Al parecer —y ojalá que definitivamente— regresamos a lo que se ha dado en llamar “nueva normalidad”. El mal sabor de la vez anterior no resulta óbice para acoger con algarabía esta etapa. Si bien hace meses “abrimos” durante breve tiempo y aprovechamos con frenesí la calle, la playa, los parques y todo el espacio social que tanto necesitábamos, también es cierto que al cabo hubo que retroceder y volver al encierro ante la subida alarmante de contagios y el pavoroso número de fallecidos. En esta ocasión la campaña de vacunación avanza muchísimo, de modo que casi todos hemos recibido al menos dos dosis de la vacuna cubana (exactamente 8 800 197 ciudadanos, de los 11 000 000 que somos), y con certeza, estamos más protegidos.
Por mucho que se pretenda actuar con “normalidad”, y como tal, reconquistemos hábitos y asomemos la nariz a la vida pública, sabemos que muchas cosas han cambiado. Es fácil suponer que más allá de las recomendaciones sanitarias, seguiremos nasobuqueados por largo tiempo y conservaremos las ya adquiridas manías de lavarnos las manos, mantener la distancia física, asear superficies con soluciones cloradas, cambiarnos de ropa al regresar a casa, y un largo y triste etcétera. Triste porque dichas costumbres nos recordarán que hubo un tiempo en el cual perdimos compatriotas como fulminados por un rayo; momentos que de tan terribles son y serán imposibles de olvidar.
No obstante, igual que en la posguerra, volveremos a reconstruir la vida y la ciudad, piedra a piedra, costumbre a costumbre. Cada quien tiene sus anhelos, sus preferencias y, por ende, sus reclamos, pues en materia de quejas, exigencias e inconformidades es difícil ganarnos. Seamos sinceros. Ejemplos sobran.
“Volveremos a reconstruir la vida y la ciudad”.
En lo personal, ansío el regreso al teatro, con toda su magia, su encanto y esas maravillas que nos regalan actrices, actores, directores, dramaturgos, diseñadores, músicos y danzantes. Hay quienes añoran volver a los bares, a los restaurantes o a las tiendas “normales”.
Con respecto a los actos de compra y venta, hay que decir que la actual inflación de precios —la cual es brutal— descoloca muchas escalas de valores, lo que obliga a replantearnos prioridades. Dicho pronto y mal: estamos ante la tesitura de escoger entre un par de zapatos y dos libras de tomates. La gran esperanza de superar la crisis económica, según el nivel popular, radica en que nuestros agricultores, nuestra industria y nuestras producciones remonten la depresión actual con nuevas iniciativas y propuestas; en el aprovechamiento de la técnica y el despojo de trabas, burocratismos y lastres, así como en la recuperación de los ingresos derivados del turismo una vez abiertas nuestras fronteras. Por supuesto, todo ello “si nos dejan”, como versa la canción. Por lo pronto, existe la voluntad política y contamos con personal altamente calificado y con una gran masa que espera (esperamos) resultados de tal conjunción.
Varias formas de sortear la crisis y, al mismo tiempo, de paliar la inmensa demanda de alimentos sin exponernos abiertamente al contagio con el virus —o sea, la venta de comida en restaurantes, hoteles y otros puntos urbanos— posiblemente mantengan su ritmo de ofertas diarias durante un tiempo más. Al respecto debo añadir que la forma de anunciar dicha mercancía, francamente original, ayudó mucho a la población, o sea, a nosotros. En lugar de la deambulación con el propósito de hallar expendios de comida, los anuncios a los que me refiero, si bien raros, orientaban. Nadie se cuestiona, ni lo hará, qué significaban exactamente frases como “pollo litografiado”, “pollo retractilado y poco”, “pollo reenvasado” y otro largo etcétera. Obviamente, anunciaban pollo. Nos quedará la duda de si era una piedra con sabor a ave (litografiado), alitas y pescuezo envueltos en plástico (poco y retractilado) o un cuarto de pollo con licra (reenvasado). Detalles sin importancia.
“Por ahora, toca disfrutar de la normalidad renovada”.
De las colas, coleros y organizadores de tumultos hablaré en otra ocasión, quizás cuando logre borrar el cuño que me estamparon en el antebrazo derecho el día que fui a preguntar el significado de “cigarros dos por percápita”, y el profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales que cuidaba la cola me confundió con una revendedora de pollolitografiadoreenvasado y poco. Por ahora, toca disfrutar de la normalidad renovada, por la libre y sin libreta.