Mañana es el cumpleaños 95 de Fidel; pasado mañana, el 86 de Antón Arrufat. Pareciera imposible religarlos, porque los carroñeros de nuestros cadáveres, ciertos o inventados, no perdonan al escritor cubano haber permanecido en su patria y participar plenamente de la vida cultural de la Revolución, cuando su trayectoria fue de las perfectas para convertirse en un “caso”.
Pero he aquí que, a su alta edad, Arrufat ha sido un protagonista legítimo del proceso triunfante en Cuba desde enero de 1959. Así fue reconocido, una vez más, el 28 de junio pasado, cuando el presidente Miguel Díaz-Canel colocó en su pecho la Orden Félix Varela para distinguir el valor de su aporte a la cultura nacional. Tuve el privilegio de estar presente y me emocionó, en particular, ese “cortocircuito” entre el discurso que pretende a Antón situado en otra parte y el gesto limpio de su Isla que lo magnifica.
Ocurrió en la misma Biblioteca Nacional adonde acudió 60 años antes a participar de los encuentros de Fidel con escritores y artistas, que culminaron con el discurso del líder revolucionario luego conocido como “Palabras a los intelectuales”, nunca tan analizado como en esta celebración de sus seis décadas.
Antón estaba por cumplir 26 años, un mes y medio después del 30 de junio de 1961; Fidel, 35. La vorágine del tiempo de la Revolución los hizo contemporáneos. Sobre aquellas jornadas y acerca del sagaz y joven estadista que encara un gran desafío, Arrufat rinde un estupendo testimonio en Cuba, caminos de Revolución, la serie documental de Rebeca Chávez.
Porque Antón es un pensador. Esa cualidad atraviesa su obra en cualquier género y salta en su lengua filosa con sus punzantes latigazos. Si usted lo quiere comprobar, busque su ensayística, en general de textos breves, sobre literatura y teatro cubanos, o sus insoslayables aproximaciones a Virgilio Piñera. Más poético en la ficción, como es lógico, la fuerza de ese pensamiento resplandece en su mítica Los siete contra Tebas —premiada y desaprobada al mismo tiempo en 1968—, renovada a la luz de las recientes y sostenidas andanadas de adversarios y enemigos a las puertas de nuestra Tebas.
“Antón es un pensador”.
El gran poeta de El viejo carpintero y Vías de extinción, el narrador, ensayista y dramaturgo aspiró siempre a trascender los géneros en sí y crear un sistema entre ellos, como me respondió en una entrevista para Juventud Rebelde a propósito de sus 80 años. Allí también me confesó: “Aprendí de Piñera a no comprometerme en falso, a decir lo que pensaba y pienso. A no aceptar falsos compromisos. De Lezama, a decirlo lo más hermosa y auténticamente posible”.
Antón, que vivió en carne propia tanto las contradicciones y errores de la política cultural como sus grandes contribuciones al perfil de la nación, me dijo, sabiamente, al enfermar el Comandante en Jefe en 2006: “No volverá a sus cargos porque Fidel siempre gobernó con el cuerpo”. Brotaba el conocimiento de un itinerario compartido, esa presencia física del líder de la Revolución, con su vigorosa mente en efervescencia, allí donde había que hacer algo o se presentaba un problema. A pesar de sus diferentes barricadas, pues no todas son iguales y todas tienen su importancia, el tiempo los unió mucho más allá de un signo del zodíaco. Sirvan estas líneas, sencillamente, de salutación a ambos.
A Antón, sarcástico siempre, le gustaría decir que mi retrato no tiene explicación, que, como en el título de su primera pieza, el caso se investiga.