, San Diego, California, duró más tiempo del planificado. Esa demora tenía un nombre: una Marilyn azotada por sus tardanzas o no presentaciones al estudio, el preámbulo de su suicidio en 1962. Raft tenía 63 años y las venturas y desventuras del rodaje lo habían dejado prácticamente agotado. Ya para esa época, su salud empezaba a resquebrarse: fumaba demasiado y tenía problemas respiratorios. Había planeado quedarse un tiempo más en su mansión de Los Ángeles para descansar y festejar las navidades con varios amigos, pero recibió una nueva llamada habanera de Jerry Brooks, quien le pidió regresar a su papel de greeter en el casino del Capri. La clientela de tuxedos y pieles de visón estaba, por supuesto, garantizada. Llegó a La Habana el 23 de diciembre de 1958 en un avión procedente de Miami. Entonces había 28 vuelos diarios.
En Cuba la atmósfera estaba caldeada. En abril, una huelga general destinada a acabar con el régimen de Fulgencio Batista no pudo lograr sus objetivos. Pero hubo armerías asaltadas, voladuras de torres eléctricas y estaciones de radio tomadas. Esteban Ventura y otros sicarios segaban numerosas vidas, entre ellas la de un joven dirigente del Movimiento 26 de Julio, Marcelo Salado. Un mes después, se produjo la ofensiva contra la Sierra Maestra, un fracaso colosal que terminaría desmoralizando al ejército, a pesar de su evidente superioridad logística y militar. En agosto, fuerzas rebeldes al mando de Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos emprendieron la marcha hacia Occidente. Y a fines de ese año, la batalla de Santa Clara propinaría un golpe mortal a la dictadura. La suerte ya estaba echada.
Raft, sin embargo, permanecía ajeno a todos estos hechos. En efecto, en sus relatos cubanos no hay ni una sola mención a ninguno. No hablaba español, salvo las mínimas palabras para saludar y socializar fuera y dentro del casino. Ni le interesaba demasiado. El drama de muchos norteamericanos. Y en ese mundo de casinos, mafia y dinero, los vaivenes de la política y de la realidad monda y lironda no parecían penetrar demasiado. La Habana era toda glamour, modernidad, tropical playground. Un lugar para jugar, beber e invertir. Un sitio para el romance, ese eufemismo para designar el sexo con la otra —o con el otro—. La isla de las tres erres: rumba, ron y ruleta. En las percepciones de varios mafiosos cercanos el actor, como Santo Trafficante Jr., había, a lo sumo, algunos tipos allá en las montañas de Oriente que en 1957 habían logrado obtener cierta notoriedad en los Estados Unidos después de los reportajes de Herbert Matthews, publicados por el New York Times, según los cuales el joven líder rebelde estaba vivo y no muerto, como anunciaba el gobierno. Pero nada serio. Batista era el hombre. Todo estaba bajo control.
La actriz y ex Miss California 1939, Margia Dean (1922), una beldad de origen griego que trabajó con Raft en el filme Loan Shark, ha dejado el siguiente testimonio desde el hotel Colony, inaugurado el 31 de diciembre de 1958 como parte de la onerosa “zona libre” decretada por la dupla Lansky/Batista tres años antes:
Yo había sido invitada a una fiesta por el fin de año 1958 en la Isla de Pinos. La noche antes estaba en La Habana y fuimos al casino que George dirigía. Le dije que estábamos oyendo rumores acerca de la inestabilidad política en Cuba, y nos respondió que la Florida estaba tratando de alejar a los turistas de La Habana. Me dijo que no nos preocupáramos, que de haber algún problema, él sería el primero en saberlo [6].
No dirigía nada, como no fuera el entretenimiento, ni tenía dinero invertido en el Capri, según se ha asegurado. El león en el invierno venía a La Habana no solo a engrosar sus arcas personales, siempre necesitadas de cash, como apostador empedernido de las carreras de caballos, sino también a tratar de reverdecer su vigor sexual tras la huella de los tiempos juveniles en que tuvo sexo de manera consecutiva con siete coristas allá en Chicago, la ciudad de los vientos. Un hombre de éxito con las mujeres, dispuesto además a sacar ventaja de su condición de norteamericano con dinero y prestigio, lo cual le reservaba un seguro acceso a ciertas jóvenes criollas, como “una Miss Cuba recientemente electa” con la que estaba esperando la llegada del año 1959 en el casino del Capri.
Valdría la pena citar en este punto lo que el mismo Raft relata:
Sobre las 3 y 30 de la madrugada mi novia estaba un poco cansada, de manera que le di la llave de mi habitación y le sugerí que subiera a descansar, porque planeaba reencontrame con ella en poco tiempo. Había una piscina cerca de la suite. El escenario perfecto bajo la luna tropical.
Había hecho mi trabajo, saludado a todo el mundo, deseado a todos un Feliz Año Nuevo. Alrededor de las seis y media de la mañana me dirigí a la suite. Ella estaba allí, durmiendo en mi cama, pero noté que abrió un ojo cuando entré a la habitación. Ahora estaba medio despierta y amorosa. “Feliz Año Nuevo”, le dije entre mis sábanas de seda especiales.
Dispuesto a pasar a ligas mayores, recuerda que:
en medio de esta bella escena, de pronto, ¡fuego de ametralladoras! ¡Y sonaban como cañones! Llamé a la carpeta. “Habla el Señor Raft. ¿Qué está pasando allá abajo?”. La operadora me respondió, pero apenas pude oírla —había mucha conmoción—. Finalmente, entendí lo que me estaba diciendo: “¡Sr. Raft, la revolución está aquí. Fidel Castro ha tomado el control de todo. Ya está en La Habana. Batista abandonó el país! [7].
No estaba en La Habana, a la que llegaría el 8 de enero. Pero, evidentemente, George Raft no había sido nunca uno de los primeros en saberlo.