El horizonte de la libertad

Enrique Ubieta Gómez
20/3/2020

Bien, llegamos a este punto. Las cosas van aclarándose. No todos los que piden libertad de expresión la conciben en los marcos de la democracia burguesa. La palabra libertad legítimamente nos seduce a todos. Pero cuando se asocia a la supuesta “multiplicidad” de ideologías del mercado capitalista, cuando la libertad que vemos en el horizonte es la que reclama el individualismo burgués, la que se ciñe al cuerpo en objetos de consumo, la que sustituye el ideal por metas individuales, y achica sus contenidos al éxito contable y almacenable, la que transforma la rebeldía en espectáculo, en provocación, en diversión, en simples gestos obscenos que atraen la atención y el aplauso del mercado; cuando el mercenario Otero Alcántara sale de la cárcel y festeja junto al “joven” (la juventud no la define la edad del cuerpo, sino la de las ideas que se defienden) Aparicio Ferrera, director del documental “censurado”, y este anuncia en las redes una “primavera de Praga” para Cuba; entonces, repito, las cosas se aclaran un poco, pienso que también para quienes no conciben la libertad en los marcos burgueses.

Fotos: Internet
 

Es evidente que la puja va en esa dirección: los que pretenden que desaparezcan todas las ideologías, porque se sienten por encima o al margen de ellas (lo que resulta sencillamente imposible), todas las hegemonías, la de los explotadores y la de los explotados, y florezca “el amor y la paz” entre ellos (aunque no puedan evitar que la ideología —en singular— y la hegemonía de los explotadores se consolide, pero han avanzado un paso en el “desarme”: al menos contribuyen a eliminar la de los explotados), comparten su alegría de vándalos preadolescentes, se retratan risueños, tan eufóricos como puedan estarlo frente a una transmisión televisiva —ya llegará el día, piensan, que puedan asistir personalmente—, de un partido entre el Barça y el Real Madrid, las caras pintadas con la bandera de la Monarquía española o peor aún, el brazo tatuado con la Corona real, no por los Reyes, ni siquiera se dan cuenta de la relación, sino por el equipo merengue, y logran parecerse a esos otros “jóvenes” rebeldes que buscando la libertad la encadenaron al barco del capitalismo transnacional.

Todo ello, ¡oh Marx!, en instantes en que el edificio de la democracia burguesa se desmorona: no existe más, la experiencia latinoamericana de los últimos años es elocuente, el imperialismo no la tolera si no la controla. Y, si la controla, deja de ser democracia. No todos comprenderán ni aceptarán mis palabras: están tan metidos en sus personajes y es tan primitiva su formación política (hablo de la verdadera, no de la de manual), que ni siquiera tienen conciencia exacta de lo que quieren (¡quieren ser iguales a todos los jóvenes “primermundistas” del mundo!, ¡quieren ser jóvenes “normales”, modernos, cool, según la “normalidad” que dicta la hegemonía ideológica del capitalismo). Pero otros sí. Entre los que comprenden ahora las reales pretensiones de esos cruzados de la libertad, los habrá tan soberbios que no darán su brazo a torcer, dirán que la culpa es de la burocracia en el socialismo, que es dogmática y contribuye con su miopía a desviar el rumbo de las aguas.

 

Quizás tengan alguna parte de la razón, pero no la razón, lo cual no es un dato menor. Actúan como lo hace la prensa transnacional (es una comparación de forma, no de contenido, y de antemano me disculpo): saben que los barcos que traen el petróleo a Cuba están siendo detenidos en alta mar o en puertos intermedios, y dicen que la mala conducción del gobierno cubano —y sé que a menudo cometemos errores— o peor, que el socialismo, provocan el desabastecimiento de combustible (y de todo lo que ello implica).

Y los hay que saben muy bien lo que quieren, aunque no acepten estas acusaciones y las llamen infundadas, porque son los que empujan conscientemente el carro hacia el barranco del capitalismo. Estos últimos son los que con más ahínco utilizan el fantasma del lamentable “quinquenio gris”, para espantar cualquier respuesta, cualquier oposición a sus pretensiones. No hay ni habrá otro “quinquenio gris”, pero no hay ni habrá impunidad en la batalla de ideas; los cubanos no vamos a regalar el país que con tanto esfuerzo las generaciones de ayer y de hoy construimos, en un presente siempre inacabado.

¿Será posible el diálogo entre todos los que queremos la libertad en términos emancipatorios, anticapitalistas?, ¿entre todos los que queremos la democracia, pero no la del multipartidismo, no la de una división de poderes que, como señala Cristina Fernández, no contempla ni controla el poder del dinero y el poder mediático, y sirve de instrumento para la reproducción del capitalismo, porque amordaza o limita la libertad?, ¿entre quienes queremos la democracia socialista, la del control popular?

 

He leído en estos días sesudas defensas del arte provocador, contestatario, como si esa condición no perdiera su legitimidad artística, vaya paradoja, si pierde su carácter humanista, si se enarbola para la restauración del poder burgués, que hoy, en Cuba, en América Latina, significa la restauración del autoritarismo imperialista. Bien, pongamos a un lado las palabras “manidas”: ese arte contracultural que reivindica una funcionalidad explícitamente civil o social —desde el arte, y no desde el panfleto—, deja de serlo si se emplea para lo contrario, es decir, para erosionar el poder contracultural, para apuntalar la injusticia social.

Veamos las cosas sin medias tintas. Se traen ejemplos gloriosos y justificados de la manipulación de los símbolos patrios en el movimiento por los derechos civiles y la contracultura de los años sesenta (contracultura que solo tiene sentido en relación con la cultura hegemónica, que en el mundo de hoy es la del capitalismo), se mencionan —y no puedo evitar sentir que con cinismo— al yippie Abbie Hoffman, cuya camisa reproducía la forma y los colores de la bandera estadounidense, como protesta contra la guerra imperialista en Vietnam (quienes colocan estos ejemplos dicen “contra la guerra”, y no especifican a cuál se refieren), a los velocistas Tommie Smith y John Carlos, con el puño cubierto por un guante negro en alto, mientras se escuchaba el himno nacional de los Estados Unidos en la Olimpiada de 1968 en México, o más recientemente, en 2016, al mariscal de campo de fútbol americano Colin Kaepernick, de rodillas ante el mismo himno, entre otros gestos, todos en protesta contra la pobreza, la discriminación racial y el abuso policíaco. De repente, ese uso irreverente de los símbolos, cuyo sentido es antisistémico, es presentado como una expresión de la libertad del sistema. Menuda expropiación.

No soy conservador en estos temas: la bandera es un símbolo, y su uso es, consecuentemente, simbólico, valga la posible redundancia, por lo que cualquier gesto en relación con ella se valida o no por su intención. Los deportistas que, sudados, se abrazan a ella, la enaltecen, al igual que el combatiente por la independencia o por la justicia, que la abraza ensangrentado. Ninguno de los que confrontaron al gobierno estadounidense en los ejemplos anteriores era en realidad un artista: lo que hicieron resultó legítimo por el sentido humanista que portaba el acto. Si los atletas no hubiesen sido afroamericanos y en lugar de levantar el puño, hubiesen hecho el saludo nazi con el brazo mientras se escuchaba el himno estadounidense (u otro), el perfomance, en cualquier época y lugar, sería repudiable y punible. Entonces, digámoslo sin ambages: el contenido de la protesta determina su legitimidad. La burda manipulación de la bandera por parte de Otero Alcántara no se justifica por su pretendida condición de artista; se emparienta, más bien, con el acto, francamente vandálico, de dos miserables sujetos que por un pago mancillan el busto de José Martí. No aceptamos una “libertad” que intenta destruir la libertad que disfrutamos. Ambos hechos atentan contra los símbolos de la centenaria lucha del pueblo cubano frente al colonialismo y al neocolonialismo.  

Veámoslo de otra manera. Es una práctica reaccionaria, ya con cierta tradición, la de usar formas, métodos y vocablos de la izquierda, para defender las posiciones de la derecha, sin comprender que lo que justificaba la existencia de esos instrumentos era precisamente su contenido: las Madres de la Plaza de Mayo, los gloriosos luchadores en huelga de hambre, el puño en alto, la toma de las calles, son acciones ahora convertidas en actos circenses que se apropian de la forma, mientras deshacen sus contenidos. Las llamadas Damas de Blanco, el puño en alto de OTPOR en Serbia (replicado en otros países), la toma de las calles durante falsas primaveras o revoluciones de “colores”, son escenarios de atrezo bien financiados por la CIA.

 

Lo más valioso que puede ofrecer un ser humano, es su vida. Si lo hace en defensa de convicciones acendradas, suele convertirse en héroe. Pero aun en este punto hay que diferenciar: los soldados nazis ofrendaban sus vidas por algo que atentaba contra la dignidad humana, y aun cuando creían en ello, no eran héroes. Respeto a quienes odian la confrontación y desean la paz, aun cuando la paz personal pueda en ellos prescindir de la paz de los otros. Pero no podemos inventarnos un mundo de fantasía cuando en el real se libra una guerra de clases, de naciones explotadoras y naciones explotadas, cuando la paz y la felicidad de nuestros hijos y nietos dependen de lo que podamos hacer hoy. Si algún amante de la paz entra al escenario de la guerra y realiza un performance de contenido social, es un soldado, ha tomado partido en esta guerra y será tratado como tal. La libertad no es abstracta, exige conocimiento y responsabilidad.