Todo bestiario obedece a un pacto de la realidad con la imaginación. Aunque tal vez es necesario reconocerlo, parece casi siempre un gesto generoso de la primera experiencia de lo real con los territorios de la creatividad humana que, en rigor, tiende a complicar o dramatizar más lo que (des)conoce del mundo. Contrario a cuanto aún algunos consideran, la imaginación no riñe con la realidad: la expande.
Cuando Spinoza llegó a admitir que existe un vínculo de la imaginación con la realidad en un primigenio proceso de intelección, Kant —sin oponérsele— luego sería más arriesgado. Pues la hermanó con el conocimiento. Así, la concepción de cualquier bestiarum vocabulum venía de muchas formas a organizar un mundo incompleto pero presto a (re)descubrirse.
“He ahora un muestrario inconforme y rebelde”.
El bestiario, de origen medieval, pretendía ser asimismo guía para una ética —o mejor: para moralizar cristianamente— sin descuidar una estética para la alegoría. Con la alegoría se reafirma el universo simbólico del ser humano, donde este, a un tiempo de solaz, acoge la cautela para no intimidarse con la creación. En principio, no es la imagen como ídolo lo responsable: ello desvirtúa las reiteraciones del Ser. Es la imagen más próxima a cuanto somos como especie en la cultura lo influyente. Ni por terrorífica ni grotesca, la alegoría en los bestiarios era un camino cómodo para el intelecto pobre. Si era entendible lo fue por popular, no porque era para privilegiados.
Reconociendo todo lo anterior y más, como que los americanos carecimos estrictamente de las luces y sombras de la Edad Media, Adrián Gómez Sancho arma Bestiario, el gesto infinito (2024), muestra de 16 piezas expuestas en la galería Pedro Esquerré, perteneciente al Consejo Provincial de las Artes Plásticas de Matanzas. Para esta muestra invitó a Rafael Zarza, Premio Nacional de Artes Plásticas.
En puridad, el bestiario entra al llamado Nuevo Mundo por los cronistas de Indias. Pero ya en su Diario de a bordo, el propio Cristóbal Colón cuela el imaginario europeo que América iba a enriquecer con mucha sincronía y promiscuidad pícara. Esta última tan diferente a la nacida en España. Mas, ¿no fueron capaces estas tierras de concebir sus propios bestiarios?
Haciendo su bestiario, Gómez Sancho revalida la universalidad y variabilidad de las imágenes simbólicas en que lo alegórico vuelve a tratar con el mundo, si bien ya no como mero norte reformador. He ahora un muestrario inconforme y rebelde. El subtítulo de la muestra («el gesto infinito») corrobora que, aunque las obras están aunadas por temática, las soluciones ideoestéticas buscan y logran independizarse.
Al familiarizarse con la obra de un artista, llega el momento en que uno lo reconoce sin haber visto incluso su firma. No es preciso que él posea un estilo. Con frecuencia, se trata de su impronta, a ratos más interesante que cuanto se repite y poco dice. En Gómez Sancho se advierte un proceder discursivo variadísimo, donde convoca varios tonos (lo irónico, lo lúdico, lo erótico…). Entonces uno mira otra vez esa relevancia en sus imágenes: lo plástico pictórico no desdice —no puede ni quiere— la voluntad variable de lo lineal.
“Haciendo su bestiario, Gómez Sancho revalida la universalidad y variabilidad de las imágenes simbólicas en que lo alegórico vuelve a tratar con el mundo, si bien ya no como mero norte reformador”.
A como le ha venido en gana a su creador, idea estos seres muy entrecruzados que parecen haber devorado cualquier vestigio de humanidad. Pero ello es aparente. Repárese en piernas sensuales y alguna figura que reposa. Téngase en cuenta además cómo se miran estas criaturas. A veces ni siquiera tienen que hacerlo para que uno se percate de una pugna en la escena. Acaso le corresponda ya al espectador estimar cierta quietud contigua a lo orgiástico —el desierto a veces es preferible a falsos oasis. Conviene saber esperar el refugio prometedor ante tanto caos.
Más que una ridícula fiesta animalista, este bestiario de Adrián Gómez Sancho no quiere ser un compendio moralizante para el sujeto contemporáneo. Se trata más bien de animar para la comunión de intereses la ética de cada cual. Hay necesidad de ese gesto infinito.