El Diablo Cojuelo, una muestra del humor inteligente de José Martí

Marlene Vázquez Pérez
22/2/2021

El humor y la ironía no suelen ser vinculados al nombre de José Martí. Su prosa trasunta casi siempre dolor, melancolía, dramatismo, tristeza, éxtasis, emoción. Observador agudo de la realidad, con una rapidez de asociación fuera de lo común y una inteligencia poderosa, evidencia a ratos capacidad para el humor fino y la ironía sutil, que no son menos meritorios por ocasionales. Aunque rara vez provoque risa, es indudable la presencia de una especial agudeza en el cubano, que pone al desnudo determinados ángulos criticables en el entorno observado.

Son escasos los análisis centrados en esta faceta de la obra martiana. Si bien autores de amplio reconocimiento, entre los que sobresalen Gabriela Mistral, José Lezama Lima o Fina García Marruz,[1] advirtieron la presencia de un especial sentido del humor en textos muy diversos del prócer cubano, no abundan los estudios monográficos sobre el tema. Este casi siempre es visto de pasada, sirviendo de marco a otras consideraciones más “serias”.

Es indudable la presencia de una especial agudeza en José Martí, que pone al desnudo determinados ángulos criticables en el entorno observado. Fotos: Tomadas del Portal José Martí
 

En Cuba, el escritor y humorista Enrique Núñez Rodríguez se refirió de manera general en un artículo muy agudo a la presencia del humor en la prosa martiana.[2] Este autor efectuó una valoración de los criterios del Apóstol al respecto, además de rastrear varios ejemplos ilustrativos, extraídos de diversos momentos de su obra.

La investigadora y profesora universitaria cubana Marlen A. Domínguez Hernández ha estudiado también ese especial sentido del humor martiano en un artículo titulado “‘Amar y reír’: la poesía de la guerra”. En él revela el lado risible, simpático, de hechos y anécdotas referidos por Martí en su prólogo a Los poetas de la guerra, que en la realidad de la contienda tuvieron un carácter peligroso, como corresponde al campo de batalla. La estudiosa ha referido que “[…] allí se ve una característica con que ha sido descrito el ser cubano: la capacidad de reír en cualquier momento, e incluso de sí mismo, y de usar el humor como arma”.[3]

El profesor e investigador puertorriqueño Egberto Almenas también atiende a esta arista de la producción del cubano. Centra su atención en el Diario de Izabal a Zacapa, pero examina, además, las relaciones de este texto de juventud con otras zonas de la literatura en lengua española.[4]

Hay que tener en cuenta que la perspectiva humorística está íntimamente ligada a los inicios de José Martí como escritor y publicista. Una de las primeras creaciones suyas fue la puesta en circulación de El Diablo Cojuelo, cuyo único número apareció el 19 de enero de 1869, en la Imprenta y Librería El Iris, Obispo 20 y 22. Tenía entonces apenas 16 años, y aprovechaba la efímera libertad de prensa que decretara el capitán general de la Isla, Domingo Dulce,[5] con el ánimo de revertir el movimiento independentista iniciado el 10 de octubre de 1868.

 Una de sus primeras creaciones fue la puesta en circulación de El Diablo Cojuelo, cuyo único número apareció el 19 de enero de 1869.
 

El nombre de este pequeño periódico, concebido de conjunto con su amigo Fermín Valdés Domínguez, quien financió la edición, y en el que participaron también Joaquín Núñez de Castro y Antonio Carrillo y O’Farrill, se lo apropia Martí de la novela homónima de Luis Vélez de Guevara, publicada en 1641. Se trata de un texto satírico, con afán de crítica social, cuyo argumento remite al conceptismo y a la novela picaresca.

El personaje central es un diablo, atrapado en una redoma, quien convence a un estudiante para que lo salve de su encierro, y a cambio lo pasea por el Madrid de la época, saltando de tejado en tejado, y fisgoneando hacia el interior de las viviendas, para develar falsedades, corrupción y vicios de todo tipo. Tiene una intención crítica, moralizante, y es una obra digna del barroco español y de sus constantes temáticas

Es muy curioso que el humor y la ironía estén conectados a los orígenes de Martí como escritor, pues ello demuestra que desde muy temprano tuvo una apreciación de la función social de estos recursos y una mirada plural sobre el modo de hacer literatura. No perdamos de vista que en el momento en que sale a la luz este, escribió también su poema dramático Abdala, el cual apareció en su otro periódico de esta etapa, La Patria Libre,[6] pocos días después. A ello le seguiría su soneto “El 10 de octubre”, probablemente en el mes de febrero, el cual fue publicado en un periódico manuscrito llamado El Siboney, del cual no se conservan originales. Contrastar estos tres textos, tan diferentes entre sí por los modos de expresión, pero con el denominador común del patriotismo y el rechazo frontal a las formas de dominación colonial en Cuba, realza el interés que puede suscitar el cultivo de la sátira por parte del cubano.

En el momento en que sale a la luz El Diablo Cojuelo, Martí escribió también su poema dramático Abdala, el cual apareció en su otro periódico de esta etapa, La Patria Libre, pocos días después.
 

El artículo de fondo de Martí prueba cuán bien conocía ya la literatura del Siglo de Oro español, de la que muy probablemente tuvo noticias a través de su maestro Rafael María de Mendive y su copiosa biblioteca. Ese conocimiento creció con los años, como demuestran diversos testimonios suyos respecto a las largas horas de lectura que pasaría luego, ya deportado a España, en la biblioteca del Ateneo de Madrid, devorando la colección completa de clásicos españoles de Rivadeneyra. La presencia de los giros propios del español de esta etapa, imbricado armónicamente a su propio verbo original, se mantuvo en todo momento, como lo prueban textos posteriores suyos. Entre ellos se llevan las palmas, sin duda alguna, sus crónicas dedicadas al centenario de Calderón, que inauguraron con credenciales de lujo su colaboración con La Opinión Nacional, de Caracas.[7] En esas páginas el lector tiene la impresión, por momentos, de encontrarse en pleno siglo XVII, gracias a la construcción sintáctica de muchas frases, al barroquismo de las descripciones, al empleo de arcaísmos y locuciones desusadas.[8]

Pero volvamos a El Diablo Cojuelo, que merece un examen más detenido. El artículo de Martí comienza en primera persona, dirigiéndose con desenfado al “público amigo”, como podrá verse a continuación, para crear una línea de complicidad evidente entre ambos:

Nunca supe yo lo que era público, ni lo que era escribir para él, mas a fe de diablo honrado, aseguro que ahora como antes, nunca tuve tampoco miedo de hacerlo. Poco me importa que un tonto murmure, que un necio zahiera, que un estúpido me idolatre y un sensato me deteste. Figúrese usted, público amigo, que nadie sabe quién soy: ¿qué me puede importar que digan o que no digan? Diránme que en nada me ajusto a la costumbre de campear por mis respetos, —que nada más significa esta comezón de publicar hojas anónimas con redactores conocidos,— diránme que soy un mal caballero; amenazaránme con romperme los brazos, ya que no tengo piernas, mas, a fe de osado y mordaz escribidor, prometo y prometo con calma que a su tiempo se verá que este Diablo, no es un diablo, y que este Cojo no es cojo.[9]

Nótese de inmediato, en el desenfadado discurso en primera persona, el carácter irreverente de la publicación. La promesa del Diablo al público no puede ser más clara: no le interesan ni la opinión ni la incomprensión ajena, y la supuesta maldad por su condición será echada por tierra en el futuro de la lectura por su labor de crítica, con su función benéfica, como remata el párrafo la paradoja oportuna. En las líneas sucesivas se continúa el sentido paradójico, para reforzar el matiz irónico del texto, con lo cual se hace más evidente el poder de la denuncia:

Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir. Y a Dios gracias, que en estos tiempos dulces hay distancia y no poca de su casa al Morro. En los tiempos de don Paco era otra cosa. ¿Venía usted del interior, y traía usted una escarapela? —al calabozo!— ¿Habló usted y dijo que los insurrectos ganaban o no ganaban? —al calabozo!— ¿Antojábasele a usted ir a ver a una prima que tenía en Bayamo? —al calabozo!— ¿Contaba usted tal o cual comentario, cierto episodio de la revolución? —al calabozo!— Y tanta gente había ya en los calabozos, que a seguir así un mes más, hubiera sido La Habana de entonces el Morro de hoy, y La Habana de hoy el Morro de entonces. Puede por esto colegirse lo que por acá queremos a aquel buen señor, de quien dirán las historias que se despedía a la francesa.[10]

Hay todo un desmentido al carácter de la supuesta libertad de imprenta, que es muy limitada, como demostró el hecho del cierre de muchos periódicos apenas aparecidos, suerte que corrieron de inmediato los dos que fundó Martí en esta etapa. Con los tiempos dulces alude al capitán general Domingo Dulce y Garay, hombre de ideas liberales que intentó, con algunas concesiones tardías y reformas aparentes, minar el espíritu independentista y restar apoyo popular al estallido de Demajagua. En el fragmento sobresalen el retruécano, asentado en la relación Morro-Habana, y la ruptura de lo psicológicamente esperado, que lleva al lector a sonreír, pues tal parece que los tiempos de Don Francisco Lersundi,[11] quien alternó cronológicamente con Dulce en el cargo, eran muy diferentes de los del presente de la enunciación. Y lo eran, ciertamente, pero no para mejor, sino para peor. De ahí que el rechazo absoluto de los cubanos hacia esa figura nefasta se presente con esa ironía sutil del cierre, que cuestiona no solo la verdad fáctica, sino lo que del personaje y sus “grandezas” pueda decir la historia oficial en el futuro. Pero a él vuelve casi en los finales del texto, para declararlo −luego de aludir a sus muchas corruptelas−, como representante “idóneo”, “respetable”, de “nunca manchada reputación”, del gobierno colonial en la Isla.

El Diablo Cojuelo fue concebido de conjunto con su amigo Fermín Valdés Domínguez, quien financió la edición.
 

La libertad de reunión la describe Martí de manera muy singular, pues da la medida de que era permitida a las clases privilegiadas, y por supuesto, partidarias del gobierno español:

Pero no hay solo libertad de imprenta: hay también libertad de reunión. Quiere un zángano ganarse prosélitos, y héteme aquí que junta al honrado fidalgo,[12] dueño de quinientos negros; al famoso jockey, dueño de otros cuantos; al mayordomo de cierta señorona, y a un maestro que tiene un cerebro más pastelero que la mismísima pastelería. Dícese allí que es una iniquidad la abolición, en lo cual yo no me meto; y que la insurrección es la ruina del país, en lo cual por ahora tampoco tomo cartas; y dícense otras muchas cosas que tal parecen salidas de cerebro de enfermo. Y en estas y en otras se concluye la importante sesión, satisfechos los parlanchines de haber dicho muy grandes cosas. Otros de esos que llaman sensatos patricios, y que solo tienen de sensatos lo que tienen de fría el alma, reúnen en sus casas a ciertos personajes de aquellos que han fijado un ojo en Yara y otro en Madrid, según la feliz expresión de un poeta feliz, y que con solo este título pretenden imponer sus leyes a quien tiene muy pocas ganas de sufrir tan ridícula imposición. A ser yo orador, o concurrente a Juntas, que no otra cosa significa entre nosotros la tal palabra, no sentaría por base de mi política eso que los franceses llamarían afrentosa hésitation.[13] O Yara o Madrid. Mas, volviendo a la cuestión de libertad de imprenta, debo recordar que no es tan amplia que permita decir cuanto se quiere, ni publicar cuanto se oye. […] Y esto lo digo para que a mí como a los demás nos sirva de norma en nuestros actos periodiquiles. Conque al periódico, público amigo! al periódico, buen diablo! al periódico, lector discreto! y lluevan pesetas como llueven diabluras.

El extenso fragmento merece ser visto con detenimiento, pues el tono desenfadado y la aparente imparcialidad del Diablo, esconden tras su ligereza verdades muy crueles. La esclavitud, con los crímenes que encierra, es suficiente para desvanecer cualquier halo de pretendida honradez en quien se aprovecha de ella. El poder, el lujo, la ostentación, la riqueza, estaban manchados de sangre en la Cuba de entonces. Así el “honrado fidalgo”, orgulloso de su posición social y de sus propiedades, es un verdadero truhán, y no lo salva ni siquiera el empleo del vocablo en desuso, alusivo al estamento inferior de la nobleza, y tan anclado en el ideal caballeresco español. La otra acepción del mismo, relativa a la bondad, la cortesía y la amabilidad, tampoco funcionan, por su indigna condición de dueño y traficante de esclavos, con lo cual adquiere aquí un fuerte matiz irónico.

Alude también a la posibilidad del envío de diputados a las Cortes españolas, hecho reiterado a lo largo del siglo XIX, donde fracasó el Reformismo insular y los cubanos fueron una y otra vez desoídos en sus reclamos. El joven de 16 años que ha escrito estas cuartillas incendiarias no tiene la menor duda, a tan temprana edad, de que la cuestión no se resuelve con medias tintas, no es posible vacilar, se trata de Yara o Madrid, pues la única opción viable para Cuba es la independencia y soberanía absolutas.

Y el tono de este texto, aun con ser satírico, nunca es descarnado ni cruel. Se trata de un humor fino, afianzado sobre todo en la ironía, pero que no desdeña la riqueza cultural de la que parte. Las críticas son formuladas con maestría y elegancia, aun en los momentos en que alude a la crueldad y corrupción de la administración colonial y sus personajes más notables.

Es curioso también que el Diablo, a partir de su experiencia con esa libertad de imprenta, coartada por el férreo gobierno colonial, aconseje prudencia en lo que se escribe, para que los “actos periodiquiles” tengan éxito. Ya estaba aquí, en ciernes, el planteo de una estrategia comunicativa consciente, que desplegaría en todo su esplendor años después, sobre todo en la etapa en que escribía sus magníficas “Escenas norteamericanas” para La Nación, de Buenos Aires; El Partido Liberal, de México, y muchos más. Y curiosa es también la palabra que se inventa, “periodiquiles”, porque no encuentra una palabra adecuada para sus necesidades expresivas. Se muestra así un anticipo del creador de neologismos que fuera posteriormente.

El cierre del artículo, haciendo llamados vehementes al público para que acuda a la prensa como vía para estar informado, adelanta dignamente las preocupaciones y propósitos del joven que entendía la función social del periódico y su capacidad para trabajar a favor de las causas nobles de la humanidad.[14] Cabe recordar, entonces, que dedicó no pocos esfuerzos, a lo largo de toda su vida, a la fundación de órganos de prensa. Ello permite encontrar, en este texto inaugural de su carrera periodística, no un divertimento de juventud, sino un digno antecedente de esfuerzos posteriores, entre los que habría que destacar, entre otros, a la Revista Venezolana, La Edad de Oro y Patria, con los cuales trabajó a favor de la independencia de Cuba y en bien de la Patria grande.[15]

 

Notas:
 
[1] Véase de Gabriela Mistral “La Lengua de Martí”, en Manuel Pedro González, ed., Antología crítica de José Martí, México, Cultura, 1960, p. 27 y ss.   Véase también de Fina García Marruz “José Martí”, en Manuel Pedro González, ed., p. 197.
[2] Véase Enrique Núñez Rodríguez: El humor en Martí. Folleto publicado para la III Bienal Internacional de Humorismo, talleres de Juventud Rebelde, La Habana, 1983, 23 pp. Véase también en La Jiribilla. La Habana. 2002; https://www.lajiribilla.cu, https://www.lajiribilla.cubaweb.cu
[3] Marlen A. Domínguez Hernández: “‘Amar y reír’: la poesía de la guerra.” En Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 41(2018), p. 104.
[4] Véase Egberto Almenas: “El guiño sonriente de José Martí en sus apuntes de viaje por Guatemala.” En Cuadernos Americanos, núm. 125 (2008), pp. 131-139.  
[5] Domingo Dulce y Garay, Marqués de Castell Florit (1808-1869). Militar español. Designado capitán general de Cuba a finales de 1862, su gobierno se caracterizó por su tímida enemistad con el tráfico negrero, y también por su acercamiento a los reformistas cubanos, inclusive por razones familiares, pues contrajo matrimonio con una cubana de las más acaudaladas familias azucareras de la Isla. Al triunfar la Revolución de septiembre de 1868 y ser derrocada la reina, fue nombrado nuevamente capitán general de Cuba para que tratase de poner fin a la insurrección iniciada el 10 de octubre aprovechando sus vínculos con los cubanos. Al llegar en sustitución del general Francisco de Lersundi, el 4 de enero de 1869, declaró las libertades de imprenta y de reunión, llamó a que fuera elegida la representación cubana a las Cortes, y decretó la amnistía a los involucrados en el alzamiento independentista. Su actuación levantó la oposición de los grupos conservadores defensores del colonialismo, quienes, con la fuerza de los Voluntarios españoles —encargados de la custodia militar de La Habana, por encontrarse las tropas regulares en campaña frente a los patriotas—, prácticamente se insurreccionaron contra Dulce, y lo obligaron, primero, a variar su política conciliadora y decretar el embargo de bienes de los alzados en armas y de los sospechosos de conspirar y, posteriormente, a abandonar el mando en junio de 1869.
[6] Aparecido el 23 de enero de 1869, y publicado también en la imprenta El Iris.  
[7] Véanse estas crónicas en José Martí Obras Completas. Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2006, tomo 8, pp. 115-123 y 124-132. (En lo adelante OCEC).
[8] En los textos sobre Calderón hay una profusión metafórica tremenda, imágenes de gran riqueza formal y conceptual pueblan párrafos muy extensos, tanto, que algunos sobrepasan la cuartilla. La sintaxis llega a ser altamente complicada: sobresale el uso mayoritario de pronombres enclíticos, de oraciones subordinadas de diversos tipos, y sobre todo, el encadenamiento sucesivo de estas con series muy extensas de oraciones coordinadas y enunciativas negativas, cuyo inicio tiene frecuentemente carácter anafórico y al final de las cuales emerge, por contraste, el elemento que se desea destacar. Es notable además el hipérbaton, una figura literaria muy frecuente en los grandes maestros del barroco español.
[9] OCEC, t. 1, p. 19.
[10] OCEC, t. 1, p. 20.
[11] Francisco de Lersundi y Ormachea (1817-1874). General español nacido en Valencia y muerto en Bayona. Se distinguió en los años de la primera guerra carlista (1833-1839) y sirvió a la causa liberal. Al año siguiente se le confió la formación del gobierno, que luego presidió, reservándose además la cartera de Guerra. En mayo de 1866 sucedió a Domingo Dulce como capitán general de Cuba —cargo que ocupó hasta noviembre de ese año— y ejerció una política contrastante con su antecesor, pues se destacó por cerrarle el paso a los reformistas y su rechazo a lo cubano. Regresó al puesto en diciembre de 1867 y fue relevado por Dulce en enero de 1869. Durante esta segunda etapa, manejó la posibilidad de un empréstito con Estados Unidos ofreciendo en garantía las rentas y propiedades de Cuba; dio facultad a las Comisiones Militares para juzgar los delitos de robo, asesinato e incendio; y fue muy criticado por su participación en el comercio ilegal de esclavos y otras prácticas de corrupción administrativa. Tras el estallido del 10 de octubre de 1868 dio a la publicidad un bando, el 20 de octubre, que declaraba la guerra a muerte contra los insurrectos, ya que daba amplios poderes represivos a los jefes militares y ordenaba a las Comisiones Militares que juzgasen severamente los delitos de traición, sedición y rebeldía. A su regreso a España, conspiró en 1872 para proclamar en el trono a Alfonso, el hijo de Isabel II.
[12] Arcaísmo.
[13] En francés, vacilación, indecisión.
[14] “Amo el periódico como misión, y lo odio… no, que odiar no es bueno, lo repelo como disturbio.” José Martí. Carta a Joaquín Macal, Obras completas, Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, p. 83.
[15] Para mayor información al respecto, véase de Marlene Vázquez Pérez, La vigilia perpetua, Martí en Nueva York,   Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2017, capítulo 3, pp. 100-128.
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