El jubilado
23/1/2018
1
Yo pensé que un jubilado
tranquilamente vivía,
o que, al menos, no tenía
que trabajar demasiado.
Que estando desocupado,
no tendría agotamiento;
pero todo eso es un cuento,
porque yo me jubilé
y desde entonces, no sé,
pero no paro un momento.
2
Mi mujer con la tonada
de que yo estoy jubilado,
para mandarme a algún lado
está siempre preparada.
“Tú que estas sin hacer nada
—me dice con energía—,
vete a la carnicería
a ver si la carne vino,
y fíjate de camino
si hay huevo en la pollería”.
3
“Tú que estas sin hacer nada,
enciéndeme la candela;
yo voy a ver a Manuela
que me tiene preocupada;
coge la jaba rosada
y llégate a la placita;
llévale este jarro a Rita,
que me lo prestó anteayer
y no tardes en volver
que yo viro enseguidita”.
4
Hay veces que está acostada
y me dice en alta voz:
“viejo, escógeme el arroz,
tú que estas sin hacer nada;
yo estoy un poco cansada
y me tengo que vestir
ahora mismo para ir
a ver a la costurera;
ve barriendo la escalera
que yo no tardo en venir”.
5
A veces de madrugada,
—cuando me encuentro dormido—
en el más leve descuido
me llama desesperada:
“tú que estas sin hacer nada,
apura, tírate ahora
y llégate sin demora
a la cola del mercado;
total, tú estás jubilado
y duermes a cualquier hora”.
6
Siempre estoy de arriba abajo,
y les juro que me canso,
porque en vez de más descanso
lo que tengo es más trabajo.
Si va a seguir el relajo,
no quiero jubilación,
pues llegué a esta conclusión:
es más sano trabajar
en lugar de descansar
con tanta preocupación.
7
Por lo tanto cualquier día,
como tan cansado estoy,
dejo la casa y me voy
al trabajo que tenía.
Con la mayor alegría
tomaré a cabalidad
la nueva oportunidad:
me muero y no me jubilo,
mas trabajaré tranquilo
por toda una eternidad.