Para completar el título de esta charla “académica”, nos estaría faltando una sola palabra: ¡acción! De ahí la importancia de estar hoy en una sede universitaria cuyo objeto de estudio son los Medios de Comunicación Audiovisual. Sin embargo, en esta última línea, igual nos va faltando otra palabra: ¡arte! Es decir, la maravilla de captar y representar la ilusión del movimiento a través de expresiones artísticas que, por el hecho mismo de contar historias, analizar realidades o trasmitir emociones, rebasan las fronteras del tiempo cronológico y muestran, como parte de un todo significativo, algo que resulta clave para el audiovisual: la “imagen del contenido”.

Repito la frase: “imagen del contenido”. Y la repito porque ese perfil de lo interno también se visualiza en la lírica. Aun así, ¿poesía y audiovisual?, ¿audiovisual y poesía? Aunque las dos respuestas son afirmativas, alguien pudiera preguntarse: ¿dónde encontrar la poesía del audiovisual? ¿Acaso en el lenguaje? ¿Acaso en las imágenes? ¿Acaso en el vuelo de los personajes? ¿Acaso en la banda sonora? ¿O es que debemos reducir la búsqueda al “guion literario”? Ni una cosa ni la otra. La poesía del audiovisual estará siempre en la fuerza subjetiva que pueda alcanzar la ya mencionada “imagen del contenido”, ese impulso integral donde confluyen locaciones, fotografía, puesta en escena, dirección de arte y diseño de luces.

“¿Dónde encontrar el audiovisual de la poesía?”

Precisamente en la “imagen del contenido”, más allá de posibles criterios absolutos, el buen espectador encontrará una variada gama de recursos poéticos: metáforas, símbolos, hipérboles, símiles, sugerencias, preguntas retóricas, propuestas sensoriales… Ya les digo, una variada gama de recursos que solo el buen espectador logrará descifrar. Y de ocurrir lo contrario, entonces ese buen espectador sentirá por dentro una inexplicable sensación de alegría estética… Escuchen: no se trata de filmar la poesía. No se trata de adaptar poemas. No se trata de hacer un supuesto empalme poético que después permita extender sobre la pantalla una forzada “poesía visual”. No, no se trata de eso. Aquí lo perdurable está en el eco interior, en el impacto sicológico, en el mensaje que nos proponga y trasmita la imagen que tenemos delante.

Ahora bien, ¿dónde encontrar el audiovisual de la poesía? Para ello, debo volver al título de mi intervención: “El Indio Naborí: poesía, imagen y sonido”. Dicho de otra manera: las líneas que vienen a continuación estarán apoyadas en la obra de un poeta que, dado su profundo arraigo popular, queda exento de largas presentaciones o aburridas semblanzas biográficas. Solo mencionaré un detalle: Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, recibió el Premio Nacional de Literatura en 1995. Releo al vuelo su libro Entre y perdone usted y de inmediato me asaltan algunos versos:

Esta es mi madre.
Nos crió con su santa paciencia,
con una pierna sobre un banco
y su sonrisa siempre, siempre…

Nos lavaba las ropas y hacía las comidas
con una pierna sobre un banco
y su sonrisa siempre, siempre…

El tiempo la aplastó sobre un sillón
con una pierna sobre un banco
y su sonrisa siempre, siempre…
Solo se diferencia de una estatua
en que sonríe siempre, siempre…
   

Como pudieron apreciar, la “imagen” nos queda clarísima. Tan así de cierto que se va haciendo muy cercana, hasta que al final, pleno de ternura, logramos ver el rostro de la mujer, y el banco, y el patio, y la cocina, y el sillón… Las doce líneas que conforman el texto, son una clase magistral de “sugerencia poética”, existiendo la posibilidad de tener ante nuestros ojos imágenes visuales, olfativas, auditivas y táctiles. Tal parece que estamos frente a una foto y no ante un poema. Tal parece que estamos frente al inicio de un cortometraje.

“Lo perdurable está en el eco interior, en el impacto sicológico, en el mensaje que nos proponga y trasmita la imagen que tenemos delante”. 

Pero, ¿y el “sonido”?, ¿cómo identificar el “sonido”? En este caso concreto, el poeta no emplea ecos, frases o versos alusivos. Tampoco utiliza la onomatopeya. Porque aquí los sonidos forman parte del silencio, de la tristeza, de la soledad que envolvía su humilde casa. Entonces, el buen lector de poesía, escucha en el fondo una suerte de gemido, de lamento, de llanto interior que primero palpita dentro del poema y luego revela profundas señales de impotencia y esperanza.

Veamos otro ejemplo:

Compay, ¡qué triste está el río,
cómo solloza la palma!
Para siempre murió el alma
del guateque en el bohío.
Aquella que en el bajío
endulzó mi amarga suerte
un día se quedó inerte,
¡y yo no sé en qué carreta
se me fue por la secreta
guardarraya de la muerte!

En esa décima, que integra el cuerpo de su poema “Desalojo íntimo”, hay siete palabras que expresan los sonidos del campo cubano: río, palma, guateque, bohío, bajío, carreta y guardarraya. ¿Acaso los sonidos naturales de la tierra? Esos sonidos intrínsecos logran ser tan predominantes, que a veces el vocablo pasa a un segundo plano, quedando en el aire un efecto de identificación imagen-sonido que resulta único.

Llegado este punto, cito al poeta español León Felipe: “…Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos…/ que los huesos del hombre los entierran con cuentos…”¿Cuál es el motivo de esta cita? Muy sencillo: recordarles a ustedes que la poesía también es un vehículo para contar historias. Lo mismo internas que externas, lo mismo propias que ajenas, lo mismo personales que colectivas. Cada poema es la narración elocuente de disímiles vivencias, situaciones o estados de ánimo. Los poetas son cronistas imprescindibles del momento (tiempo y espacio) que les ha tocado vivir; una realidad que, con mucha frecuencia, provoca en los lectores la siguiente exclamación: ¡Qué cinematográfica es la poesía de Nicolás Guillén!, ¡qué cinematográfica es la poesía del Indio Naborí! Sin lugar a dudas, se están refiriendo a la perspectiva visual, es decir, a las imágenes en movimiento que son identificables en un determinado poema.

Intentando explicar un poco más lo anterior, me detendré para ello en la primera estrofa del romance “Elegía de los zapaticos blancos”:  

Vengo de allá, de la Ciénaga,
del redimido pantano…
Traigo un manojo de anécdotas,
profundas, que se me entraron
por el tronco de la sangre
hasta la raíz del llanto.
Oídme la historia triste
de unos zapaticos blancos…

Nada más claro. Adentrarnos en el discurso poético trae consigo que nos adentremos en el discurso fílmico. Leer un poema es ver su película. Conscientes o no, sucede con mucha frecuencia. Ah, pero eso sí, el éxtasis, el éxtasis armónico, quedará en manos de quien logre captar y sentir el impacto de esa doble fuerza espiritual… Dijo el poeta: 

No me asusta morir… Solo lamento
no tener ojos para ver las cosas
que se transformarán: zarzas en rosas,
lobos en hombres, polvo en monumento.

No me asusta morir…Solo lamento
ser sordo como el frío de las losas
cuando vengan las músicas gloriosas,
cuando una larga risa sea el viento.

Solo lamento no tener mi tacto
cuando sea concreto el mundo abstracto
que en crisoles de sueño se moldea.

No me asusta morir… Solo lamento
quedarme quieto cuando todo sea
la perfecta expresión del movimiento
.

Acabo de leer catorce versos endecasílabos. Catorce versos para nada estáticos. Todo lo contrario: “zarzas en rosas, lobos en hombres, polvo en monumento…” En este soneto, la imagen textual nos propone exactamente lo mismo: el hechizo de la imagen fílmica; la que ahora, además, viene acompañada con el aderezo de la música, que se escucha a todo volumen tras la lectura de una línea que bien pudiera ser sinfónica: “cuando una larga risa sea el viento”.

“Los poetas son cronistas imprescindibles del momento (tiempo y espacio) que les ha tocado vivir”. Foto: Tomada de Internet

Vuelvo a las preguntas del inicio: ¿poesía y audiovisual?, ¿audiovisual y poesía? Sobre esta interrelación artística, sobre esta conexión de lenguajes, desde el punto de vista teórico, se ha escrito bastante poco. Solo existen “páginas dispersas”; donde son abordados, de manera aislada, algunos aspectos que pueden resultar de interés. Mi propuesta es hacer del tema una interpretación individual, donde el hombre o mujer interesado haga valer la fuerza analítica de su pensamiento. No obstante, sería muy enriquecedor que todos ustedes se acercaran a los llamados poemas cinematográficos, al llamado cine de poesía o al llamado documental poético, hasta llegar, con el mismo rigor, al llamado cinepoema.

En esta última forma de expresión quiero detenerme unos segundos. Año 1929. El destacado fotógrafo norteamericano Ralph Steiner estrena H2O (Oda al agua). Duración: 12 minutos. Según los críticos, un cinepoema excepcional, renovador, rupturista… Pasa el tiempo. Año 1965. El destacado documentalista cubano Santiago Álvarez estrena Now. Duración: 6 minutos. Según los críticos, una obra novedosa, antropológica, reconocida por algunos como el primer videoclip cinematográfico… Pero nadie dice, afirma o defiende, que Now es también un cinepoema excepcional, que supera con creces cualquier propuesta anterior, sea del país que sea.

Se acerca el final de esta charla “académica”. Haberme apoyado en varios poemas del Indio Naborí (verso libre, décima, romance y soneto) me sirvió para revelarles a ustedes mi propio concepto de poesía: “contenido anímico-emocional que después, en manos del lector, se convierte en una impresión psíquica; algo que, sin duda alguna, facilita la comunicación entre ambas partes…”. Cabe entonces la siguiente pregunta: ¿y eso mismo no es lo que ocurre con el audiovisual? De ahí la frase “imagen del contenido”, que vengo repitiendo desde el inicio.

Ojalá que este cúmulo de ideas o reflexiones, despierte en ustedes el entusiasmo de continuar investigando sobre una temática que resulta medular en el acto de creación, para que así, dejando escapar una leve sonrisa, pueden decir con total seguridad: poesía, imagen y sonido… ¡acción!

*Texto leído en la Facultad Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual, Universidad de las Artes (ISA), La Habana, el jueves 12 de septiembre de 2024.   

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