El lenguaje inclusivo y el funcionamiento de las lenguas
En el centro de las críticas al llamado lenguaje inclusivo, lo que encontramos son siempre juicios estéticos. A menudo, estas apreciaciones se disfrazan de preocupación por el estado de la lengua o de racionalidad y economía lingüísticas; pero siempre es, en esencia, una cuestión de gusto.
Quizás los más fatuos sean aquellos que, aprovechando un contexto de debate, declaran “no estar de acuerdo” con el lenguaje inclusivo. A nadie le corresponde estar o no de acuerdo con la manera en que otros se sirvan del lenguaje. Y eso incluye a la Real Academia Española, que ha protestado en los términos más tajantes en contra del lenguaje inclusivo. Además de la RAE, otros lingüistas se han pronunciado sobre el lenguaje inclusivo, ya sea para defenderlo o, más a menudo, para atacarlo. Este texto no hará ninguna de las dos cosas. Su objetivo es otro.
En su esfuerzo por normalizar el lenguaje inclusivo, muchos de sus usuarios lo han estado desplegando de forma caótica, así que este artículo abordará el tema del lenguaje inclusivo desde la posición de lingüista del autor, no para enseñarle a nadie a “hablar correctamente”, sino para, desde las presuntas distancia y neutralidad académicas, adentrarse en el funcionamiento de un aspecto del lenguaje.
El objetivo es, entonces, explicar qué cosa es el género en las lenguas y cómo puede funcionar un género neutro en español como forma de lenguaje inclusivo. La aspiración es que esto sirva para ordenar el caos y para que quienes quieran usarlo lo usen con coherencia.
Qué es el género gramatical y cómo funciona
El género gramatical —que ese es su nombre completo— es una categoría que existe en muchas lenguas humanas y es una forma de organización del léxico: las palabras, específicamente los sustantivos, se agrupan en clases según su género gramatical.
Género no significa “sexo” y el género gramatical tiene muy poco o nada que ver con las diferencias socioculturales motivadas por el sexo de las personas. Género significa “tipo o clase de cosas”, como en género musical o género literario.
El español es bastante pobre en lo que respecta al género: solamente dos, masculino y femenino, o tres si contamos el género neutro de algunos pronombres como eso o aquello. Otras lenguas tienen muchos más. Piénsese en el kiwunjo, por ejemplo, una lengua bantú hablada en Tanzania, que tiene dieciséis géneros gramaticales y ninguno es femenino ni masculino; tiene géneros como “animado” o “inanimado”, “humano”, “herramienta”, “objeto alargado”, “objetos que vienen en grupos”… Otras lenguas como el inglés no tienen género gramatical ninguno.
Hay dos cosas que ocurren en una lengua que, como el español, tiene género gramatical. La primera es lo que llamamos la flexión: las palabras reciben una marca, a menudo al final, para reflejar el género al que pertenecen. Así, tenemos en español mesa, maestro, libro, ventana.
Muchas palabras como mesa, libro y ventana tienen un género gramatical, pero solo uno, es decir, son invariables. No se les puede cambiar el final sin destruir la palabra. A libro, puedo ponerle una a y obtener libra, que es otra palabra, no el femenino de libro. Pero muchas otras son variables, admiten ambos géneros, como maestro y maestra.
Lo segundo que ocurre en una lengua con género gramatical es la concordancia. Las palabras que acompañan al sustantivo concuerdan con él en género, es decir, toman el mismo género. Por eso decimos un libro bueno y la linda casa, y no una libro buena ni el lindo casa. La concordancia afecta tanto a los adjetivos (bueno y lindo), como a los determinantes (un, el, una, la, muchos, algunas, todos…).
El objetivo del lenguaje inclusivo sería precisamente desmontar este machismo lingüístico privando al género masculino de su papel generalizador y visibilizar realidades genéricas que no caben en la oposición binaria ‘masculino / femenino’.
Parece entonces que estamos condenados, al menos en español, a “encerrar” las cosas y a las personas en uno u otro género. Para más INRI, el género por defecto y el que hace función de neutro en la mayoría de los casos es el masculino. Es lo que se llama el género no marcado. En cambio, el femenino es el género marcado en español; esto significa que es el más específico o “atípico”. Gato es cualquiera; gata, solo la hembra.
El movimiento feminista y no-cis ha interpretado esto como un reflejo del patriarcado que hace del español una lengua machista. Debatible, pero eso nos alejaría del tema. El objetivo del lenguaje inclusivo sería precisamente desmontar este machismo lingüístico privando al género masculino de su papel generalizador y visibilizar realidades genéricas que no caben en la oposición binaria ‘masculino / femenino’.
Sin embargo, al igual que no es posible adaptar un equipo eléctrico de 110V para que funcione con 220V sin saber de electricidad, a la lengua no se le puede aplicar ingeniería sin saber de lingüística.
La primera realidad con la que hay que hacer las paces es que el lenguaje inclusivo no puede ser la desaparición del género gramatical. Esto sería un cambio más que sustancial en una lengua, que no está en manos de nadie efectuar a propósito. En honor a la verdad, el género gramatical crea más problemas de los que resuelve, pero hay una razón por la que no ha desaparecido solo: la lengua y los hablantes somos sumamente conservadores.
Así que todos los sustantivos en español tienen un género. Hay quien trata de ser inclusivo escribiendo x o @ donde iría la vocal del género (niñ@s, amigxs). Esto funciona para la escritura, pero crea un problema para la pronunciación. Lo normal es que se lea como niños y/o niñas o amigos y/o amigas, y mucho se ha condenado el efecto que provoca el uso a ultranza de esta duplicación de las palabras.
El lenguaje inclusivo tiene que recurrir, entonces, a la introducción o revitalización de un nuevo género gramatical: el género neutro, que según la tendencia imperante se marca con la e.
¿Qué sería este género neutro? Pues se presenta como una opción no binaria para cuando no se puede o no se quiere especificar un género masculino o femenino, o para hacer referencia a personas cuya identidad de género no se puede describir en términos de masculino o femenino.
Hay una idea importante que todo lingüista aprende en primer año: la lengua es un sistema. Esto significa que sus partes están interconectadas y que no se puede afectar una sin que se afecten otras. Para el género gramatical, esto quiere decir que habrá que tomar en cuenta la flexión (la terminación de los sustantivos), pero también la concordancia (las otras palabras que vienen con el sustantivo).
Cómo y cuándo usar el género neutro
Esta parte se presentará como una serie de preguntas que guían el razonamiento para decidir si se utiliza o no el género neutro en una situación determinada.
Antes de hacernos ninguna pregunta, es evidente que el género neutro se aplica nada más que a las palabras variables, es decir, a las palabras que admiten que se les cambie el género sin que se destruyan. Tendremos así maestra, maestro y maestre, pero no mesa, meso y mese (ni libro, libra y libre).
El género neutro es entonces lo que podríamos llamar un género gramatical ad hoc, facticio, eventual; un género gramatical cuya función es resolver problemas específicos de la comunicación y no organizar el léxico como los otros. Dicho de otro modo, no hay palabras (de momento) cuyo género gramatical “nativo” sea el neutro, a excepción quizás de algunos pronombres como algo, alguien o quien.
Con esto en mente, he aquí las preguntas:
Pregunta 1: ¿La palabra variable en cuestión refiere a un humano o no?
Si no refiere a un humano, como mesa o libro, va en femenino o masculino, según corresponda. Si refiere a un humano, pasamos a la siguiente pregunta.
Pregunta 2: ¿Se trata de un individuo o de un grupo de humanos?
Si se trata de un grupo de humanos, pasamos directamente a la pregunta 5. Si es un individuo:
Pregunta 3: ¿Se trata de un individuo específico, conocido ya por los hablantes, o de un individuo abstracto o desconocido?
Si se trata de un individuo abstracto o desconocido (un maestro debe ser honrado), puede usarse el género neutro.
Si se trata de un individuo específico (la jefa de mi papá, el maestro de mi hija), pasamos a la siguiente pregunta.
Pregunta 4: ¿Se trata de un individuo que se identifica como de género binario o no binario?
Si se identifica como de género binario, femenino o masculino según corresponda.
Si se identifica como de género no binario, puede usarse el género neutro.
Si no sabemos cómo se identifica, haríamos bien en informarnos primero.
Pregunta 5: Si, en lugar de un individuo, se trata de un grupo de humanos, ¿el sustantivo es singular o plural?
Si es un sustantivo grupal singular (como gente, claustro, multitud), femenino o masculino según corresponda. Suelen ser invariables.
Si es un sustantivo en plural (los niños, las niñas), pasamos a la siguiente pregunta.
Pregunta 6: ¿Se refiere a un grupo específico cuya composición de género se conoce?
Si se trata de un grupo de género binario homogéneo (todos hombres o todas mujeres), femenino o masculino según corresponda.
Si se trata de un grupo mixto o de personas de género no binario, puede usarse el género neutro.
Pregunta 7: ¿Se trata de un grupo abstracto o cuya composición de género se desconoce (los niños nacen para ser felices)? Puede usarse el neutro.
En resumen, el género neutro puede usarse para individuos de género no binario, o para individuos y grupos en plural a los que se hace referencia en abstracto, o cuya composición genérica es mixta o se desconoce.
Importa insistir en la concordancia. En español, la concordancia en género y número del adjetivo y/o determinante con el sustantivo no es opcional, ni siquiera en los casos en que el sustantivo es invariable, como estudiante. Por lo tanto, al usar el género neutro, hay que flexionar las tres palabras: hay muches niñes buenes, les verdaderes maestres; y no solo el sustantivo. Coherencia es la palabra de orden.
“El género neutro puede usarse para individuos de género no binario, o para individuos y grupos en plural a los que se hace referencia en abstracto, o cuya composición genérica es mixta o se desconoce”.
La concordancia en género neutro también se puede aplicar a los pronombres indefinidos, como alguien o algún, y decir algunes no están contentes con la decisión o si alguien está dispueste, que lo diga.
En ocasiones, no se trata de un sustantivo, sino de adjetivos que aparecen “solos”, como cuando decimos ella es cubana o ellos son felices. El proceso es el mismo.
Aquí surge la cuestión de los pronombres personales, que está aún pendiente de resolución. Está documentado el uso de elles y nosotres para el plural. En el caso del singular, en inglés, por ejemplo, los hablantes disponen de un they singular (criticadísimo también, aunque está documentado, al menos, desde el siglo XIV), pero el español carece de esa posibilidad. Sí está documentado, en cambio, el uso del pronombre singular elle, sobre todo aplicado a personas trans.
Otro problema surge con los pronombres de objeto directo, como en yo lo sé. Si somos coherentes, hay que decir también yo lo vi / la vi / le vi por la calle.
Sin duda, habrá otros casos particulares que quedarán a discreción del hablante, pero esta guía debe resolver las cuestiones de uso general.
Antes de terminar, convendría mencionar las diferencias visibles en el uso de esta forma de lenguaje inclusivo, en lo que respecta a su finalidad. Aunque es innegable que muchas personas lo usan para ser verdaderamente inclusivas, otras se sirven de él como una simple marca de identidad.
Aunque el lenguaje tiene indiscutiblemente una función identitaria —la forma de hablar nos identifica como pertenecientes a determinado grupo—, es triste que esta función sobrepase o neutralice el propósito humano del lenguaje inclusivo y que envenene el proyecto de justicia social del cual el lenguaje inclusivo es solamente una parte, ni siquiera la más importante.
Para concluir, la idea inicial merece ser repetida: las críticas al lenguaje inclusivo se basan en apreciaciones estéticas. Dicho llanamente, siempre delatan la actitud de “a mí no me gusta y por eso está mal”. Así que los debates alrededor del lenguaje inclusivo están condenados a la infertilidad: nada útil puede nacer del enfrentamiento de gustos individuales. Están tristemente marcados también por la arrogancia de quienes se erigen en defensores de la lengua (que el español, con sus 580 millones de hablantes nativos y contando, no necesita) o en jueces de su “buen uso”.
No escapará al lector que esta crítica a los prescriptores de la lengua parece chocar con el resto del artículo. ¿No es acaso este texto otra manera de indicarles a los hablantes cómo deben hablar? Nada más lejos de su intención. No se ha tratado aquí de recomendar o tratar de imponer un “uso correcto” del género neutro, sino de señalar los elementos sistémicos de la lengua que condicionan su uso, para que este deje de ser un simple artificio y se convierta en parte orgánica del sistema de la lengua, al menos para una determinada comunidad de hablantes que así lo decida.