El Indio Naborí: 102 años después
Aunque al Indio Naborí se le puede recordar en cualquier fecha, y eso es algo que ocurre con mucha frecuencia a lo largo de toda la Isla, llegar al 102 aniversario de su natalicio (30 de septiembre de 2024), tiene un especial significado, entre otras cosas, porque su poesía sigue siendo el vuelo espiritual de muchos cubanos y cubanas. Por tal motivo, me detuve a escuchar y leer un trabajo de rescate que hicimos varias admiradoras (y admiradores) del gran poeta cuando este arribó a su Centenario. Imagen, sonido y textos, fueron entonces los soportes que me permitieron revivir la magia que nos produjo, por aquellos días, “La medida de un suspiro”.
Pero el encanto no solamente lo producía el trabajo terminado, también había hechizo en toda la investigación previa que se hizo: recortes de prensa, visitas a lugares míticos, poemas inéditos, fotografías de otras épocas, grabaciones de audio y una entrevista que yo, desde una óptica bien intimista, le había hecho al poeta, narrador y ensayista Fidel Antonio Orta, quien una mañana de noviembre de 2021 se puso a conversar sobre su padre.
Llegar al 102 aniversario del natalicio del Indio Naborí tiene un especial significado, entre otras cosas, porque su poesía sigue siendo el vuelo espiritual de muchos cubanos y cubanas.
Con el objetivo de viajar a las raíces de Jesús Orta Ruiz, porque en estos tiempos resulta muy necesario, es que ahora comparto la entrevista. Ojalá que su contenido llegue con fuerza a las nuevas generaciones de lectores. Aquí les va.
Cuando se escucha cantar al Indio Naborí, cuando se lee al Indio Naborí, hay siempre una vuelta a los orígenes, a los lugares donde amó la vida, a ese increíble mundo espiritual que puede que haya nacido de la humildad. ¿Cómo llega Jesús a la vida?
Tu primera pregunta le hace juego a la Navidad: Jesús, nacimiento, vida… Pero fíjate, el Viejo nace en San Miguel del Padrón (antigua periferia campesina de La Habana) el 30 de septiembre de 1922, padeciendo, desde el primer día, los rigores de una extrema pobreza. La misma pobreza que después se repite en su niñez, adolescencia y juventud, una realidad que en voz del propio poeta se escucha así: piso de tierra, techo de guano y tinaja compartida. Sin embargo, ese niño nació con el don de la poesía, con el don del estudio, tal vez incrementado porque sus familiares más cercanos eran analfabetos. Nunca olvides los versos que él escribe en 1952:
Poeta con la agonía
de no atrapar la expresión
de ti, de tu corazón,
me vino la poesía.
Sentiste una melodía
honda, que no tradujiste,
y yo, el heredero triste
de tu inefable sentir,
sigo empeñado en decir
el canto que no dijiste.
Yo pienso que ese entorno hostil de su niñez lo obligó a desarrollar una gran capacidad de estudio, es decir, lo obligó a desarrollar un autodidactismo que, en mi opinión, rozaba con la genialidad. Que un niño de esos parajes (reparto Juanelo) se aislara completamente y tratara de leer, de buscar información, de adentrarse en los caminos del conocimiento, sin tener orientaciones de nadie, era algo que llamaba mucho la atención, incluso de su propia familia, que a veces no entendía del todo su obsesivo apego a los libros.
En medio de ese panorama, existieron dos elementos a su favor: uno de ellos fue la presencia de la décima, de la décima cantada, que lo mismo la cantaba el padre (Eduardo, le decían Payo), que la madre (María, le decían Maya) o que la hermana (Adelaida, le decían Niña). Esos tres familiares eran grandes admiradores de la estrofa, pero admiradores de forma empírica. Lo que hacían era cantar décimas que se aprendían de la tradición oral, utilizando para el canto tonadas campesinas que tenían un marcado acento español. Como puedes apreciar, la décima fue su única señal de cultura.
“Que un niño de esos parajes (…) se aislara completamente y tratara de leer, de buscar información, de adentrarse en los caminos del conocimiento (…) era algo que llamaba mucho la atención”.
Dijo el poeta:
En aquellos tiempos rudos,
en que apenas el pan tuve,
por estas calles anduve
niño con los pies desnudos.
Aquí: mis inviernos crudos,
mi escuela trunca y baldía.
Pero ya, gracias al día,
que de retama hizo miel,
los niños de San Miguel
no tendrán la infancia mía.
Después ocurre algo importante, que sería el segundo elemento que lo favoreció: llega a su vida el maestro voluntario Rodolfo Díaz Moya. Ese hombre jugó un papel fundamental como parte de su formación integral. Lo ayudó no solo a encontrar su camino poético, sino también a encontrar su camino de compromiso político.
Rodolfo, además de introducirlo en el mundo teórico de la expresión poética, de las formas estróficas, de los términos literarios o de las obras maestras, igual le abrió el camino del pensamiento. Su infancia se ve enternecida por la presencia de esas dos cosas: primero la décima y luego Rodolfo. Lo que explica por qué el Indio Naborí fue un niño-poeta que improvisaba de manera diferente, abordando en sus décimas los temas universales del hombre.
Por esa vía, estudia con fascinación a los clásicos del Siglo de Oro, estudia con fascinación a Federico García Lorca y estudia con fascinación a Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé). Eso sí, mientras crece su apego a la poesía, crece igual su apego al compromiso con la causa de los más humildes. Quede claro que su primer poema político, abiertamente político, fue escrito en 1936. Los versos como tal están dedicados a Luis Melián Hernández, un mártir comunista de su barrio. El Viejo tenía 14 años de edad. ¿Es o no es motivo de asombro que ya expresara en poesía tan nítida visión de clase?
“Rodolfo, además de introducirlo en el mundo teórico de la expresión poética (…), igual le abrió el camino del pensamiento”.
Termino esta parte citando una décima que el Viejo le improvisó a su primer maestro:
Aquí estoy, en los felices
días que luego han venido,
como el árbol que ha crecido
aferrado a sus raíces.
Me arrullan las codornices
suaves de la evocación,
repitiendo la lección
de Rodolfo Díaz Moya,
que quiso hacer una joya
de un pedazo de carbón.
De su entorno familiar y su afán por el conocimiento: clásicos, décima, poesía, tonadas… ¿Cuáles fueron sus nupcias con el laúd?
Él sentía una especial relación con el “punto cubano”, era algo que traía como en la sangre, algo que formaba parte de su ADN, pero siempre con mucho respeto, con mucha ternura. No solo era que el “punto” estuviera en su imaginario de hombre, sino que era parte integradora de su alma.
Claro que temblaba cuando sonaba un laúd, dígase un salto, un estremecimiento, una emoción. Dicho de otra manera: la emoción que él sentía cuando sonaba un laúd, era la misma emoción que después trasladaba a las décimas que construía. Y logró, desde muy temprano, incorporarle a la estrofa de Vicente Espinel los misterios de la condición humana, donde sentirse emocionado resultaba esencial.
Yo puedo asegurarte que siempre tembló, temblaba hasta en la sala de su casa. Tú lo veías estremecido, emocionado y al mismo tiempo escuchabas el susurro de una tonada que él tenía para improvisar. Dicho sea de paso: tenía una tonada para improvisar décimas y una tonada para improvisar sonetos; y así, apoyándose en esa emoción musical, era que lograba construir sus estrofas.
Si uno va, por ejemplo, al poema “A través de un olor”: Mi niñez descalza y pura/como la misma ignorancia/me viene por la fragancia/ de una guayaba madura… En una Y griega del monte/y una piedra del camino/anda la muerte de un trino/registrando el horizonte…, que data de 1940 (tenía 18 años), salta de inmediato lo que te vengo diciendo de la emoción. Hay ahí una fuerza de alma extraordinaria, atípica para un joven de su edad, y al mismo tiempo te encuentras con un texto lleno de imágenes, metáforas y complejas estructuras gramaticales.
Ahora te pregunto yo a ti: ¿Y de dónde le venía el conocimiento a ese niño, a ese adolescente, a ese joven? Le venía precisamente del estudio, de su constante necesidad de superación. Si algo define al Viejo en esa época (entre 1922 y 1940), es el hecho de estar en una imparable búsqueda de conocimientos. De ahí que, cuando estudias su niñez y adolescencia, casi nunca te encuentras con un niño juguetón o con un adolescente que hacía maldades en la barriada.
Las historias que te cuentan amigos y familiares están relacionadas, generalmente, con alguien que siempre andaba estudiando, buscando información y haciendo preguntas sobre las más disimiles cosas. Y de esa sed de aprendizaje se desprende su colección de poemas Canción de lo no cantado (escrita en 1945), donde el poeta evoca su infancia haciéndose preguntas sobre camaleones, lechuzas, grillos, cerdos, ranas, jutías, chivos, jicoteas, en fin, sobre un conjunto de animales que habitaban el campo y que a él le llamaban mucho la atención.
“Las historias que te cuentan amigos y familiares están relacionadas, generalmente, con alguien que siempre andaba estudiando, buscando información…”
La familia primero, el punto cubano en el oído (al compás del laúd), el estudio después, su afán de conocimiento y la décima como primer amor: estrofa nacional, identidad, puerta de entrada a la poesía como forma de vida. ¿Qué contaba el Indio Naborí de sus primeros enamoramientos con la espinela?
Su inicio en la poesía cubana no podía ser otro que la décima, porque había sido su nana de niño, su juego de adolescente y había sido su primer gran amor de juventud, eso fue la décima para el Indio Naborí. Por eso, entre 1939 (que se publicaron sus primeras décimas) hasta el año 2005 (en que fallece) no dejó de escribir décimas en ningún momento. Jamás renunció a ella; aunque, como era lógico en un poeta de su calibre, utilizaba también otras formas estróficas para expresar sus sentimientos. Pero nunca se apartó de la décima. La décima fue una constante, algo que no cambió por nada ni por nadie.
¿Y la décima improvisada?, ¿cómo era el Indio repentista?
El Viejo era un repentista sereno, pausado, que respetaba mucho los temas y los interludios. Él decía que los músicos jugaban un papel importante dentro de la controversia y que también necesitaban su espacio. Pero ese apego a la música, al laúd (del que ya hemos hablado), lo llevaba a la práctica en el momento de estar improvisando. Él necesitaba llegar a los interludios, necesitaba el sonido penetrante del instrumento, incluso el juego del laúd bajando y subiendo, ya te digo, lo demandaba, jamás perdía la paciencia y conseguía con eso que su respuesta fuera demoledora, precisamente por su capacidad de concentración.
Es como si él tratara de improvisar con la misma calidad que escribía. A veces tú no puedes establecer diferencias entre una décima cantada-improvisada y una décima escrita por el Indio Naborí. Dominaba una gran cantidad de tonadas campesinas, heredadas o no de la tradición española, pero cuando empezó a darse a conocer como repentista, fue creando su propia tonada, que hoy se conoce como “tonada Naborí”. Le gustaba una tonada que tuviera un determinado deje melancólico, entre otras cosas porque él también lo era: melancólico, nostálgico, medianamente triste. Pero sus grandes controversias siempre fueron con su tonada, con la que él había creado.
“(…) jamás perdía la paciencia y conseguía con eso que su respuesta fuera demoledora, precisamente por su capacidad de concentración”.
Con los años, el joven enamorado de la décima, salta a los grandes escenarios y aparece en la radio y la televisión, en una época donde la historia radial cubana constituye un reservorio de nuestra cultura popular tradicional. En una crónica en el Portal de la Radio Cubana se decía: (…) “el Indio Naborí es como ese paisaje que nunca se olvida, porque se sabe presencia y esencia de lo que nos pertenece a todos por igual (…)”. ¿Fueron los medios de comunicación el inicio de un camino en la obra del Indio?
La radio fue el “punto-mirador-saliente” del Indio Naborí. El Viejo encontró allí su propio camino, su propio cauce. Por aquellos años, ese medio de comunicación era vital para Cuba, y muy especialmente para los campos de Cuba. Su primera aparición ocurre en 1939. El joven poeta se presentó en un programa-concurso (emisora El Progreso Cubano) de mucha audiencia. Su rol era el de improvisar una décima que terminara con el siguiente pie forzado: “las penas del naborí”. Gracias a la memoria popular, todavía se recuerda la décima que el Viejo improvisó ese día:
La ciudad crece y aviva
pero, sangrante de olvido,
el campo se ha detenido
en la hora primitiva.
Y como sigue cautiva
la esperanza de Martí
sin Atabex, sin Cemí,
en lo triste del retiro
está sufriendo el guajiro
las penas del naborí.
Precisamente de ese pie forzado viene su seudónimo. Estamos en presencia de un joven que decidió llamarse a sí mismo Indio Naborí, por la humildad que caracterizaba a los aborígenes cubanos. Los naboríes eran, dentro de la estructura Taína, los que trabajaban la tierra, los que se identificaban con el trabajo. Sucede entonces lo anecdótico: se presenta en el ya mencionado concurso radial. Cada participante debía tener un seudónimo. Y como todos los presentes se habían puesto el rango de Caciques, el Viejo opta por el calificativo de “indio”.
Esa anécdota nos revela una poderosa dualidad: de un lado estaba el joven que ya tenía una sólida conciencia social, y del otro lado estaba el joven humilde. Eso sí, tuvo suerte, multiplicada, porque al final ganó el concurso.
Alrededor suyo siempre había una luz. Por ejemplo: ese programa estaba siendo escuchado por Juan Marinello. El maestro no solo se siente atraído por la calidad de las décimas. Se siente atraído, además, por el seudónimo que el Viejo utilizó. Y mira tú qué cosa, Marinello se interesa en conocerlo. Llega entonces, para su vida futura, un segundo Rodolfo Díaz Moya.
“(…) de un lado estaba el joven que ya tenía una sólida conciencia social, y del otro lado estaba el joven humilde”.
Él compartió escenarios con los más grandes repentistas de la época. Hablo de la época dorada, de la edad de oro del repentismo cubano. La radio era muy fuerte en los campos, era lo único que existía. Y cuando llega la televisión (en 1950) igual aparecen de inmediato los programas campesinos.
Hasta el 24 de diciembre de 1958, existió un espacio estelar en la televisión cubana que se llamaba El Guateque de Apolonio, donde el Indio Naborí compartía roles protagónicos con Adolfo Alfonso, uno con el nombre de Liborio (Liborito) y otro con el nombre de Manengue. El Guateque de Apolonio fue el antecedente directo del actual Palmas y cañas.
Todavía hoy, en pleno siglo XXI, son recordadas las controversias poéticas que el Viejo tuvo con los más importantes repentistas del momento: José Marichal, Pedro Guerra, Eloy Romero, Gustavo Tacoronte, Angelito Valiente, Justo Vega, Adolfo Alfonso, Rigoberto Rizo, Rafael Rubiera, Pablo León. Pero si algo había en esa época que los caracterizaba a todos por igual, era el fervor compartido por la décima improvisada, era el fervor por el “punto cubano”.
Estaban conscientes de la importancia que tenía para el pueblo. ¡Qué maravilla! Un fervor colectivo, un fervor compartido, la pasión de muchos por mantener viva una expresión poética que ya era identidad nacional. Cuando uno conoce que el “punto cubano” fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, todos esos poetas, todos esos músicos, se hacen presentes. Y como en muchas ocasiones son olvidados, he aquí los nombres de algunos instrumentistas: Alejandro Aguilar, Raúl Lima, Juanito Rodríguez Peña, Alfredo Hernández, José Manuel Rodríguez y Miguel Ojeda.
La poesía oral improvisada, según algunos estudiosos, “no es un sentimiento individualizado, sino una expresión de emociones como el amor, la esperanza, la alegría, la tristeza (…)”. Pero es efímera, entonces, ¿cómo es que logra, a través de los poetas, quedarse en la memoria del pueblo?, ¿por qué el Indio Naborí no es olvidado pese al transcurso del tiempo?
Se recuerdan porque la memoria del pueblo es muy poderosa. Y ojo: el pueblo tiene sus elegidos, y esos elegidos son intocables, defendidos a capa y espada. Hubo una efervescencia, una década dorada de la décima y del canto, de las tonadas en Cuba. Es a partir de entonces cuando empieza a consolidarse algo que ya estaba en el alma del cubano: la décima, la estrofa nacional. Porque si te fijas, el cubano, el buen cubano, habla en octosílabo, el cubano es un octosílabo de pies a cabeza, y esa verdad se singulariza en el canto del pueblo.
No es nada extraño que el pueblo recuerde y cite versos, a veces sin saber a qué poeta pertenecen. Pero yo puedo asegurarte que los versos más recordados por el pueblo son aquellos que le llegan en líneas octosílabas. Lo dijo el propio Indio Naborí: “El octosílabo es la medida de un suspiro”.
¿Te imaginas a tu padre viviendo en otra época?
No me imagino al Viejo en otra época que no fuera la época que vivió. Pero si hago un esfuerzo para imaginármelo, me lo imagino otra vez poeta y otra vez con el mismo compromiso social que siempre tuvo. No me lo puedo imaginar diferente. Algo importante: en esa época, la décima estaba al servicio de las causas justas. Entonces no es algo fortuito que el Indio Naborí aparezca junto a Jesús Menéndez, junto a Romárico Cordero, junto a Lázaro Peña o junto a la Generación del Centenario.
No, no, no es nada fortuito, es sencillamente utilizar la décima como arma de combate, no solo la del Indio Naborí, sino la de muchos de ellos; pues todos, de una manera u otra, condenaban la situación que Cuba tenía en esos momentos. Sirva como ejemplo, esta décima improvisada por el Indio Naborí el 28 de enero de 1955:
Martí no murió, Martí
volvió a vivir en Oriente,
le relampagueó la frente
y tornó como un mambí.
Ya lo veremos aquí
trazando nuevos caminos…
Y aunque crean los mezquinos
que se ha reducido a hueso,
aseguro que está preso
de nuevo en Isla de Pinos.
El poeta se estaba refiriendo a Fidel Castro. Ahora bien, ¡qué claridad de futuro!, ¡qué visión anticipada! ¿No te parece?
¿En qué época el Indio Naborí va dejando los escenarios del verso improvisado?, ¿en algún momento dejó de improvisar y cantar la décima?
Ya después de 1959 se va alejando de los escenarios del repentismo, digamos que, de los escenarios más públicos, incluyendo la televisión. Y aunque cantaba alguna que otra vez en casas, eventos o instituciones, se le veía más ligado a la palabra escrita, multiplicándose su trabajo como periodista, algo que venía realizando desde 1946 en diferentes publicaciones: Cooperación, País gráfico, Carteles, Son los mismos, Hoy, Bohemia.
Mucha gente recuerda todavía su sección “Al Son de la historia” (1960-1965), que diariamente aparecía en el periódico Hoy. ¿El verso en función del periodismo político? Sí, así mismo, el verso en función del periodismo político. Después tuvo un serio problema en la garganta, en las cuerdas vocales, y dejó de cantar de manera permanente. Pero como el canto era algo que llevaba en su ADN, que llevaba en sus venas, yo te diría que el Indio Naborí nunca dejó de cantar, nunca dejó de improvisar.
“… yo te diría que el Indio Naborí nunca dejó de cantar, nunca dejó de improvisar”.
La última actuación que se recuerda de él, improvisando sobre un escenario, fue en el cine Continental (San Miguel del Padrón, septiembre de 1982). Un detalle: esa es la fecha que está registrada, pero algunos testigos aseguran que el evento como tal ocurrió en 1980, y otros testigos afirman que ocurrió en 1981.
En fin, era el cumpleaños del Viejo y las autoridades habían organizado un acto para entregarle el título de Hijo Predilecto de ese municipio. Como es lógico, los organizadores querían que el Viejo volviera a cantar, que volviera a improvisar en la misma zona que lo había visto nacer y crecer. Del Viejo aceptar, la controversia sería con Angelito Valiente. ¡Imagínate tú! Pero, finalmente, Angelito se enfermó. Entonces decidieron invitar a Pablo León; para mí, uno de los más grandes poetas improvisadores que ha dado la historia de Cuba.
El Viejo aceptó cantar e insistió en que el evento fuera algo íntimo, pero nada relacionado con el Indio Naborí podía quedarse en algo íntimo. Y cuando llegó el día, aquello no tuvo nombre. Fue como la reedición de la Controversia del Siglo, de 1955. Yo lo viví en primera fila, y puedo confirmarte que lo ocurrido fue un gran acontecimiento cultural, tan grande y trascendente que ahora se hace indescriptible. Por suerte, aquella controversia quedó grabada. He aquí una de las décimas que el Viejo improvisó ese día:
El progreso me ha borrado
la cañada y la arboleda
pero en mi recuerdo queda
todo como dibujado.
Se ha convertido en poblado
lo que en mi niñez fue monte;
se transforma el horizonte
hay columna en vez de palma,
pero aquí, dentro del alma,
traigo el último sinsonte.
No había nada más agradable para el Indio Naborí que asistir a un guateque. A veces para escuchar a poetas de gran calidad, como podría ser el caso de Gustavo Tacoronte, o a veces para escuchar a poetas menos conocidos, campesinos incluso, donde tú sabes que la estrofa viaja a flor de piel.
Él siempre tenía una palabra de elogio, siempre una palabra de estímulo, siempre una frase conmovedora para esos adolescentes o jóvenes que comenzaban a practicar la tradición, como fue el caso de un talentosísimo niño llamado Alexis Díaz Pimienta. Y quiero decirte que en ocasiones no podía contenerse. Varias veces abandonó su espacio de figura principal (mítica para muchos) e improvisó con ellos. Y cuando no improvisaba, entonces les proponía un “pie forzado”. Hasta que la propia vida lo fue limitando. Llegó la diabetes crónica, llegó la ceguera, llegó la afección cardiovascular, llegó la vejez. Así y todo, nunca dejó de improvisar.
La banda sonora de nuestra casa, sobre todo en las mañanas, era su tonada, la misma tonada que te comenté hace un momento. Resumiendo: la improvisación fue el eje cardinal de su vida. Aunque claro, él era un gran poeta en todos los sentidos.
“Él siempre tenía una palabra de elogio, siempre una palabra de estímulo, siempre una frase conmovedora para esos adolescentes o jóvenes que comenzaban a practicar la tradición”.
Pero aquel hombre que recibió el Premio Nacional de Literatura (1995), aquel hombre que escribió La Fuga del Ángel (1955), Boda profunda (1957), Entre y perdone usted (1973), Una parte consciente del crepúsculo (1979), Pensamiento martiano y otros fulgores (1984) o Con tus ojos míos (1994), aquel hombre existió, pudo existir, porque llevaba en su alma a ese adolescente, a ese joven improvisador.
Yo creo incluso que esa condición de juglar lo ayudó mucho como poeta revolucionario. Ser un juglar nato, influyó muchísimo en la concreción de su obra poética de carácter político, que es un viaje por la historia de Cuba.
Desde lo popular aparece un Indio Naborí que logra la conjunción entre la escritura y la oralidad, un puente que cruza hacia otras formas estróficas y que lo convierte esencialmente en poeta. ¿La literatura fue su mirador profundo?
De eso no tengas la menor duda. La literatura fue su eje cardinal. Y dentro de la literatura, la poesía. Además, era un hombre que te hacía, con una facilidad increíble, una redondilla, una décima, una cuarteta, una copla, una quintilla, una quintilla doble, una octava, un soneto, un romance, un rondel, todo ello desde el magisterio.
Pero igual escribía un poema libre que te dejaba con la boca abierta. Eso fue el Indio Naborí: un poeta, un poeta en todos los sentidos. Quienes se acerquen a él tienen que hacerlo desde una perspectiva amplia, visionaria, que les permita ver al poeta entero y no solo a una parte.
Ah, pero eso sí, en ese poeta entero existe un punto clave que se hace visible desde el primer momento: su amor a la décima y su compromiso con la causa de los más humildes.
Siempre tuvo una gran admiración por la poesía. Era un estudioso de la poesía universal. Dominaba mucho la poesía norteamericana, la poesía inglesa, la poesía francesa. Esta última la leía en francés, porque hablaba perfectamente ese idioma. Otro detalle: cuando vivía en la calle 8 del Vedado, a mediados de los años 70 del siglo XX, montó una escuela de francés en su propia casa para impartirles clases a los vecinos del barrio.
“Quienes se acerquen a él tienen que hacerlo desde una perspectiva amplia, visionaria, que les permita ver al poeta entero y no solo a una parte”.
Ya te digo, siempre fue un estudioso de la poesía universal. Pero tenía una especial predilección por la poesía española, por la poesía de América Latina. Era un experto en Borges, en Neruda, en Vallejo, y al mismo tiempo era un experto en la generación del 98, en la generación del 27 y en los clásicos del siglo de oro: Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca.
Tenía una biblioteca maravillosa, donde uno apreciaba su fascinación por Federico García Lorca y José Martí, que nunca escondió, siempre lo dijo. Tuvo otros preferidos: José María Heredia, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, Julián del Casal. Te digo más: estudió a fondo a Regino E. Boti, a Agustín Acosta, a José Manuel Poveda, a Manuel Navarro Luna, a Nicolás Guillén. Para él fueron maestros, maestros directos e indirectos. Lo mismo te hablaba de Las coplas de Pancho Alday (de Juan Marinello), que te hablaba de la importancia que tuvo Motivos de Son (de Nicolás Guillén).
Hacía esquemas, analizaba estrofas, subrayaba versos. También atesoraba libros de cabecera: Rumores del hórmigo, Ismaelillo, Romancero Gitano, Cecilia Valdés, Residencia en la tierra, Trilce, El reino de este mundo, Cien años de soledad. Después de quedar ciego sus lecturas disminuyeron muchísimo, pero tuvo la suerte de contar con mi madre. ¡Eloína!, ¡la gran Eloína!, le leía todas las noches. De ahí viene el título Con tus ojos míos. Y fíjate, a veces mi madre tenía que leerle libros que, a ella, en lo personal, no le interesaban para nada, pero puedo asegurarte que se los leía con muchísimo amor.
De poeta a poeta: ¿Cómo logras describir el universo del Indio Naborí? ¿Cuáles fueron los ejes cardinales a los que se aferró para seguir creando?
Si algo caracterizó al Viejo, fue precisamente la grandeza de espíritu, que lo llevó incluso a soportar el drama de quedarse ciego. En ese momento, tres cosas resultaron esenciales: la presencia de su amada Eloína, la presencia de sus tres hijos y el poderoso mundo espiritual que él tenía. Aunque en ocasiones diera la impresión de estar muy solo, no era cierto. Ese poeta estaba más acompañado que cualquiera de nosotros.
Otro eje cardinal de su vida fue la coherencia. Coherente con la poesía, con la familia, con los amigos, con la Revolución cubana, con Cuba y con sus posiciones políticas. Para mí, es un ejemplo mayor de revolucionario. Quien dude alguna vez de su condición de cubano, quien dude alguna vez de su posición revolucionaria, puede reaccionar en positivo acercándose a la vida de este hombre.
“En ese poeta entero existe un punto clave que se hace visible desde el primer momento: su amor a la décima y su compromiso con la causa de los más humildes”.
Hace varios años, 28 de septiembre de 2017 (para ser más exacta), quedó constituida, por el Ministerio de Cultura, la Oficina de Investigación y Promoción Cultural “Indio Naborí”, cuya misión principal es la de preservar la memoria de Jesús Orta Ruiz. Desde esa época, y hasta la fecha, es decir, desde hace siete años, tú eres el director de dicha institución. ¿Cómo puedes combinar la creación de tu propia obra literaria con la preservación del legado que nos dejó tu padre?
La creación de la Oficina fue una necesidad. Nunca olvido que cierto día, conversando yo con Abel Prieto, que por esa época era el ministro de Cultura, surgió la idea de su constitución. Y desde esa fecha que tú mencionas, hasta la actualidad, no ha variado en nada el objeto social que la define: preservar la memoria del poeta e investigar-promover lo que él mismo promovió en vida: identidad nacional, poesía popular, poesía social, formas estróficas, folclor campesino (cubano y latinoamericano), íconos de nuestra literatura, periodismo de fondo, pensamiento martiano, eventos, concursos.
En fin, son muchas las líneas que a diario son abordadas desde diferentes enfoques, sin olvidar el vínculo de la Oficina con otras instituciones culturales del país, donde están incluidas las universidades. Y aunque es difícil combinar ambas funciones (especialmente por el tiempo), ahora puedo asegurarte que la esencia de mi obra literaria es mucho más auténtica después que estudio la huella cultural que nos dejó el Viejo.
Tu Viejo ya no está…, pero su poesía se resiste a morir. Una última pregunta: ¿qué sientes cuándo lo escuchas cantar, cuándo lo lees? ¿Quién fue el Indio Naborí?
¿Qué siento? Pues lo que siento, lo que yo siempre siento, es emoción, me emociona mucho oírlo cantar, es como regresarlo a la vida. A veces intento analizarlo, pero qué va, al final me domina la emoción. A mis dos hermanos (Chuchy y la China) les pasa lo mismo. Eso tiene que ver, en parte, con el amor que los tres sentíamos. Y como él era la emoción personificada.
En fin, cuando lo escucho cantar, o incluso cuando lo leo, logro imaginármelo. Es como si regresara a la vida íntima que tuvo con nosotros. Pero claro, muchas veces esa emoción me llega con lágrimas. Entonces tengo que parar la grabación, me acomodo y vuelvo otra vez. Uno le conoce bien la raíz y sabe lo verdadero que era cuando cantaba o escribía.
Lo anterior es un punto de vista íntimo, pero si lo analizo hacia afuera, debo decirte que el Indio Naborí, dado su permanente arraigo popular, es ya un ingrediente de nuestra identidad, es ya un ingrediente del imaginario del pueblo cubano, lo que al final lo convierte en una suerte de historia, de leyenda, de paradigma o de fascinación de cotidiana referencia.
El Viejo recibió, en vida, una casi incontable variedad de premios, distinciones, medallas, reconocimientos y homenajes, pero yo pienso que el principal título que se llevó fue el de ser un hombre bueno. Eso fue el Indio Naborí: un hombre bueno. Concluyo entonces con un texto “naboriano” que resume todo lo que tú y yo hemos conversado en esta mañana:
Blanco caminito abierto
entre la crecida malva,
de ti salí con el alba
hacia un horizonte incierto.
En mi andar he descubierto
más de una avenida hermosa
con pino, laurel y rosa;
pero nunca me sentí
tan del aire como en ti
detrás de una mariposa.