Mientras caigo y llego al fondo y salto y salgo, les dejo un par de cosas que escribí sobre él y para él. La primera, un poema para la reedición de su cancionero, la segunda, un fragmento de la nota inicial del libro inédito Padre nuestro que estás en la Trova, sobre su vida, que terminé en 2018 y que él estaba revisando justo desde hace unos meses.
El estrado del Escorpión
Epicidad, canción beligerante
de ceño hundido en tuétano fecundo
sílabas al machete, argot con mundo
guitarra de voz viva, detonante
Sin alardear metaforéa la esencia
de esta brasa de fe que cabalgamos
y cargan sus arpegios un reclamo
y tiene su canción algo de urgencia
Hay patria en el abrazo de Vicente
para cualquier embrión que anuncie trova:
al buen cultivador de lo que innova
siembra la vocación y amplía la frente.
Sonríe y su diastema va de fiesta
le alumbra su modestia entre los grandes
tiene horizonte el orbe de su testa
que luce Auroras, hasta De Los Andes.
Hubo una vez un “hay que darlo todo”
por la voraz revolución de rimas
y sus pasos de lumbre sobre el lodo
tintaron de verdades las tarimas
Tienen de hombre y de mito sus mareas
presto a la gresca por el bien, arrasa
Si te estalla la sien con su amilasa
tú dale la razón, aunque le creas
Aquí está el Che, Angola y Nicaragua
Fidel, Mario, Martí, El Santi, Ñico
—no está la guitarra de Federico—
sí el mono gris, el ombligo y la fragua
La paloma, la flauta, el gato, el odio
las alas, el adiós, noviembre, Esther
naturaleza, cólera, héroe, tiempo
madre, niñez, piropos, mar, mujer.
Entre y pasee por lo inolvidable
a la grupa del alma de estos textos
No hay un lápiz más grávido en lo honesto
ni un corazón que más claro les hable.
[…] La vida de Vicente, al menos la ínfima parte que me ha sido posible esbozar aquí, es una loa a la coherencia, llena de humanidad, de errores y aciertos, como cualquier otra, pero con mucho de epicidad en su médula. Todo a la tremenda, desde su manera de componer, cantar y guitarrear, hasta su casi obsesiva necesidad de “ir a la guerra”. Así vive Vicente, yendo a la guerra cada día para ser mejor y hacer mejorar, que es su única manera de ser humano. Es de lumbre y esperanza su canto, a ratos avenencia, a ratos disensión, siempre fiel, siempre ilación de lo sincero. Su bélica ternura sigue ilustrando caminos, sigue fundando y aprendiendo. Un trovador inocuo es una antítesis argumental e hipostática, de eso nos convence la obra y, sobre todo, la vida de Vicente. Yo quiero ir a esa escuela.