Noveleta o cuento: no importa el género. Importa —y mucho— quién es el autor. Quién desde el vivir deja la piel, y la muda, y hace las letras. Manchester desnudo frente al mar, recientemente publicado por Ediciones Áncoras, es el nuevo libro escrito por el autor tunero Alejandro Rama. En febrero pasado, en el marco de Fihav (Feria Internacional de La Habana), hube de presentar un libro de cuentos de Rama. Si aquellos cuentos de Mecánica de las naranjas aullaban de ser vividos y sufridos, si aquel era un libro para sufrir, un libro triste y duro, un libro cortadura de vena, este, Manchester desnudo frente al mar, es también un libro para sufrir, un libro triste, otra vez cortadura de vena, cortadura, urge decirlo, mucho más ancha y más larga y más profunda. 

Pese a su muy poético título este es un libro cuchilla para la vena del brazo.  Lo es por el enviroment. Por la atmósfera. Por lo que se respira y transpira. Por la piel y la vida (la no-vida) de aquellos que lo habitan. Por la abulia. Por la ausencia total de aire. Por el vacío sistémico. Vacío omnímodo porque, aunque hay en este libro sexo y orgasmos y masturbaciones y alcohol y seres que parlotean en un parque, no hay sentimientos. No hay alma(s). Los cuerpos semejan polichinelas repletos de guata. Si existe ese mí(s)tico dueto, ese de sentimientos/alma, en este libro está encorsetado. Aherrojado/arrojado sabrá Dios donde. Sentimientos con bozal. Alma con anteojeras. Dueto bajo anestesia. Todo cloroformizado. Almas desalmadas. Hay gritos y aullidos, sí, pero si bien se escuchan… no se profieren. En este libro nadie en puridad grita. Se sufre con parsimonia, con silente aullido. Con seca lágrima. Son almas sin alma las que bullen en este libro. Desalmadas y desarmadas. Sin armas para el vivir. Seres (des)construidos. Nos dice el personaje central: Y grito a pesar de no gritar. Y termino llorando. Y pienso que el llanto es una manera definitiva de rendirse. Una sonrisa fingida, de esas que salen de los intestinos y no del corazón. Lágrimas que llegan desde el intestino: lágrimas heces. No llegan desde el corazón. No asoman desde el sentimiento. Emergen desde el colon sigmoideo. En este libro se sufre con la parsimonia con que sufre el Extranjero, ese personaje de Camus, pasando de todos y de todo, pasando sobre o debajo o a un lado de todo y de todos, se sufre como se sufre tras el escozor de las lobotomías: en silencio, abúlicamente, encogiendo hombros, encogiéndolo todo, desde muy abajo, un abajo tan abajo que aquellos que moran en semejante bajitud ignoran de ella las cotas, los metros, las profundidades. Solo sufren. Al vacío. Y ese callado y vacío sufrir es per se la vida. Ese callado y vacío sufrir es este libro.

Si Mecánica de las naranjas era un continuum de soledades angustiosas, este nuevo libro es un continuum de angustias solitarias.

Este es un libro minimalista. Otra de las características de Rama: el minimalismo. Si bien una noveleta de 50 páginas es pequeña, el texto mismo exhibe concepción modular, cada módulo muy minimalista, estructurado el primero en 15 secciones; el segundo en 10; el tercero en 5. Así como el personaje desciende en las cotas del sentir y del sufrir, así desciende la estructura de la obra. Economía de recursos muy a tono con la ¿economía? del sentir. Mas… la estructura del texto no es aquí lo fundamental. Ni siquiera el estilo: narración en primera persona, coloquial, sin afeites, sin grandilocuencias, sin las intertextualidades que antes lo irradiaban todo en Mecánica de las naranjas. Lo fundamental es la desesperanza. Este es un libro-desesperanza. Leyéndolo me llegó tomar este libro como síntoma. Recordemos lo que Freud llamaba angst vor etwas —angustia por algo—. Este libro es eso en grado sumo: angustia. Angustia existencial. Síntoma de una existencia angustiosa. Si las heces resultan del metabolismo de lo que ingerimos, este libro resulta del metabolismo del vivir insulso, el cohabitar con otros y no obstante el no habitar, de que esos otros se alcen como el triste remedo de la soledad más brutal. Soledad y vagar vacío. Angustia ontológica. Grupal. Angustia quizá común a cierto grupo etario-cultural. La angustia de este libro provocará en no pocos lectores una colisión-colección-cohesión-comisión de angustias. Cohecho de angustias, alcanzaría a decir un jurista.

Manchester, en la novela de Rama, no es un sitio. Es el personaje central: un joven

Si Mecánica de las naranjas era un continuum de soledades angustiosas, este nuevo libro es un continuum de angustias solitarias. Cohabitan personajes en un mismo espacio/tiempo y sin embargo todos se sienten deshabitados, no habitados por el otro, deshabitados de la otredad, deshabitados de todo y de todos, el prójimo puede estar próximo, a un lado, puede incluso sexearse con él, y, sin embargo, el prójimo se anuncia como prólogo, clímax y epílogo de la soledad. Un prójimo yerto. No existe el co-vivir, el co-sentir, el co-padecer, el co-disfrutar. Ni el prójimo es prójimo ni está próximo. Balzac sostenía que la literatura devenía historia privada de las naciones. De alguna manera, elíptica, evocadora, enunciativa, paradigmática, sin mucho mutatis ni demasiado mutandis, este libro puede ser tomado por algunos como correlato de cierta historia privada. Angustia-grito-aullido que no se grita, no se llora. Recuérdese: las lágrimas no emergen desde los ojos o desde el corazón, llegan desde el colon, así nos dice Rama, escudado detrás Manchester lo dice, detrás de la sombra tristísima del Manchester pobrecito de su libro.     

Manchester, en la novela de Rama, no es un sitio. Es el personaje central: un joven. Es la angustia bípeda que aúlla, sufre, entierra a su padre, bebe alcohol barato, se masturba, constata el sufrir agónico de la madre —único sufrir agónicamente humano del libro—, tiene sexo con chicas —pero aun en mitad del contorsionante himeneo tiene sexo muy solo—, y grita. Manchester grita, lo hace —recuérdese— muy a lo bonzo, calladamente, estoico, sin aspavientos, tranquilo, se diría que también alado, alado sin alas, pobrecito y subterráneo, con esa tumba a cuestas que es su vivir, pero alado.

Manchester resulta un sitio de Inglaterra —el segundo núcleo urbano de mayor densidad poblacional de Inglaterra—, sitios varios de EE.UU. —los Estados de Pensilvania, New Hampshire, Nueva Jersey, Nueva York y Michigan tienen localidades con ese nombre—. Manchester es sitio del I Mundo. Eso desde la toponimia y la geografía. Si se estudia la génesis de la palabra, la etimología, llegan otros significados. Llegan desde el latín, el galés y el irlandés. Man, en irlandés, se traduce como pechos de mujer; en galés como madre. Chester llega desde el latín castrum. Los romanos llamaban así a sus campamentos militares. Manchester pudiera traducirse —libremente: la traducción se complementa con la interpretación— desde la mixtura de ambos significados, la conjunción-contradicción Pechos de mujer / coto cerrado. Ello nos lanza sobre cierta bivalvitud que aúna —o pretende aunar— lo poético-lírico-maternal-lúdico-erótico-bello que emana desde el contexto-cotexto “pechos de mujer” versus lo que patea desde el fraseo “perímetro amurallado”. Recuérdese que llamé a tomar este libro como síntoma, eso que el psicoanálisis identifica como formación transaccional de fuerzas opuestas en conflicto.

Es difícil saber si uno quiere realmente a alguien, nos dice Manchester. Abulia del querer, lobotomía, insensible sensibilidad, indeterminación del querer, anestesia de los sentidos —no del tacto, el gusto, el oído, el olfato—, parálisis del sentimiento, de la sensibilidad, anestesia de las querencias.

Alejandro Rama, lo dije en la presentación de febrero en Fihav, es un experto urdidor de títulos. Títulos que actúan como hipertextos: Manchester desnudo frente al mar. Ufffff. Se lee —y eso no podría negarlo ni tan siquiera un disléxico— se nos antoja un título mágico, feérico, evocador, cargado de poesía, de lirismo. Cinco palabras hacen un fraseo ejemplar. Semeja un mantra: Oh mani padme hum. Un título gancho-garfio. Atrapa. Un título de fuerza tremebunda. Enamora. Seduce. Desde el título… no se vislumbra el hundir. Una vez se abre el libro todo está hundido. Todo hunde. Todo es abisal. Todo —y todos— están hundidos o se hunden. Los cuerpos semejan pecios. Hundidos y hendidos.

Es difícil saber si uno quiere realmente a alguien, nos dice Manchester. Abulia del querer, lobotomía, insensible sensibilidad, indeterminación del querer, anestesia de los sentidos —no del tacto, el gusto, el oído, el olfato—, parálisis del sentimiento, de la sensibilidad, anestesia de las querencias. Si duele —¡enormemente!— no saberse querido imagino duela —!infinitamente más!— no saber si se quiere, y en mitad de ese dolor —el dolor del no saber si se quiere, no ser capaz de saber qué y cómo y cuánto es querer— Manchester y los seres que en estas páginas agonizan, han aprendido a resistir-existir-insistir en ese dolor, dolor en el que deviene el vacío y alienado y solitario existir, suerte de vivir sin convivir, de andar cadáver insepulto, cadáver respirante y parlante —y sexeante— sin querer ni ser querido por la vida. El sexo resulta, por lo general, buen sexo. No malo. No espléndido. Solo bueno, eso nos dice Manchester, y es que en el mundo en el que ese personaje trasuda ¡no existe ya lo esplendido! No. Apenas —¡a penas! — se llega a lo que se toma por no malo. A veces imagino demasiado. A veces me masturbo demasiado, alude después. A eso se reduce el existir en esa suerte de manchesterización social que deja al descubierto este libro: imaginar y masturbarse. Esa es mi mesa del solitario. Del abúlico. Del alienado. A veces, lo único que quiero es poder desaparecer… Desaparecer sin que nadie sepa dónde estoy, nos dice más adelante. Desaparecer: otra de las manifestaciones del síntoma. Se está harto de sufrir, de masturbarse, de sexysolitariar, de beber alcohol, de no saber si se quiere a alguien. Harto y desaparecer es la salida. Tomemos lo que nos dice Manchester acerca de su cuarto: La atmósfera de mi cuarto es profunda y vacía. Eso para, de inmediato, llamar a la casa: Catedral abandonada por falta de fe o por peligro de derrumbe. Empleemos la simbología psicoanalítica. El síntoma se completa. El círculo se cierra.

Lo único que preocupa a los sufrientes de esta nueva patología, esta manchesterización socio/etario/cultural es el tiempo: …me preocupa demasiado… tirar a la basura casi tres años, nos dice Manchester. Cuando la situación amenaza con ser muy dura, mi amigo, el narrador Ahmel Echevarría, sostiene que uno debe recorrer toda la casa, recorrerla y esconder las cuchillas, las tijeras, todo instrumento con que podamos hacernos daño. Eso hice yo cuando leía este libro. Eso les aconsejo a sus lectores.

No olvidemos que, para Manchester, y así nos lo deja saber varias veces, las palabras emergen desde los intestinos. Ácidas, nos dice, como los ladridos de algún pitbull. Eso es Manchester desnudo frente al mar. Una desnudez que no incita: hace huir. Un mar que no invita a su azul: ahoga. Un personaje hundido en cotas más profundas que la mismísima fosa de Mindanao. Un libro ácido, muy ácido. Un libro que algunos pueden creer el ladrido de un pitbull. Yo prefiero tomarlo como gemido. A lo bonzo, callado, hasta púdico, sí, pero gemido.