Nunca antes había tenido la oportunidad de poder sentir una fuerte carga de compromiso espiritual como me ocurrió en el concierto Son para un sonero, emotivo homenaje al maestro Adalberto Álvarez por los 35 años de la fundación de Adalberto Álvarez y su Son. El hecho de percibir por primera vez al teatro Karl Marx como un enorme templo, desbordado por la presencia de miles de creyentes del son, aferrados al mensaje de cubanía que este trae consigo, nos colma de una plenitud de gran satisfacción.
Francamente, resultó conmovedor ver en el concierto cómo los fieles integrantes de esta multitudinaria hermandad sonera, cuando comienza una obra musical, desde sus asientos van dando señales de cuánto disfrutan dicha sonoridad por medio de diferentes gestos, del deleite en el rostro o con las manos, hasta que al llegar el montuno, ya están de pie, moviéndose y salen a los pasillos para bailar a todo tren.
Si alguien pensó que este iba a ser uno más de esos conciertos donde los invitados hacen su papel y se van tan pronto puedan para continuar con otras tareas pendientes, pues sencillamente se equivocó. Con un espectáculo de más de tres horas de duración, nadie se retiró hasta que bajó la cortina de cierre. Ni el público, a pesar de lo tarde que se les hizo para coger las guaguas de regreso a sus hogares; pero tampoco se fueron los músicos.
Todos hemos sido testigos de excepción del auténtico homenaje a uno de los imprescindibles en la evolución de la música popular bailable de estos tiempos, y por tales razones es que sobre la escena no hubo ni un segundo que dejara de estar marcado por la profunda huella de un sincero respeto y afecto hacia el maestro.
Con la fabulosa orquesta de Adalberto Álvarez y su Son —que sus instrumentistas y cantantes hicieron sonar como nunca antes la habíamos escuchado— desplegada en el centro del escenario, el homenajeado apareció sentado en una espléndida butaca hacia el extremo derecho, posición desde la cual conversó tanto con el público como con los músicos, además de hacer anécdotas sobre las canciones por tocar. En cuanto a los invitados, no les bastaron los fuertes aplausos con que fueron recibidos al salir a la escena, como inequívoco reconocimiento al brillo de sus trayectorias individuales. Le añadieron a su presentación ese extra que reclaman las grandes ocasiones. ¿Qué podremos decir que ustedes no se imaginen de las ovaciones dispensadas por el respetable a personalidades como Alexander Abreu, Paulo FG, Alain Pérez o a Emilio Frías, más conocido como El Niño? Todos gozamos el encanto que se desprende del privilegio de disfrutar de Alexander o de José Luis Cortés, envueltos en sus personales acercamientos a reconocidos éxitos del gran sonero. Todos improvisaron emotivas estrofas cargadas de esos elogios que solo nacen de la más pura admiración y cariño.
El público, por su parte, estuvo pendiente del más mínimo detalle de esta magia desbocada que les llegó desde el escenario y aplaudía cada vez con más pasión porque sintió que nadie quería estar por debajo de lo que aportaron los demás. Tan es así que el tres de Pancho Amat quedó echando humo, por lo que tuvo que refrescarlo con un paño húmedo; mientras que la inigualable excelencia pianística de Frank Fernández hizo gala de su dimensión artística al acompañar al propio Adalberto en un memorable dúo con Jorge Luis Rojas para interpretar el clásico “Santa Cecilia”, de Manuel Corona. Incluso, uno de los nietos del maestro, Kevin, demostró que en la familia Álvarez, “todos cazan ratones”, pues ya sabemos que Adalberto encargó unas pailas nuevas para la orquesta por lo duro que el nieto tocó en ellas; aunque también su hijo Brayan, para no quedarse atrás, desplegó un virtuosismo tal al piano que hasta el propio Frank Fernández se hizo presente en la escena una vez más, en esta ocasión para felicitarlo personalmente.
Otro momento especial del concierto fue cuando Adalberto honró con sentidas palabras la memoria de Juan Formell, al presentar a Mandy, Lele y Robertón, los cantantes del tren de Cuba, Los Van Van. Se hizo realidad el viejo anhelo compartido por Juan y Adalberto de intercambiar los vocalistas de ambas orquestas. Para eso también estaba presente Samuel Formell, quien conjuntamente con César “Pupi” Pedroso, Manolito Simonet, Enrique Álvarez, Tania Pantoja y el resto de los músicos mencionados, dieron rienda suelta a la alegría que reflejaban en los rostros, en sus palabras y en las incontables descargas por Adalberto.
Obviamente, el maestro sabía que nadie se iba a ir hasta que no sonaran los acordes de la emblemática pieza “¿Y qué tú quieres que te den?”, interpretada por Rojitas con la misma sensibilidad que fuera grabada hace ya unos cuantos años. Así concluyó un magnífico concierto que, con guion y dirección de Santiago Alfonso, marcó la diferencia del resto, no solo por la espontaneidad y originalidad del evento en sí mismo, sino por el alto vuelo artístico alcanzado: el que se merece alguien como Adalberto Álvarez.
Me alegro por este homenaje a este buen músico cubano Adalberto Álvarez, por la admiración y respeto que le demuestra su autor y con él, a los buenos representantes de nuestra música cubana, como el brillante Juan Formell y su orquesta, y todos los demás mencionados. Muchas gracias , que sigan así, viviendo y disfrutando así, y formando a las nuevas generaciones para que tengan paz y felicidad y sean hombres de bien, como dijo nuestro José Martí. Muchas gracias y besos.