Vuelvo sobre la huella de textos anteriores y encuentro el siguiente párrafo:

cuando los hechos son analizados tras el paso del tiempo, la pureza del espíritu permite ver las cosas con mayor claridad. Por tal motivo, dejo a un lado los rigores que impone un pensamiento materialista y afirmo con total certeza que Jesús Orta Ruiz, nuestro Indio Naborí, murió a las 00.45 horas del 30 de diciembre de 2005 porque ya estaba cumplido el objetivo de su vida. Resulta bien interesante conocer que meses antes había dejado reeditada toda su poesía: estampas, elegías, poemas políticos, poemas coloquiales y, para mayor fortuna, también el libro de ensayo Décima y folclor. ¿A qué se debió esa realidad, únicamente a intereses editoriales?, ¿no puede pensarse también que el “tic-tac” interior del poeta, en una pantalla gris, le estaba proyectando la cercanía de su final? Digo entonces que el Indio Naborí no murió cuando le tocaba morir, murió cuando él quiso; y puedo asegurar que murió tranquilo, yo puedo asegurar que murió rodeado de ternura.

“El Indio Naborí es un poeta que a Cuba le sigue haciendo falta”.

Hoy 30 de diciembre se cumplen 17 años de su partida. ¡Y mire usted qué contradicción! El mismo servidor que ahora está recordando aquel triste adiós, hasta hace pocos días, andaba por toda Cuba celebrando el centenario de un hombre a cuya vocación poética hay que sumarle en todo momento su vocación de Patria, que para él era sinónimo de Revolución. ¡Revolución! En esa palabra se resume el verdadero motivo de estas líneas; dado que en poco tiempo, tal vez para la próxima edición de la Feria Internacional del Libro, sea publicado por la editorial Verde Olivo un nuevo libro del Indio Naborí: Fulgor de un nombre. Sin lugar a dudas, la más completa compilación de su poesía política. He aquí cuatro líneas de su Soneto I: “…El tiempo cae sobre nosotros pero/mientras hay una meta prometida/no se siente el gotear de su caída/ni consulta relojes el viajero…”. Ahora bien, ¿y quiénes son los viajeros de hoy? Yo respondería que los jóvenes; y en ellos, solo en ellos, puede perpetuarse la memoria de un poeta que es un ingrediente indispensable del imaginario nacional. Decir Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí), en cualquier lugar de la Isla, pasa primero por ser sinónimo de identidad y luego termina convirtiéndose en historia, leyenda o fascinación de obligada referencia.

Son muchos, yo diría que muchísimos, los poemas que el Indio Naborí le dedicó a la Revolución cubana. Pero existe uno que marca la diferencia: Marcha Triunfal del Ejército Rebelde, primer poema que se le dedica al triunfo de la gran gesta. Fue escrito bajo el influjo de la victoria revolucionaria y es hoy la obra poética más reproducida en Cuba. Los sesenta y cuatro años que la Revolución cumplirá el próximo Primero de Enero, son los mismos sesenta y cuatro años que cumplirá el poema. Entonces, ¿vale o no vale la pena recordarlo?

A la vocación poética del Indio Naborí hay que sumarle en todo momento su vocación de Patria, que para él era sinónimo de Revolución. Foto: Jorge Luis González / Tomada de Granma

Estos versos, dactílicos-amétricos (de base trisílaba), fueron tocando el alma del poeta desde que conoció la huida de Fulgencio Batista. El aire de Cuba se llenó de alegres clamores, como si la realidad que rodeaba al Indio Naborí durante la madrugada de aquel primer día de 1959 le estuviese demandando el canto de los antiguos tiempos heroicos. Dicho de otra manera: la estructura poética escogida no fue anacrónica, fue sincrónica, lo que explica de igual forma el tono de vehemencia que el poeta logró impregnarle a cada línea.

Ya en la tarde de ese mismo primer día de enero, el Indio Naborí tenía lista una primera versión; que es declamada por el actor y locutor Eduardo Egea en el programa “De fiesta con los galanes” (CMQ Radio a las 7.00 p. m.). Después, en la medida que avanza la caravana de Fidel Castro hacia La Habana, entre los días 2 y 8, el poeta le va incorporando estrofas, que de la misma manera eran declamadas por altoparlantes instalados en las calles. Llegado el momento, el poema como tal, en vivo y en directo, es incorporado a la caravana rebelde, siendo declamado una y otra vez por el actor y locutor Jorge Guerrero; quien el 8 de enero, momentos antes de que Fidel le hablara por primera vez a la población capitalina, recita la versión definitiva en la terraza norte del otrora Palacio Presidencial. Tiempo después la Marcha Triunfal del Ejército Rebelde cae en manos de la actriz Alicia Fernán y ella se convierte en su más excelsa declamadora. Simple y llanamente el poema pasó a ser una suerte de himno patriótico cuyo objetivo de impacto en las grandes masas siempre fue el de convocar a la unidad nacional.

Si hoy releemos o escuchamos nuevamente ese poema, varias son las frases exclamativas que, con verdadero asombro, pudieran emitirse: ¡qué visión política tenía el Indio Naborí, qué claro estaba, qué puntería tuvo para no equivocarse ni en los nombres que menciona en el poema!

Algo importante: la cadencia épica de esta Marcha Triunfal recuerda la Marcha Triunfal de Rubén Darío. Con la diferencia de que el Indio Naborí sí está viendo pasar una caravana victoriosa: “…Con los invasores, pasa el Che Guevara, alma de los Andes que trepó el turquino, San Martín quemante sobre Santa Clara, Maceo del Plata, Gómez argentino…”. Aquí no hay escudos, no hay arcos y no hay minervas. La Marcha Triunfal del Indio Naborí no es imaginada, es una estampa real, viva, oliente a monte bravo, con ropa sudorosa y pobre. No la sueña, la ve y la palpa en medio del júbilo indescriptible del pueblo. Son jóvenes barbudos, rebeldes diamantes con trajes de olivo.

¿Dónde está la mayor virtud de este poema? Tal vez en que el Indio Naborí logró eternizar el asombro del pueblo ante un hecho que estaba estremeciendo la historia patria. “… ¡Solo importa Cuba! Sólo importa el sueño de cambiar la suerte…”. Por eso aquí el verso enfático o imperativo le otorga a la poesía social un alto rango de perpetuidad, tocando de esa forma las entrañas del pueblo y poniendo en su voz la épica de un proceso político trascendente.

Fulgor de un nombre es, sin lugar a dudas, la más completa compilación de su poesía política. Foto: Cortesía del autor

Claro, tampoco vayamos a creernos que este tipo de poesía política era algo nuevo en el Indio Naborí. No, este tipo de poesía él la venía haciendo desde mucho tiempo antes. Quien estudie su obra podrá encontrar poemas del mismo corte que datan de los años 30, 40 y 50. En la producción poética “naboriana” de esos años, observaremos que ese gran sueño de emancipación nacional aflora con singular nitidez; y que, en este caso, da igual si es décima o romance, da igual si es soneto o verso libre. Lo social está presente lo mismo en un poema de amor que en un poema que trate sobre las penas del campesino cubano. A toda hora, quien de verdad lo estudie, encontrará la huella de un hombre que sentía una gran preocupación por los humildes, plasmada en las décimas con inigualable gallardía; tal vez porque la décima, además de ser la estrofa nacional de Cuba, fue y sigue siendo la estrofa elegida por los más humildes, tanto del campo como de la ciudad.

Los poemas de circunstancias que el Indio Naborí escribe a partir de 1959 son, en su caso, una realidad comprensible y continuadora de una viva tradición cubana: la poesía social. Para ello, además de imágenes, metáforas e hipérboles, utiliza una amplia gama de formas estróficas y metros, donde a veces se hace visible una compleja estructura poética que combina arte menor y mayor. Es decir, versos de hasta ocho sílabas que juegan con versos eneasílabos, endecasílabos, dodecasílabos y alejandrinos. Pero siempre sin perder el ritmo del énfasis y la reiteración.

El tono imperativo, desterrado de la poesía escrita para la lectura unipersonal y de pequeño cenáculo, revive en el verso del Indio Naborí entre el clamoreo de la muchedumbre, el ruido de los altoparlantes y la compañía de la oratoria política, y no está mal que reviva. ¿Por qué se ha de objetar el tono tribunicio a una poesía que se dice en tribuna?

Como si se tratara de una vuelta a lo clásico, aquí son localizables las combinaciones de sílabas largas y cortas, o de cortas y largas, lo mismo átonas que tónicas; pasando así del pie de verso espondeo al anapesto, y lográndose finalmente un conglomerado pentámetro yámbico que prepondera los acentos métricos y asegura las pausas. Acentos y pausas que, sin ninguna duda, también le permiten al poeta regular la armonía, la cadencia, los tonos y el ritmo constante del poema, mucho más ante la certeza de que esas estrofas serían declamadas en una tribuna pública.

Por supuesto que hay un bosque de sonetos, décimas y romances. Todo ello en función de enaltecer la obra de la Revolución, y utilizando para esos fines los recursos expresivos naturales que le otorgaba su condición de juglar. Ese tipo de poesía, dirigida a las grandes masas y no a un aislado grupo de personas, era una necesidad que el poeta sentía como propia. Sí, es verdad, eran poemas de circunstancias, eran poemas de ocasión, eran poemas de tribuna, eran poemas de plazas públicas y eran poemas que, de forma inusitada, despertaban el entusiasmo del pueblo, lográndose entonces una maravillosa combinación: sentir, emocionar y comprender.

¿Qué es lo que ocurre en la práctica? Lo digo sin afeites de ningún tipo: lo mejor de la poesía política del Indio Naborí, no obstante el paso del tiempo, se resiste a morir. Se trata de un fenómeno sociocultural que trasciende las fronteras de épocas exactas y llega hasta nuestros días. Léanse y estúdiense a fondo los títulos que ahora menciono: Marcha Triunfal del Ejército Rebelde (1959), Era la mañana de la Santa Ana (1959), Mensaje de Martí a la Cuba nueva (1959), La Coubre (1960), Elegía de los zapaticos blancos (1961), Evocación de Homero (1961), El drama de los tres libros (1961), Pastoral campesina (1961), Dos nombres para siempre (1961), Voto de confianza del pueblo a Fidel (1962), Carta de una madre cubana a una madre norteamericana (1962), Nuevo credo latinoamericano (1967) y Para que nadie tenga que decir (1970), por solo mencionar algunos.

Todavía me resulta estremecedor escuchar el testimonio de personas que dicen: “Yo crecí con los versos del Indio Naborí”, “yo me eduqué con las poemas del Indio Naborí, “yo me hice revolucionario con la poesía del Indio Naborí”. ¿Cómo es posible?, me preguntaba yo al principio. Pero luego comprendí que las palabras Poesía, Patria y Revolución estaban para él en un mismo camino, convirtiéndose en un hombre que hasta su muerte fue consecuente con la consecuencia de su propia vida. La Revolución cubana no llegó hasta este poeta por la ocurrencia de un suceso histórico concreto. Este poeta fue parte activa de esa Revolución y llegó con ella.

Marcha Triunfal del Ejército Rebelde, primer poema que se le dedica al triunfo de la gran gesta, fue escrito bajo el influjo de la victoria revolucionaria y es hoy la obra poética más reproducida en Cuba.

El Indio Naborí, con lo mejor de su poesía política, logró tocar la entraña del pueblo, poniendo en la voz de ese mismo pueblo la épica de un acontecer político trascendental. Él decía en versos lo que el pueblo estaba tratando de explicarse por otras vías. Entonces el impacto o comunicación era inmediato. Miles y miles de cubanos asumían como suyos los poemas y luego los recitaban en cualquier parte. Tanto es así que esa interacción poeta-pueblo aún se mantiene viva. Estamos finalizando el año 2022 del siglo XXI y Cuba entera tiembla de emoción cuando alguien recita la Marcha Triunfal del Ejército Rebelde o la Elegía de los zapaticos blancos. Yo pregunto, ¿y por qué?, ¿cómo es posible que eso ocurra cuando han pasado más de 60 años? He ahí el misterio del Indio Naborí, he ahí su carácter atípico y he ahí el rango de perpetuidad que alcanzó con él la poesía social cubana, demostrándose a las claras que esos poemas eran algo más que poemas de circunstancias o poemas de ocasión.

Dicho esto, ya es momento de citar a Virgilio López Lemus, cuyos estudios sobre la obra poética de Jesús Orta Ruiz son hoy de una importancia cardinal:

…tenía la virtud de que creía en lo que escribía, o en los contenidos de sus improvisaciones. Si repetía algunas consignas, era porque las tenía interiorizadas. Si volvía sobre temas y efemérides, era porque lo consideraba necesario. Una de sus peculiaridades esenciales fue no hacer exactamente poesía épica, sino que partía del lirismo emotivo para comunicar mensajes. El poeta-mensajero tenía misión, y ella estaba dentro de las esferas de la ideología y de la conciencia. No era un mero poeta comprometido, sino un militante. Abrazó la Revolución por convicción y puso su don al servicio de ella… De ese arte expresivo, aprendió mucho de Pablo Neruda, de Rafael Alberti, de Manuel Navarro Luna y de Nicolás Guillén. Con Neruda, prefirió la poesía poco tribunicia, pero con Navarro, incluyó efectos para la declamación. Supo que la “poesía para las masas” puede rendir un mal efecto si no toca a cada ser humano, si no es aceptada y capaz de expresar los sentimientos (patrios, políticos, partidarios) de cada uno de los componentes de los estratos sociales más revolucionarios…

El libro como tal está estructurado en siete secciones: El pulso del tiempo, Cuando decimos Fidel, Al son de la historia, Breves apuntes para la epopeya, Río de sangre y llanto, Otros poemas políticos y Poemas de homenaje, proponiendo con ello, a través de efemérides, héroes y mártires, un lírico viaje por la historia de Cuba. Quien dude alguna vez de su condición de cubano, puede reaccionar positivamente acercándose a Fulgor de un nombre; cuyo contenido, de principio a fin, fuera descrito por el propio poeta en febrero de 2005:

…La conocida aceptación popular de estos poemas, algunos memorizados y recitados por varias generaciones, es la mejor prueba de que cuando se hable de poesía y tiempo no hay que olvidar el espacio y la ocasión… Fue así que surgió esta poesía de fechas y circunstancias, tan sentida por mí como cualquier otra… Poesía de encargo, podría decirse, pero habría que añadir: el encargo no es ninguna imposición cuando lo que se solicita está en el corazón de quien complace. Otras veces no hay tal petición, sino una coincidencia entre el solicitante y el creador, que también es parte de las masas y siente como ellas…

El mismo poeta intimista que escribió las famosas Estampas campesinas, o La fuga del ángel, o Entre y perdone usted, o Una parte consciente del crepúsculo, o Con tus ojos míos, distinguido con el Premio Nacional de Literatura en 1995, fue capaz de ser también un inspirado cantor de la Revolución. La vigencia de toda su poesía nos permite entonces, sin pensar en la muerte, continuar celebrando con entusiasmo el centenario de su natalicio, dado que el Indio Naborí es un poeta que a Cuba le sigue haciendo falta.

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